viernes, 31 de diciembre de 2010

Los verdaderos héroes


Este  último artículo del año, se lo quiero dedicar a quienes normalmente no tienen quien les escriba: los llamados ciudadanos “de a pié” o ciudadanos comunes; los que todos los días se levantan a trabajar con más fe y esperanza que sus dirigentes; en realidad, ellos son los que sostienen al país, y si hay que hablar de héroes, nadie puede discutirles este honor. Al abordar este tema, recuerdo a un pasaje  de la novela de Miguel Otero Silva Casas Muertas: me refiero, al patio de Carmen Rosa, que como describe el autor, “El patio era lo más hermoso de Ortiz. En sembrarlo, en cuidarlo, en hacerlo florecer había empecinado Carmen Rosa su fibra juvenil tercamente afanada en construir algo mientras alrededor todo se destruía”. Hago esta relación entre la obra literaria y la situación actual, porque gracias a Dios, todavía hay muchas “Carmen Rosa” en nuestro país.
En uno de estos extraños días de descanso navideño, al levantarme,  con la magia de internet, revisé los acontecimientos de las últimas horas: nuevas y polémicas leyes, elaboradas de manera parecida a como se hacen las hallacas;  mensajes apocalípticos sobre el destino del país; insultos, descalificaciones, agresiones, en dos palabras, odio, confrontación y división.  Como remedio espiritual, ante esta situación, salí a caminar a un parque cercano y en la calle me encontré con varias vecinas que regaban y arreglaban las plantas de las áreas verdes que están frente a sus casas. Esta imagen me hizo recordar a Carmen Rosa: mientras en la mayoría de los sectores de la ciudad, las áreas verdes están abandonadas y llenas de basura, en otros, las amas de casa asumen un trabajo que le toca al Estado. Y mientras los políticos solo se preocupan por asegurar el poder, los humildes ciudadanos aportan su modesto trabajo para que “el país no se caiga a pedazos”. Eso mismo pasa en la mayoría de los espacios de la vida nacional: si muchas cosas todavía se mantienen en pie,  se debe al empeño y la voluntad del ciudadano común.
En la misa del IV domingo de Adviento, se destacaba la figura de San José, una persona sencilla, a quien el ángel del Señor le habla y le pide que no dude en recibir a María.  Personalmente, interpreto este pasaje evangélico como el valor de lo común en el plan de Dios: la importancia de esas personas que no aparecen en las primeras páginas de los diarios; que no son protagonistas exitosos de los grandes acontecimientos sociales;  ni tienen puestos reservados en los eventos  especiales, ni fotografías en las oficinas públicas;  ni aspiran a que les levante estatuas en las plazas o les reserven un lugar en los panteones nacionales. Pero que, como dice Serrat: “todos son ciudadanos importante aunque nueve de cada diez estrellas no son”
Por todo lo anterior, en vísperas de fin de año, quiero rendirle homenaje a quien creo que  verdaderamente se lo merece: al venezolano común, que trabaja sin esperar la gloria, que construye mientras otros están empeñados en destruir, que siempre tienes sonrisas  y buenas palabras en vez de insultos y amenazas, y que de manera natural y espontánea trasmite alegría. Y muy especialmente, me quiero referir a las vecinas de mi calle, que todas las mañanas envían un mensaje de esperanza al levantarse temprano a regar,  para mantener la vida de las platas que florecen a la orilla de las aceras: como dije anteriormente, son la versión guayanesa de Carmen Rosa, pues en medio de tanto pesimismo y destrucción se empeñan en que el país florezca.  Indiscutiblemente, los ciudadanos comunes son los verdaderos héroes de este tiempo difícil que nos ha tocado vivir. Que Dios los bendiga y un Feliz Año para todos. Jblanco@ucab.edu.ve  

martes, 21 de diciembre de 2010

El naufragio de la ética democrática


En el  programa de Gobernabilidad y Gerencia Política de la Universidad Católica Andrés Bello, se dicta la materia Ética y Acción Política. En ella, uno de los temas más importantes se refiere al  comportamiento de los gobernantes, específicamente se discute si en política hay que ser bueno o hay que ser práctico: decía Maquiavelo que “no se puede gobernar bondadosamente a los hombres porque los hombres no son buenos” y añadía que, “la mentira la maldad y la trasgresión son políticamente eficaces”. No obstante, en el curso de Guayana, esta reflexión terminó con un ensayo final,  donde la mayoría de los alumnos coincidió en que, no puede haber una buena gestión política si no hay un  comportamiento ético que la avale. Hoy son pocos los que aceptan a ciegas las tesis de Maquiavelo, ya que la idea generalizada, es que el ejercicio de la política debe estar adecuado a los principios morales que orientan la vida de la comunidad.
Este problema cobra vigencia entre nosotros con motivo de la promulgación de la Ley Habilitante. Es posible que cuando se publique este artículo ya se haya hablado bastante del tema, pero la polémica va a durar mucho tiempo, porque el juicio moral que tendrán que enfrentar, tanto el presidente como los diputados oficialistas que aprobaron esta ley será de consecuencias impredecibles. No se pude negar la habilidad política del Presidente, al justificar la necesidad de la Ley Habilitante, con  la urgencia de ayuda a las personas afectadas por las lluvias. Pero la  buena intención, ha quedado  ensombrecida con algunas declaraciones de diputados oficialistas,  que en su debate destacaron que la habilitante era un recurso para impedir que los nuevos asambleísta “saboteen” al presidente;  y lo más grave  fue el comportamiento del Presidente,  que  después de la promulgación de la ley, se burló de los diputados opositores, en una actitud de prepotencia e irrespeto que nada tiene que ver con la situación de los damnificados.
 Así no se puede gobernar “eticamente”una sociedad democrática: en primer lugar,  porque es regla de convivencia elemental, el respeto hacia el otro en toda relación humana; y en segundo lugar, porque es una norma básica de la ética democrática, que la voluntad popular expresada en las urnas siempre debe ser respetada, y de la misma manera que hay que respetar la voluntad de quienes llevaron a Chávez a la presidencia, hay que respetar la voluntad de quienes escogieron a los diputados de la oposición para que ejerzan la función legislativa en la Asamblea Nacional  
Se ha dicho que, tanto el Presidente como  sus seguidores no podrán evitar el juicio de la historia. Pero creo que hay algo más importante, porque nuestra generación también será juzgada, si se muestra complaciente con esta forma antiética de hacer política.  José Antonio Marina, en su libro La Pasión del Poder – obra de lectura obligatoria para analizar lo que estamos viviendo- termina con una reflexión que me permito citar textualmente: Si las sociedades, los grupos, la personas, debemos exigir un comportamiento ético, es porque cualquier trasgresión resquebraja el mundo que queremos alumbrar. En efecto, el pasado jueves 16 de diciembre no solo se desconoció el derecho de los nuevos diputados, ha sucedido algo mucho más grave, la incomprensión y la intolerancia política  han abierto una grieta gigantesca por debajo de la línea de flotación del proyecto democrático nacional. Si no lo entendemos y lo consentimos, seremos recordados como la generación que permitió el naufragio de la democracia en Venezuela. Jblanco@ucab.edu.ve

viernes, 17 de diciembre de 2010

Modos de vivir que no dan para vivir

El título de este artículo no es original: En 1835 Mariano José de Larra escribe sobre el mismo tema y con el mismo título. Le llamaba la atención al insigne articulista, que en su época los oficios no formales comenzaban a ganarle terreno a las profesiones tradicionalmente reconocidas. Así las cosas, los vendedores de  paraguas en tiempos de lluvia, jugos en tiempos de calor o banderitas en fechas patrias, se hacían cada vez más comunes. Pero lo más importante no era la propagación  de esos improvisados oficios, sino que en ocasiones eran más “rentables” que  el ejercicio de la medicina, la abogacía o la educación

La vigencia de este tema, la podemos constatar en las calles guayanesas:  en los cruces más frecuentados de la ciudad, numerosos vendedores de ocasión y malabaristas, ofrecen  sus productos a los conductores, mientras que  los profesores universitarios reclaman un  presupuesto justo. El drama de los educadores es digno de un cuento de Chejov: mientras se dice que la educación es la base de toda sociedad y que solo en la medida que existan buenos educadores se alcanza el progreso social, la enseñanza es uno de los oficios peor pagados y la mayoría de los padres, a pesar de que quieren que sus hijos tengan buenos maestros, no ven con buenos ojos que se dediquen a la enseñanza.

Hablar de los oficios humanos es algo delicado,  porque  todo esfuerzo honesto por subsistir debe ser reconocido: ningún trabajo humilla. El problema, es que,  el ejercicio de las profesiones necesarias para el desarrollo social, está tan mal pagado, que éstas tienden a desaparecer. Y esto no es un simple problema salarial, de  justa relación entre lo que se hace y lo que se recibe a cambio; la cosa se agrava cuando la educación, la investigación científica o la función pública dejan de ser atractivas. En la novela de Miguel Otero Silva, Oficina Número Uno, se narran unos hechos que pueden ilustrar mejor este asunto: En el recién creado campamento petrolero, se designa a un funcionario público para que comience a ejercer funciones estableciendo las instituciones del Estado en medio de  esa sabana salvaje; pero al poco tiempo renuncia y monta un venta de cerveza, que le producía más beneficios que el ejercicio de la función pública.

 El crecimiento del trabajo informal,  producto del desempleo y la necesidad de obtener medios de vida, es comprensible. Pero si no entendemos, que solo garantizando condiciones para el ejercicio de las carreras científicas y humanistas que el país necesita,  podemos tener  verdaderas opciones de progreso, estamos muy mal. Sin la intención de herir a nadie, termino repitiendo el ejemplo de la novela de Miguel Otero Silva:  mientras vender licor sea más atractivo que dedicarse honestamente a la judicatura, debemos reconocer, que nuestros modos de vivir, no dan para vivir como  sociedad moderna y civilizada. jblanco@ucab.edu.ve (Publicado en agosto de 2010 en El Correo del Caroní)

martes, 14 de diciembre de 2010

La elección de los jueces y la búsqueda de la justicia

Una de las noticias que hizo más ruido la semana pasada, fue el nombramiento de los magistrados del Tribunal Supremo. No voy a referirme a la legalidad del  procedimiento para la elección, porque el espacio es corto, y quiero dirigirme más al ciudadano común que al especialista, para llamar la atención sobre la importancia del asunto. El ilustre Jurista Piero Calamandrei en su libro Elogio de los jueces, destaca la importancia del nombramiento de un juez “… el Estado siente como esencial el problema de la elección de los jueces, porque sabe que les confía un poder mortífero que, mal empleado puede convertir en justa la injusticia, obligar a la majestad de la ley a hacerse paladín de la sinrazón e imprimir indeleblemente, sobre la cándida inocencia, el estigma sangriento que la confundirá con el delito.  En efecto, así de grave  y peligroso puede ser la mala elección de un juez, porque todo el trabajo del legislador  para producir las mejores leyes, se puede perder en un momento. Dice un viejo adagio: “Las leyes son importantes, pero más importantes son los jueces: un buen juez aplica bien las peores leyes;  un mal juez echa a perder la mejor ley del mundo”
 El nombramiento de los jueces es un problema de interés nacional, que no puede seguir en manos de la conveniencia política. Cuando se discutía el proyecto de la Constitución actual, en los postgrados de Derecho se destacaba la importancia de la formación en carrera judicial: en Venezuela no se estudia para ser juez, se estudia para ser abogado y posteriormente se perfecciona el oficio con cursos de actualización profesional. La idea de la especialización judicial fue recogida por el constituyente en el artículo 225 “…la ley propenderá a la profesionalización de los jueces o juezas y las universidades colaboraran en este propósito organizando en los estudios de derecho la especialización Judicial correspondiente” Han pasado más de diez años desde que se promulgó la Constitución y la profesionalización de los jueces no se está realizando  como se establece en ella. No quiero generalizar, porque hay buenos jueces, bien preparados y comprometidos con su trabajo, pero no se puede negar que, en un porcentaje importante, el ejercicio de la judicatura está en manos inexpertas.
Pero una cosa es la profesionalización “técnica” del Juez y otra el sentido de la justicia; el conocimiento jurídico, puede aprenderse, pero para ser un buen juez se necesita: conocimiento de la ciencia jurídica, sólida formación moral, discernimiento de la realidad social y valentía para defender su autonomía por encima de todo. El conocimiento es solo una parte de la naturaleza de un buen juez. Nuevamente cito a Calamandrei: “…digo que es  juez óptimo aquel en quien prevalece, sobre las dotes de la inteligencia, la rápida intuición humana. El sentido de la justicia, mediante el cual se aprecian los hechos y siente rápidamente de qué parte está la razón, es una virtud innata, que no tiene nada que ver con la técnica del derecho; ocurre como en la música, respecto de la cual, la más alta inteligencia, no sirve para suplir la falta de oído”.
 A los nuevos magistrados les deseo éxito en la tarea de administrar justicia, pero que no sea una “justicia a la medida”, sino la verdadera Justicia, que solo se consigue practicando  la vieja virtud de dar a cada uno lo que le corresponde. Jblanco@ucab.edu.ve

sábado, 11 de diciembre de 2010

La razón legal y la razón jurídica


Hace unos meses el dirigente pesuvista Aristóbulo Istúriz,  afirmó: Prepárense, porque las leyes que hagan falta las vamos a aprobar antes de que termine el período”  Es decir, que si la oposición considera, que al impedir que el oficialismo alcanzarse las dos terceras partes de la próxima Asamblea, evita que se produzcan los cambios propuestos por el Presidente de la República, se equivoca, porque  la Asamblea actual los aprobará en el tiempo que queda del período legislativo. Ante esto, líderes de oposición  advierten que, si bien la  actual Asamblea está  jurídicamente facultada para hacerlo, políticamente sería un error no escuchar la voz del pueblo. No comparto totalmente esta afirmación, porque no creo que la Asamblea está “jurídicamente” facultada para aprobar todo lo que considere necesario; hay que aclarar,  que una cosa es la razón legal y otra la razón jurídica.

Voy a tratar de explicar de manera sencilla  la diferencia entre “razón legal” y “razón jurídica” Luis Muñoz Sabaté, en su libro Enfermedad y Justicia, dice que, hay razón legal pero no hay razón jurídica, cuando se incurre en abuso de derecho. De manera  general, se denomina abuso del derecho,  a la situación que se produce cuando el titular de un derecho, actúa de modo tal, que su conducta concuerda con las facultades que le concede la ley, pero su ejercicio resulta contrario a la buena fe, la moral, las buenas costumbres o los fines sociales. En Venezuela el abuso de derecho está expresamente regulado en el artículo 1185 del Código Civil que establece: “El que con intención, o por negligencia o por imprudencia, ha causado un daño a otro, está obligado a repararlo. Debe igualmente reparación quien haya causado un daño a otro, excediendo, en el ejercicio de su derecho, los límites fijados por la buena fe o por el objeto en vista del cual le ha sido conferido ese derecho”. En conclusión, no es verdad, que quien actúa al amparo de la ley pueda hacer lo que le de la gana sin ningún tipo  ningún tipo de límites; y mucho menos en un país que constitucionalmente se define como un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores la ética y el pluralismo político.  

La Asamblea Nacional debe hacer todo lo necesario para producir las leyes que tienen carácter de urgencia de acuerdo con las necesidades sociales. Pero si utiliza el tiempo que queda del periodo legislativo para  aprobar lo que considere políticamente conveniente para contrarrestar los efectos de las elecciones del  26 de septiembre, estará cometiendo un abuso de derecho, que como se explicó anteriormente, es un acto que va en contra de la moral, la buena fe y las buenas costumbres de una sociedad democrática: tendría razón legal, pero no tendría razón jurídica.  Si al ciudadano común se le exige que no se exceda en el ejercicio de sus derechos, con más razón debe exigírsele a los que  tiene  a su cargo el ejercicio del poder público. Creo que es conveniente recordar la celebre frase de  Cormenin Todo poder que no reconoce límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso” (nota: articulo publicado en septiembre de 2010)



miércoles, 8 de diciembre de 2010

El mal vivir


 La confrontación política en Venezuela está llegando a niveles inaceptables. Si bien es cierto que en esto contribuyen todos factores políticos, que no tienen otra forma de relacionarse que no sea la polémica y el ataque constante, el Presidente de la república es el principal responsable  del clima de temor y angustia que vive la gente. Conocemos el estilo presidencial, y no nos extraña que a cada crítica que se le haga al Presidente, este conteste con un insulto, pero últimamente su verbo siembra el terror en muchos venezolanos; veamos un ejemplo: el pasado domingo, en medio de la crisis por la inundaciones, responsabilizó a los propietarios de apartamentos y casas vacacionales de lo que estaba pasando, sembrando  el temor en las numerosa personas que con esfuerzo y sacrifico tiene propiedades para disfrutar en familia los días libres; el martes ante  el atraso en el otorgamiento de créditos hipotecarios, amenazó  con expropiar a los principales Bancos del país, sembrando el temor en los miles de ahorristas que esta época del año tienen depositados allí sus ahorros. Hoy me dijo  una señora: “no se puede vivir de esta manera; cada día hay una nueva preocupación”. En la  cadena presidencial de esta noche dijo el Presidente: Hay que cambiar “el mal vivir por el buen vivir”  Estamos de acuerdo con usted señor presidente; hágalo. Pero  empiece por cambiar su actitud, porque deliberada o inadvertidamente tiene aterrorizado al pueblo venezolano, que nunca ha sido indiferente ante la tragedia ajena y siempre ha ayudado al necesitado, pero también quiere paz para todos.  Puedo parece ingenuo, pero creo que si el presidente le está ofreciendo una feliz navidad a la gente, lo primero que tiene que hacer es rectificar, porque este estilo de hacer política, lo único que produce es “el mal vivir”

martes, 7 de diciembre de 2010

El corazón de las tinieblas

Este viernes se celebra el Día internacional de los Derechos Humanos: los horrores de la segunda guerra  mundial obligaron a la Asamblea General de las Naciones Unidas a promulgar un instrumento que recoge los principios básicos de la dignidad humana. Esta declaración, puede considerarse como el resultado de  un proceso histórico que, comenzó en el año 301 antes de Cristo, cuando la filosofía estoica destaca el valor de la dignidad del hombre, idea que desarrolla posteriormente el cristianismo; más tarde se convierte en el núcleo del derecho natural del siglo XIII que termina con la declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789,  y que alcanza su momento estelar el 10 de diciembre de 1948 en el acto que todos los años celebramos.  Pero esta importante fecha, no es celebrada de la misma manera: unos la ven como el día “dignificación del hombre”, otros la considera un momento de frustración,  porque mientras la naturaleza humana siga produciendo tanta maldad, es una paradoja hablar de Derechos Humanos.
 En  1902,  Joseph Conrad   escribe su polémica novela El Corazón de las Tinieblas. En ella narra la travesía de Charlie Marlow por el rio Congo en busca del señor Kurtz, jefe de una explotación de marfil. Marlow es testigo de las brutalidades que cometen los colonos contra los nativos africanos, y como el señor Kurtz, persona culta y civilizada se vuelve loco y comete  actos de barbarie increíbles: “El viaje de Marlow se trasforma en un descenso a los infiernos”.   Personalmente, considero que esta obra es una gran metáfora sobre la maldad humana: el viaje por el rio no es otra cosa que una  travesía hacia las profundidades del corazón humano,  donde habitan unos monstruos, que cuando salen al exterior producen las atrocidades más asombrosas. En 1979  Francis Ford Coppola hace una adaptación de la novela de Conrad en  su película Apocalypse Now, uno de los trabajos fílmicos que mejor describe el poder destructor de la  perversidad  humana. Ambientada en la guerra de Vietnam, la trama se refiere al viaje del capitán Willard, para matar al coronel Kurtz.  Siempre recuerdo unas palabras de este último personaje: “Soñé que un caracol se desplazaba sobre el filo de una navaja y a medida que avanzaba, el metal se iba hundiendo en su cuerpo”.  Así deliraba Kurtz, un oficial brillante que se trasforma en un monstruo, al contemplar cara a cara  la cruel realidad de la guerra; antes de morir, sus últimas palabras fueron: ¡El Horror! ¡El Horror!
Hoy, cuando nos preparamos para celebrar otra vez el Día Internacional de los Derechos Humanos, las páginas de los diarios  nos revelan que: la vida cada vez vale menos; la guerra y la confrontación son la regla y la paz la excepción; ni siquiera el interior de la familia se libra de la crueldad y la violencia;  la dignidad humana no es un valor y  el humanismo  -muchas veces-más que una conquista, es una “pose o etiqueta” que produce rentabilidad política.  Vuelvo a citar a José Antonio Marina “Hay que tomarse en serio a Shakespeare: La vida es un cuento absurdo, contado por un idiota sin gracia y lleno de furia. El hombre es una animal desdichado, porque sabe que es un animal y aspira a dejar de serlo” Lamentablemente, mientras celebramos el día de los derechos humanos, un nuevo tipo de hombre surge orgulloso y dominador despreciando los valores del humanismo, con un único objetivo en la vida: disfrutar de los placeres materiales a cualquier precio; un ser que parece venir del corazón de las tinieblas. jblanco@ucab.edu.ve

martes, 30 de noviembre de 2010

El humanismo ignaciano en Guayana

El pasado domingo se  celebró el abrazo en familia en el marco de los 45 años del Colegio Loyola. Fue un acto emotivo que llenó de alumnos y exalumnos la hermosa capilla del colegio. Allí afloraron muchos sentimientos por todo lo que el acto significó: el encuentro con los viejos compañeros, las añoranzas de la juventud en el bachillerato,  las remembranzas de los inicios del colegio, y   muy especialmente el agradecimiento a  todos los que de una u otra manera han construido la historia “del Loyola” en nuestra ciudad: un momento especial de profundo contenido ignaciano.

Para hablar de los 45 años del Colegio Loyola  y de  la labor de los jesuitas en Guayana  se necesitan varios artículos. Son muchos años, muchas experiencias  y muchas interpretaciones: se puede decir que, individualmente “cada  quien tiene su Loyola”. Mientras se celebraba la misa  recordé principalmente: de mi infancia, las visitas del P.  Palacios al negocio de mi papá en el recién inaugurado Centro Comercial Caroní, y sus largas conversaciones sobre cosas que para mí eran incomprensibles; de mi adolescencia rebelde en el bachillerato,  al P. Baquedano, pretendiendo que a esa edad entendiéramos la narrativa angustiosa de Steinbeck, o las diapositivas del P. Ollaquindia en sus disertaciones sobre la historia del arte;  y por encima de todo, aquellos  inolvidables  equipos de fútbol del  Loyola, que marcaban pauta en los torneos estatales, dirigidos exitosamente por el P. Odriozola. Después vino la etapa de la madurez en la Ucab - Caracas, con las enseñanzas del P. Olaso y recientemente la creación de  Ucab - Guayana bajo la dirección material y espiritual del P. Luis Ugalde.  Pero si algo tengo presente  como ejemplo de vida comprometida, son las últimas misas del P. Ollaquindia, luchando hasta el final contra un deterioro físico que acabó con su cuerpo, pero que no pudo derrotar su espíritu.

Hoy al lado del Loyola está la UCAB, formando un complejo educativo que difícilmente puede encontrarse en otro lugar del país, donde, en un mismo sitio,  un niño puede entrar a estudiar Kínder y al crecer, cursar primaria, secundaria, pregrado y salir con un título de postgrado;  indiscutiblemente, una de las obras más importantes en la historia de Guayana,  que junto a Fe y Alegría y a las demás obras de la Compañía de Jesús son ejemplo de trabajo y compromiso con la educación y el futuro del país.

Pero más allá de las instalaciones  y de la excelencia docente, creo que la obra de los jesuitas en Guayana ha dejado algo mucho más importante: El humanismo ignaciano. En efecto, en momentos en que la humanidad le da la espalda al hombre, y ante el progreso científico se manifiesta un gran empobrecimiento humano, el mensaje de San Ignacio está vigente.  En días pasados me preguntaron sobre un buen ejemplo de humanismo, e inmediatamente recordé el presupuesto de los Ejercicios Espirituales que dice: “… Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve.”  Se pueden alabar o criticar muchas cosas del Colegio y de sus egresados; no hay obra humana perfecta.  Pero por encima de todo hay un mensaje y una ética, que se grava en el corazón  de quienes más allá del prestigio que puede ofrecer la fama o la calidad educativa,  aprenden que en la vida lo más importante es amar y servir. jblanco@ucab.edu.ve

jueves, 25 de noviembre de 2010

Conversaciones sin rostro

Simone de Beauvoir, en su libro América día a día, que es una especie de diario del viaje que realizó a los Estados Unidos en los primeros meses del año 1947, se quejaba de las conversaciones que tenía que realizar  a través  del hilo telefónico con personas que muchas veces  no conocía: “eran solo son nombres sin rostro anotados en una agenda”.  Esto, que para la famosa escritora era algo inaceptable dentro de lo que consideraba una buena relación humana, es  muy natural en nuestros días:  se puede decir sin exagerar, que la conversación telefónica “sin rostro” es más común que la conversación humana “cara a cara”. No sabemos que habría pensado   la mítica figura de las letras francesas,  si hubiera observado el uso exagerado hace el hombre de hoy del teléfono celular; lo usa hasta para hablar con los que están a su lado, poniendo en peligro de extinción una de las cosas que más necesitamos  los seres humanos: la conversación personal.  Si consideraba al viejo teléfono como un aparato maléfico, que pensaría del moderno Blackberry,  que en muchas ocasiones,  hace que el hombre de hoy se identifique más con las máquinas que con los seres orgánicos,  igual que en la metáfora apocalíptica de la película de Stanley Kubrick  2001 Odisea del Espacio.
Los trastornos de conducta que produce la adicción al celular son objeto de estudio profesional especializado. Pero desde el campo de la literatura también se han levantado voces de crítica y alerta. Arturo Pérez Reverte en su libro Con ánimo de ofender ,  reproduce un artículo que  titula El bobo del móvil (En España se le dice móvil al celular) Allí, con su pluma irónica y demoledora, arremete contra las personas que utilizan los celulares de la manera absurda, inoportuna e inadecuada: el que en las colas cuenta su vida a viva voz y no deja vivir a los demás;  el que al hablar gesticula exageradamente  y trata de ilustrar con lenguaje corporal, cuando quien lo escucha no lo ve y quien lo está viendo no lo escucha; los que en la tranquilidad de las salas de espera se esmeran en dar  instrucciones domésticas o profesionales , que no permiten a los demás ocuparse de sus propios pensamientos o preocupaciones etc.   Son solo unos ejemplos que con buen estilo y humor narra el autor. Entre nosotros las cosas pueden ser más graves, como el caso  de las cenas de fin de año, donde  las tradicionales anécdotas o el poema Las Uvas del Tiempo de Andrés Eloy Blanco fueron sustituidos  por el facebook  y los mensajes de texto.
El cantautor uruguayo Jorge Drexler en la canción Mi guitarra y vos  dice “el hombre hace la máquina… y  es lo que el hombre hace con ella”  En efecto, los avances tecnológicos deben estar al servicio del hombre como  “instrumentos” de ayuda y de crecimiento personal.  Hay niños que  solo quieren aprobar el curso para que el regalen un Blackberry, que es el sueño de moda.  Los padres tienen que orientarlos, porque los teléfonos son para comunicarse  y  cultivar relaciones humanas. Lo importante son los amigos no los “contactos” y la verdadera amistad necesita del “cara a cara”  La alerta que en 1947 lanzó Simone de Beauvoir  rechazando las conversaciones sin rostro, está vigente, porque la explosión tecnológica nos está convirtiendo en “seres de metal” Nada es más importante que una sonrisa o una mirada  y eso no lo produce ninguna máquina: Decía Antonio Machado “Los ojos en que te miras son ojos porque te ven” Jblanco@ucab.edu

martes, 23 de noviembre de 2010

La socialización del hombre

A mediados del siglo pasado, el filosofo español José Ortega y Gasset, advierte sobre el peligro, de que la tendencia a socializar  la vida del hombre,  acabe con la existencia privada. No se trata solo de un asunto político, es más bien un problema antropológico,  que amenaza una forma de vivir: lo público penetra de tal manera en lo privado que no deja al hombre esta solo consigo mismo; el ruido de la vida entra hasta en los rincones más íntimos y poco a poco los espacios privados se van perdiendo,  el individuo va desapareciendo arrastrado por la masificación.
Una de las cosas que más preocupa al citado autor, es que la vida familiar queda reducida ante el crecimiento de la sociedad civil.  Si analizamos estas ideas a la luz del panorama actual, debemos concluir que Ortega no estaba equivocado. La globalización y la exagerada tendencia hacia el colectivismo, ha dejado a la familia prácticamente arrinconada. Las costumbres tradicionales de “compartir en familia” casi han desaparecido; hasta las  reuniones familiares  de cumpleaños o fechas navideñas son sustituidas por festejos en lugares públicos y una de las cosas más importantes de la vida privada, la conversación, es sustituida por el e-mail o el mensaje de texto.
Es indiscutible que el hombre moderno tiende a desindividualizarse. El progreso y las nuevas formas de vivir lo llevan a sentirse masa. La necesidad de vivir en común y ser parte del cuerpo social se distorsiona y pone en peligro una dimensión  indispensable de la vida humana como es lo privado: “El gran crimen de Sócrates fue su pretensión de poseer un demonio particular, privado: es decir, una pretensión individual”
Hago estas reflexiones, porque en el proyecto de ley de las comunas, aparecen una serie de disposiciones que pueden confundir al ciudadano desprevenido, ya que presentan la dimensión individual del hombre como algo malo, confundiéndola con el egoísmo: una cosa es que solo piense en mí, sin preocuparme por los demás  y otra muy diferente es que no pueda disponer de mis espacios privados, porque en algunos momentos todos necesitamos estar solos con nosotros mismo.  Por eso he criticado esa satanización de lo individual.
Dice Ortega: “La socialización del hombre es una faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás –propósito excelente que no me causa enojo alguno- sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Por ejemplo: a que yo adopte las ideas y gustos de los demás. Prohibido todo aparte, toda propiedad privada incluso esa de tener convicciones para uso exclusivo de cada uno… La divinidad abstracta de “lo colectivo” vuelve a ejercer su tiranía  y está causando estragos en toda Europa”
Creo que a buen entendedor pocas palabras bastan: no estoy en contra de lo comunal ni de los valores sociales que sustenta la vida humana; lo que critico es ese odio irracional hacia el individualismo y el liberalismo, que no permite  ver,  que además de la dimensión política que puedan tener, constituyen algo fundamental para el hombre, como es el derecho que tiene cada ser humano a ser protagonista y dueño de su destino. Jblanco@ucab.edu.ve

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un mundo sin Dios

El último número de la revista  española Tiempo, dedica su portada y tema principal, a la polémica surgida con motivo de las declaraciones del astrofísico Stephen Hawkins  sobre el origen del universo.  Considerado como el científico más importante después de Einstein,  al anunciar su próximo libro, El magnífico Diseño,  Hawkins dice que, Dios no es necesario para explicar la aparición del Universo; entre otras cosas, afirma que el universo no fue creado, que siempre ha estado ahí, y “Si Dios no creo el universo, ¿Qué sentido tiene; que falta hace?” Como es natural,  esto ha producido reacciones de todo tipo, porque más allá de la especulación científica, toca fibras muy sensibles en los creyentes, principalmente en aquellos que honestamente orienta su vida con la fe.

En la publicación que estoy comentando, se citan dos respuestas de miembros importantes de la Iglesia Católica: El Jesuita Guy Consolmagno y el Papa Benedicto XVI: El primero ataca directamente los argumentos de  Hawkins, asegurando que el científico no explica “por qué existe algo en lugar de nada” y concluyen que,  “Dios es la razón por la cual la existencia misma existe”. Por otro lado, el Papa, si bien no responde directamente al científico, considera que Dios es indispensable para el mantenimiento de un orden moral. Dice el sumo pontífice: “Todos los valores en que se basa la sociedad vienen del Evangelio, como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo o de la familia. La experiencia enseña que un mundo sin Dios es un infierno en el prevalecen los egoísmos, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, de alegría y de esperanza”.

Debo manifestar que, como católico me complacen las repuestas que ha presentado la Iglesia en este debate;  no son dogmas ciegos, sino argumento válidos en defensa de la fe. Principalmente creo que hay que meditar sobre la respuesta del Papa: Hoy en nuestro país estamos enfrascados en una contienda , que en realidad no es más que un torneo de odios y resentimientos; en medio de la confrontación, se afirma que la causa de todos los males del mundo es el capitalismo, que acaba con el hombre; no creo que esto sea cierto, considero que la raíz del mal está en una “filosofía radicalmente laicista” que pretende hacer desaparecer a Dios de la vida del hombre. Este es el verdadero mal de la época que nos ha tocado vivir.

Por eso,  ante la pregunta ¿Para qué hace falta Dios? Yo respondería con las clásicas preguntas de la filosofía ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida, ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?  Responder esto, es prácticamente imposible si ignoramos a Dios. San Agustín en el libro XIII de sus Confesiones, después de referirse al universo y a toda la creación concluye: “Vemos todas estas cosas, y son muy buenas porque tú las ves en nosotros, tú que nos distes el espíritu para verlas y amarte en ellas”. Cada vez que veo la imagen de Hawkins  en una silla de ruedas, afectado por una penosa enfermedad que solo le permite mover los ojos y pensar, pero dotado de esa grandiosa capacidad de razonamiento, me acuerdo de las palabras de San Agustín, porque para el santo, la inteligencia es un regalo de Dios. jblanco@ucab.edu.ve

sábado, 20 de noviembre de 2010

El tiempo y la vida humana

Si hay algo que caracteriza indiscutiblemente a la vida humana es su condición temporal; a pesar de la grandeza del hombre, su existencia está limitada en el tiempo: nadie vive para siempre. La temporalidad humana ha sido objeto de interminables reflexiones a través de la historia, convirtiéndose en un enigma que para muchos es incompresible. Pero dejando de lado la profundidad teológica o filosófica, al hombre  de hoy lo que le preocupa es descubrir la mejor forma de “vivir el tiempo”; no importa la duración, sino la calidad de la vida. No es un tema para tan corto espacio, pero sobre él se pueden decir algunas cosas, e inclusive, advertir sobre algunos peligros: Es posible que ante la obsesión por derrotar el tiempo, el hombre se esté olvidando,  que lo más importante es vivir, y no vivir de cualquier manera, sino vivir como un ser humano.
El hombre trata de vencer el tiempo y para eso utiliza la velocidad. Los avances tecnológicos le permiten desplazarse, o hacer cosas más rápidamente. Con esto se logra producir más en menos tiempo, y quien más produce es más exitoso y competitivo. Para el hombre de hoy el tiempo es uno de los recursos más preciados; no hay pecado mayor que perder el tiempo. Por otro lado,  para tener éxito hay que organizar el tiempo: quien no lleva agenda  o prepara  cronogramas de actividades está condenado al  fracaso. Ahora bien, como todo en la vida, los excesos son malos, y el afán de productividad u organización  están ocasionando dos  fenómenos, que pueden calificarse como enfermedades de la postmodernidad: “El imperio del reloj” y  la “Dictadura de la Agenda” En efecto, hay una adición exagerada a “mirar la hora” y una obsesión por “ordenar el futuro” planificando exageradamente de antemano lo que se va a hacer. Roger Polt Droit en su libro Experiencias de la Filosofía Cotidiana, propone 101 experimentos sencillos para vivir, mirando nuestra vida con otros ojos. El experimento numero 98 se llama “Quitarse el Reloj”; Consiste en tratar de vivir normalmente, algunos periodos de tiempo, sin reloj. La sensaciones son interesantes: en un primer momento la persona se siente insegura y desconectada, pero si se insiste y se entrena, se aprende a percibir el tiempo de una manera, diferente, interna, natural y relajada. Según el autor, si usted consulta la hora cada cuarto de hora, se ha convertido en un adicto, que está siendo perjudicado por el reloj. Lo mismo ocurre con las personas obsesionadas con la “agendización”, nunca viven el presente porque solo están pendiente de lo que tienen que hacer en el futuro.
J. Leclerq en su libro El elogio a la pereza, hace una propuesta alternativa a los problemas antes mencionados “Hay que abolir la prisa, ser dueños del tiempo y la situación, vivir con serenidad y sin sobresalto, no haciéndose esclavos de los horarios, ni de los resultados, ni de la planificación, porque “la demora misma es la ganancia del sentido… “Las grandes obras y los grandes gozos no se saborean corriendo”. Esta semana gran cantidad de personas sale de vacaciones, y lo paradójico, es que en vez de ir a descansar,  van a sumergirse en un tumulto de gente  y en el apresuramiento de cien cosas a la vez.  Ante este panorama, es necesario rescatar el ritmo natural de la vida humana. Decía  Ricardo Yepes “Vivimos en un mundo que ha perdido la paciencia y ante esta situación lo único recomendable es aprender a esperar”.  jblanco@ucab.edu.v

martes, 16 de noviembre de 2010

La sombra de Sísifo

Sísifo, personaje de La Odisea de  Homero, es castigado por los dioses y condenado a empujar un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, pero cada vez que se acerca, la piedra se viene abajo y Sísifo tiene que comenzar una y otra vez esta dura e interminable tarea. Albert Camus utiliza este pasaje homérico, para hacer un ensayo sobre el hombre absurdo y la inutilidad de su vida. El citado autor reflexiona sobre el valor de la vida, presentando este mito como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre moderno, que consume su vida en actividades totalmente deshumanizadas, dejado siempre latente la pregunta: ¿Vale la pena vivir la vida? El drama de Sísifo se presenta como símbolo del absurdo de la condición humana.

A pesar del tiempo que ha trascurrido y del aparente momento estelar del progreso, la imagen de Sísifo sigue vigente. El hombre de hoy ha alcanzado un increíble adelanto científico, pero no ha logrado resolver sus grandes problemas, ni liberarse de los miedos que le agobian: la enfermedad, la vejez, la muerte,  el fracaso, la soledad etc.  En nuestro país, además de esos problemas antropológicos,  tenemos otro adicional: la errada conducción política. Si analizamos la historia reciente, parece una crónica de desaciertos y fracasos: no acaba de consolidarse un proyecto viable de vida común y desarrollo social; cada día hay un nuevo problema; pareciera que “Sísifo es el país”, que lucha sin esperanza por superar la cuesta de sus traumas sociales.

 En días pasados, una persona que sigue mis opiniones, decepciona por la realidad venezolana me dijo: “Tú no te has dado cuenta de que aquí no hay nada que hacer, todo está perdido, esto no se arregla con un cambio de gobierno,  porque el problema es que somos un fracaso como personas y como sociedad”, Esta visión pesimista del país no es un hecho aislado, sino que está creciendo en forma rápida y preocupante: la sombra de Sísifo se cierne sobre los venezolanos.

Personalmente no comparto esta visión pesimista de la vida. Siempre recuerdo a mi maestro, el sacerdote jesuita Luis María Olaso, ejemplo de vida comprometida con la búsqueda de la justicia y la esperanza de un mundo mejor. En la primera clase de introducción al derecho, nos recomendó la lectura del libro Ocho Grandes Mensajes, obra que contiene parte importante de la doctrina social de la Iglesia Católica, con sabias recomendaciones sobre la prudencia política de los gobernantes y la participación responsable de los ciudadanos. Allí se interpretan los signos de los tiempos, se analizan las máximas necesidades de los hombres, hacia dónde camina el mundo y cuáles son las grandes rutas por las que hay que buscar una paz fundamentada en la justicia.

Son mensajes de optimismo ante tanta oscuridad. Nos decía el padre Olaso, que el creía firmemente en eso, y repetía la célebre frase del Concilio Vaticano Segundo “El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones  venideras, razones para vivir y razones para esperar” Creo que hay que inspirarse en estas ideas, porque constituyen el cimiento de la vida humana,  que se nutre de la esperanza, de que siempre al final, la buena voluntad, el esfuerzo y la justicia se imponen a la adversidad. Hasta Camus reconocía que, cuando Sísifo empuja la piedra, lo hace con esperanza. Jblanco@ucab.edu.ve  

viernes, 12 de noviembre de 2010

La expropiación de la voluntad individual

No queda ninguna duda, de que el proceso político que lidera el presidente Chávez no se conforma con cambiar las instituciones, sino que quiere cambiar la sociedad y la forma de vivir de los venezolanos. Hay una gran preocupación por el destino del país, ya que nadie puede saber a ciencia cierta a dónde va a parar esta aventura política.  En los últimos días crece el nerviosismo y la incertidumbre, por  la ola de expropiaciones y el destino de los bienes de los ciudadanos ante  el peligro de la desaparición del derecho a la propiedad privada. Pero hay  algo más grave, que todavía no percibe claramente el ciudadano común: este torrente revolucionario no  solo pone en peligro lo que tiene o puede llegar a tener, sino que también coloca en situación de riesgo,  el derecho a decidir  en forma autónoma e individual sobre sus relaciones privadas.  En efecto, para la revolución, pareciera que no existe  el principio de la autonomía de la voluntad,  que es el pilar fundamental del derecho privado.

Todo ordenamiento jurídico que pretenda garantizar los derechos subjetivos de carácter privado, tienen que establecer el principio de  la autonomía de la voluntad,  que es la capacidad de los sujetos de autorregular sus relaciones en la forma que deseen.  En un sistema  de libertad individual,  los particulares tienen la libre disposición de sus derechos y pueden dar a los mismos el destino que estimen conveniente, siempre dentro de los límites que les establezcan las leyes, la moral y las buenas costumbres. Lo ideal,  es que el Estado actué para proteger el interés colectivo y a la vez garantice los espacios de libertad individual. El ejercicio de la autonomía de la voluntad  es el ejercicio de la libertad; sin autonomía de la voluntad difícilmente puede haber libertad.

Pero  en nuestro país y en los tiempos que corren, la libertad individual no es autónoma, como debería serlo de acuerdo con la constitución; pareciera que como dicen algunos postmodernos, tenemos una libertad sin voluntad.  El control de la voluntad individual  se torna cada vez más intenso: los requisitos legales para realizar cualquier acto  de disposición de bienes o creación de empresas,  son tan exagerados que a veces lo hacen imposible; en días pasados, en un programa radial se comentaban  proyectos de leyes que establecen como condición para la venta de los inmuebles, ofrecérselos previamente al Estado, a los familiares o a los vecinos; una señora de Maracaibo, denunciaba por las redes sociales que para viajar con sus hijos le pedían una autorización de los Consejos Comunales;  el colmo de todo esto, es que inclusive para realizar trámites ante el Ministerio de Vivienda y Hábitat  los solicitantes deben tener el visto bueno  de los Consejos Comunales . Si las cosa siguen así,  dentro de poco en Venezuela, el ciudadano común no podrá hacer nada sin pedir permiso  y obtener  autorización previa.

El respeto a la autonomía de la voluntad individual, es una conquista del hombre, que todos los Estados de Derecho modernos reconocen. Nosotros la tenemos establecida  formalmente en el ordenamiento jurídico, pero en la práctica se está destruyendo. La mejor forma  de defenderla es exigir que se respete y no aceptar los hechos que la menoscaben. Si dejamos que nos “expropien” la voluntad  es porque no entendemos que los derechos son más importantes que los bienes. Jblanco@ucab.edu.ve

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La expropiación de la libertad individual

No queda ninguna duda, de que el proceso político que lidera el presidente Chávez no se conforma con cambiar las instituciones, sino que quiere cambiar la sociedad y la forma de vivir de los venezolanos. Hay una gran preocupación por el destino del país, ya que nadie puede saber a ciencia cierta a dónde va a parar esta aventura política.  En los últimos días crece el nerviosismo y la incertidumbre, por  la ola de expropiaciones y el destino de los bienes de los ciudadanos ante  el peligro de la desaparición del derecho a la propiedad privada. Pero hay  algo más grave, que todavía no percibe claramente el ciudadano común: este torrente revolucionario no  solo pone en peligro lo que tiene o puede llegar a tener, sino que también coloca en situación de riesgo,  el derecho a decidir  en forma autónoma e individual sobre sus relaciones privadas.  En efecto, para la revolución, pareciera que no existe  el principio de la autonomía de la voluntad,  que es el pilar fundamental del derecho privado.

Todo ordenamiento jurídico que pretenda garantizar los derechos subjetivos de carácter privado, tienen que establecer el principio de  la autonomía de la voluntad,  que es la capacidad de los sujetos de autorregular sus relaciones en la forma que deseen.  En un sistema  de libertad individual,  los particulares tienen la libre disposición de sus derechos y pueden dar a los mismos el destino que estimen conveniente, siempre dentro de los límites que les establezcan las leyes, la moral y las buenas costumbres. Lo ideal,  es que el Estado actué para proteger el interés colectivo y a la vez garantice los espacios de libertad individual. El ejercicio de la autonomía de la voluntad  es el ejercicio de la libertad; sin autonomía de la voluntad difícilmente puede haber libertad.

Pero  en nuestro país y en los tiempos que corren, la libertad individual no es autónoma, como debería serlo de acuerdo con la constitución; pareciera que como dicen algunos postmodernos, tenemos una libertad sin voluntad.  El control de la voluntad individual  se torna cada vez más intenso: los requisitos legales para realizar cualquier acto  de disposición de bienes o creación de empresas,  son tan exagerados que a veces lo hacen imposible; en días pasados, en un programa radial se comentaban  proyectos de leyes que establecen como condición para la venta de los inmuebles, ofrecérselos previamente al Estado, a los familiares o a los vecinos; una señora de Maracaibo, denunciaba por las redes sociales que para viajar con sus hijos le pedían una autorización de los Consejos Comunales;  el colmo de todo esto, es que inclusive para realizar trámites ante el Ministerio de Vivienda y Hábitat  los solicitantes deben tener el visto bueno  de los Consejos Comunales . Si las cosa siguen así,  dentro de poco en Venezuela, el ciudadano común no podrá hacer nada sin pedir permiso  y obtener  autorización previa.

El respeto a la autonomía de la voluntad individual, es una conquista del hombre, que todos los Estados de Derecho modernos reconocen. Nosotros la tenemos establecida  formalmente en el ordenamiento jurídico, pero en la práctica se está destruyendo. La mejor forma  de defenderla es exigir que se respete y no aceptar los hechos que la menoscaben. Si dejamos que nos “expropien” la voluntad  es porque no entendemos que los derechos son más importantes que los bienes. Jblanco@ucab.edu.ve


Los constructores de la paz en Ciudad Guayana

hace unos días, la Iglesia Católica de Ciudad Guayana celebró uno de los actos más importantes de los últimos tiempos: la vigilia por la paz. En momentos que la violencia invade todos los aspectos de la vida del hombre,  y el asesinato, su manifestación más extrema, cobra diariamente muchas vidas humanas, es necesario que la sociedad reaccione,  promoviendo acciones para la construcción de una verdadera cultura de paz.  Este diario reseña el evento con una frase de nuestro obispo Mariano Parra Sandoval: faltan constructores de paz en Guayana. El titular remueve  una vieja e inacabada discusión, que se produce por el desinterés del ciudadano guayanés, en la construcción de canales convivencia pacífica, tanto en lo referente a las delicadas situaciones de inseguridad personal, como en la solución de los pequeños problema cotidianos.

Un amigo  barquisimetano, profesor de sociología, al analizar el carácter conciliador del ciudadano venezolano,  afirma que, si hay una ciudad en Venezuela donde es casi imposible llegar un arreglo, esa es Ciudad Guayana,  porque está habitada por el ser más problemático y violento del país. Para demostrar su afirmación, hace una  comparación entre los barquisimetanos y los Guayaneses: dice que, la gente de Lara que tiene un gran arraigo y desciende principalmente de campesinos y comerciantes: el campesino es humilde, y el comerciante cree que la negociación es la mejor manera de resolver los problemas de la vida. Con el guayanés ocurre lo contrario: los fundadores de esta ciudad eran personas  de paso, que solo venían a trabajar para después regresar a su  lugar de origen,  y por lo tanto para ellos no existía la necesidad de relacionarse bien con su vecino;  Por otro lado,  en Guayana se destaca el perfil del profesional o técnico, que no es necesariamente humilde, sino más bien, riguroso y autosuficiente; actitudes que pueden  ser valiosas para el desarrollo, pero que  mal entendidas o exageradas pueden ser perjudiciales para la convivencia social. Yo no tengo pruebas que demuestren la exactitud de esta tesis, pero en mi experiencia judicial, muchas conciliaciones, fracasaron al chocar con personalidades problemáticas, para quienes la paz y la tranquilidad no es una valor;  más bien, pareciera que lo único que alimenta sus vidas es el conflicto permanente.

Creo que la afirmación de que, somos los más problemáticos y violentos del país es una exageración. Pero  ante la crítica, la actitud sabia no es ponerse a la defensiva, sino analizar la raíz de los problemas. Este artículo comienza destacando  la cita de nuestro Obispo: En Guayana no hay constructores de paz. Ahora bien, construir la paz es una tarea difícil, porque es un problema cultural. Hay que comenzar por sembrar en el ciudadano los valores de la paz: mientras desde el más alto nivel de gobierno se utilizan imágenes y lenguajes belicistas, considerando que hasta los actos de convivencia más elementales son  batallas y mientras a nivel individual, se trasmite la idea de que la vida es una especie de negocio, que solo se mueve ante la pérdida o la ganancia económica individual, es muy difícil sembrar la cultura de la paz, que requiere una honda trasformación social.  Porque al igual que los grandes ideales, la paz solo existe entre quienes creen en ella, la desean, la buscan y la defiende. Jblanco@ucab.edu.ve

El tiempo y la vida humana

Si hay algo que caracteriza indiscutiblemente a la vida humana es su condición temporal; a pesar de la grandeza del hombre, su existencia está limitada en el tiempo: nadie vive para siempre. La temporalidad humana ha sido objeto de interminables reflexiones a través de la historia, convirtiéndose en un enigma que para muchos es incompresible. Pero dejando de lado la profundidad teológica o filosófica, al hombre  de hoy lo que le preocupa es descubrir la mejor forma de “vivir el tiempo”; no importa la duración, sino la calidad de la vida. No es un tema para tan corto espacio, pero sobre él se pueden decir algunas cosas, e inclusive, advertir sobre algunos peligros: Es posible que ante la obsesión por derrotar el tiempo, el hombre se esté olvidando,  que lo más importante es vivir, y no vivir de cualquier manera, sino vivir como un ser humano.
El hombre trata de vencer el tiempo y para eso utiliza la velocidad. Los avances tecnológicos le permiten desplazarse, o hacer cosas más rápidamente. Con esto se logra producir más en menos tiempo, y quien más produce es más exitoso y competitivo. Para el hombre de hoy el tiempo es uno de los recursos más preciados; no hay pecado mayor que perder el tiempo. Por otro lado,  para tener éxito hay que organizar el tiempo: quien no lleva agenda  o prepara  cronogramas de actividades está condenado al  fracaso. Ahora bien, como todo en la vida, los excesos son malos, y el afán de productividad u organización  están ocasionando dos  fenómenos, que pueden calificarse como enfermedades de la postmodernidad: “El imperio del reloj” y  la “Dictadura de la Agenda” En efecto, hay una adición exagerada a “mirar la hora” y una obsesión por “ordenar el futuro” planificando exageradamente de antemano lo que se va a hacer. Roger Polt Droit en su libro Experiencias de la Filosofía Cotidiana, propone 101 experimentos sencillos para vivir, mirando nuestra vida con otros ojos. El experimento numero 98 se llama “Quitarse el Reloj”; Consiste en tratar de vivir normalmente, algunos periodos de tiempo, sin reloj. La sensaciones son interesantes: en un primer momento la persona se siente insegura y desconectada, pero si se insiste y se entrena, se aprende a percibir el tiempo de una manera, diferente, interna, natural y relajada. Según el autor, si usted consulta la hora cada cuarto de hora, se ha convertido en un adicto, que está siendo perjudicado por el reloj. Lo mismo ocurre con las personas obsesionadas con la “agendización”, nunca viven el presente porque solo están pendiente de lo que tienen que hacer en el futuro.
J. Leclerq en su libro El elogio a la pereza, hace una propuesta alternativa a los problemas antes mencionados “Hay que abolir la prisa, ser dueños del tiempo y la situación, vivir con serenidad y sin sobresalto, no haciéndose esclavos de los horarios, ni de los resultados, ni de la planificación, porque “la demora misma es la ganancia del sentido… “Las grandes obras y los grandes gozos no se saborean corriendo”. Esta semana gran cantidad de personas sale de vacaciones, y lo paradójico, es que en vez de ir a descansar,  van a sumergirse en un tumulto de gente  y en el apresuramiento de cien cosas a la vez.  Ante este panorama, es necesario rescatar el ritmo natural de la vida humana. Decía  Ricardo Yepes “Vivimos en un mundo que ha perdido la paciencia y ante esta situación lo único recomendable es aprender a esperar”.  jblanco@ucab.edu.ve

Visión antropológica del aborto

La Asamblea Nacional se prepara para debatir sobre uno de los problemas más importantes de las sociedades modernas: la legalización del aborto.  No es un asunto sencillo, es algo que requiere de mucha prudencia y sabiduría, para tomar la decisión más acertada de acuerdo con los valores que orientan a una sociedad que se define  como humanista y pretende serlo realmente. Creo que la primera recomendación que hay que hacer, es que en este tema no se dejen llevar por la moda,  y de manera apresurada se legalice el aborto solo porque en otros países ya lo han hecho.
El debate sobre el aborto debe comenzar por establecer con claridad,  de que hablamos cuando hablamos del aborto. Decía Julián Marías en un ensayo sobre el tema: “Lo que me interesa es entender qué es el aborto. Con increíble frecuencia se enmascara su realidad con sus fines. Quiero decir que se intenta identificar el aborto con ciertos propósitos que parecen valiosos, convenientes o por lo menos aceptables: la regulación de la población, el bienestar de los padres, la situación de la madre soltera, las dificultades económicas… Se podría investigar en cada caso, la veracidad o la justificación de esos fines. Pero lo que quiero demostrar es que esos fines no son el aborto. Lo correcto es decir: para esto (para conseguir esto o lo otro) se debe matar a tales personas. Esto es lo que se propone, lo que en tantos casos se hace en muchos países en la época en que vivimos”  de la cita anterior podemos concluir que,  la significación antropológica de la palabra aborto, no es otra cosa que, “matar personas para solucionar problemas”
Otro aspecto del problema que hay que tener presente, siguiendo las ideas de Marías, es la distinción entre “cosa” y “persona” según el uso del lenguaje.  “Si entro en una habitación donde no hay ninguna persona diré “no hay nadie” Pero no se me ocurrirá decir, “no hay nada” porque puede estar llena de cosas” de la misma manera en el problema del aborto no debemos perder de vista que siempre estamos hablando de  “alguien”, y no de “algo”
Considero que el debate nacional sobre el aborto debe comenzar por una sería campaña de información. Seguramente escucharemos las justificaciones religiosas, científicas, sociológicas o jurídicas que se pronunciarán en contra o a favor. Personalmente, como católico, estoy claro en mi posición en contra del aborto, pero como miembro una comunidad plural no pretendo que se le imponga a toda una sociedad una moral particular; en este sentido, sería bueno que la aprobación de una reforma sobre el aborto sea objeto de referéndum. Lo importante, es que todo ciudadano esté suficientemente claro sobre lo que se discute, para poder expresarse responsablemente. Y es  aquí donde destaco esta visión antropológica, porque más allá de los fines, no se debe perder de vista la realidad de lo que es el aborto: una forma de resolver un problema mediante la eliminación de una persona.  Por eso, cuando te toque opinar o decidir sobre el aborto, piensa que no te estás pronunciando sobre “algo”, sino sobre “alguien”.  jblanco@ucab.edu.ve

La muerte de un ser querido

Epicuro, ilustre filosofo griego, consideraba que la muerte no es nada para nosotros, porque, “mientras vivimos no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son”. Estos razonamientos que datan del año  300 antes  de Cristo, no convencen mucho al hombre de hoy, que le teme tanto a la muerte, que trata de evitarla a toda costa y  lo mejor que ha  inventado para remediarla es ignorarla, no hablar de ella,  ni pensar en ella. Otra figura emblemática del pensamiento filosófico griego, Sócrates,  antes de beber la cicuta, trata de convencer a sus amigos que le acompañan en ese difícil momento,  que no tienen que preocuparse, porque de acuerdo con la teoría de los contrarios, si cada cosa tiene necesariamente un  lado opuesto,  y lo contrario a nacer es  morir, lo contrario a morir tiene que ser revivir.

Las especulaciones filosóficas sobre la muerte siempre tendrán vigencia porque nadie puede saber  de antemano en qué consiste como experiencia personal. En consecuencia,  no se puede afirmar ni negar la tesis de Epicuro o Sócrates, ni podemos saber si la muerte es un bien o un mal. Pero lo que ciertamente es real y nos produce un profundo dolor es la muerte de los seres queridos. José Luis Martin Descalzo, en su libro  Razones para vivir, dice que la muerte de un ser querido es una mutilación que el ser humano no esta preparado para enfrentar. No hay remedios ni razones, que puedan hacer desaparecer los sentimientos. Es más, afirma que nadie es completamente humano si no ha vivido esa experiencia: cuando se pierde a un ser querido la vida cambia, las cosas tienen otro sentido, se  vive de otra manera.  Por otro lado,  Ricardo Yépes Stork en  sus Fundamentos de Antropología, analizando el impacto de la muerte en el hogar asevera  “Inclusive la muerte de alguien cercano, en la casa, puede tener aire de fiesta, pues es en esas ocasiones cuando se descubre el cariño, el amor que es fuerte como una roca y que en la vida de lo ordinario no se dice”.  En conclusión, cuando un ser querido muere, renace en la intensidad del amor que crece en los corazones de quienes lo aman; “vive de otra manera dentro de nosotros”.  Lo que materialmente es considerado como ausencia,  muchas veces se convierte en una fuerte presencia espiritual.

Hoy se conmemora el día de los fieles difuntos. Apartando el significado religioso de la fecha, las imágenes de los camposantos llenos de gente, dicen mucho  más,  que lo que las palabras pueden expresar.  Si hay algo que verdaderamente no puede vencer la muerte, es el amor hacia los seres queridos. Hace unos días fui al cementerio a visitar la tumba de mi padre,  y puede apreciar que  en la mayoría de  las tumbas había flores  frescas recién colocadas,  que le daban un aspecto especial al paisaje, parecido a esas nostálgicas pinturas impresionistas de Monet,  que trasmiten paz y serenidad. Pero no las vi como homenaje mortuorio,  sino como signo de  vida espiritual  permanente. Porque como decía Gonzalo  Torrente Ballester en sus Mundos Imaginarios “Nadie se muere hasta que lo olvidan, la única manera de morir es ser olvidado” Por eso hoy es un día especial,  en que  se manifiesta intensamente algo que indiscutiblemente nos hace más humanos: el amor, el recuerdo y la vida de los seres  queridos.  jblanco@ucab.edu.ve

Revolución o actitud revolucionaria

La naturaleza del movimiento político que lidera el presidente Hugo Chávez, es objeto de permanente discusión: para sus seguidores, es una verdadera revolución que está trasformado a la sociedad; para sus adversarios, no es más que un régimen político autoritario que solo quiere mantenerse en el poder. Ahora bien, ¿Qué es una revolución? Y lo más importante ¿Estaremos en presencia de una revolución?  Voy a tratar de responder brevemente estas preguntas.
De una manera muy general, se  llama  revolución,  al acto que produce una ruptura con las formas del pasado, trasformando –según el caso- el comportamiento de la gente, las estructuras sociales, etc. Ahora bien, la revolución bolivariana, desde su inicio, se centró en el aspecto jurídico: decretó la muerte de constitución de 1961; convocó a una Asamblea Nacional Constituyente para promulgar un nueva Constitución y, utiliza la legislación para realizar los cambios que se ha propuesto. Pero bajo la óptica jurídica, el vocablo, revolución, no es unívoco sino que tiene varias acepciones. Luis Recasens Siches, en su obra Filosofía del Derecho destaca cuatro sentidos de la palabra revolución:
1º Cambio radical del contenido de las normas que regulan una sociedad, sustituyéndolas por otras opuestas a las que rigieron el orden anterior.
2º  Expresión de un sentido progresista, que pretende, transformar la sociedad conforme a nuevos requerimientos de justicia, dentro de los cauces legales, promulgando una nueva constitución y elaborando nuevas leyes. (A mi juicio,  ésta fue –en principio- la propuesta  de la revolución bolivariana) 
3º Trasformación de la vida social por la aparición de nuevos valores que la orientan. (Ejemplo  de esto fue el Cristianismo o el Renacimiento)
4º Como sinónimo de actitud revolucionaria, que se caracteriza por el menosprecio de las estructuras sociales reales, y que pretende sustituirlas por una concepción del intelecto o idea de sociedad perfecta.
            La  denominada revolución bolivariana, comenzó con buen pie, promoviendo la trasformación del Estado dentro de los cauces legales, utilizando  la vía democrática para convocar a una Asamblea Constituyente y promulgando una Constitución inspirada en el respeto a los derechos humanos. Pero lamentablemente el proceso ha cambiado de rumbo: de lo que podía considerarse una verdadera revolución jurídica, pasamos a una actitud revolucionaria, que pretende demoler las estructuras reales de la sociedad y cambiarlas  por una idea: “El socialismo del siglo XXI”; con el agravante, de que no se sabe a ciencia cierta en qué consiste ese socialismo.
            En conclusión, más que una revolución, lo que se aprecia es una actitud revolucionaria con rumbo indefinido. Pero al margen de la polémica política,  lo triste, es que se está perdiendo la oportunidad de hacer una honda trasformación social, necesaria para resolver los problemas del país. En situaciones como ésta, es imperioso reclamar a todos los ciudadanos, y muy especialmente a los que forman la clase política, que actúen con  prudencia y comprometidos con la mejor opción de futuro, para que no seamos recordados, como la generación que  derrochó la oportunidad de avanzar en la construcción de una sociedad más justa y más humana.

Llegar a viejo


En la novela Memorias de Adriano de Marguerite  Yourcenar, el viejo emperador reflexiona sobre los últimos años de su vida, diciendo que, “había llegado a la edad en  que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada”. Esta visión pesimista de la vejez, parece reafirmarse cada día, cuando vemos las constantes protestas de los jubilados, o denuncias,  como la que recientemente apareció en la página web de  Anauco,  que palabras  más, palabras menos, decía que, el venezolano, después  de cierta edad es una especie de arrinconado social, sin oportunidades de trabajo ni expectativas de futuro. Pero lo más preocupante, es el rechazo del hombre común a una etapa natural de la vida humana como es la vejez; porque si envejecer es algo malo, que hay que evitar a toda costa, Adriano tendría razón, ya que, a fin de cuentas, el camino de la vida siempre conduciría a la derrota y al fracaso de la ancianidad. Yo me niego a aceptar esta idea. Por eso, ante esa perspectiva oscura de la vejez voy a citar las voces del optimismo.

Es indudable, que el hombre de hoy se preocupa más por el cuidado del cuerpo que por la calidad de su vida; por eso le aterra envejecer. Pero no todos piensan  de la misma manera. En los cuadernos de Saramago,  el escritor elogia a Rita Levi Montalcini, Premio Novel de Medicina 1984,  que próxima a cumplir cien años dijo lo siguiente: “Nunca he pensado en mi misma. Vivir o morir es la misma cosa. Porque, naturalmente, la vida no está en este pequeño cuerpo. Lo importante es la forma en que hemos vivido y el mensaje que dejamos. Eso es lo que nos sobrevive, eso es la inmortalidad. Es ridículo  obsesionarse con el envejecimiento. Mi cerebro es mejor ahora que cuando era joven. Es verdad que veo mal y oigo peor, pero mi cabeza está funcionando siempre bien. Lo fundamental es tener activo el cerebro, intentar ayudar a los demás y conservar la curiosidad por el mundo.”  En un mundo obsesionado por el embellecimiento físico, donde se aprecia más el buen cuerpo que a la buena persona, hay que reconocer lo acertado que está Saramago cuando dice; Rita es el camino.

El título de este artículo, lo tome prestado de una canción de Serrat, donde utiliza la belleza de sus versos, para reclamar un trato justo para los viejos: “Quizás llegar a viejo seria todo un progreso… Si después de darlo todo -en justa correspondencia- todo estuviese pagado y el carnet de jubilado abriese todas las puertas” Por cosas como ésta, es que tiene que preocuparse la política: por borrar esas caras de tristeza que vemos  en los asilos o el espectáculo de los jubilados que tienen que estar en huelga permanente para que se acuerden de ellos. Una forma rápida de ayudar, es empezar  por cambiar  la idea que se tiene de la vejez.  No pretendo promover una especie de “neoestoicismo” para que la gente comience a amar a la ancianidad de la noche a la mañana. Me conformaría con un cambio de actitud hacia los mayores, para que sientan que su valor personal no se pierde por el avance de la edad. La mejor forma de trabajar por esto, es poner nuestro grano de arena, porque las cosas cambiarían, si como dice Serrat, “entendiésemos que todos llevamos un viejo encima”.

La luz de Mandela

Hace unos días, un familiar que viajó al exterior me trajo la novela de John Carlín, El factor Humano.  En ese libro se basa la película Invictus,  que se ha convertido en una especie de fenómeno político, objeto de discusión y análisis en colegios y universidades; inclusive, Vladimir Villegas le recomienda al presidente Chávez  que le dedique dos horas a verla.  Al leer el libro   nos encontramos con el genio político de Mandela, pero en él hay mucho más que eso: tal y como lo reconoce su autor,  la vida de Mandela es una lección sobre el arte de relacionarse con las personas,  pues nadie mejor que él domina  el oficio de hacer amigos e influir en la gente, sea quien sea.
En Política, Nelson  Mandela marca diferencias. “Todos los políticos son seductores profesionales. Viven de cortejar a la gente y si hacen bien su trabajo, si tienen talento para conectar bien con el pueblo prosperan”. La tarea del político es ganar gente para su causa, pero Mandela tiene una ambición mayor, no solo quiere conseguir adeptos, también se propone conquistar a sus enemigos.  Ahora bien, ver solamente  la actuación política de Mandela, opaca la grandiosidad de la humanidad del personaje. Mandela plantea una forma diferente de interpretar la vida: cuando es condenado a cadena perpetua,  entiende que está forzado a vivir con los carceleros que le privan de la libertad, y  lo primero que hace es establecer buenas relacione con ellos;  su forma  de tratar y hablarle a la gente desarma  cualquier comportamiento violento; su  disciplina personal, tanto como prisionero o como presidente es una  verdadera lección de autoestima y humanidad. La lectura de Factor humano nos coloca ante un verdadero gigante  del arte de vivir; nosotros, que estamos metidos en la cultura de la confrontación,  viviendo en conflictos permanentes y haciendo constante apología de la violencia, al lado de Mandela parecemos miniaturas morales.
En la película Invictus hay una escena que resulta aleccionadora para el momento que vivimos: después de ganar la presidencia, Mandela observa un titular de prensa que se refería a él, diciendo: “Puede ganar una elección, pero, podrá gobernar el país”. Su acompañante le dice que no le haga caso y el responde: “Es una pregunta legítima”. Lo demás es historia, muy bien contada en el libro o en la película.  En Venezuela, nuestros políticos creen que lo único importante es tener la mayoría para ganar elecciones;  se preparan para ser candidatos, pero muchas veces se olvidan  de lo importante que es  prepararse para gobernar.  Tener la mayoría  garantiza el triunfo electoral, pero no la gobernabilidad, y eso está demostrado con los acontecimientos  de los  últimos años.
Dice la crítica que,   El factor humano podría ser la novela del año 2009, de no ser porque todo lo que cuenta sucedió de verdad.  Personalmente, considero  que es un libro de lectura obligatoria, sobre todo en un país como el nuestro, donde la crisis política está produciendo una profunda división social; un libro que enseña el arte de perdonar para poder convivir y que busca  despertar lo más humano de los corazones.   Ojala que en medio de un panorama tan oscuro  como el que nos ha tocado vivir, nos llegue un poco de la luz de Mandela.