martes, 30 de noviembre de 2010

El humanismo ignaciano en Guayana

El pasado domingo se  celebró el abrazo en familia en el marco de los 45 años del Colegio Loyola. Fue un acto emotivo que llenó de alumnos y exalumnos la hermosa capilla del colegio. Allí afloraron muchos sentimientos por todo lo que el acto significó: el encuentro con los viejos compañeros, las añoranzas de la juventud en el bachillerato,  las remembranzas de los inicios del colegio, y   muy especialmente el agradecimiento a  todos los que de una u otra manera han construido la historia “del Loyola” en nuestra ciudad: un momento especial de profundo contenido ignaciano.

Para hablar de los 45 años del Colegio Loyola  y de  la labor de los jesuitas en Guayana  se necesitan varios artículos. Son muchos años, muchas experiencias  y muchas interpretaciones: se puede decir que, individualmente “cada  quien tiene su Loyola”. Mientras se celebraba la misa  recordé principalmente: de mi infancia, las visitas del P.  Palacios al negocio de mi papá en el recién inaugurado Centro Comercial Caroní, y sus largas conversaciones sobre cosas que para mí eran incomprensibles; de mi adolescencia rebelde en el bachillerato,  al P. Baquedano, pretendiendo que a esa edad entendiéramos la narrativa angustiosa de Steinbeck, o las diapositivas del P. Ollaquindia en sus disertaciones sobre la historia del arte;  y por encima de todo, aquellos  inolvidables  equipos de fútbol del  Loyola, que marcaban pauta en los torneos estatales, dirigidos exitosamente por el P. Odriozola. Después vino la etapa de la madurez en la Ucab - Caracas, con las enseñanzas del P. Olaso y recientemente la creación de  Ucab - Guayana bajo la dirección material y espiritual del P. Luis Ugalde.  Pero si algo tengo presente  como ejemplo de vida comprometida, son las últimas misas del P. Ollaquindia, luchando hasta el final contra un deterioro físico que acabó con su cuerpo, pero que no pudo derrotar su espíritu.

Hoy al lado del Loyola está la UCAB, formando un complejo educativo que difícilmente puede encontrarse en otro lugar del país, donde, en un mismo sitio,  un niño puede entrar a estudiar Kínder y al crecer, cursar primaria, secundaria, pregrado y salir con un título de postgrado;  indiscutiblemente, una de las obras más importantes en la historia de Guayana,  que junto a Fe y Alegría y a las demás obras de la Compañía de Jesús son ejemplo de trabajo y compromiso con la educación y el futuro del país.

Pero más allá de las instalaciones  y de la excelencia docente, creo que la obra de los jesuitas en Guayana ha dejado algo mucho más importante: El humanismo ignaciano. En efecto, en momentos en que la humanidad le da la espalda al hombre, y ante el progreso científico se manifiesta un gran empobrecimiento humano, el mensaje de San Ignacio está vigente.  En días pasados me preguntaron sobre un buen ejemplo de humanismo, e inmediatamente recordé el presupuesto de los Ejercicios Espirituales que dice: “… Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve.”  Se pueden alabar o criticar muchas cosas del Colegio y de sus egresados; no hay obra humana perfecta.  Pero por encima de todo hay un mensaje y una ética, que se grava en el corazón  de quienes más allá del prestigio que puede ofrecer la fama o la calidad educativa,  aprenden que en la vida lo más importante es amar y servir. jblanco@ucab.edu.ve

jueves, 25 de noviembre de 2010

Conversaciones sin rostro

Simone de Beauvoir, en su libro América día a día, que es una especie de diario del viaje que realizó a los Estados Unidos en los primeros meses del año 1947, se quejaba de las conversaciones que tenía que realizar  a través  del hilo telefónico con personas que muchas veces  no conocía: “eran solo son nombres sin rostro anotados en una agenda”.  Esto, que para la famosa escritora era algo inaceptable dentro de lo que consideraba una buena relación humana, es  muy natural en nuestros días:  se puede decir sin exagerar, que la conversación telefónica “sin rostro” es más común que la conversación humana “cara a cara”. No sabemos que habría pensado   la mítica figura de las letras francesas,  si hubiera observado el uso exagerado hace el hombre de hoy del teléfono celular; lo usa hasta para hablar con los que están a su lado, poniendo en peligro de extinción una de las cosas que más necesitamos  los seres humanos: la conversación personal.  Si consideraba al viejo teléfono como un aparato maléfico, que pensaría del moderno Blackberry,  que en muchas ocasiones,  hace que el hombre de hoy se identifique más con las máquinas que con los seres orgánicos,  igual que en la metáfora apocalíptica de la película de Stanley Kubrick  2001 Odisea del Espacio.
Los trastornos de conducta que produce la adicción al celular son objeto de estudio profesional especializado. Pero desde el campo de la literatura también se han levantado voces de crítica y alerta. Arturo Pérez Reverte en su libro Con ánimo de ofender ,  reproduce un artículo que  titula El bobo del móvil (En España se le dice móvil al celular) Allí, con su pluma irónica y demoledora, arremete contra las personas que utilizan los celulares de la manera absurda, inoportuna e inadecuada: el que en las colas cuenta su vida a viva voz y no deja vivir a los demás;  el que al hablar gesticula exageradamente  y trata de ilustrar con lenguaje corporal, cuando quien lo escucha no lo ve y quien lo está viendo no lo escucha; los que en la tranquilidad de las salas de espera se esmeran en dar  instrucciones domésticas o profesionales , que no permiten a los demás ocuparse de sus propios pensamientos o preocupaciones etc.   Son solo unos ejemplos que con buen estilo y humor narra el autor. Entre nosotros las cosas pueden ser más graves, como el caso  de las cenas de fin de año, donde  las tradicionales anécdotas o el poema Las Uvas del Tiempo de Andrés Eloy Blanco fueron sustituidos  por el facebook  y los mensajes de texto.
El cantautor uruguayo Jorge Drexler en la canción Mi guitarra y vos  dice “el hombre hace la máquina… y  es lo que el hombre hace con ella”  En efecto, los avances tecnológicos deben estar al servicio del hombre como  “instrumentos” de ayuda y de crecimiento personal.  Hay niños que  solo quieren aprobar el curso para que el regalen un Blackberry, que es el sueño de moda.  Los padres tienen que orientarlos, porque los teléfonos son para comunicarse  y  cultivar relaciones humanas. Lo importante son los amigos no los “contactos” y la verdadera amistad necesita del “cara a cara”  La alerta que en 1947 lanzó Simone de Beauvoir  rechazando las conversaciones sin rostro, está vigente, porque la explosión tecnológica nos está convirtiendo en “seres de metal” Nada es más importante que una sonrisa o una mirada  y eso no lo produce ninguna máquina: Decía Antonio Machado “Los ojos en que te miras son ojos porque te ven” Jblanco@ucab.edu

martes, 23 de noviembre de 2010

La socialización del hombre

A mediados del siglo pasado, el filosofo español José Ortega y Gasset, advierte sobre el peligro, de que la tendencia a socializar  la vida del hombre,  acabe con la existencia privada. No se trata solo de un asunto político, es más bien un problema antropológico,  que amenaza una forma de vivir: lo público penetra de tal manera en lo privado que no deja al hombre esta solo consigo mismo; el ruido de la vida entra hasta en los rincones más íntimos y poco a poco los espacios privados se van perdiendo,  el individuo va desapareciendo arrastrado por la masificación.
Una de las cosas que más preocupa al citado autor, es que la vida familiar queda reducida ante el crecimiento de la sociedad civil.  Si analizamos estas ideas a la luz del panorama actual, debemos concluir que Ortega no estaba equivocado. La globalización y la exagerada tendencia hacia el colectivismo, ha dejado a la familia prácticamente arrinconada. Las costumbres tradicionales de “compartir en familia” casi han desaparecido; hasta las  reuniones familiares  de cumpleaños o fechas navideñas son sustituidas por festejos en lugares públicos y una de las cosas más importantes de la vida privada, la conversación, es sustituida por el e-mail o el mensaje de texto.
Es indiscutible que el hombre moderno tiende a desindividualizarse. El progreso y las nuevas formas de vivir lo llevan a sentirse masa. La necesidad de vivir en común y ser parte del cuerpo social se distorsiona y pone en peligro una dimensión  indispensable de la vida humana como es lo privado: “El gran crimen de Sócrates fue su pretensión de poseer un demonio particular, privado: es decir, una pretensión individual”
Hago estas reflexiones, porque en el proyecto de ley de las comunas, aparecen una serie de disposiciones que pueden confundir al ciudadano desprevenido, ya que presentan la dimensión individual del hombre como algo malo, confundiéndola con el egoísmo: una cosa es que solo piense en mí, sin preocuparme por los demás  y otra muy diferente es que no pueda disponer de mis espacios privados, porque en algunos momentos todos necesitamos estar solos con nosotros mismo.  Por eso he criticado esa satanización de lo individual.
Dice Ortega: “La socialización del hombre es una faena pavorosa. Porque no se contenta con exigirme que lo mío sea para los demás –propósito excelente que no me causa enojo alguno- sino que me obliga a que lo de los demás sea mío. Por ejemplo: a que yo adopte las ideas y gustos de los demás. Prohibido todo aparte, toda propiedad privada incluso esa de tener convicciones para uso exclusivo de cada uno… La divinidad abstracta de “lo colectivo” vuelve a ejercer su tiranía  y está causando estragos en toda Europa”
Creo que a buen entendedor pocas palabras bastan: no estoy en contra de lo comunal ni de los valores sociales que sustenta la vida humana; lo que critico es ese odio irracional hacia el individualismo y el liberalismo, que no permite  ver,  que además de la dimensión política que puedan tener, constituyen algo fundamental para el hombre, como es el derecho que tiene cada ser humano a ser protagonista y dueño de su destino. Jblanco@ucab.edu.ve

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un mundo sin Dios

El último número de la revista  española Tiempo, dedica su portada y tema principal, a la polémica surgida con motivo de las declaraciones del astrofísico Stephen Hawkins  sobre el origen del universo.  Considerado como el científico más importante después de Einstein,  al anunciar su próximo libro, El magnífico Diseño,  Hawkins dice que, Dios no es necesario para explicar la aparición del Universo; entre otras cosas, afirma que el universo no fue creado, que siempre ha estado ahí, y “Si Dios no creo el universo, ¿Qué sentido tiene; que falta hace?” Como es natural,  esto ha producido reacciones de todo tipo, porque más allá de la especulación científica, toca fibras muy sensibles en los creyentes, principalmente en aquellos que honestamente orienta su vida con la fe.

En la publicación que estoy comentando, se citan dos respuestas de miembros importantes de la Iglesia Católica: El Jesuita Guy Consolmagno y el Papa Benedicto XVI: El primero ataca directamente los argumentos de  Hawkins, asegurando que el científico no explica “por qué existe algo en lugar de nada” y concluyen que,  “Dios es la razón por la cual la existencia misma existe”. Por otro lado, el Papa, si bien no responde directamente al científico, considera que Dios es indispensable para el mantenimiento de un orden moral. Dice el sumo pontífice: “Todos los valores en que se basa la sociedad vienen del Evangelio, como el sentido de la dignidad de la persona, de la solidaridad, del trabajo o de la familia. La experiencia enseña que un mundo sin Dios es un infierno en el prevalecen los egoísmos, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, de alegría y de esperanza”.

Debo manifestar que, como católico me complacen las repuestas que ha presentado la Iglesia en este debate;  no son dogmas ciegos, sino argumento válidos en defensa de la fe. Principalmente creo que hay que meditar sobre la respuesta del Papa: Hoy en nuestro país estamos enfrascados en una contienda , que en realidad no es más que un torneo de odios y resentimientos; en medio de la confrontación, se afirma que la causa de todos los males del mundo es el capitalismo, que acaba con el hombre; no creo que esto sea cierto, considero que la raíz del mal está en una “filosofía radicalmente laicista” que pretende hacer desaparecer a Dios de la vida del hombre. Este es el verdadero mal de la época que nos ha tocado vivir.

Por eso,  ante la pregunta ¿Para qué hace falta Dios? Yo respondería con las clásicas preguntas de la filosofía ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido de la vida, ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?  Responder esto, es prácticamente imposible si ignoramos a Dios. San Agustín en el libro XIII de sus Confesiones, después de referirse al universo y a toda la creación concluye: “Vemos todas estas cosas, y son muy buenas porque tú las ves en nosotros, tú que nos distes el espíritu para verlas y amarte en ellas”. Cada vez que veo la imagen de Hawkins  en una silla de ruedas, afectado por una penosa enfermedad que solo le permite mover los ojos y pensar, pero dotado de esa grandiosa capacidad de razonamiento, me acuerdo de las palabras de San Agustín, porque para el santo, la inteligencia es un regalo de Dios. jblanco@ucab.edu.ve

sábado, 20 de noviembre de 2010

El tiempo y la vida humana

Si hay algo que caracteriza indiscutiblemente a la vida humana es su condición temporal; a pesar de la grandeza del hombre, su existencia está limitada en el tiempo: nadie vive para siempre. La temporalidad humana ha sido objeto de interminables reflexiones a través de la historia, convirtiéndose en un enigma que para muchos es incompresible. Pero dejando de lado la profundidad teológica o filosófica, al hombre  de hoy lo que le preocupa es descubrir la mejor forma de “vivir el tiempo”; no importa la duración, sino la calidad de la vida. No es un tema para tan corto espacio, pero sobre él se pueden decir algunas cosas, e inclusive, advertir sobre algunos peligros: Es posible que ante la obsesión por derrotar el tiempo, el hombre se esté olvidando,  que lo más importante es vivir, y no vivir de cualquier manera, sino vivir como un ser humano.
El hombre trata de vencer el tiempo y para eso utiliza la velocidad. Los avances tecnológicos le permiten desplazarse, o hacer cosas más rápidamente. Con esto se logra producir más en menos tiempo, y quien más produce es más exitoso y competitivo. Para el hombre de hoy el tiempo es uno de los recursos más preciados; no hay pecado mayor que perder el tiempo. Por otro lado,  para tener éxito hay que organizar el tiempo: quien no lleva agenda  o prepara  cronogramas de actividades está condenado al  fracaso. Ahora bien, como todo en la vida, los excesos son malos, y el afán de productividad u organización  están ocasionando dos  fenómenos, que pueden calificarse como enfermedades de la postmodernidad: “El imperio del reloj” y  la “Dictadura de la Agenda” En efecto, hay una adición exagerada a “mirar la hora” y una obsesión por “ordenar el futuro” planificando exageradamente de antemano lo que se va a hacer. Roger Polt Droit en su libro Experiencias de la Filosofía Cotidiana, propone 101 experimentos sencillos para vivir, mirando nuestra vida con otros ojos. El experimento numero 98 se llama “Quitarse el Reloj”; Consiste en tratar de vivir normalmente, algunos periodos de tiempo, sin reloj. La sensaciones son interesantes: en un primer momento la persona se siente insegura y desconectada, pero si se insiste y se entrena, se aprende a percibir el tiempo de una manera, diferente, interna, natural y relajada. Según el autor, si usted consulta la hora cada cuarto de hora, se ha convertido en un adicto, que está siendo perjudicado por el reloj. Lo mismo ocurre con las personas obsesionadas con la “agendización”, nunca viven el presente porque solo están pendiente de lo que tienen que hacer en el futuro.
J. Leclerq en su libro El elogio a la pereza, hace una propuesta alternativa a los problemas antes mencionados “Hay que abolir la prisa, ser dueños del tiempo y la situación, vivir con serenidad y sin sobresalto, no haciéndose esclavos de los horarios, ni de los resultados, ni de la planificación, porque “la demora misma es la ganancia del sentido… “Las grandes obras y los grandes gozos no se saborean corriendo”. Esta semana gran cantidad de personas sale de vacaciones, y lo paradójico, es que en vez de ir a descansar,  van a sumergirse en un tumulto de gente  y en el apresuramiento de cien cosas a la vez.  Ante este panorama, es necesario rescatar el ritmo natural de la vida humana. Decía  Ricardo Yepes “Vivimos en un mundo que ha perdido la paciencia y ante esta situación lo único recomendable es aprender a esperar”.  jblanco@ucab.edu.v

martes, 16 de noviembre de 2010

La sombra de Sísifo

Sísifo, personaje de La Odisea de  Homero, es castigado por los dioses y condenado a empujar un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, pero cada vez que se acerca, la piedra se viene abajo y Sísifo tiene que comenzar una y otra vez esta dura e interminable tarea. Albert Camus utiliza este pasaje homérico, para hacer un ensayo sobre el hombre absurdo y la inutilidad de su vida. El citado autor reflexiona sobre el valor de la vida, presentando este mito como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre moderno, que consume su vida en actividades totalmente deshumanizadas, dejado siempre latente la pregunta: ¿Vale la pena vivir la vida? El drama de Sísifo se presenta como símbolo del absurdo de la condición humana.

A pesar del tiempo que ha trascurrido y del aparente momento estelar del progreso, la imagen de Sísifo sigue vigente. El hombre de hoy ha alcanzado un increíble adelanto científico, pero no ha logrado resolver sus grandes problemas, ni liberarse de los miedos que le agobian: la enfermedad, la vejez, la muerte,  el fracaso, la soledad etc.  En nuestro país, además de esos problemas antropológicos,  tenemos otro adicional: la errada conducción política. Si analizamos la historia reciente, parece una crónica de desaciertos y fracasos: no acaba de consolidarse un proyecto viable de vida común y desarrollo social; cada día hay un nuevo problema; pareciera que “Sísifo es el país”, que lucha sin esperanza por superar la cuesta de sus traumas sociales.

 En días pasados, una persona que sigue mis opiniones, decepciona por la realidad venezolana me dijo: “Tú no te has dado cuenta de que aquí no hay nada que hacer, todo está perdido, esto no se arregla con un cambio de gobierno,  porque el problema es que somos un fracaso como personas y como sociedad”, Esta visión pesimista del país no es un hecho aislado, sino que está creciendo en forma rápida y preocupante: la sombra de Sísifo se cierne sobre los venezolanos.

Personalmente no comparto esta visión pesimista de la vida. Siempre recuerdo a mi maestro, el sacerdote jesuita Luis María Olaso, ejemplo de vida comprometida con la búsqueda de la justicia y la esperanza de un mundo mejor. En la primera clase de introducción al derecho, nos recomendó la lectura del libro Ocho Grandes Mensajes, obra que contiene parte importante de la doctrina social de la Iglesia Católica, con sabias recomendaciones sobre la prudencia política de los gobernantes y la participación responsable de los ciudadanos. Allí se interpretan los signos de los tiempos, se analizan las máximas necesidades de los hombres, hacia dónde camina el mundo y cuáles son las grandes rutas por las que hay que buscar una paz fundamentada en la justicia.

Son mensajes de optimismo ante tanta oscuridad. Nos decía el padre Olaso, que el creía firmemente en eso, y repetía la célebre frase del Concilio Vaticano Segundo “El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones  venideras, razones para vivir y razones para esperar” Creo que hay que inspirarse en estas ideas, porque constituyen el cimiento de la vida humana,  que se nutre de la esperanza, de que siempre al final, la buena voluntad, el esfuerzo y la justicia se imponen a la adversidad. Hasta Camus reconocía que, cuando Sísifo empuja la piedra, lo hace con esperanza. Jblanco@ucab.edu.ve  

viernes, 12 de noviembre de 2010

La expropiación de la voluntad individual

No queda ninguna duda, de que el proceso político que lidera el presidente Chávez no se conforma con cambiar las instituciones, sino que quiere cambiar la sociedad y la forma de vivir de los venezolanos. Hay una gran preocupación por el destino del país, ya que nadie puede saber a ciencia cierta a dónde va a parar esta aventura política.  En los últimos días crece el nerviosismo y la incertidumbre, por  la ola de expropiaciones y el destino de los bienes de los ciudadanos ante  el peligro de la desaparición del derecho a la propiedad privada. Pero hay  algo más grave, que todavía no percibe claramente el ciudadano común: este torrente revolucionario no  solo pone en peligro lo que tiene o puede llegar a tener, sino que también coloca en situación de riesgo,  el derecho a decidir  en forma autónoma e individual sobre sus relaciones privadas.  En efecto, para la revolución, pareciera que no existe  el principio de la autonomía de la voluntad,  que es el pilar fundamental del derecho privado.

Todo ordenamiento jurídico que pretenda garantizar los derechos subjetivos de carácter privado, tienen que establecer el principio de  la autonomía de la voluntad,  que es la capacidad de los sujetos de autorregular sus relaciones en la forma que deseen.  En un sistema  de libertad individual,  los particulares tienen la libre disposición de sus derechos y pueden dar a los mismos el destino que estimen conveniente, siempre dentro de los límites que les establezcan las leyes, la moral y las buenas costumbres. Lo ideal,  es que el Estado actué para proteger el interés colectivo y a la vez garantice los espacios de libertad individual. El ejercicio de la autonomía de la voluntad  es el ejercicio de la libertad; sin autonomía de la voluntad difícilmente puede haber libertad.

Pero  en nuestro país y en los tiempos que corren, la libertad individual no es autónoma, como debería serlo de acuerdo con la constitución; pareciera que como dicen algunos postmodernos, tenemos una libertad sin voluntad.  El control de la voluntad individual  se torna cada vez más intenso: los requisitos legales para realizar cualquier acto  de disposición de bienes o creación de empresas,  son tan exagerados que a veces lo hacen imposible; en días pasados, en un programa radial se comentaban  proyectos de leyes que establecen como condición para la venta de los inmuebles, ofrecérselos previamente al Estado, a los familiares o a los vecinos; una señora de Maracaibo, denunciaba por las redes sociales que para viajar con sus hijos le pedían una autorización de los Consejos Comunales;  el colmo de todo esto, es que inclusive para realizar trámites ante el Ministerio de Vivienda y Hábitat  los solicitantes deben tener el visto bueno  de los Consejos Comunales . Si las cosa siguen así,  dentro de poco en Venezuela, el ciudadano común no podrá hacer nada sin pedir permiso  y obtener  autorización previa.

El respeto a la autonomía de la voluntad individual, es una conquista del hombre, que todos los Estados de Derecho modernos reconocen. Nosotros la tenemos establecida  formalmente en el ordenamiento jurídico, pero en la práctica se está destruyendo. La mejor forma  de defenderla es exigir que se respete y no aceptar los hechos que la menoscaben. Si dejamos que nos “expropien” la voluntad  es porque no entendemos que los derechos son más importantes que los bienes. Jblanco@ucab.edu.ve

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La expropiación de la libertad individual

No queda ninguna duda, de que el proceso político que lidera el presidente Chávez no se conforma con cambiar las instituciones, sino que quiere cambiar la sociedad y la forma de vivir de los venezolanos. Hay una gran preocupación por el destino del país, ya que nadie puede saber a ciencia cierta a dónde va a parar esta aventura política.  En los últimos días crece el nerviosismo y la incertidumbre, por  la ola de expropiaciones y el destino de los bienes de los ciudadanos ante  el peligro de la desaparición del derecho a la propiedad privada. Pero hay  algo más grave, que todavía no percibe claramente el ciudadano común: este torrente revolucionario no  solo pone en peligro lo que tiene o puede llegar a tener, sino que también coloca en situación de riesgo,  el derecho a decidir  en forma autónoma e individual sobre sus relaciones privadas.  En efecto, para la revolución, pareciera que no existe  el principio de la autonomía de la voluntad,  que es el pilar fundamental del derecho privado.

Todo ordenamiento jurídico que pretenda garantizar los derechos subjetivos de carácter privado, tienen que establecer el principio de  la autonomía de la voluntad,  que es la capacidad de los sujetos de autorregular sus relaciones en la forma que deseen.  En un sistema  de libertad individual,  los particulares tienen la libre disposición de sus derechos y pueden dar a los mismos el destino que estimen conveniente, siempre dentro de los límites que les establezcan las leyes, la moral y las buenas costumbres. Lo ideal,  es que el Estado actué para proteger el interés colectivo y a la vez garantice los espacios de libertad individual. El ejercicio de la autonomía de la voluntad  es el ejercicio de la libertad; sin autonomía de la voluntad difícilmente puede haber libertad.

Pero  en nuestro país y en los tiempos que corren, la libertad individual no es autónoma, como debería serlo de acuerdo con la constitución; pareciera que como dicen algunos postmodernos, tenemos una libertad sin voluntad.  El control de la voluntad individual  se torna cada vez más intenso: los requisitos legales para realizar cualquier acto  de disposición de bienes o creación de empresas,  son tan exagerados que a veces lo hacen imposible; en días pasados, en un programa radial se comentaban  proyectos de leyes que establecen como condición para la venta de los inmuebles, ofrecérselos previamente al Estado, a los familiares o a los vecinos; una señora de Maracaibo, denunciaba por las redes sociales que para viajar con sus hijos le pedían una autorización de los Consejos Comunales;  el colmo de todo esto, es que inclusive para realizar trámites ante el Ministerio de Vivienda y Hábitat  los solicitantes deben tener el visto bueno  de los Consejos Comunales . Si las cosa siguen así,  dentro de poco en Venezuela, el ciudadano común no podrá hacer nada sin pedir permiso  y obtener  autorización previa.

El respeto a la autonomía de la voluntad individual, es una conquista del hombre, que todos los Estados de Derecho modernos reconocen. Nosotros la tenemos establecida  formalmente en el ordenamiento jurídico, pero en la práctica se está destruyendo. La mejor forma  de defenderla es exigir que se respete y no aceptar los hechos que la menoscaben. Si dejamos que nos “expropien” la voluntad  es porque no entendemos que los derechos son más importantes que los bienes. Jblanco@ucab.edu.ve


Los constructores de la paz en Ciudad Guayana

hace unos días, la Iglesia Católica de Ciudad Guayana celebró uno de los actos más importantes de los últimos tiempos: la vigilia por la paz. En momentos que la violencia invade todos los aspectos de la vida del hombre,  y el asesinato, su manifestación más extrema, cobra diariamente muchas vidas humanas, es necesario que la sociedad reaccione,  promoviendo acciones para la construcción de una verdadera cultura de paz.  Este diario reseña el evento con una frase de nuestro obispo Mariano Parra Sandoval: faltan constructores de paz en Guayana. El titular remueve  una vieja e inacabada discusión, que se produce por el desinterés del ciudadano guayanés, en la construcción de canales convivencia pacífica, tanto en lo referente a las delicadas situaciones de inseguridad personal, como en la solución de los pequeños problema cotidianos.

Un amigo  barquisimetano, profesor de sociología, al analizar el carácter conciliador del ciudadano venezolano,  afirma que, si hay una ciudad en Venezuela donde es casi imposible llegar un arreglo, esa es Ciudad Guayana,  porque está habitada por el ser más problemático y violento del país. Para demostrar su afirmación, hace una  comparación entre los barquisimetanos y los Guayaneses: dice que, la gente de Lara que tiene un gran arraigo y desciende principalmente de campesinos y comerciantes: el campesino es humilde, y el comerciante cree que la negociación es la mejor manera de resolver los problemas de la vida. Con el guayanés ocurre lo contrario: los fundadores de esta ciudad eran personas  de paso, que solo venían a trabajar para después regresar a su  lugar de origen,  y por lo tanto para ellos no existía la necesidad de relacionarse bien con su vecino;  Por otro lado,  en Guayana se destaca el perfil del profesional o técnico, que no es necesariamente humilde, sino más bien, riguroso y autosuficiente; actitudes que pueden  ser valiosas para el desarrollo, pero que  mal entendidas o exageradas pueden ser perjudiciales para la convivencia social. Yo no tengo pruebas que demuestren la exactitud de esta tesis, pero en mi experiencia judicial, muchas conciliaciones, fracasaron al chocar con personalidades problemáticas, para quienes la paz y la tranquilidad no es una valor;  más bien, pareciera que lo único que alimenta sus vidas es el conflicto permanente.

Creo que la afirmación de que, somos los más problemáticos y violentos del país es una exageración. Pero  ante la crítica, la actitud sabia no es ponerse a la defensiva, sino analizar la raíz de los problemas. Este artículo comienza destacando  la cita de nuestro Obispo: En Guayana no hay constructores de paz. Ahora bien, construir la paz es una tarea difícil, porque es un problema cultural. Hay que comenzar por sembrar en el ciudadano los valores de la paz: mientras desde el más alto nivel de gobierno se utilizan imágenes y lenguajes belicistas, considerando que hasta los actos de convivencia más elementales son  batallas y mientras a nivel individual, se trasmite la idea de que la vida es una especie de negocio, que solo se mueve ante la pérdida o la ganancia económica individual, es muy difícil sembrar la cultura de la paz, que requiere una honda trasformación social.  Porque al igual que los grandes ideales, la paz solo existe entre quienes creen en ella, la desean, la buscan y la defiende. Jblanco@ucab.edu.ve

El tiempo y la vida humana

Si hay algo que caracteriza indiscutiblemente a la vida humana es su condición temporal; a pesar de la grandeza del hombre, su existencia está limitada en el tiempo: nadie vive para siempre. La temporalidad humana ha sido objeto de interminables reflexiones a través de la historia, convirtiéndose en un enigma que para muchos es incompresible. Pero dejando de lado la profundidad teológica o filosófica, al hombre  de hoy lo que le preocupa es descubrir la mejor forma de “vivir el tiempo”; no importa la duración, sino la calidad de la vida. No es un tema para tan corto espacio, pero sobre él se pueden decir algunas cosas, e inclusive, advertir sobre algunos peligros: Es posible que ante la obsesión por derrotar el tiempo, el hombre se esté olvidando,  que lo más importante es vivir, y no vivir de cualquier manera, sino vivir como un ser humano.
El hombre trata de vencer el tiempo y para eso utiliza la velocidad. Los avances tecnológicos le permiten desplazarse, o hacer cosas más rápidamente. Con esto se logra producir más en menos tiempo, y quien más produce es más exitoso y competitivo. Para el hombre de hoy el tiempo es uno de los recursos más preciados; no hay pecado mayor que perder el tiempo. Por otro lado,  para tener éxito hay que organizar el tiempo: quien no lleva agenda  o prepara  cronogramas de actividades está condenado al  fracaso. Ahora bien, como todo en la vida, los excesos son malos, y el afán de productividad u organización  están ocasionando dos  fenómenos, que pueden calificarse como enfermedades de la postmodernidad: “El imperio del reloj” y  la “Dictadura de la Agenda” En efecto, hay una adición exagerada a “mirar la hora” y una obsesión por “ordenar el futuro” planificando exageradamente de antemano lo que se va a hacer. Roger Polt Droit en su libro Experiencias de la Filosofía Cotidiana, propone 101 experimentos sencillos para vivir, mirando nuestra vida con otros ojos. El experimento numero 98 se llama “Quitarse el Reloj”; Consiste en tratar de vivir normalmente, algunos periodos de tiempo, sin reloj. La sensaciones son interesantes: en un primer momento la persona se siente insegura y desconectada, pero si se insiste y se entrena, se aprende a percibir el tiempo de una manera, diferente, interna, natural y relajada. Según el autor, si usted consulta la hora cada cuarto de hora, se ha convertido en un adicto, que está siendo perjudicado por el reloj. Lo mismo ocurre con las personas obsesionadas con la “agendización”, nunca viven el presente porque solo están pendiente de lo que tienen que hacer en el futuro.
J. Leclerq en su libro El elogio a la pereza, hace una propuesta alternativa a los problemas antes mencionados “Hay que abolir la prisa, ser dueños del tiempo y la situación, vivir con serenidad y sin sobresalto, no haciéndose esclavos de los horarios, ni de los resultados, ni de la planificación, porque “la demora misma es la ganancia del sentido… “Las grandes obras y los grandes gozos no se saborean corriendo”. Esta semana gran cantidad de personas sale de vacaciones, y lo paradójico, es que en vez de ir a descansar,  van a sumergirse en un tumulto de gente  y en el apresuramiento de cien cosas a la vez.  Ante este panorama, es necesario rescatar el ritmo natural de la vida humana. Decía  Ricardo Yepes “Vivimos en un mundo que ha perdido la paciencia y ante esta situación lo único recomendable es aprender a esperar”.  jblanco@ucab.edu.ve

Visión antropológica del aborto

La Asamblea Nacional se prepara para debatir sobre uno de los problemas más importantes de las sociedades modernas: la legalización del aborto.  No es un asunto sencillo, es algo que requiere de mucha prudencia y sabiduría, para tomar la decisión más acertada de acuerdo con los valores que orientan a una sociedad que se define  como humanista y pretende serlo realmente. Creo que la primera recomendación que hay que hacer, es que en este tema no se dejen llevar por la moda,  y de manera apresurada se legalice el aborto solo porque en otros países ya lo han hecho.
El debate sobre el aborto debe comenzar por establecer con claridad,  de que hablamos cuando hablamos del aborto. Decía Julián Marías en un ensayo sobre el tema: “Lo que me interesa es entender qué es el aborto. Con increíble frecuencia se enmascara su realidad con sus fines. Quiero decir que se intenta identificar el aborto con ciertos propósitos que parecen valiosos, convenientes o por lo menos aceptables: la regulación de la población, el bienestar de los padres, la situación de la madre soltera, las dificultades económicas… Se podría investigar en cada caso, la veracidad o la justificación de esos fines. Pero lo que quiero demostrar es que esos fines no son el aborto. Lo correcto es decir: para esto (para conseguir esto o lo otro) se debe matar a tales personas. Esto es lo que se propone, lo que en tantos casos se hace en muchos países en la época en que vivimos”  de la cita anterior podemos concluir que,  la significación antropológica de la palabra aborto, no es otra cosa que, “matar personas para solucionar problemas”
Otro aspecto del problema que hay que tener presente, siguiendo las ideas de Marías, es la distinción entre “cosa” y “persona” según el uso del lenguaje.  “Si entro en una habitación donde no hay ninguna persona diré “no hay nadie” Pero no se me ocurrirá decir, “no hay nada” porque puede estar llena de cosas” de la misma manera en el problema del aborto no debemos perder de vista que siempre estamos hablando de  “alguien”, y no de “algo”
Considero que el debate nacional sobre el aborto debe comenzar por una sería campaña de información. Seguramente escucharemos las justificaciones religiosas, científicas, sociológicas o jurídicas que se pronunciarán en contra o a favor. Personalmente, como católico, estoy claro en mi posición en contra del aborto, pero como miembro una comunidad plural no pretendo que se le imponga a toda una sociedad una moral particular; en este sentido, sería bueno que la aprobación de una reforma sobre el aborto sea objeto de referéndum. Lo importante, es que todo ciudadano esté suficientemente claro sobre lo que se discute, para poder expresarse responsablemente. Y es  aquí donde destaco esta visión antropológica, porque más allá de los fines, no se debe perder de vista la realidad de lo que es el aborto: una forma de resolver un problema mediante la eliminación de una persona.  Por eso, cuando te toque opinar o decidir sobre el aborto, piensa que no te estás pronunciando sobre “algo”, sino sobre “alguien”.  jblanco@ucab.edu.ve

La muerte de un ser querido

Epicuro, ilustre filosofo griego, consideraba que la muerte no es nada para nosotros, porque, “mientras vivimos no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son”. Estos razonamientos que datan del año  300 antes  de Cristo, no convencen mucho al hombre de hoy, que le teme tanto a la muerte, que trata de evitarla a toda costa y  lo mejor que ha  inventado para remediarla es ignorarla, no hablar de ella,  ni pensar en ella. Otra figura emblemática del pensamiento filosófico griego, Sócrates,  antes de beber la cicuta, trata de convencer a sus amigos que le acompañan en ese difícil momento,  que no tienen que preocuparse, porque de acuerdo con la teoría de los contrarios, si cada cosa tiene necesariamente un  lado opuesto,  y lo contrario a nacer es  morir, lo contrario a morir tiene que ser revivir.

Las especulaciones filosóficas sobre la muerte siempre tendrán vigencia porque nadie puede saber  de antemano en qué consiste como experiencia personal. En consecuencia,  no se puede afirmar ni negar la tesis de Epicuro o Sócrates, ni podemos saber si la muerte es un bien o un mal. Pero lo que ciertamente es real y nos produce un profundo dolor es la muerte de los seres queridos. José Luis Martin Descalzo, en su libro  Razones para vivir, dice que la muerte de un ser querido es una mutilación que el ser humano no esta preparado para enfrentar. No hay remedios ni razones, que puedan hacer desaparecer los sentimientos. Es más, afirma que nadie es completamente humano si no ha vivido esa experiencia: cuando se pierde a un ser querido la vida cambia, las cosas tienen otro sentido, se  vive de otra manera.  Por otro lado,  Ricardo Yépes Stork en  sus Fundamentos de Antropología, analizando el impacto de la muerte en el hogar asevera  “Inclusive la muerte de alguien cercano, en la casa, puede tener aire de fiesta, pues es en esas ocasiones cuando se descubre el cariño, el amor que es fuerte como una roca y que en la vida de lo ordinario no se dice”.  En conclusión, cuando un ser querido muere, renace en la intensidad del amor que crece en los corazones de quienes lo aman; “vive de otra manera dentro de nosotros”.  Lo que materialmente es considerado como ausencia,  muchas veces se convierte en una fuerte presencia espiritual.

Hoy se conmemora el día de los fieles difuntos. Apartando el significado religioso de la fecha, las imágenes de los camposantos llenos de gente, dicen mucho  más,  que lo que las palabras pueden expresar.  Si hay algo que verdaderamente no puede vencer la muerte, es el amor hacia los seres queridos. Hace unos días fui al cementerio a visitar la tumba de mi padre,  y puede apreciar que  en la mayoría de  las tumbas había flores  frescas recién colocadas,  que le daban un aspecto especial al paisaje, parecido a esas nostálgicas pinturas impresionistas de Monet,  que trasmiten paz y serenidad. Pero no las vi como homenaje mortuorio,  sino como signo de  vida espiritual  permanente. Porque como decía Gonzalo  Torrente Ballester en sus Mundos Imaginarios “Nadie se muere hasta que lo olvidan, la única manera de morir es ser olvidado” Por eso hoy es un día especial,  en que  se manifiesta intensamente algo que indiscutiblemente nos hace más humanos: el amor, el recuerdo y la vida de los seres  queridos.  jblanco@ucab.edu.ve

Revolución o actitud revolucionaria

La naturaleza del movimiento político que lidera el presidente Hugo Chávez, es objeto de permanente discusión: para sus seguidores, es una verdadera revolución que está trasformado a la sociedad; para sus adversarios, no es más que un régimen político autoritario que solo quiere mantenerse en el poder. Ahora bien, ¿Qué es una revolución? Y lo más importante ¿Estaremos en presencia de una revolución?  Voy a tratar de responder brevemente estas preguntas.
De una manera muy general, se  llama  revolución,  al acto que produce una ruptura con las formas del pasado, trasformando –según el caso- el comportamiento de la gente, las estructuras sociales, etc. Ahora bien, la revolución bolivariana, desde su inicio, se centró en el aspecto jurídico: decretó la muerte de constitución de 1961; convocó a una Asamblea Nacional Constituyente para promulgar un nueva Constitución y, utiliza la legislación para realizar los cambios que se ha propuesto. Pero bajo la óptica jurídica, el vocablo, revolución, no es unívoco sino que tiene varias acepciones. Luis Recasens Siches, en su obra Filosofía del Derecho destaca cuatro sentidos de la palabra revolución:
1º Cambio radical del contenido de las normas que regulan una sociedad, sustituyéndolas por otras opuestas a las que rigieron el orden anterior.
2º  Expresión de un sentido progresista, que pretende, transformar la sociedad conforme a nuevos requerimientos de justicia, dentro de los cauces legales, promulgando una nueva constitución y elaborando nuevas leyes. (A mi juicio,  ésta fue –en principio- la propuesta  de la revolución bolivariana) 
3º Trasformación de la vida social por la aparición de nuevos valores que la orientan. (Ejemplo  de esto fue el Cristianismo o el Renacimiento)
4º Como sinónimo de actitud revolucionaria, que se caracteriza por el menosprecio de las estructuras sociales reales, y que pretende sustituirlas por una concepción del intelecto o idea de sociedad perfecta.
            La  denominada revolución bolivariana, comenzó con buen pie, promoviendo la trasformación del Estado dentro de los cauces legales, utilizando  la vía democrática para convocar a una Asamblea Constituyente y promulgando una Constitución inspirada en el respeto a los derechos humanos. Pero lamentablemente el proceso ha cambiado de rumbo: de lo que podía considerarse una verdadera revolución jurídica, pasamos a una actitud revolucionaria, que pretende demoler las estructuras reales de la sociedad y cambiarlas  por una idea: “El socialismo del siglo XXI”; con el agravante, de que no se sabe a ciencia cierta en qué consiste ese socialismo.
            En conclusión, más que una revolución, lo que se aprecia es una actitud revolucionaria con rumbo indefinido. Pero al margen de la polémica política,  lo triste, es que se está perdiendo la oportunidad de hacer una honda trasformación social, necesaria para resolver los problemas del país. En situaciones como ésta, es imperioso reclamar a todos los ciudadanos, y muy especialmente a los que forman la clase política, que actúen con  prudencia y comprometidos con la mejor opción de futuro, para que no seamos recordados, como la generación que  derrochó la oportunidad de avanzar en la construcción de una sociedad más justa y más humana.

Llegar a viejo


En la novela Memorias de Adriano de Marguerite  Yourcenar, el viejo emperador reflexiona sobre los últimos años de su vida, diciendo que, “había llegado a la edad en  que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada”. Esta visión pesimista de la vejez, parece reafirmarse cada día, cuando vemos las constantes protestas de los jubilados, o denuncias,  como la que recientemente apareció en la página web de  Anauco,  que palabras  más, palabras menos, decía que, el venezolano, después  de cierta edad es una especie de arrinconado social, sin oportunidades de trabajo ni expectativas de futuro. Pero lo más preocupante, es el rechazo del hombre común a una etapa natural de la vida humana como es la vejez; porque si envejecer es algo malo, que hay que evitar a toda costa, Adriano tendría razón, ya que, a fin de cuentas, el camino de la vida siempre conduciría a la derrota y al fracaso de la ancianidad. Yo me niego a aceptar esta idea. Por eso, ante esa perspectiva oscura de la vejez voy a citar las voces del optimismo.

Es indudable, que el hombre de hoy se preocupa más por el cuidado del cuerpo que por la calidad de su vida; por eso le aterra envejecer. Pero no todos piensan  de la misma manera. En los cuadernos de Saramago,  el escritor elogia a Rita Levi Montalcini, Premio Novel de Medicina 1984,  que próxima a cumplir cien años dijo lo siguiente: “Nunca he pensado en mi misma. Vivir o morir es la misma cosa. Porque, naturalmente, la vida no está en este pequeño cuerpo. Lo importante es la forma en que hemos vivido y el mensaje que dejamos. Eso es lo que nos sobrevive, eso es la inmortalidad. Es ridículo  obsesionarse con el envejecimiento. Mi cerebro es mejor ahora que cuando era joven. Es verdad que veo mal y oigo peor, pero mi cabeza está funcionando siempre bien. Lo fundamental es tener activo el cerebro, intentar ayudar a los demás y conservar la curiosidad por el mundo.”  En un mundo obsesionado por el embellecimiento físico, donde se aprecia más el buen cuerpo que a la buena persona, hay que reconocer lo acertado que está Saramago cuando dice; Rita es el camino.

El título de este artículo, lo tome prestado de una canción de Serrat, donde utiliza la belleza de sus versos, para reclamar un trato justo para los viejos: “Quizás llegar a viejo seria todo un progreso… Si después de darlo todo -en justa correspondencia- todo estuviese pagado y el carnet de jubilado abriese todas las puertas” Por cosas como ésta, es que tiene que preocuparse la política: por borrar esas caras de tristeza que vemos  en los asilos o el espectáculo de los jubilados que tienen que estar en huelga permanente para que se acuerden de ellos. Una forma rápida de ayudar, es empezar  por cambiar  la idea que se tiene de la vejez.  No pretendo promover una especie de “neoestoicismo” para que la gente comience a amar a la ancianidad de la noche a la mañana. Me conformaría con un cambio de actitud hacia los mayores, para que sientan que su valor personal no se pierde por el avance de la edad. La mejor forma de trabajar por esto, es poner nuestro grano de arena, porque las cosas cambiarían, si como dice Serrat, “entendiésemos que todos llevamos un viejo encima”.

La luz de Mandela

Hace unos días, un familiar que viajó al exterior me trajo la novela de John Carlín, El factor Humano.  En ese libro se basa la película Invictus,  que se ha convertido en una especie de fenómeno político, objeto de discusión y análisis en colegios y universidades; inclusive, Vladimir Villegas le recomienda al presidente Chávez  que le dedique dos horas a verla.  Al leer el libro   nos encontramos con el genio político de Mandela, pero en él hay mucho más que eso: tal y como lo reconoce su autor,  la vida de Mandela es una lección sobre el arte de relacionarse con las personas,  pues nadie mejor que él domina  el oficio de hacer amigos e influir en la gente, sea quien sea.
En Política, Nelson  Mandela marca diferencias. “Todos los políticos son seductores profesionales. Viven de cortejar a la gente y si hacen bien su trabajo, si tienen talento para conectar bien con el pueblo prosperan”. La tarea del político es ganar gente para su causa, pero Mandela tiene una ambición mayor, no solo quiere conseguir adeptos, también se propone conquistar a sus enemigos.  Ahora bien, ver solamente  la actuación política de Mandela, opaca la grandiosidad de la humanidad del personaje. Mandela plantea una forma diferente de interpretar la vida: cuando es condenado a cadena perpetua,  entiende que está forzado a vivir con los carceleros que le privan de la libertad, y  lo primero que hace es establecer buenas relacione con ellos;  su forma  de tratar y hablarle a la gente desarma  cualquier comportamiento violento; su  disciplina personal, tanto como prisionero o como presidente es una  verdadera lección de autoestima y humanidad. La lectura de Factor humano nos coloca ante un verdadero gigante  del arte de vivir; nosotros, que estamos metidos en la cultura de la confrontación,  viviendo en conflictos permanentes y haciendo constante apología de la violencia, al lado de Mandela parecemos miniaturas morales.
En la película Invictus hay una escena que resulta aleccionadora para el momento que vivimos: después de ganar la presidencia, Mandela observa un titular de prensa que se refería a él, diciendo: “Puede ganar una elección, pero, podrá gobernar el país”. Su acompañante le dice que no le haga caso y el responde: “Es una pregunta legítima”. Lo demás es historia, muy bien contada en el libro o en la película.  En Venezuela, nuestros políticos creen que lo único importante es tener la mayoría para ganar elecciones;  se preparan para ser candidatos, pero muchas veces se olvidan  de lo importante que es  prepararse para gobernar.  Tener la mayoría  garantiza el triunfo electoral, pero no la gobernabilidad, y eso está demostrado con los acontecimientos  de los  últimos años.
Dice la crítica que,   El factor humano podría ser la novela del año 2009, de no ser porque todo lo que cuenta sucedió de verdad.  Personalmente, considero  que es un libro de lectura obligatoria, sobre todo en un país como el nuestro, donde la crisis política está produciendo una profunda división social; un libro que enseña el arte de perdonar para poder convivir y que busca  despertar lo más humano de los corazones.   Ojala que en medio de un panorama tan oscuro  como el que nos ha tocado vivir, nos llegue un poco de la luz de Mandela.

La justicia y la riqueza

El debate político, y muy especialmente el discurso presidencial, está generando  confusión sobre algunos valores fundamentales de la sociedad. Decir que  “ser rico es malo”  relacionándolo directamente  con la existencia de la pobreza, es hacer creer que  los problemas de unos, son producto exclusivo del bienestar de otros. Esto puede ser cierto en algunos casos, pero no necesariamente es así. Sostener, que  quien tiene éxito económico,  es “corrupto o sortario”, no solo puede causar grandes injusticias, sino que desconoce  el valor del trabajo honesto cuando éste es exitoso. Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado cuando se habla de estos temas, para evita que una simple especulación se convierta en una verdadera injusticia.

Por otra parte, en lo que se refiere a la relación entre injusticia y pobreza, también hay que hacer algunas precisiones. Adela Cortina, en su libro Ética Civil y Religión dice que: “Una sociedad en que no todos los ciudadanos tienen un “Mercedes” no es por eso una sociedad injusta; una sociedad en que uno solo pasa hambre si lo es. Y conviene andar con tiento, porque con esto del bienestar podría ocurrir que, para que algunos pudieran tener un “Mercedes” que es en lo que cifran su bienestar, otros tengan que pasar hambre” Creo que la cita aclara un poco más el problema planteado al principio: la riqueza no es mala sino daña a nadie. Pero lo más importante para la autora, es tratar de establecer, cuando la pobreza se convierte en injusticia;  allí expone el concepto de los  “mínimos de justicia”. Veamos el siguiente ejemplo: si se pretende tener un Estado Social de Justicia, se debe garantiza a los ciudadanos – entre otras cosas-  el derecho a la salud; pero esa garantía no es un máximo sino un mínimo decente; no se puede garantizar a todos cirugías estéticas o embellecimientos odontológicos,  pero  si un ciudadano necesita urgentemente un trasplante  de órganos, el Estado debe garantizárselo,  porque es injusto  que muera por no tener recursos para operarse.  Concluye  la autora: “con  la búsqueda de estos “mínimos decentes” se puede lograr que los hombres  puedan convivir sino en condiciones de felicidad al menos de justicia”.

En Venezuela,  nuestros dirigentes necesitan algunas dosis de pragmatismo en lo que a la búsqueda de la justicia se refiere. Hay una constante invocación a los valores supremos de la justicia, pero no se trabaja lo suficiente para aliviar las injusticias que agobian a la sociedad. Es inaceptable, que un país con tantos recursos no tenga un sistema moderno y eficaz de seguridad social: el drama de quienes no consiguen cupo en los hospitales y las repetidas escenas de personas pidiendo dinero para poder pagar intervenciones quirúrgicas, son –entre muchas otras- razones suficientes para concluir que no tenemos una sociedad justa. Es indudable que hay que cambiar de rumbo.  No pretendo afirmar que la tesis de los “mínimos decentes” de Adela Cortina sea una verdad absoluta,  pero tiene la virtud, que ante el peligro de reducir el problema de la justicia a meras abstracciones, propone metas concretas que es lo importante. El hombre de hoy, más  que vagas promesa de felicidad, quiere que le garanticen condiciones mínimas de vida digna en la realidad.

La calidad de la justicia

El funcionamiento de la administración de justicia no le interesa al gobierno. Lo digo de esta manera categórica, porque los hechos no indican otra cosa. Estoy consciente, de que el problema de la justicia no  es sencillo, y que  en sociedades  con mayor tradición jurídica que la nuestra, todavía es una tarea pendiente. Pero cuando el desinterés  se trasforma en privación de derechos fundamentales, no se puede andar con eufemismos, y hay que ser claro y directo.  Pareciera que las máximas autoridades del Poder Judicial, no terminan de entender, que la administración de justicia es un  servicio público. ¿Cómo convencer al ciudadano común, de que el Poder Judicial ha progresado, porque ha pasado de la vieja concepción positivista del Estado Burgués, al Estado de Derecho Constitucional, si quince mil presos tienen que declararse en huelga de hambre porque los tribunales no dictan sentencia oportunamente?

En  Venezuela tenemos el problema de que la política lo absorbe todo, y  cualquier observación o crítica a la gestión pública es vista como un acto de perversa desestabilización. Se ha perdido la capacidad de oír y reconocer errores. Hablaba del tema con un especialista en sistemas de calidad, y me decía, que en todo proceso de calidad, hay un mecanismo básico para conocer su funcionamiento: “la satisfacción del cliente”.  En efecto, un servicio público es de calidad, cuando así lo considera el que lo recibe y no el que lo presta. Si el destinatario final está descontento, hay que analizar la situación y  tomar acciones correctivas. Si aplicamos esto al servicio de administración de justicia, se debe tomar en cuenta la opinión de los justiciables: si consideran que el sistema funciona bien, no hay problema, pero si no es así, hay que analizar las causas y buscar las soluciones. La información que manejo, es que la gran mayoría considera el sistema no funciona. Y el problema está, más en los métodos de trabajo, que en la filosofía jurídico-política.

Cuando digo, que estoy convencido de que el problema no le interesa al gobierno, es porque trabajé varios año en el Poder Judicial y  reconozco que el retardo procesal es un mal de vieja data,  pero no puedo entender, por qué no se utilizan los viejos remedios que resolvieron mucho problemas en el pasado; recordemos solamente dos situaciones: Si el juez renunciaba, se enfermaba o lo destituían, al día siguiente convocaban al suplente, pero el tribunal no se paralizaba; si se acumulaban muchas decisiones en estado de sentencia, se designaban jueces especiales  de 20 causas para ayudar a “poner el tribunal al día”.  Había preocupación por darle respuesta oportuna al ciudadano; que no se lograba totalmente, es cierto, pero pareciera que hoy ni siquiera la preocupación existe.   ¿Cómo explicar que se deje de dar despacho por meses o que se atrasen las decisiones por años? Esto es muy grave, pero lo peor, es que los demás actores del sistema de justicia se acostumbren a esta situación. Esto último, es lo que me motiva a escribir este artículo: El funcionamiento del sistema de justicia nos afecta a todos y todos somos responsables de su condiciones actuales, bien por acción u omisión; hay momentos,  en que permanecer callado ante un problema, te convierte en cómplice de él; no se puede consentir que una errática gerencia judicial desconozca que, “La justicia tardía no es justicia”.

La Concepción Marxista del Derecho.

El presidente Chávez les ha recomendado a los miembros de PSUV que se instruyan sobre el socialismo, y que lean  a Marx y Engels. Personalmente, creo que invitar a leer de primera mano y sin  orientación previa a los mencionados autores no es una buena idea. La historia ha sido testigo de los daños causados por interpretaciones equivocadas de la obra de Marx. Principalmente, me preocupa la forma como puede ser entendida en nuestra sociedad la idea marxista de la desaparición del derecho.
Para el marxismo, el derecho es un instrumento al servicio de la clase económica dominante para perpetuarse en el poder. Si se produce el triunfo revolucionario del proletariado surgiría una nueva estructura social sin división de clases, que garantizaría la satisfacción de todas las necesidades sociales. En este escenario, el derecho, como instrumento de coacción desaparecería porque no sería necesario.  Este planteamiento (marxista)  no tiene nada que ver con una idea que circula por ahí, y que sostiene,  palabras más o palabras menos, “que en la revolución socialista las leyes burguesas no se aplican, porque en definitiva quien manda es el pueblo y no la oligarquía económica dominante”.  
Ahora bien, la realidad histórica ha demostrado que la desaparición del derecho en la sociedad es algo utópico y sin sustento en el mundo real. Tomemos como ejemplo  a la extinta Unión Soviética donde se acogió la interpretación marxista del derecho. En la primera fase de transición del capitalismo al comunismo, se consideraba que el derecho burgués no estaba totalmente abolido, sino que se mantenía como instrumento regulador del reparto de los bienes en la sociedad. Pero en 1930 se anuncia el triunfo definitivo del socialismo y algunos jueces comenzaron a clausurar los tribunales. Cual fue el resultado, que el gobierno soviético se vio en la obligación de reabrirlos nuevamente, terminando allí la discusión sobre extinción del derecho en las sociedades comunistas. Inclusive se llegó a proclamar la necesidad de aplicar estrictamente las leyes para preservar el estado socialista. El error de los jueces al cerrar los tribunales fue creer que el derecho puede desaparecer por decreto, simplemente porque se declaró el triunfo definitivo del socialismo, cuando lo que sostiene la tesis marxista, es que la desaparición del derecho sería una consecuencia de la instalación de una nueva estructura económica, tan perfecta que no serían necesarios ni el derecho ni el Estado.
  En Venezuela, si bien no tenemos tribunales cerrados, está creciendo el incumplimiento generalizado de las leyes, en virtud de una nueva ideología que considera que la revolución está por encima del derecho. Esto es  gravísimo. No estamos ante una simple confrontación política, ni una lucha por los privilegios del poder,  sino que se está poniendo en peligro la existencia misma de la sociedad.  Bien lo dice el destacado jurista español Luis Muñoz Sabaté: “si el cuerpo social permanece latente es precisamente porque su contextura celular se mantiene aglutinada y viva gracias al derecho y que sin el derecho la sociedad desaparecería, como desaparecería el  universo en caso de abrogarse las leyes físicas que mantienen los astros en perfecto equilibrio y armonía”.

El socialismo humanista

La idea del socialismo forma parte de la cotidianidad del venezolano. El gobierno la eleva como bandera del proyecto político de la revolución bolivariana. Nos encontramos rodeados de frases, imágenes o sonidos, que nos repiten constantemente que estamos en la ruta del Socialismo del Siglo XXI.  Pero en esta acción hay más  fuerza y pasión que claridad conceptual: por una parte se pregona, “Patria Socialismo o Muerte”, pero ni siquiera sus más  insignes defensores saben explicar con claridad de que se trata, e inclusive caen en  grandes contradicciones.
Dice el presidente Chávez,  que el socialismo del siglo XXI se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en y el amor. Pero igualmente asevera, que la revolución no pacta con la oligarquía y que en Venezuela se está desarrollando una lucha de clases. Escuchando esto, recuerdo una vieja conferencia de  José Ortega y Gasset, dictada el 2 de diciembre de 1909 en la casa del Partido Socialista de Madrid: “Para mi el socialismo es cultura. Y cultura es cultivo, construcción. Y cultivo y construcción son Paz. El socialismo es el constructor de la gran paz  de la tierra. ¿Cómo no he de trabajar para que el socialismo deje de significar enemista, negación y lucha? No, no, los socialistas no somos solo enemigos de nuestros enemigos, no somos un principio de enemistad, Somos antes que esto y más que esto, amigos de nuestros amigos, tenemos un ideal de ubres inagotables, entorno al cual se agrupan, se aúnan, comulgan, comunican y se socializan los hombres; antes que nada y más que nada somos un principio de amistad. No se si esto os extraña: a vosotros se os ha enseñado que la formula central del socialismo es la lucha de clases. Por ello yo no estoy afiliado a vuestro partido, aun siendo vuestro corazón hermano del nuestro. Solo un adjetivo nos separa: vosotros sois socialistas marxistas; yo no soy marxista” (Discursos Políticos; Alianza Editorial página 31)

Este espacio no permite  analizar a fondo el contenido de la citada conferencia. Solo la menciono brevemente, porque creo que su lectura sería provechosa para  quienes dirigen o pretenden dirigir el destino del país. Más aún, su lectura puede ser  recomendable para quienes pretendan explorar, dentro de una concepción socialista, opciones diferentes del marxismo tradicional. Personalmente, creo  que la mayoría  de las aspiraciones revolucionarias de ayer, están plasmadas en nuestro texto constitucional y que el nuevo socialismo, no es otra cosa que hacer realidad la propuesta humanista contenida en la doctrina y legislación sobre derechos humanos. Si el socialismo del siglo XXI es – como dice el presidente-  solidaridad, fraternidad y amor, ¿a que debe parecerse? al marxismo o a la mencionada proposición de Ortega y Gasset: “el socialismo antes y más que una necesidad económica es un deber, una virtud moral: es la  veracidad científica, es la Justicia… socialización de la cultura, comunidad de trabajo y resurrección moral” Ojala que la crisis que vivimos nos ayude a construir otro socialismo; no el de la lucha de clases, la confrontación o la revancha, sino el del  respeto a la dignidad del hombre como valor supremo del estado,  el de la justicia social como realidad y no como simple aspiración   y el del bien común  como norte de la política y la función pública: un socialismo humanista que se constructor de la paz social.

Boxeo y dignidad humana

Debo comenzar este artículo reconociendo que, en mi juventud fui fanático del boxeo, admirador de los ídolos de ese deporte y que  disfruté  de todo tipo de combates, muy especialmente de aquellos en que se disputaban los títulos mundiales. Pero el crecimiento personal, va acompañado de un proceso de maduración moral, que muchas veces hace que nos avergoncemos de lo que hicimos en el pasado. Creo que fue a principios de los años noventa, cuando observé con detenimiento un programa deportivo llamado “Grandes Nocaut de la Historia”; un ejemplo dramático de la barbarie humana, que pretendía entretener al público,  repitiendo escenas en que el púgil derrotado se desplomaba  fulminado  “espectacularmente” por los golpes de su adversario. Desde ese momento, abandoné definitivamente mi afición por el boxeo,  y hoy la recuerdo cómo un pecado juvenil superado

Se que este tema produce mucha molestia, sobre todo en los fanáticos del  boxeo,  que tratan de justificarlo diciendo, que no es el deporte más violento ni el más peligroso. Sobre esto no voy a discutir. Pero  desde el punto de vista ético, el boxeo es insultante para la dignidad humana: dos hombres,  muchas veces manipulados por razones culturales o económicas, son invitados a “caerse a golpes” llegando al absurdo de que  pueden herirse gravemente o morir, sin que eso sea considerado delito. Y mientras tanto, los espectadores se entretienen pidiendo más violencia, aplaudiendo la furia de la agresión y hasta el derramamiento de sangre. La problemática del boxeo no es nueva,  es un viejo debate que inquieta,  más aún, cuando escuchamos algunas opiniones sobre  la tragedia del Inca Valero y su esposa: coincido con quienes afirman que hay mucha responsabilidad oficial por omisión, y que en el país no hay  políticas eficaces para tratar la violencia de género; lo que me parece contradictorio, es que  quienes se declaran defensores de los derechos humanos  hagan apología de los momentos gloriosos del boxeo.

José Antonio Marina  en su libro La Lucha por la Dignidad, dice que “hoy somos capaces de discernir nuestra propia barbarie y la inmensa mayoría de nosotros abominamos de ella. Incluso, desde nuestros cómodos sillones somos capaces de identificarnos con el sufrimiento ajeno y de indignarnos ante la injusticia, aunque ni siquiera llegue a rozarnos. En algo hemos avanzado: sabemos cómo no debería ser el mundo” Es verdad, hoy  más que nunca,  tenemos conciencia de lo que significa la dignidad humana,  sin embargo, a veces por comodidad o conveniencia, no actuamos ante los atentados que se cometen contra ella. En estos días, se van a realizar muchas manifestaciones en contra de la violencia de género, para comprometer más a las instituciones en la solución de ese problema. Esto es muy positivo, pero hay algo más importante: la solución del problema de la violencia, comienza por reconocer que todos somos violentos en mayor o menor grado; y que nuestra mejor contribución para un mundo sin violencia, es empezar por controlar la furia personal. Es muy fácil pedir a otros que cambien  y no asumir el mismo compromiso. Aquí está el gran problema. Decía Tolstoi: “Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse así mismo".