martes, 28 de junio de 2011

La pérdida de la alegría

Este mundo exigente y complicado produce muchas personas amargadas.  El “programa” que nos graban desde pequeños nos coloca una serie  de retos y proyectos que si no se saben manejar acaba con nuestra existencia.  Cada vez es más difícil  encontrarle sentido a la vida, y en vez de hallar alegría, con lo que nos topamos a cada instante es con  la amargura de vivir.
La perdida de la alegría  es una enfermedad que puede alcanzar a todos. Paradójicamente hasta las personas exitosas pueden perderla, y esto demuestra   que  ser alegre no depende de la posesión  esos  “valores” tradicionales: salud, dinero,  amor  -y ahora poder y prestigio-.   José María Gironella, famoso escritor español, en su libro Las pequeñas cosas de Dios escribe un capítulo sobre la alegría donde  se puede apreciar  la forma de encontrar este preciado tesoro.  Dice el escritor que habiendo perdido  “su”  alegría publicó el siguiente anuncio:
“Advierto al publico que he perdido mi joya más preciada: la Alegría. La he perdido en el trayecto comprendido entre mis treinta y treinta y tres años. A quien quiera que la encuentre le ruego que la devuelva su legítimo dueño (…) A nadie le será difícil reconocer mi alegría. Medía 1,74 como yo. Era de color azul claro pero con barras amarillas que la cruzaban como si fuera una bandera. Su forma se parecía mucho a la de un corazón humano adulto: y no estaba nunca quieta. Era una Alegría móvil, que daba saltos. Semejaba, en suma a un corazón vivo, como era el mío hasta que en el trayecto comprendido entre los treinta y los treinta y tres años  de pronto y sin saber  cómo todo lo perdí. No es reloj, ni bolso, ni cartera. Es mucho más que todo eso: es la Alegría de un hombre estrictamente personal. Nadie sino yo podrá servirse de ella…”
El anuncio continúa destacando como la alegría acompañaba al  escritor como un amigo fiel hasta que de pronto desapareció dejándole un gran vació. Como repuesta a este aviso de prensa, José María recibió muchas cartas de personas que le invitaban a compartir alegrías: una señora lo invitó a comer en su casa; una sociedad protectora de animales  le ofreció una mascota; una niña le regalo su muñeca más  querida;  un clochard (mendigo) de  Paris que dormía bajo un puente del Sena lo invitó a que se fuera con él a tomar una botella de vino,  y un monje  budista le escribió diciéndole que la perdida de la alegría se debía a que no había sabido bloquear las concupiscencias. “visto túnica de color casi amarillo y contemplo muy a menudo el azul del Cielo. No ambicione nada y su alegría volverá”
En conclusión ¿Por qué perdemos la alegría? ¿Porque hay personas que a pesar  de atravesar momentos difíciles  siempre están alegres?  ¿Por qué hay personas que teniéndolo todo  materialmente hablando siempre están tristes?  Porque no sabemos disfrutar de la vida como la señora que  sencillamente disfruta su comida,  o la niña  que regala su muñeca preferida para alegra a otro, o el mendigo que vive su miseria debajo de un puente. Decía Anthony  de Mello que no somos felices porque no sabemos escuchar, no nos damos cuenta que la alegría no está afuera, está dentro de nuestro  corazón,  y lo importarte es saber oírla. jblanco@ucab.edu .ve 

martes, 21 de junio de 2011

El abogado del Siglo XXI


El 23 de junio se celebra el Día Nacional del Abogado. Se escoge esta fecha, porque coincide con el natalicio de Cristóbal Mendoza, ilustre abogado de destacada trayectoria en tiempos de la independencia. La fecha siempre se presta para la reflexión sobre el rol del abogado en la sociedad,  y en las circunstancias actuales es obligatorio dedicarle algunas líneas a la situación del ejercicio de la abogacía.
La polémica siempre ha rodeado la actividad del abogado, porque la controversia jurídica y la administración de justicia siempre han sido polémicas. Pero además de los viejos y conocidos problemas  de la profesión, el abogado de hoy se enfrenta nuevos desafíos, de los cuales solo destacaré brevemente dos: lidiar con el hombre del siglo XXI y lograr una formación integral.
El hombre del siglo XXI es un ser globalizado. El progreso tecnológico le permite estar conectado permanentemente con el mundo, e informado de todo lo que sucede independientemente del tiempo o la distancia; igualmente puede estar actualizado en lo que se refiere a los avances del conocimiento o desarrollo de  las ciencias. Mientras que el hombre de antaño acudía ante un profesional para conocer sus problemas y que le recetara el remedio, hoy no ocurre lo mismo. Cualquier hijo de vecino, cuando  tiene un problema, lo primero que hace es investigar en internet, luego va ante profesional,  y cuando este  le da su opinión, la  verifica en “Google”  para estar seguro de que es correcta. ¿Qué quiero destacar con esto? Que el profesional de hoy no puede limitarse a trasmitir información, porque gran parte de la información está en la “red”. En el caso del abogado, poco aporta a su cliente si solo se limita a informar sobre  la existencia de leyes o jurisprudencias. En la actualidad, el abogado tiene que dedicarse más a interpretar y a argumentar que a informar. Lo voy a decir metafóricamente: una hermosa melodía puede estar perfectamente escrita en una partitura  y allí todos la pueden conocer,  pero no todos la van a interpretar de la misma manera. En conclusión: el abogado del siglo XXI tiene que especializarse el arte de la interpretación y la argumentación jurídica,  de lo contrario naufragará en el mar de la globalización.
Por otro lado, la dinámica social exige una formación jurídica integral, que consiste  cultivar todas  dimensiones del derecho: normas, hechos y valores. Me explico: las reglas de conducta que están las leyes, la forma como vive la gente y los valores que sustenta ordenamiento jurídico - social. El abogado integral debe dominar a la perfección el arte de la interpretación y argumentación jurídica, tal y como lo señalé en el párrafo anterior, pero además debe estar enterado de los problemas de la sociedad y comprometido con su solución, y por último, su comportamiento debe estar ajustado a los valores superiores de justicia: es muy difícil ser un buen abogado si no se es una persona honesta. En la formación del nuevo abogado las universidades tienen un reto gigantesco, porque  el viejo esquema de enseñanza ha caducado; hay que formar abogados integrales y no simplemente licenciados en leyes.
Celebramos pues el Día  Nacional del Abogado,  hay preocupación por la situación de la profesión;  pero esta  no puede ser solo la preocupación de un gremio. Del mismo modo que la sociedad debe preocuparse por lo que hacen sus gobernantes al dirigir el país, los ingenieros cuando construyen edificios o los pilotos cuando manejan los aviones, también se tiene que preocupar por el trabajo de los abogados,  porque la esencia de ese oficio  es el  acto de “ingeniería social” más importante que puede existir: la construcción de una sociedad justa. Y en esto todos tenemos que estar comprometidos, no solo los abogados. jblanco@ucab.edu

martes, 14 de junio de 2011

La vida automatizada

En un foro al que asistí la semana pasada,  un ponente lanzó una de esas ideas que dejan pensativo a cualquiera. “Lo ideal sería que existieran recursos suficientes para el funcionamiento de las universidades y que una especie de cajero automático los entregara,  sin intervención  de  la mano humana” ¡Caramba!,  podría  interpretarse que, como el comportamiento de los hombres no garantiza el éxito de las relaciones,  es mejor sustituirlo por la  automatización; es decir, por  sistemas donde se transfieren tareas realizadas habitualmente a operadores humanos, a un conjunto de elementos tecnológicos.

No hay duda de que el hombre confía más  en el funcionamiento de los sistemas automatizados que  en la acción humana.  Fui a sacar dinero de un cajero automático que se encuentra enfrente de una agencia bancaria  y  en un corto espacio de tiempo observé lo siguiente: de cinco personas que retiraron dinero del cajero solo una  lo contó; de tres personas que cobraron cheques por taquilla, todas contaron el dinero. Desde que se impuso el uso de las calculadoras o cajas registradoras casi nadie se preocupa del resultado de sus operaciones, mientras que las cuentas realizadas “a mano” son verificadas minuciosamente.  Conclusión: la fe en la automatización es  casi absoluta, y por eso hay una marcada tendencia  a que todo se haga “en línea”.
Pero  hay cosas que parece no tomar en cuenta esa idea del paraíso automatizado. En efecto, la conducta humana es producto de una valoración ética y no de una operación matemática; el hombre es el sujeto de la ética, que moldea su vida de acuerdo con un conjunto de valores que  asume como verdaderos.  En este quehacer, se ve obligado a discernir empleando la conciencia moral, que no puede ser sustituida por los botones  que activan un sistema operativo.
Por otro,  la automatización no tiene esa  excelencia absoluta que pregonan sus admiradores.  Dice al respecto  Arturo Pérez reverte en su artículo El iceberg del Titanic:Resolver cualquier problema nos cuesta horas de teléfono frente a voces enlatadas, marcando tal para esto o cual para lo otro. Todo cristo se ha puesto contestador automático en el móvil, en vez de la antigua señal de comunicando sale un buzón de voz, y ahora llamamos cinco veces a quien antes llamábamos una. Coches que antes se reparaban con una llave inglesa quedan bloqueados y ni gira el volante al menor fallo electrónico. O nos vemos sin teléfono, sin ordenador portátil, sin tableta electrónica o sin lo que sea, porque se escachifolla el cargador y la tienda de repuestos no abre hasta mañana. O no hay tienda. Yo mismo, el idiota al que mejor conozco, dependo cada día de que haya electricidad para que funcionen el teclado y la pantalla con que me gano la vida… Pero hasta  los más renuentes hemos aceptado las reglas de este disparate. De esta espiral imbécil. Nunca fuimos tan vulnerables como hoy. Hemos olvidado, porque nos conviene, que cada invento confortable tiene su accidente específico, cada Titanic su iceberg y cada playa paradisíaca su ola asesina”
No se pueden negar los beneficios que el progreso tecnológico le ha reportado  al vida humana, pero llegar a pensar que seremos más felices en la medida en que todo se automatice,  no solo es ingenuo, también es absurdo  y peligroso.  Esto, que en el pasado  era un tema  de ciencia ficción hoy es una amenaza real  para el proyecto humanista. No hay espacio para hablar  de los problemas que está produciendo la brecha digital, pero si en este tema no se camina con prudencia,  la tecnología se puede convertir en el demonio de nuestro tiempo. Jblanco@ucab.edu.ve



viernes, 10 de junio de 2011

La impunidad y la seguridad

El pasado fin de semana estuve en Puerto La Cruz dictando la materia Ética y Acción Política  del diplomado  de Gobernabilidad y Gerencia Política que ofrece la Universidad Católica Andrés Bello. Fue una experiencia interesante, porque se generó  un debate entre persona de ideas diferentes,  sobre lo qué es la ética y cómo debe ser la  conducta de los ciudadanos y los gobernantes.  En medio de la discusión,  se me pidió opinión sobre  las causas de la inseguridad en Venezuela.  Siguiendo la lógica abogadil, mencioné en primer lugar  a  la impunidad,  porque la ausencia de castigo es uno de los principales motivos de la proliferación de delitos.
Mientras se desarrollaba la clase caía un diluvio sobre la ciudad, y al salir, las calles estaban inundadas; era difícil conducir en medio de las “lagunas” y la nocturnidad. Pero ocurrió algo que me pareció sorprendente: la mayoría de los conductores  empezaron  a desplazarse de manera veloz e imprudente; parecía una escena de la película 2012, cuando el protagonista conduce  el vehículo de manera desesperada  para escapar del terremoto que destruye la ciudad. No sé que habrá pasado allí cuando llueve, pero lo cierto es que  se desató una especie de canibalismo vial; un “sálvese quien pueda  sin importa los demás”. En dos ocasiones tuve que detenerme o  desviarme para evitar que me chocaran; los vehículos pasaban por los charcos  empapando todo a su alrededor,  e inclusive, más de un “toque “se dieron y siguieron como si nada.
Al día siguiente, pasada la lluvia y el ambiente atemorizante, regresé a Puerto Ordaz y en la carretera  me encontré permanentemente con el peligro de la imprudencia vial,  hasta que  lamentablemente,  antes de llegar  a El Tigre observé  un gravísimo accidente que vino a confirmar una vez más lo peligroso que es transitar  por nuestras calles y carreteras.,
Terminé el viaje  volviendo a reflexionar sobre las causas de la inseguridad;  no cambio de opinión en el sentido de que la impunidad  es determinante, pero hay algo  que no se puede negar: la raíz  de la inseguridad  es el absurdo humano. Es verdad que sin castigo siempre habrá delito, pero si el hombre no se comporta de acuerdo con una “lógica ciudadana” y de manera repetida comete actos peligrosamente absurdos,  constantemente estaremos en riesgo. Hace más de un año, escribí un artículo donde destacaba que, hasta las personas más prudentes se vuelven irracionales  al frente de un volante.  Y no solo me refiero al tránsito, sino a la conducta  del hombre en general.  Rosa Montero escribió acertadamente,  sobre el lado oscuro  del corazón humano, de donde en forma inesperada aparecen  monstruos que cometen las atrocidades más insospechadas.
Tal vez estemos viviendo un momento de esplendor en lo que al estudio de la ética se refiere.  Casi todos hablan de ética y muchos pretenden  dar lecciones de moral. Pero como se ha dicho repetidamente, la ética no es un conocimiento que se adquiere para criticar a otros, sino para mejorar la conducta personal: “la ética no es para tirar piedras al techo del vecino, sino para mejorar las goteras que tenemos en el nuestro”. Es muy difícil alcanzar la seguridad, pero si queremos trabajar para  lograrlo,  vamos a empezar por tratar de controlar  los demonios que todos llevamos  por dentro y que a veces se nos escapan. jblanco@ucab.edu.ve