martes, 29 de noviembre de 2011

Los estudiantes, la política y la Universidad



En los últimos años se ha incrementado la participación de los estudiantes en los asuntos políticos: La muerte de los hermanos Faddoul  o  el cierre de RCTV, entre otras cosas,  fue una especie de detonante que activó las protestas estudiantiles  y colocó a sus líderes en la primera plana del debate político nacional. Muchos ven en los estudiantes una esperanza, otros  consideran que son títeres que los poderosos de siempre manipulan a su antojo. Lo cierto  es que, el movimiento estudiantil ha cobrado fuerza especial, y prueba de ello es el interés del gobierno que da atención especial a los jóvenes que lo siguen y los insta unirse a las milicias.

En las universidades guayanesas los muchachos no se han quedado atrás y siempre están  activos ante el acontecer político nacional. Actualmente están organizando un debate entre los diferentes precandidatos a la gobernación del estado Bolívar para  que estos hagan públicas sus propuestas.  Como  siempre, hay diferentes reacciones: Unos lo ven  con agrado y otros lo rechazan con la repetida frase “Los estudiantes deberían dedicarse a estudiar y no meterse en la política”. Es más, les reclaman a los profesores y autoridades universitarias por permitir que los estudiantes realicen actividades políticas en  los recintos académicos.

Ante esta discusión sobre el rol de los estudiantes  en la política, me parece conveniente citar las ideas de Mario Briceño Iragorry en un ensayo producido en 1953,  titulado,  Problemas de la juventud Venezolana, donde al referirse a los estudiantes y muy especialmente al rol de las universidades,  afirma: “La Universidad y el liceo están obligados, por el contrario, a propender que los jóvenes aprendan a hablar de política. En el orden de la Cultura, la política es el puente por donde la Sociología pasa a ser Historia. En general, los gobiernos deberían crear un clima de confianza y de seguridad que diese a los debates estudiantiles un mero aspecto circunstancial en la vida de la sociedad. Antes de llegar a los sistemas de silencio y de la amenaza, bien podrían las autoridades darse cuenta de que no son los estudiantes por sí quienes provocan las posibles alteraciones del orden, sino el sistema que oprime la conciencia general de los hombres”.

Hay que recordar que cuando Mario Briceño Iragorry  escribe el ensayo que estoy citando, el aire de la democracia no se respiraba a plenitud. Inclusive destaca el insigne historiador que, en un acto celebrado en la Universidad de los Andes, un diplomático invitado, pretendió erigir la superioridad de la instrucción militar sobre la educación civil. Hoy, gracias a Dios las cosas han cambiado. Pero siempre hay algunos riesgos. Cada vez que una protesta estudiantil molesta, aparecen algunos especialistas en educación superior que, con  el argumento de  que hay que sacar la política de universidad pretenden silenciar la “incomoda” voz de los estudiantes.

Por eso me ha parecido conveniente citar el viejo ensayo de Mario Briceño Iragorry que en este sentido se pronuncia da manera tajante: “La Universidad sin palabra para protestar siquiera de un mal profesor, impone a los jóvenes el tremendo deber de darle mayor volumen a la voz que se intenta silenciar. Sobre el interés de la mera docencia que forma a los profesionales, está el interés de crear las grandes ideas de donde deriva la vida un sentido que rebase su mero fin material”

En tiempos en que se pretende trasformar la Universidad,  y cuando la cercanía de las elecciones coloca nuevamente en el ojo del huracán al movimiento estudiantil,  es muy importante destacar que la Universidad no es solo un centro de formación de profesionales exitosos, ni una academia de instrucción militar.  La Universidad  es un espacio para la formación de la ciudadanía, la búsqueda de la esencia del hombre y la construcción y consolidación de los valores sociales. Y esto no se puede lograr si se les impone a los estudiantes la “ley del silencio”. Twitter @zaqueoo

domingo, 27 de noviembre de 2011

Justicia o reconciliación



El debate realizado el pasado lunes 14 en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas ha sido objeto de todo tipo de comentarios;  hay diferentes opiniones  sobre  quién lo gano, quién trasmitió el mejor mensaje, quién tiene la mejor imagen, quién es el mejor candidato para enfrentar a Chávez etc. Pero además de lo anterior,  el evento le subió el tono a un tema polémico: la reconciliación nacional.

El precandidato Diego Arria,  ofreció -entre otras cosas-  hacer justicia, llevando a los tribunales a  los políticos que hayan cometido delitos durante esta gestión, empezando por  presidente Chávez. Esto fue aplaudido jubilosamente por el público que asistió al acto,  cosa que le cayó muy mal a más de uno, especialmente a Miguel Salazar  que, en su semanario Las verdades de Miguel,  cuestiona duramente la autoridad moral del precandidato y además dice: “Flaco servicio le hace usted a la oposición cuando espanta con su arenga irresponsable no a Chávez, sino a quienes le siguen a tientas en el seno del pueblo…”

Digo que esto revivió la polémica sobre la reconciliación nacional, porque  mientras un sector de la sociedad  propone hacer “borrón y cuenta nueva” para lograr un gran acuerdo nacional,  otros se oponen  enérgicamente, pues consideran que cuando un nuevo gobierno llegue al poder tiene que hacer justica, y castigar los abusos cometidos por este régimen.  No es un tema fácil, porque si bien es cierto que hacer justicia es necesario para que las sociedades puedan subsistir, cuando la convivencia está rota y las sociedades divididas por los traumas políticos, a veces es necesario renunciar a la justicia para alcanzar la paz social.  Y si no, pregúntenselo a Mandela,  que después de pasar 27 años en prisión llegó a la presidencia de su país, no a “cobrar facturas”,  sino  a reconciliar a una nación  profundamente dividida.

No se puede negar que el país está  profundamente dividido y en estas condiciones no puede salir adelante. O se produce un gran acuerdo nacional para superar la crisis o esta irá agravándose hasta alcanzar niveles incontrolables. En esta encrucijada la reconciliación es una necesidad. Pero esta no se alcanza por decreto, hay que crear las condiciones para que  se desarrolle  un sentimiento nacional  a favor de la unidad y la convivencia: Que todos entienda el valor de la paz y la tolerancia;   cosa que es difícil conseguir con el discurso incendiario del presidente, o con las promesa revanchistas de algún candidato de oposición.

Recientemente en España,  el grupo terrorista ETA, ofreció el fin de la violencia.  Ante esto, el Superior Provincial de los jesuitas del país vasco  Juan José Etxeberría dijo: "Tenemos perdón que ofrecer, heridas que sanar, dolores que aliviar, odios que apartar, rencores que olvidar". Las reacciones iracundas no se hicieron esperar: ¿Perdonar a esos criminales? El problema es que muchos no entienden que  el perdón puede ser el “arma” que acabe de una vez por todas con la muerte y el terror. El  teólogo José Mª Castillo escribió en su blog.  “Y si es que Caín sigue ahí, "irritado" y "cabizbajo", como cuenta el relato mítico del Génesis (4, 5-6), en tal caso, ya podemos poner policías eficaces, jueces severos y políticos inteligentes. De poco servirá todo eso. A terroristas y delincuentes se les pude meter en la cárcel. Pero, si en la calle dejamos campando a sus anchas a nuestros sentimientos más cainitas, en tal caso y por mucho que invoquemos a las víctimas, en esta sociedad nuestra nos sentiremos todos como se sentía Caín: "teniendo que ocultarnos de la presencia (del Bien), y andando errantes vagando por el mundo" (Gen 4, 14)”

Termino esta reflexión aclarando que, como abogado estoy convencido  de que la espada de la justicia es necesaria para mantener el orden social,  pero no dejo de valorar los argumentos de quienes sostienen que la vida humana no puede regirse solo por la espada. Twitter @zaqueoo

     

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El fin del mundo




El viernes pasado fue un  día de incertidumbre para muchas personas: día 11 del mes 11 del año 11. Quienes sembraron la mayor inquietud fueron los numerólogos,  afirmando  que, nuestras vidas están regidas por los números y en esa fecha había algo especial: “Si las personas suman los dos últimos números  de su año de nacimiento a la edad que tienen el resultado siempre será 111”.  Entonces ¿Qué iba a pasar el viernes? o ¿Qué puede pasar este año el 21 de diciembre?,  cuando según las profecías Mayas llega el fin de los tiempos. Debo aclarar que no soy especialista en estos temas y siempre los he visto con lejanía y desconfianza;  por lo tanto, no voy a ahondar en ellos, sino que me quiero referir a lo que se debe entender como el fin del mundo.

Más allá de las especulaciones anteriores, no se puede negar que los días 11 traen recuerdos poco gratos a la humanidad. El reconocido filosofo europeo  André Glucksmann  en su libro Dostoievski en Manhattan, dice que “Una hora fue suficiente para cambiar el mundo. La destrucción de las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 no nos llevo al fin de la historia ni al choque de civilizaciones, sino que marco el inicio del nihilismo mundial”  El libro comienza con una cita de Leo Strauss “Permítanme intentar definir el nihilismo como el deseo de aniquilar el mundo presente y sus posibilidades; deseo que no acompaña ninguna idea clara de con que sustituirlo”.

 En la mente nos ha quedado  gravada la escena de los dos Boeing estrellándose contra las torres gemelas. Pero hay cosas que no se quieren contar. Narra Glucksmann: “Cuando Mattew Cornelius que trabajaba en el piso 65 logró llegar a la calle, un bombero le gritó: “Corre hacia Brodway  y no mires  a la izquierda”. Mattew corrió, pero como la mujer de Lot, miró a su izquierda y desde entonces su vida cambió “Nunca conseguiré olvidar los restos humanos frente a los edificios, las manos, los pies, una cabeza…” Esta escena refleja de manera más clara el verdadero horror de aquel 11 de septiembre: Es el triunfo de la cultura de la muerte y la destrucción;  “El impulso frio de unos seres humanos que mezclan su suicido con el asesinato colectivo”; Un trágico cambio de paradigma: Del placer de vivir, al placer de matar.

En algunas ocasiones, cuando por las mañanas  despertamos a la realidad escuchando las noticias,  dice mi esposa: Creo que este mundo se va acabar. Recientemente, una amiga que desde hace años se dedica a la docencia en tono desesperanzado me dijo “Esto se acabó, los valores  de nuestras vidas desaparecieron; no hay espacio para nosotros aquí” No se puede ser ingenuo ni tildar de pesimistas derrotados  a quienes así se expresan. Diariamente observamos en nuestro entorno, verdaderos atentados contra lo que durante años ha servido de soporte a nuestra manera de vivir: Abundan los maltratos  -e inclusive asesinatos- de los hijos a los padres,  se generaliza el irrespeto a los maestros, se traiciona a los amigos, nada se agradece a nadie, la  infidelidad es algo normal y común,  y cada vez hay más corrupción, crímenes,  terror, destrucción…  Y ante esta situación, algunos  pretenden que se haga lo mismo que hizo  CNN el 11 de septiembre, enseñar  imágenes espectaculares sin mostrar la verdadera cara de la maldad. “Hay que conservar la calma”  “Todo es comprensible y normal”

Para quienes se preocupan por  lo que le pueda pasar al mundo,  por la influencia del desplazamiento de los astros, hay que advertirles que el fin del mundo ya llegó. Porque como dice Glucksmann: “Cuando se han derribado  los límites de lo posible es muy difícil levantarlos nuevamente” Las tradicionales barreras que contenían el mal se han desmoronado. Hoy la ferocidad no tiene límites y no sabemos hasta donde esto nos puede llevar. Lo importante es hacer resistencia, que  cada uno desde su trinchera asuma el compromiso de defender los valores  de las sociedades humanas y civilizadas. El fin del mundo ha comenzado pero hay que detenerlo. Twitter @zaqueoo

martes, 8 de noviembre de 2011

Lecturas eróticas


Debo comenzar pidiéndole disculpas al lector por engañarlo, ya que el título del artículo no guarda exacta relación con su contenido. No voy a referirme al amor sensual, sino al problema que le está causando al hombre de hoy el desinterés por la lectura. Por eso, consciente de que leer no es atractivo para muchos, menos lo es un artículo sobre la lectura, y a eso se debe la pequeña trampa del título, alusivo a lecturas aparentemente muy atractivas.
El desinterés por la lectura va mucho más allá de la apatía hacia el arte literario; no se trata de que cada día haya menos personas apasionadas por los libros, el problema es que el hombre de hoy no lee nada. En una tertulia donde se disertaba sobre la ética mundial, el conocido articulista de este medio Eliecer Calzadilla, destacó que, en muchas ocasiones, cuando a una persona se le entrega una hoja de papel que contiene un breve texto, en vez de leerlo, la reacción inmediata es doblarla y guardarla. Puedo dar fe  de que lo mismo ocurre en nuestras  universidades: la mayoría de los estudiantes no  lee los volantes, dípticos o trípticos que se entregan para informar sobre las actividades académicas, culturales o deportivas;  ni siquiera leen las carteleras y como consecuencia de eso no se enteran de nada. Lo mismo ocurre en términos generales con el ciudadano común: no lee las instrucciones de las medicinas, ni los manuales de los equipos electrónicos... Ni siquiera lee los periódicos: solo “hojea y ojea” los titulares.
Pero este desinterés por la lectura no solo es problema de legos, el avance de algunas disciplinas científicas también ha colaborado con esto. Cuando llegué a la universidad procedente del mundo tribunalicio acostumbrado a leer sentencias o providencias, y redactar decisiones jurídicas, la primera vez que me tocó presentar un informe, escribí un dictamen de 8 páginas. Al entregarlo a quienes debían revisarlo, me preguntaron tiernamente “¿Tú no puedes poner todo eso en un cuadrito?” Desde entonces me he acostumbrado a la sustitución de los párrafos por cuadros, tablas o gráficos.
Esto no es un problema de gustos, costumbres o estilos. El desinterés por la lectura está produciendo una gran incapacidad para entender lo que se trasmite mediante la escritura, creando una “cultura superficial de titulares” que ignora los contenidos. Una prueba evidente de esto se produjo de manera pública hace varios años, cuando el Presidente, elogiando el alzamiento del pueblo, citó el libro de  José Ortega y Gasset La rebelión de las masas,  que dice todo lo contrario a lo que se pretendía enaltecer con la cita.
Cuando  cursaba  estudios de Derecho a nivel de pregrado,  uno de los profesores más críticos de nuestra disciplina dijo que, Venezuela estaba entre los pocos países donde una persona podía graduarse de abogado sin haberse leído nunca un libro de Derecho. No me quiero pronunciar sobre  la veracidad de la afirmación, lo que puedo decir con propiedad, es que a los estudiantes no les gusta estudiar por libros; el “apuntismo” los aparta de las grandes obras jurídicas; y esto -entre otros males- trae como consecuencia que, les cuesta una enormidad redactar un párrafo en forma coherente, limitándose a plasmar en los exámenes, algunas frases sueltas, muy parecidas a los mensajes de texto o “twitters” que dominan en buena forma.
Quería titular este artículo “La defensa de la lectura”, pero como dije al principio, pensé que casi nadie lo leería, y  es importante que hasta los más renuentes a los textos escritos, caigan en la cuenta de que el hombre  no solo es un animal que habla, sino que lee.  Y leer es una forma de humanizarse que no puede desaparecer. Por eso, como dicen ahora, hay que leer en defensa propia, y leer todo, no solo las lecturas eróticas. jblanco@ucab.edu.ve;  twitter @zaqueoo