miércoles, 9 de febrero de 2011

El deslave moral



El deslave es el derrumbe de las capas montañosas por efecto de diferentes factores que las erosionan. Hablar de deslaves entre nosotros, nos trae a la memoria inmediatamente la tragedia de Vargas, donde muchas personas perdieron la vida, y otras quedaron en la ruina no solo material sino también moral. Se acaba de estrenar en Venezuela la película El Chico que Miente: es la historia de un muchacho que pierde a su madre en la tragedia de Vargas y recorre las costas venezolanas buscándola. La película no es lo esperado, como dice la crítica, el planteamiento es interesante, pero como obra cinematográfica deja mucho que desear.  Me causa una extraña sensación, la mezcla de la belleza natural con un deterioro físico y moral que en ocasiones se torna apocalíptico. Nada queda bien parado,  aunque siempre hay quien da albergue o comida, pareciera que en Venezuela hay que mentir para subsistir.
No había digerido las sensaciones de la película, cuando me encontré con  la novela del escritor húngaro  Sándor Márai  Divorcio en Buda, allí Kristof Komives,  un modesto Juez que tramita un juicio de divorcio, reflexiona sobre el valor de su oficio  “era su trabajo y misión sofocar los instintos que se rebelan contra la disciplina de la sociedad. Nunca había sido tan necesaria una profesión para educar y protegerla… No se trata simplemente de aplicar castigos a los culpables y proteger a los inocentes,  está en juego toda la civilización entera, la paz y la sociedad humana.”  Sin embargo, al contemplar la Vorágine  de la época tenía la sensación de que la ley se había quedado atrás y era demasiado débil  e ineficaz para luchar contra la tiranía de los tiempos. “La ley no había podido prever el proceso de descomposición  que barría todo y hacía temblar los cimientos de las cosas”
Pero a veces la realidad supera a la ficción: en un noticiero de televisión, observé la entrevista que le hicieron a una mujer, que habiendo ganado un juicio inquilinario, se instaló a vivir en la puerta de su apartamento, porque el Tribunal Supremo –sin considera las razones de las partes- ha prohibido los desalojos, beneficiando así al inquilino que perdió el juicio; por otro lado, la ola de invasiones que se está desatando en el país, nos conduce a la paradoja,  de  que los infractores están en mejores condiciones que las víctimas de la infracción.  La cita  de la novela de Márai es perfectamente aplicable a nuestra realidad: estamos en medio de una vorágine que debilita las leyes y acaba con el estado de derecho.
Por otro lado las relaciones sociales están sufriendo algo parecido: El respeto, la amistad o la solidaridad son valores del pasado. La letra del tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo está vigente: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor; ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador, todo es igual, nada es mejor,  lo mismo un burro que un gran profesor, no hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao” Esa es nuestra realidad; se  puede estar en desacuerdo con el planteamiento de El chico que miente, pero es muy difícil negar que estamos viviendo un verdadero deslave moral. Lo bueno, es que, a pesar de todo, Venezuela siempre es un país de oportunidades.  Jblanco@ucab.edu.ve


miércoles, 2 de febrero de 2011

La racionalidad de las leyes

El proyecto bolivariano avanza  utilizando la legislación como instrumento para alcanzar sus objetivos: el presidente se ha empeñado en trasformar la sociedad a fuerza de leyes. La polémica actuación de la Asamblea Nacional saliente y la promesa presidencial de promulgar decretos leyes que aceleren la revolución, se ha convertido en el centro del debate político nacional: la Ley de las Comunas, la Ley Habilitante, o la vetada Ley de Educación Universitaria (LEU), son  solo un ejemplo de la confrontación que está produciendo esta legislación revolucionaria. Ahora bien, hasta donde se puede trasformar una sociedad con leyes. El ilustre jurista alemán Savigny decía que, la manera de vivir de un pueblo no se puede cambiar por decreto de un día para otro, y ponía el ejemplo del idioma: Si una ley pretendiese cambiar repentinamente el lenguaje nacional, la gente durante mucho tiempo seguiría comunicándose en su lengua tradicional.
Sería bueno que nuestros legisladores repasaran un poco  la historia y la teoría del derecho, para no caer en antiguos errores ya superados por la ciencia jurídica, evitando así, la producción de leyes racionalmente inviables. Manuel Atienza en su libro Tras la Justicia, dice que para alcanzar los objetivos que se persiguen con las leyes, estas deben tener los siguientes niveles de racionalidad: (i) Racionalidad lingüística, el mensaje de la ley debe ser claro, no contener palabras ambiguas o conceptos imprecisos; (ii) Racionalidad jurídico formal, la ley debe insertarse armoniosamente en el sistema jurídico sin chocar con la Constitución o con otras leyes de mayor  jerarquía (iii) Racionalidad pragmática, la ley no debe prescribir lo que los destinatarios no puedan cumplir en la práctica (iv) Racionalidad teleológica, la ley debe estar orientada al cumplimiento de los fines sociales;  y por último la Racionalidad ética, la conducta  prescrita debe estar ajustada a los valores socialmente aceptados.
Para explicar en forma clara y sencilla lo expuesto en el párrafo anterior, voy a usar como ejemplo la vetada Ley de educación Universitaria (LEU): el texto estaba lleno de conceptos imprecisos, incomprensibles no solo para el ciudadano común, sino también para algunos miembros de la comunidad universitaria, que no tienen claro todavía lo que significaba para el legislador: autonomía, libertad de cátedra, pluralidad de pensamiento, patria socialista etc.; era evidentemente inconstitucional, ya que contenía normas que no se ajustaban a lo establecido en el artículo 109 de la Constitución Nacional; pretendía cambiar la forma de vivir de las comunidades universitarias, acostumbradas a debatir y expresar en forma libre todas las corrientes del pensamiento; estaba dirigida exclusivamente a la consolidación de un proyecto político, sin tomar en consideración que, el valor supremo de este tiempo es el humanismo, y en consecuencia, la educación debe estar orientada principalmente al servicio del hombre.  Por estos “indicadores” siempre consideré, utilizando palabras de Atienza, que la vetada LEU, era irracional.
Después del veto de la LEU se inicia un debate sobre la trasformación universitaria, esto es muy positivo y debe ser aprovechado para legislar con racionalidad, considerando los cinco niveles que cite anteriormente. No se trata de exquisiteces de académico: son sabias recomendaciones,  que pueden ayudar a que las leyes sean instrumentos de armoniosa organización social, de lo contrario, tendríamos que darle la razón al sofista Trasímaco que decía; “La ley no es más que, aquello que place al más poderoso” Jblanco@ucab.edu.ve