martes, 26 de abril de 2011

Los rostros del nihilismo



Pasó la Semana Santa y volvemos a la realidad de lo cotidiano. Unos vivieron intensamente la religiosidad  de estas fechas, otros  -tal vez la mayoría- aprovecharon unos días de vacaciones liberados de las obligaciones que hacen más pesada la carga de la vida. Una de las frases más sonadas del domingo de resurrección fue: “Mañana otra vez a lo mismo”.  Esta actitud, muy común en el hombre  de hoy, es una manifestación  de un nihilismo contemporáneo, que se manifiesta en la idea de que,  la vida no es otra cosa que trabajar sin sentido.

De manera sencilla y dirigida a las personas que no están familiarizadas con la terminología académica, podemos decir que son nihilistas quienes consideran que, alcanzar la felicidad humana no es posible, porque no existe; lo único real en la vida es la nada: no hay nada que buscar, nada en que creer, ni nada que esperar. Ahora bien, Javier Aranguren, en sus  Fundamentos de Antropología, sostiene que hay variantes del nihilismo, las cuales se pueden  manifestar de la manera siguiente:

a) La desesperación: El futuro no depara ningún bien. “El desesperado, tienen una indigestión de dolor, como si la vida le hubiera sentado mal”;

b) El fatalismo: El hombre no es dueño de su destino. Todo está escrito, de nada vale afanarse por  alcanzar metas o cambiar las  cosas,  porque lo que va a pasar nadie lo puede cambiar. “La libertad queda reprimida ante lo ineludible”;

c) El absurdo: Las acciones del  hombre no son producto de una voluntad razonada; el sistema social obliga al hombre a comportarse de una manera que a él le resulta absurda y carente de toda finalidad;

d) El cinismo: En la vida todo es máscaras e hipocresía, nada es en serio. El cínico finge interesarse de verdad por las personas o las cosas y en realidad solo busca obtener utilidad de ellas;

e) El pesimismo: Toda tarea por buscar el bien está condenada al fracaso. Todo va a salir mal. Es preferible no engañarse, el fracaso es el único compañero fiel;

f) La afirmación eufórica de la vida y la ebriedad. Hay que  beber  o drogarse para olvidar o buscar una exaltación que le dé sentido a la realidad y la vida;

No sé si el lector se identifica o se siente cercano a estos “rostros del nihilismo”, que indudablemente afectan al hombre de hoy.  Pero  es bueno aclara que no todo es así,  ni todo está perdido: Decía Confucio que, “más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”.   Hay que advertir que una de las causas de este nihilismo contemporáneo,  son los  paradigmas que trasmite la sociedad,  cuando divulga la idea  de que la felicidad depende exclusivamente del éxito, la fama o el prestigio: “Tienes que ser estrella  a toda costa, porque si no,  eres  un perdedor”  Este modelo convierte a la sociedad  en una gigantesca fabrica de  personas aparentemente  fracasadas. El gran error está en que,  en la afanosa búsqueda de un éxito artificial, perdemos la oportunidad de disfrutar de lo que realmente tenemos.

Hoy  abundan los libros de autoayuda que no hacen más que repetir viejas y sabias fórmulas para ser feliz: La grandeza de la vida está  dentro de nosotros, y se traduce en desarrollar la capacidad para apreciar y valorar el regalo de  vivir. Porque como decía Wenceslao Fernández Flores “Toda la ciencia, la filosofía y la sabiduría se reducen a una sola cosa: vivir”.  Y no vivir de cualquier manera, sino vivir como un ser humano. Así de sencillo. Lástima que  esto no lo comprendan los nihilistas.  Jblanco @ucab.edu.ve

martes, 12 de abril de 2011

El ciudadano justo


El tema de la ciudadanía está permanentemente en el tapete, porque el deterioro de las relaciones sociales ha llegado a tal extremo que,  la convivencia en la ciudad  se ha vuelto prácticamente imposible. Ahora bien, ¿Por qué avanzamos tanto en ciencia y tecnología y sin embargo retrocedemos cada vez más en convivencia ciudadana? Esta pregunta no puede tener una respuesta única y exprés. Hay muchos factores que inciden en el deterioro de la relaciones de los habitantes de la ciudad, pero uno de los más importantes es que nos hemos equivocado al cambiar la antigua concepción de la justicia, que estaba basada en el deber, sustituyéndola  por una nueva idea que solo se basa en el derecho.
Josef Pieper en su libro La fe ante el reto de la cultura contemporánea, dice que los antiguos, cuando hablaban de justicia, siempre se referían a los obligados y nunca tomaban en consideración a los legitimados, esto es,  a los titulares de los derechos. Dice la vieja fórmula que, “La justicia es la constante voluntad de dar a cada uno lo suyo” Era una virtud ciudadana que se puede resumir en, la actitud permanente de respetar el derecho ajeno.  La ciudad ideal estaría conformada por hombres que siempre tuvieran presente los derechos de los otros.
Posteriormente, el proceso de evolución de los derechos del hombre, exaltó el valor de los derechos del individuo, pero en su enseñanza se han olvidado destacar que, la eficacia de cualquier derecho solo se alcanza cuando los obligados lo respetan. Me explico con un ejemplo: tengo derecho a la vida, porque la sociedad que está obligada a garantizármelo no me lo quita y los demás ciudadanos que tienen conciencia de él no me matan.
Traigo a colación todo este rollo filosófico, porque en la actualidad pareciera que en nuestro país solo existen los derechos, los deberes desaparecieron. Un ejemplo son las invasiones, las personas que carecen de vivienda se creen legitimados por la Constitución para ocupar las casas de otras personas,  invocando derechos fundamentales ¿Como queda el derecho de la persona privada de su propiedad? Venezuela es un estado de derecho, es cierto y debe garantizar a todos los ciudadanos los derechos previstos en la Constitución, pero también es un estado de justicia que tiene que dar y reconocer a cada uno lo suyo.
En la en la entrada del Palacio de Justica de Caracas hay un pensamiento que dice: El mundo es del hombre justo. ¿Quién es el hombres justo? El que esgrime una Constitución solo para tomar de ella lo que le interesa, sin importarle para nada el derecho ajeno, o el viejo ciudadano griego que tenía por norte de su vida el  respeto por el derecho del otro.  Por eso, en medio de este debate sobre la ciudadanía, hay  que mirar hacia atrás, para saber en qué momento perdimos el camino y tomemos nuevamente la senda de la justicia. Porque lo primero que tiene que hacer un buen ciudadano, es reconocer al otro como persona que tienen los mismos derechos, y la misma necesidad de vivir en paz;  y solo hay paz donde se le da a cada uno lo que le corresponde.  jblanco@ucab.edu.ve

martes, 5 de abril de 2011

El imperio de la Tecnología


La experiencia de la reciente declaración del impuesto sobre la renta y una visita a un banco, donde una persona mayor pedía ayuda para que le explicaran como se hacía un trámite en línea, fueron suficientes para demostrarme  que la búsqueda de la excelencia tecnológica no toma en consideración al ser humano. En efecto, hay una tendencia acelerada a que todo se haga en “línea”, es decir, por internet, olvidando que hay muchísimas personas que no tienen acceso a la tecnología y ante esta eclosión de la informática en la vida humana, se siente excluidos, ignorados y a veces hasta humillados.
Un distinguido docente universitario, me manifestó que cada día se sentía más inútil, porque su talento y conocimiento se veía opacado por la destreza de un técnico especialista en informática. No pretendo remar contra corriente y criticar el avance tecnológico al mismo tiempo que escribo estas líneas  en la computadora para después trasmitirlas  por  el twitter; no. Lo que quiero resaltar, es que no podemos ser tan indiferentes ante la situación que viven muchas personas que, no tienen ni el conocimiento ni la posibilidad de usar las herramientas electrónicas convirtiéndose de la noche a la mañana en analfabetas informáticos
Hay mucha gente que no tiene computadora, celular y mucho menos "BlacBerry". Hay muchos ciudadanos que no entienden el lenguaje de los cajeros electrónicos o de las consultas  por internet  y no por eso pierde su condición de personas. Hay que tener mucho cuidado, porque de la misma manera que se produce una importante exclusión social causada por la pobreza, se está produciendo otra, que está bajado del autobús de la vida ciudadana a muchas persona, principalmente a los ancianos o a quienes por circunstancias de la vida se han visto privados del conocimiento tecnológico.


La vida aburrida




El aburrimiento siempre ha sido considerado como algo perjudicial para una buena vida. Decía Bertrand Russell que, el fastidio parecer ser una emoción típicamente humana que siempre se quiere evitar. La mejor manera de curar el aburrimiento es viviendo experiencias excitantes y en esto el avance científico ha ayudado a que se disminuya la monotonía de la vida. Se puede decir que cada vez progresamos más en eso de evitar el aburrimiento. Creo que indudablemente el hombre de hoy se aburre menos que el de ayer, lo que no me parece, es que se esté resolviendo el problema de la monotonía de la vida.
 En numerosas ocasiones nos hemos encontrado con personas que se aburren en todo momento y en todo lugar, nada satisface su necesidad de distracción. Esto lo apreciamos especialmente en los jóvenes: es muy difícil que atienda tranquilamente a una clase o asistan a una conferencia sin levantarse varias veces o retirarse antes del final, a menos que estén obligados a permanecer en ellas; las conversaciones familiares aburren; la lectura aburre; el cine -salvo contadas excepciones- aburre, la programación de televisión aburre; la misa aburre, etc... Todo es un fastidio, nada entretiene. Hay una persona que tiene un Twitter que se identifica como @elladillao, que en 140 caracteres describe amenamente lo que para él es una especie de condena a vivir “fastidiao”.
 Ahora bien, ¿cómo es posible que en la media en que crecen las formas y opciones de diversión o excitación, crezca también la sensación de que la vida es un aburrimiento? Dice Bertrand Russell en su libro La búsqueda de la felicidad, “una vida con demasiadas excitaciones es una vida agotadora en la cual son necesarios estímulos cada vez mayores para producir la emoción, que es parte integrante del placer. Una persona acostumbrada a demasiadas excitaciones es como una persona aficionada con exceso a la pimienta, que llega incluso a no notar una cantidad que sofocaría a cualquier otro. (…) No quiero extremar los argumentos contra la excitación; una cierta dosis es saludable, pero, como casi todo es una cuestión cuantitativa. Demasiado poca puede producir deseos morbosos, con exceso puede producir agotamiento. Es pues esencial para vivir felizmente, una cierta capacidad de soportar el aburrimiento y es una de las cosas que debiera enseñarse a la juventud”.
 La cita anterior no pierde actualidad: el hombre de hoy, y principalmente los jóvenes,  están tan saturados de diversiones y excitaciones, que nada les llama la atención, todo es un fastidio y eso los conduce peligrosamente al vacío y al sinsentido de la vida. Por eso, del mismo modo que se educa en la formación técnica, hay que enseñar a los jóvenes a aburrirse: a comprender los ciclos naturales de la vida, que ciertamente necesita de la excitación y las emociones, pero que también requiere de la quietud y la tranquilidad. Imaginémonos que la vida es un libro que tenemos que leer, hasta los best sellers más entretenidos tienen pasajes aburridos, pero si nos saltamos esas páginas corremos el riesgo de perdernos el sentido total de la obra.
 En este momento, como es natural, tenemos puesta la atención en el problema político, pero no podemos ignorar otros traumas sociales que nos amenazan.  El problema del aburrimiento actual, puede causar tanto daño como la desorientación política. Sabiamente concluye Bertrand Russell en la obra antes citada: “Una generación que no puede soportar el tedio será una generación de hombres pequeños, de hombres indebidamente divorciados del proceso lento de la naturaleza, de hombres en los que todo impulso vital se marchita lentamente como si fueran flores cortadas en un vaso”.