Conversaba la semana pasada con un amigo, cuando este me dijo algo que como
católico siempre me ha preocupado: “Hay sacerdotes que parecen estar empeñados
en correr a la gente de las iglesias, porque pretenden imponer dogmas
deshumanizantes y muchas veces sus sermones están más cerca de la magia y la
superstición que de la religión”.
Palabras más, palabras menos ese es el
motivo de la decepción de muchos católicos.
No creo que se deba juzgar a todos los sacerdotes ni a la Iglesia en
forma general, por la conducta individual de algunos de sus miembros, pero es
muy importante escuchar atentamente las críticas,
porque a veces, con las mejores intenciones, en vez de acercar al hombre a Dios
lo que se hace es alejarlo de manera definitiva.
No le dedicaría este espacio
al tema, si no hubiera recibido el pasado
miércoles el artículo del cardenal Mauro Piacenza titulado, El sacerdote del siglo XXI, donde, entre muchas otras cosa dice: “En el camino inquieto de la sociedad, se
presenta con frecuencia un interrogante a la mente del cristiano: «¿Quién es el
sacerdote en el mundo de hoy? ¿Es un marciano? ¿Es un extraño? ¿Es un fósil?
¿Quién es?». Pregunta interesante y pertinente para todos los católicos, porque
como dice Piacenza en el mismo artículo: “Ante
un mundo sumergido en mensajes consumistas, pansexuales, atacado por el error,
presentado en los aspectos más seductores , el sacerdote debe hablar de Dios y
de las realidades eternas y, para poderlo hacer con credibilidad, debe ser
apasionadamente creyente, ¡como también ser “limpio”!. He aquí el gran problema ¿Cómo hablarle de Dios con credibilidad al hombre del siglo XXI?
Joseph Ratzinger en su libro Introducción al Cristianismo, escrito en los años sesenta, ya
advertía sobre la dificultad de hablar de la fe cristiana al hombre
contemporáneo. Para hacerlo citaba una
metáfora de Harvey Cox en su libro La
ciudad secular; narra allí que, un
circo de Dinamarca fue presa de la llamas y el director envió a un payaso que
ya estaba vestido para la actuación, a pedir auxilio a una aldea cercana.
Cuando llegó, e informó a los aldeanos, estos
creyeron que era un truco ideado para que asistieran a la función; le aplaudían y se reían, hasta que las llamas acabaron con el circo y
con la aldea. Decía Ratzinger (hoy Benedicto XVI), que la narración ilustraba
la situación de los teólogos, que no
puede conseguir que el hombre contemporáneo escuche su mensaje, si visten los
atuendos de la edad media o de cualquier época pasada.
Pero en descargo de los sacerdotes y de la iglesia, hay que
reconocer que, “llegarle” al hombre del siglo XXI, no es un problema que sufren
solo los religiosos, también lo están viviendo los políticos, educadores etc. A un hombre globalizado, que recibe
información instantánea del acontecer mundial,
que puede leer en cualquier lugar
el evangelio del día interpretado y comentado, o encontrar en la red la última
novedad científica, no se le puede hablar con el lenguaje mitinesco
tradicional, ni con sermones
infantilizados, ni mucho menos con aquel
estilo pedagógico de la sociedad rural
del siglo pasado: Es muy importante entender que estamos en presencia de un
hombre de otro tiempo, al que no se le puede “llegar con los trajes de la edad
media”.
Ahora bien, como dice
el cardenal Piacenza en el artículo antes comentado “Los hombres de las
técnicas y del bienestar, la gente caracterizada por la fiebre del aparentar,
experimentan una extrema pobreza espiritual. Son víctimas de una grave angustia
existencial y se manifiestan incapaces de resolver los problemas de fondo de la
vida espiritual, familiar y social” Es aquí donde debe aparecer el sacerdote
del siglo XXI, para hablarles de la humanidad de Jesús. Porque dice el teólogo José
Mª Castillo “En la humanidad de Jesús se nos da a
conocer Dios mismo y, además de eso, también en esa humanidad descubrimos el
proyecto de Dios… Lo que Dios quiere de nosotros, no es que nos divinicemos (y menos
aún que nos "endiosemos"), sino que nos humanicemos”. Jblanco@ucab.edu.ve.
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