lunes, 31 de diciembre de 2012

El tiempo y la memoria: cavilaciones de fin de año



El día de fin de año es un momento especial para pensar en el tiempo. Famosa e inmortal es la repuesta que le dio San Agustín a la pregunta: ¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro.  Decía Jorge Luis Borges que, en veinte siglos de meditación se ha avanzado poco en descifrar el dilema del tiempo.

La teología, la filosofía y la poesía se han ocupado hermosamente del tiempo sin dejar muy claro lo que es.  Personalmente me gusta la definición de Aristóteles: el tiempo es la medida del movimiento.  Esto se puede relacionar con la propuesta de Heráclito que decía, Todo fluye; en efecto, aunque  a veces no nos damos cuenta todo está en movimiento, y eso se produce en el tiempo. Lo mismo pasa con nuestras vidas,  se desplazan en el tiempo.

Al referirse a la parábola de Heráclito, decía Borges que, somos una identidad cambiante: del mismo modo que nadie se baña dos veces en el mismo rio, porque las aguas fluyen  permanentemente, nosotros nunca somos los mismos porque nos deslizamos en el tiempo. Lo único permanente es nuestra memoria, los recuerdos de nuestro pasado. Del presente, hay que decir  que es solo un instante que inmediatamente se convierte en pasado, y del porvenir,  que es incierto y enigmático.

No creo que Borges haya celebrado mucho la fiesta de fin de año, porque citando a  Platón decía: El tiempo es la imagen móvil de lo eterno. Y si eso es así, el futuro vendría a ser el movimiento del alma hacia el porvenir.  Esto, que a muchos les puede parecer un “rollo filosófico” inadecuado para la noche vieja, es lo que más o menos hace una persona común, cuando se sienta a “esperar el año” recordando el pasado y soñando con el porvenir.  Siempre caemos en eso: memoria y futuro, típico  de identidades cambiantes.

De todas formas y,  fiel a la tradición ¡Feliz año a todos!
   

jueves, 27 de diciembre de 2012

Los santos inocentes: víctimas del poder y la envidia humana



 El 28 de diciembre se celebra una fiesta que en ocasiones pierde su verdadero significado. La Iglesia recuerda la muerte de los niños menores de dos años, ordenada por Herodes para librarse de Jesús de Nazaret.  Esta visión religiosa ha sido desplazada por la costumbre  de realizar bromas de todo tipo: hasta los medios de comunicación más serios aprovechan la oportunidad para publicar impactantes  noticias que no son ciertas. Los burlones de profesión se dan vida ese día, gastando todo tipo de bromas, algunas demasiado pesadas que, a fin de cuentas hay que soportar, porque para muchos es un momento de “licencia para burlarse”.

Si  ahondamos en la  interpretación del acontecimiento que se conmemora, debemos  concluir  que, lo que allí destaca es la injusticia que sufren quienes constituyen una amenaza para el poder. Mas allá de la veracidad histórica del relato, el hecho no es ajeno a lo que se repite día a día, cuando quien detenta el poder  siente que otro puede discutírselo o quitárselo. Los teólogos dicen que este episodio del Nuevo Testamento extrapola la historia de Moisés que fue lanzado a las aguas del río para evitar que fuera ejecutado. Pero dejemos a un lado las imágenes bíblicas y revisemos los hechos de este tiempo: lo peor que puede ocurrir a una persona, es que un poderoso, la vea  como perturbadora o peligrosa para sus aspiraciones. El mejor ejemplo está en la política: hay ciudadanos sumamente destacados socialmente que, cuando incursionan en la política le aparecen todos los defectos y son víctimas de todo tipo de acusaciones y descalificaciones.

El día de los inocentes también bien podría considerarse como el homenaje a las víctimas de la envidia. Un reconocimiento a esas personas que al igual que los niños del Evangelio son condenados sin haberle hecho nada a nadie; su único pecado es que, potencialmente algún día pueden ser tan importantes como los reyes y, eso no lo perdona la envidia humana.


martes, 18 de diciembre de 2012

Los excluidos de las elecciones

Pasó otro proceso electoral y como siempre comienza la fase de análisis político: ¿Por qué tanta abstención? ¿Hasta cuándo tanto ventajismo? ¿Cuándo maduraremos políticamente? Así es, normalmente, el día siguiente de los que no están contentos con el resultado. Pero sobre las elecciones y especialmente sobre el acto de votación hay muchas cosas que analizar. Quiero comentar el calvario que vivieron algunas personas para poder votar: no me refiero a las colas o el retraso en la instalación de las mesas, sino al uso de un sistema automatizado poco amigable, e inclusive incomprensible para muchos, que produjo una elevadísima y preocupante cantidad de votos nulos.

Si analizamos los resultados de la votación en el estado Bolívar, veremos que en una contienda que se decide por una diferencia de cinco mil votos, más o menos, hay más de diecisiete mil votos nulos. ¿Qué pasó con estos votos? que la gente no supo votar: no entendió ni el proceso ni las explicaciones y la rigurosidad del sistema le anuló el voto. Esto lo digo con conocimiento de causa, porque en mi mesa votaron 253 personas y hubo 13 votos nulos, todos por las razones antes señaladas y la mayoría personas de la tercera edad.

Por las impresiones que recogí entre los electores, puedo sospechar que los actores políticos se preocuparon más, por captar votantes que por enseñar a votar. Muchas personas cuando llegaron a la mesa y vieron como era el proceso se devolvieron a buscar asistencia, alegando incapacidad para realizar el voto. Otras trataron por todos los medios de hacerlo y a pesar de las indicaciones que se le hicieron no lo lograron. Lo más triste fue una señora mayor que frustrada ante el fracaso se retiró llorando diciendo que las elecciones ya no eran para ella.

Esto es algo sumamente preocupante, porque el problema de la brecha digital pone en peligro la democratización del voto. Una de las grandes conquistas de la democracia es que en ella todos tienen derechos a votar, independientemente de su grado de instrucción o del conocimiento que tengan en la manipulación de estos sistemas automatizados. No voy a negar las bondades del sistema, pero parafraseando el Evangelio, hay que recordar que “el sistema debe estar hecho para el hombre no el hombre para el sistema”.

Hay que evitar que esos demonios de la tecnología que pretenden borrar de la vida a todos los que no se rinda a sus pies, dominen los procesos electorales. El CNE tiene que poner el ojo en esto: no es solo problema de “logística” como dijo un operador, es garantizar efectivamente el derecho al voto a todos los ciudadanos, y evitar que entre votantes y abstencionistas aparezca una nueva categoría, la de los excluidos tecnológicamente de las elecciones.

martes, 11 de diciembre de 2012

Ingobernabilidad e incertidumbre

Paradójicamente, en tiempos en que la información se recibe de manera casi instantánea y la tecnología permite al hombre estar permanentemente conectado con el mundo, en Venezuela reina la duda ante lo que puede pasar en el futuro. Parece que la política ha “polarizado la realidad” porque aunque suene absurdo, en nuestro país hay 2 mundos: el de los medios de comunicación que respaldan al gobierno y nos dicen que vivimos en un paraíso y el de los de la oposición que consideran que estamos en un infierno. Pero independientemente de las visiones que se quieran trasmitir, la realidad es la realidad y los hechos siempre se imponen sobre las opiniones. En este orden de ideas, debemos reconocer que en los últimos días se han producido unos acontecimientos que demuestran que el país se encamina peligrosamente hacia la ingobernabilidad y no se puede saber cómo va a ser el porvenir. Me refiero específicamente a la enfermedad del Presidente, las manifestaciones que paralizan las ciudades y la situación económica que viviremos en un futuro inmediato.

Después de toda una campaña electoral que ratifica a Chávez en la presidencia, el Presidente desaparece por unos días y al reaparecer informa que debe operarse nuevamente porque sus problemas de salud continúan; inclusive, asoma la posibilidad de designar un sucesor en caso de que su salud no le permita estar al frente del gobierno. ¿Qué va a pasar? No lo sabemos. Ojalá que Hugo Chávez supere la enfermedad que está padeciendo, porque al margen de la controversia política hay que tener presente que es un ser humano que sufre y debe recibir la solidaridad y apoyo de todos sus compatriotas. El problema está en que se trata del Presidente que debe reasumir funciones en enero, y de acuerdo a lo dicho en su última alocución ni él sabe con seguridad lo que va a ocurrir.

Otro hecho que demuestra a las claras la peligrosa ingobernabilidad en que vivimos, son las huelgas o manifestaciones que se han producido últimamente en Ciudad Guayana. No se trata de la insatisfacción de algunos sectores que genera marchas de protesta, huelgas de hambre, etc.; no, aquí lo que se ha puesto de moda es la “toma parcial de la ciudad”. Desde hace algún tiempo, cerrar las vías públicas que permiten a los ciudadanos desplazarse dentro o fuera de la urbe, llegar a su casa, escuela o trabajo, es una de las formas de protesta preferida. No quiero descalificar los motivos que llevan a la gente a manifestar contra las malas gestiones públicas, pero si cualquier hijo de vecino puede “secuestrar los espacios públicos” en perjuicio de toda una comunidad, sin que la fuerza pública pueda impedírselo ¡Apaga y vámonos!

Ante este panorama de incertidumbre sobre la salud del Presidente y la imposibilidad de las autoridades de preservar el orden, surge otro elemento preocupante: la situación económica del país. Hasta los más optimistas afirma que vienen momentos duros, y que la realidad de la crisis se va a apreciar el próximo año, en que el patrimonio del venezolano se verá seriamente afectado por ajustes que no pueden esperar más. En conclusión, la cosa no está fácil: no sabemos qué pasará con el gobierno; no podemos estar seguros de que al salir de casa llegaremos a nuestro destino y, lo peor, si el dinero nos alcanzará para vivir.

Aunque parezca una canción repetida, debemos insistir que situaciones como ésta solo se superan con un gran acuerdo nacional, donde todos colaboren y se sacrifiquen. Ojalá que la razón nos convenza ahora, para que no sea la gravedad de los acontecimientos la que nos obligue más adelante a tomar las decisiones que la terquedad política no dejó ver oportunamente.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La justicia y los desalojos

El tema de los desalojos de viviendas por acciones judiciales en Venezuela, o los llamados desahucios en España, está en el tapete. Distinguidos filósofos, juristas y teólogos se preguntan: ¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo equilibrar el derecho de las personas a tener una vivienda, con el deber de cumplir con las obligaciones que han asumido conscientemente? En España el problema tiene dimensiones diferentes, porque quienes demandan y solicitan los desahucios son los bancos, pero en Venezuela la cosa va más allá, porque nadie puede practicar un desalojo sin seguir un engorroso procedimiento: ni los bancos ni los humildes ciudadanos que viven de un alquiler que ahora no les pagan.

El teólogo español José Arregi dice que el problema no son las hipotecas en sí, sino la desregulación del mercado, la especulación incontrolada y la corrupción, los que han provocado la crisis, que como siempre pagan los más débiles. Por su parte, Fernando Savater sostiene que en la crisis que ha desatado la ejecución de hipotecas y los desahucios masivos hay responsabilidades compartidas: por un lado, está el banco que muchas veces otorga créditos a pesar de que el nivel de ingresos del solicitante no es suficiente para pagarlos; por otro lado, hay muchas personas que queriendo “disfrutar” de cosas que no está al alcance de sus posibilidades económicas no les importa asumir riesgos que luego tienen que pagar muy caro, sobre todo, si se les presenta la difícil situación de quedarse sin empleo.

No quiero minimizar las perversidades que tienen el sistema económico, pero hay que reconocer que, en muchas ocasiones, la gente deslumbrada por el consumismo “no sabe arroparse hasta donde les alcanza la cobija” y llega al extremo de hipotecar hasta la casa que sirve de asiento al hogar familiar, para disfrutar de lujos y placeres que no están al alcance de sus ingresos. Por lo tanto el problema no es sencillo: hay mucha culpa y responsabilidad compartida.

En Venezuela el problema de los desalojos surge por razones diferentes. El derecho constitucional a la vivienda y los problemas que siempre acarreaban los desalojos por ejecuciones de hipoteca o incumplimiento de contratos de arrendamiento obligó a dictar un decreto que regula el procedimiento, suspendiendo su ejecución hasta tanto el ejecutado encuentre un lugar donde vivir. Desde el punto de vista humanista esto es absolutamente incuestionable, lo grave es que no se analicen los casos concretos, porque hay mucho abusador que se está aprovechando de esta situación.

Si una persona de escasos recursos, que no puede cumplir con sus obligaciones, debe desocupar la vivienda que tiene hipotecada o alquilada, el Estado debe atender su situación para permitirle que se traslade a otro lugar, sin quedarse en medio de la calle. Pero esto no es aplicable al caso de personas que con suficientes recursos para pagarle a sus acreedores o arrendadores no lo hacen y utilizan el dinero para darse una “buena vida” al amparo de unas leyes que no se dictaron con la intención de favorecerles. Conozco casos de inquilinos que no le pagaron más a su arrendador desde que se dictó la Ley sobre Arrendamiento de Viviendas, y sin embargo, compran vehículos lujosos, viajan al exterior, y celebran fiestas o agasajos en conocidos clubs de la ciudad. Esto no es justo, ni socialista, ni nada que se le parezca.

Si se quiere hacer justicia en el caso de los desalojos, es urgente revisar la normativa y hacer las reformas necesarias para evitar los abusos que se están cometiendo: que la ley ampare a los débiles jurídicos y no a los “vivos” que siempre se aprovechan. De antaño se dice que, la justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho; por lo tanto, hay que establecer cuál es el derecho de cada uno: el del ocupante de la vivienda es no quedarse en la calle, pero el del dueño es que se respete su propiedad y se le pague lo que se le debe. Dictar leyes es fácil, sobre todo por quien detenta el poder, lo difícil es hacer justicia.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Vigencia del pensamiento de Andrés Bello en el mundo contemporáneo


El 29 de noviembre se celebra el día de Andrés Bello, ilustre humanista, poeta, legislador y educador, nacido en Caracas en 1758. Para la Universidad Católica Andrés Bello es un día especial que celebra cada escuela con actividades relacionadas a su disciplina académica: Derecho se dedica al perfil legislador, Educación a su trabajo docente y así sucesivamente, cada escuela anualmente conmemora la fecha destacando diferentes facetas del personaje, porque la obra de Andrés Bello es tan amplia que abarca prácticamente todas las áreas de conocimiento humano.

A pesar de la importancia de este personaje, su vida no es muy conocida porque, aunque colaboró con la causa de la independencia no fue un guerrero, sino un hombre de letras y eso no llama tanto la atención. Quienes estén interesados en conocer un poco más sobre este ilustre venezolano, están cordialmente invitados al homenaje preparado por la Escuela de Educación de UCAB-Guayana mañana a las 6:00 de la tarde en el salón de usos múltiples y este viernes a las 4:00 pm en la biblioteca central de la misma casa de estudios.

Pero cada vez que nos referimos a célebres personajes de la historia, nos encontramos con preguntas como esta ¿Qué le puede decir alguien que nació en 1758 al hombre globalizado de este tiempo? La respuesta a esto la podemos encontrar en el último libro de Fernando Savater Ética de Urgencia donde dice: “Aunque lo accesorio cambie mucho las cosas básicas de la vida, los sentimientos elementales, las ambiciones, los miedos, se mantienen inalterables. Cuando ves que cambian muchas cosas accidentales aprendes a distinguir las que son esenciales y así permanecen: el respeto, la cortesía, la idea de que los seres humanos nos podemos alegrar la vida los unos a los otros”. Como ejemplo de lo anterior, el filósofo señala que, “si ahora entrase por la puerta un contemporáneo de Arquíloco o de Safo, el mundo en que vivimos le parecería algo irreal al ver todos nuestros adelantos tecnológicos, y tendríamos que explicarle de qué se trata todo esto. Pero si nos diera por conversar sobre la idea de los celos, el amor, la ambición o del miedo a la muerte, no habría que ponerle en antecedentes”.

Si alguien quiere encontrar buenas razones para hablarle de Andrés Bello al venezolano de este tiempo, les invito a leer los ensayos de Michaelle Ascensio, Oscar Misle y Angel Oropeza, en el libro de Ibéyise Pacheco El grito ignorado. Allí nuestra sociedad no sale muy bien parada: nos estamos acostumbrando tanto al horror, que vemos con indiferencia los acontecimientos más abominables, produciéndose un deterioro social que no sabemos adónde va a parar.

Por eso hay que hablar de Andrés Bello. En medio de este panorama y ante una sociedad éticamente desorientada, hay que celebrar su día reflexionando sobre su profundo humanismo. Del mismo modo que la Ética Nicomaquea de Aristóteles no pierde vigencia -como dice Savater-, y es estudiada desde hace más de veinte siglos por la importancia que tiene para la vida humana, hay que rescatar del archivo de la historia el pensamiento imperecedero de este venezolano que, siempre tendrá vigencia, como la tienen todas las ideas que aportan soluciones a los grandes problemas del hombre.

martes, 20 de noviembre de 2012

Sin Derecho ni Educación

El pasado jueves, este diario informa que el Subcomité Territorial de Educación Universitaria del estado Bolívar, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, estudia la posibilidad de eliminar carreras universitarias saturadas y ofrecer otras que son más atractivas para la región. La idea de abrir carreras que respondan a las necesidades sociales de la región es muy buena, lo malo es eliminar otras, con el criterio de que están saturadas, sin advertir que las mismas están destinadas al estudio de materias relacionadas con graves problemas sociales que no están solucionados; me refiero específicamente al caso de Derecho y Educación.

La idea de cerrar la carrera de Derecho para evitar la masificación de la profesión no es nueva, hace varios años fue presentada por miembros de los colegios de Abogados, pero no tuvo éxito: en primer lugar, porque no se le puede negar a los ciudadanos la posibilidad de estudiar la carrera de su preferencia con el argumento de que ya hay muchos profesionales y, por otro lado, el problema no está en el número si no en la calidad; mientras la administración de justicia sea una tarea pendiente, hay razones suficientes para mantener y profundizar su estudio académico.

Me parece que se está cometiendo un error que es muy común en este tiempo: ver solo los números sin analizar las causas. Hay que reconocer que la manera tradicional de enseñar el derecho está agotada, porque solo se orienta a la formación de abogados litigantes, olvidando que el fenómeno jurídico requiere conocimientos que van mucho más allá del oficio de defender derechos en juicio. Es necesario formar juristas que se especialicen en legislación, para no tener tantas “leyes piratas”; que dominen el área del derecho corporativo, para que esto no quede en manos de la improvisación de otros profesionales; que desde el pregrado se especialicen en carrera judicial para tener mejores jueces, o en políticas y organización de entes públicos para la profesionalización de la función pública. Esto, por poner un ejemplo de la cantidad de materias que puede abarcar la carrera de Derecho y que no están siendo debidamente estudiadas.

En conclusión, hay que formar juristas integrales, porque los problemas del Derecho en la sociedad no están resueltos: el acceso a la justicia sigue siendo un drama para gran parte de la población, la violencia intrafamiliar crece, el delito y la impunidad están llegando a niveles alarmantes, la depredación del ambiente y la generalización de la anomia en la vida de la ciudad son -entre otras cosas- pruebas palpables de que ahora más que nunca la carrera de Derecho es necesaria y no puede ser eliminada.

Cosa parecida ocurre con la carrera de Educación. No conozco el informe que genera la noticia de su eliminación, pero tengo información de buena fuente que cada vez hay menos interesados en el estudio de la docencia y a pesar de la importancia que tienen para la sociedad, nadie quiere ser maestro porque la carrera no le garantiza medios de vida dignos. El ejemplo son los profesores de matemáticas, que se están convirtiendo en una especie en extinción. En conclusión, no logro entender cuáles pueden ser los motivos para cerrar esta carrera en la zona.

Pero lo que verdaderamente me produce asombro es que, hace años se pregonaba la necesidad de que en Ciudad Guayana las universidades abrieran más carreras humanistas. Esto motivó la llegada de las escuelas de Derecho y Educación. Sin embargo, hoy, a menos de quince años vista se plantea el cierre. Parece que, como decía Fernando Savater, las humanidades no son importantes para esta “humanidad”, porque de lo contrario no se explica que nos quedemos sin Derecho ni Educación.

martes, 13 de noviembre de 2012

Un mundo superficial


El destacado humorista y articulista Laureano Márquez, en su artículo del pasado viernes, titulado El país de Rosita, hace referencia a que esta artista, muy nombrada en estos días por estar involucrada en problemas judiciales, tiene más seguidores en la web que Arturo Uslar Pietri. En otro momento esto podría escandalizar a cualquiera, pero ahora no debe asombrarnos: Jacinto Convit, ilustre venezolano que ha desarrollado la vacuna contra la lepra y es autor de importantes estudios para curar el cáncer, es menos conocido que Diosa Canales. Lamentablemente, hay que reconocer que en este tiempo la intelectualidad no atrae, y no debe extrañarnos que la farándula o el deporte tengan más seguidores que las ciencias o las artes. Este es uno de los temas que trata Mario Vargas Llosa en su último libro La civilización del espectáculo, donde afirma que: “la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer… Las pasarelas se confunden dentro de las coordenadas culturales de la época con los libros, los conciertos, los laboratorios y las óperas, así como las estrellas de televisión y los grandes futbolistas ejercen sobre las costumbres, los gustos y las modas la influencia que tenían los profesores, los pensadores y los teólogos”.

Lo anterior guarda relación con lo que el sacerdote jesuita Adolfo Nicolás denomina La globalización de la superficialidad, un fenómeno que se produce por el abuso de las bondades de la web, que ofrece al hombre de hoy la posibilidad de obtener toda la información que requiera, al extremo que prácticamente no necesita pensar: “Se pueEl de cortar y pegar sin necesidad de pensar críticamente o escribir con precisión, o llegar con seriedad a las propias conclusiones. Cuando bellísimas imágenes de mercaderes de sueños consumistas invaden las pantallas de nuestros ordenadores, o el sonido estridente o desagradable del mundo se puede suprimir con nuestro reproductor MP3, entonces nuestra visión, nuestra percepción de la realidad, nuestros propios deseos pueden también ser superficiales”. Esta es la gran paradoja, en la medida en que avanzamos tecnológicamente, y nuestras computadoras o teléfonos móviles puedan dar respuesta a todas las inquietudes de la vida, corremos el riesgo de convertirnos en seres superficiales que viven en un mundo superficial.

No quiero desacreditar a nadie; si se trabaja con honestidad todo oficio es meritorio. Las personas que han escogido la actuación, la música o el deporte como profesión son tan respetables como los médicos, ingenieros o maestros, aunque indudablemente, estos últimos son más útiles para la sociedad. Tampoco voy a ignorar lo que representa el avance tecnológico de internet. Lo que me preocupa es el impacto que todo esto tiene en el hombre. Somos seres humanos de carne y hueso: personas reales, no entes virtuales. Personas que, como decía Unamuno, nacen, sufren y mueren, y se caracterizan por algo que es más importante que la web: el pensamiento humano. Si a muchos compatriotas les parece más placentero observar las curvas de las modelos o los goles de Cristiano Ronaldo que leer a Cervantes o escuchar las sinfonías de Beethoven, es un asunto privado en el cual no me voy a meter porque los gustos siempre son subjetivos y relativos. El problema es que por el camino que vamos, el “oficio de pensar” va desaparecer de la actividad humana, y eso sí es una tragedia.


martes, 6 de noviembre de 2012

Las víctimas de la injusticia y del pecado


En la Universidad Católica Andrés Bello de Guayana, específicamente en el área de postgrado se ha creado un espacio para dialogar y compartir visiones diferentes sobre la marcha del país. Las reuniones han sido provechosas por la participación y el intercambio de opiniones. La semana pasada se planteó -entre otras cosas- la idea de que el diálogo debe realizarse entre quienes causan las injusticias y las víctimas que las sufren: el diálogo político entre el gobierno y la oposición es necesario, pero es más necesario entre el que causa la maldad y el que la padece. Y el punto de partida de esta idea es que, todos, de una u otra manera somos causantes de injusticias y generadores de maldad. Es una visión compleja del problema de la justicia social, que se dirige al análisis de la naturaleza humana y obliga a hacer una gran reflexión personal.

En otro escenario, el teólogo José María Castillo hace unos días publicó en su blog un artículo titulado Las víctimas de la crisis, víctimas del pecado, allí analiza la situación que vive la sociedad española diciendo: “A estas alturas, nadie pone en duda que la crisis económica ha sido causada, en gran medida, por la corrupción moral de los responsables de la política y la economía. Por otra parte, hablar de corrupción es hablar de maldad. Ha sido gente corrupta, gente mala, la que ha provocado -y la que sigue provocando y manteniendo- el inmenso sufrimiento que están padeciendo las víctimas más castigadas por esta enorme desgracia que se nos ha venido encima ¿Se puede decir, por tanto, que las ‘víctimas de la crisis’ son, las victimas del pecado?”. Más adelante, analizando lo que es el pecado, destaca que es un error seguir sosteniendo que el pecado es lo que ofende a Dios, cuando en realidad es lo que daña al hombre:“El pecado no es una mala relación con Dios, sino una mala relación consigo mismo y con los demás”.

Los dos casos narrados con anterioridad revive la espinosa polémica que se produce por las relaciones entre la política, la ética y la religión. Para muchos es un disparate mezclar estas cosas, porque consideran que los problemas de la sociedad son producidos por causas “terrenales”; por errores científicos, que se producen cuando no se maneja correctamente la economía, o errores políticos que se generan cuando no se gobierna adecuadamente para todos los ciudadanos. No comparto lo anterior, porque creo que es muy difícil encontrar una acción humana donde no esté presente la ética, por ejemplo: los niños en la calle, o las familias padeciendo necesidades, son problemas políticos indiscutiblemente, pero si se analiza en detalle la raíz de sus causas nos vamos a encontrar con graves irresponsabilidades morales.

Discutir sobre estos temas es muy importante, pero hay que evitar que todo se quede en un debate académico entre intelectuales y no se trabaje de manera efectiva para evitar que sigan ocurriendo estas cosas. La mayoría de los problemas que tenemos como sociedad se pueden resolver si empezamos por aplicar correctamente las leyes: cuando los corruptos sean castigados, los afectados indemnizados y los irresponsables tenga que pagar por los daños que causen sus acciones, las cosas marcharán de otra manera. Por eso ante la pregunta de José María Castillo ¿Se puede decir que las víctimas de la crisis son víctimas del pecado? Sí, puede ser, ¿pero de lo que no hay duda es que son víctimas de la injusticia?

jueves, 1 de noviembre de 2012

El drama humano



Hace algunos días leí en clase un artículo de Jacques Bidet sobre la injusta distribución de la riqueza en el mundo y, al finalizar,  una joven estudiante me preguntó ¿Profe, usted es comunista? No, le contesté: ni comunista ni capitalista;  quiero ser humanista en sentido cristiano; me preocupa el  drama del hombre que, alcanza grandes conquistas científicas, pero su vida es cada vez más triste e infeliz.

Dice Albert Jacquar que la miseria del mundo posee una actualidad que es mucho más candente que la rivalidad entre el comunismo y el capitalismo.  Hay una actitud reduccionista que considera como izquierdistas a quienes se preocupan por los pobres y derechistas a los que se preocupan por la riqueza; esto no es así. Innumerables personas trabajan por los desfavorecidos sin asumir las posturas políticas antes mencionadas. Ejemplo de lo anterior fue el famoso sacerdote católico Hélder Cámara, luchador incansable por la justicia social y los derechos de los pobres en Brasil. Cuando sus detractores lo tildaban de comunista decía: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”.

El drama humano le ha quedado grande a las ideologías. Ni el liberalismo ni el marxismo han podido solucionar los traumas sociales y la humanidad ha entrado en una peligrosa situación. Da la impresión que, dramáticamente, y a pesar de los cuentos de hadas que nos quieren contar,  esto que conocemos como humanismo es un proyecto fracasado.

Y digo que es un proyecto fracasado, porque hasta los que se declaran abiertamente humanistas, hacen todo lo contrario a lo que dicen y no ven a las personas como seres dignos sino como objetos manipulables. Voy a poner como ejemplo unas cercanas afirmaciones políticas. Algunos sectores de oposición repiten constantemente que “hay que trabajar el voto de los sectores populares”. Caramba, a los sectores populares hay que acercarse para ayudar a resolver los problemas que viven, y no pensar solo en la rentabilidad política. Hay que respetar a la gente y no ser tan descarados. En el mismo orden de ideas,  el presidente Chávez hace algún tiempo, comentaba en una de sus acostumbradas cadenas domingueras que, antes del referendo revocatorio del 2004 estaba un poco bajo en las encuestas y Fidel le recomendó que implementara las misiones sociales para elevar su popularidad. Yo no si el presidente estaba consciente de lo que decía, pero si eso es verdad, no me vengan ahora con historias de amor.

No podemos esconder la cabeza bajo la tierra como el avestruz, y dedicarnos a vivir lo mejor posible mientras se pueda, porque estamos ante un gravísimo problema. La pobreza crece en todas partes; los jóvenes no le ven sentido a la vida y son presa fácil del ruido y la droga; cada vez es más difícil conseguir trabajo para mantener o formar una familia; la tercera edad es un calvario de carencias, preocupaciones y decepciones. Pareciera que en el horizonte solo se vislumbra una cosa: miseria.  Todo esto lo profetizaba el citado Albert Jacquar en 1996  cuando decía: “Es urgente que todos los habitantes de la tierra tomen conciencia del drama humano que se avecina y se conviertan en hombres políticos, es decir, en personas comprometidas con la única guerra justa: la guerra contra la miseria”.

Por eso repito, cuando hablo de este tema, no me mal interpreten, porque no busco arrimarme a ningún sector político: ni comunista ni capitalista, más bien preocupado por el drama humano. Twitter @zaqueoo

martes, 23 de octubre de 2012

La ambición


El evangelio del pasado domingo se refiere a uno de los problemas más graves que tiene que enfrentar el hombre: la ambición; “el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. Los discípulos le dicen a Jesús: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. El les dijo: “¿Qué es lo que desean?”. Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. José Antonio Pagola, al referirse a este pasaje dice que Jesús se da cuenta que la ambición los está dividiendo y duramente les reprende: la iglesia no es para triunfar sino para servir; para ayudar a los demás y no para alcanzar el poder.

Si analizamos fríamente las crisis actuales, los problemas sociales, o los conflictos individuales, debemos reconocer que detrás de la mayoría de ellos está la ambición desmedida de poder, fama o riqueza. La obsesión por el dinero está por encima de la amistad y el respeto a los demás; las competencias por cargos importantes o el ascenso profesional en las empresas o instituciones fomentan la envidia y la intriga, e inclusive en la arena política, donde acabamos de vivir un importante proceso electoral, se evidencia que, se pelea más por mantener o alcanzar el poder del líder o del partido que por servir al país.

Pero hay que hacer una precisión. Se enseña repetidamente que sin ambición no se progresa en la vida; que los conformistas están condenados al fracaso; que hay que ser altamente competitivo y buscar la excelencia. Ojo: no hay que confundir el afán de superación que ayuda crecer, con la ambición obsesiva que condena al sufrimiento. Se puede progresar sin dañar a los demás, estudiar y trabajar para ser cada día mejor sin pasarle por encima a nadie.

En estos días de “ratón moral” por fracasos políticos, incertidumbres o crisis económicas, en que el panorama se presenta muy oscuro, los cristianos deben releer el evangelio, no sólo como texto religioso, sino como una guía orientadora que trasmite los valores que sustentan nuestra convivencia. Allí se insiste en que, servir es más importante que recibir; el que se preocupa más por lo que puede aportar, que por lo que le puedan dar, seguramente crecerá y ayudará a crecer a la sociedad.

Al hablar de la polarización política, la división del país, y la necesidad del reencuentro nacional, debemos preguntarnos ¿Qué nos divide? ¿Cuál es la causa de los problemas que nos amargan la vida? Es posible que la respuesta no la tengan las elites intelectuales de este tiempo, ni los numerosos analistas políticos que siempre descubren el remedio cuando el mal ya está consumado, sino un viejo libro que, palabras más, palabras menos, nos dice que Jesús no enseña a triunfar individualmente, sino a servir al proyecto del reino de Dios, ayudando a los más débiles y necesitados… “el que quiera ser importante que se ponga a trabajar y colaborar”.

Moraleja: para trabajar por la reconciliación, lo primero que hay que dejar de lado es la ambición.

martes, 9 de octubre de 2012

Sentimientos electorales


Escribir este lunes a primera hora de la mañana, después de haber pasado más de 12 horas sentado en una mesa de votación, no permite hacer un análisis detallado del resultado de las elecciones. Revisando por encima los números que arroja el primer boletín oficial del CNE, pareciera que Chávez mantiene el apoyo de los sectores que lo han seguido tradicionalmente, y aunque la oposición ha crecido enormemente, no ha sido suficiente para vencer al Presidente en este proceso electoral. Pero no es el momento de hacer análisis políticos apresurados, hay que atender los sentimientos de la gente, y a eso me quiero referir. No es verdad que para todos los venezolanos las elecciones han sido una fiesta, todo lo contrario, para muchos han sido un evento de angustia e inquietud, antes y después: antes por miedo a lo que podía pasar, y después, porque creen que el mundo se les ha acabado.

Como miembro de mesa, pude apreciar lo sentimientos de las personas al votar: unos alegres, otros enojados por la incomodidad y el retraso, y otros con mucha angustia. Muchas personas se persignaban al depositar el voto, algunas señoras mayores casi lloraban de emoción, e inclusive, un votante que dijo tener más de 90 años de edad, manifestó que venía a su última elección con la esperanza de que el futuro del país sea mejor. En otros lugares las elecciones no se viven de esta manera; el día del sufragio no altera la rutina: la gente sale a la calle a cumplir labores de trabajo o actividades de esparcimiento y de paso va a votar; no tienen esos temores que embargan a muchos venezolanos. Esto, que puede parecer normal en medio de la realidad política nacional, es algo que debe rechazar todo ciudadano que crea en la convivencia democrática.

Gracias a Dios que no se presentaron los escenarios violentos que muchos pronosticaban. Pero en este momento en que la mayoría decidió que el presidente Chávez debe continuar gobernando el país, hay que recordarle que quien gana una elección recibe un mandato para gobernar y servir a todos los ciudadanos, simpatizantes y opositores. Una cosa es ganar elecciones y otra gobernar un país. Los buenos gobernantes están comprometidos con todos los ciudadanos y deben especializarse en el arte de tender puentes a sus adversarios políticos. Ojalá que el Presidente sepa leer la realidad nacional y escuche la voz del pueblo, sobre todo la de esa multitud opositora. Porque como decían la gente en la cola, “todos somos venezolanos”.

Se abre una nueva etapa. El gobierno no tiene una tarea fácil por delante, hay muchos problemas que atender, que no se resuelven con la política que hoy se practica en nuestro país. Desde hace días vengo repitiendo que en este momento Venezuela necesita políticos puros que, según Ortega y Gasset deben tener las siguientes virtudes: “inteligencia natural, coraje, serenidad, garra, astucia, resistencia, elevada estatura moral y capacidad de conciliar lo inconciliable”; y yo añadiría que, además, entiendan que hacer política es servir a todos los ciudadanos y no limitarse a conquistar el poder.

martes, 2 de octubre de 2012

Oraciones por Venezuela

Este es el último artículo que escribo antes de las elecciones presidenciales. En estas semanas, previas a tan importante evento electoral, me he dedicado a la promoción de los valores democráticos, haciendo un llamado a todos los ciudadanos para que participen y no se queden sin votar. Pasan las horas, se acerca el momento y la tensión crece. No se puede negar que, no solo hay nerviosismo, también hay mucho temor, porque en el debate político se ha asomado la posibilidad de que se produzcan acciones de violencia. Ante esta situación, las personas creyentes apelan a ese gran remedio que les brinda la fe: la oración. En mi trabajo, todas las mañanas a las 8:00 en punto, varias compañeras dedican 5 minutos a orar por Venezuela; no por Capriles o por Chávez: por Venezuela. En algunas parroquias de Ciudad Guayana se han organizado novenarios para orar por la paz del país, y muchas personas, individualmente, dedican sus oraciones u ofrendas a Dios, para que nos ayude a salir bien librados de este trance y el país se enrumbe hacia la prosperidad espiritual y material.

Hablar de estos temas en tiempos de ateísmo y agnosticismo le puede parecer inútil a hombres que solo creen en realidades materiales. Pero la experiencia ha demostrado que las comunidades espirituales que se reúnen en torno a la oración han conseguido cosas increíbles. En el libro de Dominique Lapierre Más grandes que el amor, se cuenta la historia de Jacqueline de Decker, una mujer de origen belga, que viajó a la India con la intención de unirse a las religiosas de la orden fundada por la Madre Teresa de Calcuta, pero una grave enfermedad en la columna vertebral frustró sus aspiraciones y la obligó a regresar a su país. Estaba agobiada por la enfermedad y el fracaso de su proyecto de vida, cuando recibió una carta de la Madre Teresa que, la invitaba a hacerse Misionera de la Caridad, uniéndose espiritualmente con la oración a todos los que trabajaban para aliviar el sufrimiento de los enfermos. Así nació la Asociación de Enfermos dolientes afiliada a las Misioneras de la Caridad, una comunidad universal con millones de miembros en todo el mundo. Como no me puedo extender más sobre esto, recomiendo la lectura de ese libro, especialmente el capítulo titulado Eslabones para cercar el mundo con una cadena de amor.

Hay una frase que en el debate político se ha puesto de moda: “No hay que dejar que el adversario marque la agenda”. En el lenguaje de los viejos duelos se podría decir, “evita que el rival escoja el lugar y el arma”. El problema está en que “las armas y las agendas” del debate electoral no han sido las mejores, porque como he dicho en más de una oportunidad, el tono de la campaña electoral está creando un peligroso clima de violencia que, lamentablemente ya se ha materializado en acciones como las del pasado sábado en Barinas. Por eso, no se debe ver con malos ojos que, en horas donde evidentemente es necesaria la acción cívica, algunas personas apelen a sus reservas espirituales, para pedir a Dios que ayude a los que promueven la paz y la reconciliación en nuestro país. Quién quita que esto se convierta en el nacimiento de una gran cadena de amor que una a todos los venezolanos. Ojalá que así sea.

Pero, repito, independientemente de la creencia religiosa o la ideología política, el próximo domingo hay que ir a votar, porque eso es lo más importante que puede hacer un verdadero patriota por el país en este momento.

martes, 25 de septiembre de 2012

El voto: un derecho y un deber moral


Los canales de televisión, en sus campañas de sensibilización ciudadana, repiten constantemente que el voto es un derecho y un deber; no obstante, muchas personas no lo ven así. La semana pasada presencié una discusión donde uno de los circunstantes le decía a otro que, “el voto es un derecho y por la tanto es renunciable; cada quien decide libremente si lo ejerce o no lo ejerce: a nadie van a meter preso por no ir a votar”.

En relación a este debate sobre la naturaleza del voto, hay que destacar que efectivamente la Constitución Nacional establece que el sufragio es un derecho que se ejerce en forma libre y secreta; por lo tanto -con algunas excepciones- no es una obligación que se impone bajo amenaza de sanción. Esto, en cuanto a la legalidad, pero en el terreno de la ética ciudadana la cosa cambia: todo ciudadano miembro de una sociedad democrática tiene el derecho de participar en la elección de sus gobernantes, pero además, tiene el deber de hacerlo. ¿Qué tipo de deber? Algunos dicen que es un deber ciudadano inherente a los miembros de ese tipo de sociedades: no hay verdadera democracia si los miembros de la sociedad no participan en la elección de las personas encargadas de gobernar. Pero voy más allá: votar es un deber moral, porque la moral exige mucho más de lo que la ley prohíbe o permite; aunque nadie nos sancione, debemos hacer lo que beneficie a la sociedad y evitar lo que le haga daño.

Como decía anteriormente, en democracia debe gobernar el candidato que resulte elegido por la mayoría; pero por la mayoría del país, no por la mayoría de los que votan, aunque legalmente sea así. Si analizamos las elecciones de los últimos años, la abstención siempre ha sido elevada, y el ganador, en muchas ocasiones, ni siquiera obtuvo el voto favorable de la tercera parte de los electores. Si se tratara de elecciones sin trascendencia, donde lo importante es elegir de cualquier manera, esto puede justificarse, pero en comicios donde se decide el tipo de sociedad o la forma de vida de sus habitantes, no ir a votar es una irresponsabilidad ciudadana gravísima.

El 7 de octubre todos estamos invitados a votar libremente por el candidato de nuestra preferencia; pero hay que ir a votar, solo así se consolida la democracia y se evitan situaciones desagradables. Si la mayoría del país quiere que continúe gobernando Chávez, o por el contrario, quiere cambiar de presidente, que exprese su voluntad en las urnas de manera inequívoca, para que todos entiendan y asuman que ese es el destino escogido por el pueblo venezolano. Ese día no es para quedarse viendo los acontecimientos por televisión, porque tenemos un compromiso muy grande: el que se quede en su casa deja su destino en manos de otros y le hace un gran daño al país.

martes, 18 de septiembre de 2012

La ingenuidad política y la cultura democrática

A quien se le ocurra decir en estos días que, el 7 de octubre no se va a acabar el mundo y la vida va a continuar, será inmediatamente tildado de tonto, ingenuo, o “comeflor”, por decir lo menos. Muchos actores o analistas políticos se han dado a la tarea de sembrar un sentimiento de “angustia electoral” en la colectividad, trasmitiendo reiteradamente la idea de que no estamos ante unas simples elecciones, sino ante una “batalla final”, donde todos, de una u otra manera, nos jugamos “la vida”. Para muchos, solo pensar en ese día les produce una gran tensión e inquietud, ni siquiera pueden dormir tranquilos y hasta en las oraciones de diferentes religiones se ruega para que en ese temido acontecimiento todo se desarrolle en “sana paz”.
Pero si queremos ser justos con la opinión de los moderados -prefiero llamarlos así- debemos aclarar que una cosa es la importancia que tiene un evento electoral en particular y otra lo que representan las elecciones en una cultura democrática. No hay duda que estamos ante una elección diferente a las anteriores, no solo por las circunstancias personales de los principales candidatos, sino por el efecto que va a producir en el futuro del país. Las ofertas electorales plantean importantes cambios: por un lado la profundización del modelo socialista que adelanta el gobierno y por el otro la sustitución de ese modelo por otra forma gobierno; en fin, no es cualquier cosa y no se debe banalizar el evento. Pero al lado de esto, hay que reconocer que, en una verdadera cultura democrática, las elecciones sustituyen a la violencia: no son batallas, ni nada que se les parezca, sino formas pacíficas de elegir y sustituir a los gobernantes. Aunque a muchos les parezca ridículo, la lealtad política, el respeto por el adversario y los resultados de los comicios es lo que determina el talante democrático de un pueblo.
En estos días se habla reiteradamente de los escenarios electorales y abiertamente se especula sobre la diferencia de votos que debe obtener el ganador para que el derrotado reconozca el triunfo del su adversario, e inclusive para que no se produzcan situaciones violentas. Ante esto hay que preguntarse: ¿Una sociedad democrática puede aceptar esto que a muchos les parece normal? ¿Tenemos una verdadera cultura democrática? ¿Por qué el 7 de octubre se juega el futuro del país si hay una Constitución que señala el rumbo que debe seguir? ¿Será que, en este tiempo ser demócrata es sinónimo de ingenuo?
Hace algún tiempo, Ibsen Martínez escribió un artículo que tituló El moderado no tiene quien le escriba, allí hablaba de que los historiadores le dedican más atención a los radicales o revolucionarios, que a los prudentes que promueven más la paz que los conflictos. Por eso, en medio de esta turbulencia electoral he querido dedicar unas líneas a quienes están esperanzados en que al final la razón y el buen juicio se impondrán por encima de las desbordadas pasiones políticas, y envían mensajes de sensatez, fe y esperanza en Venezuela; porque grandeza del país debe estar por encima de cualquier elección presidencial, por muy importante que esta sea.

martes, 11 de septiembre de 2012

Sociedades humillantes


Joaquín García Roca, en su libro, El mito de la seguridad, dice que, “una sociedad es segura cuando las personas que la forman no son despreciadas por nadie, pero sobre todo cuando no son humilladas por las instituciones que la conforman”. Se pregunta el citado autor: ¿Acaso hay situaciones de instituciones humillantes? Y responde a esta pregunta diciendo que, en la actualidad hay muchos comportamientos de instituciones y personas que resultan degradantes, indecentes y humillantes, en la medida en que incumplen los mínimos de dignidad humana aceptados en un determinado momento.
Leyendo las reflexiones de García Roca, nos preguntamos ¿Vivimos en una sociedad humillante? Es indudable que, la pobreza y las desigualdades sociales son factores de humillación y esto no lo hemos superado; pero además, hay otras cosas que también humillan al ser humano y son imputables a la actuación de los gobiernos o de quienes detentan el poder; el citado autor menciona como ejemplos: la dependencia, el paternalismo y la discriminación. Hablemos un poco de esto para ver si se encuentra en nuestra realidad.
La dependencia es algo que produce humillación, porque no le permite al ciudadano actuar libremente: sus actos siempre estarán sometidos a una autoridad superior que decidirá lo que puede hacer; por lo tanto, humilla porque reduce la libertad.
El paternalismo considera que los individuos son personas inmaduras que necesitan “un papá” que decida cuáles son sus verdaderos intereses, sin tomar en cuenta su voluntad; la humillación se manifiesta en el menosprecio de la inteligencia de los ciudadanos.
La discriminación es la peor forma de humillación porque priva a las personas de cosas que le pertenecen como miembros de una sociedad, y se manifiesta principalmente en la injusta distribución de los bienes, pero se produce igualmente cuando se desprecia a un grupo degradándolo moralmente, porque no comparte las mismas ideas o simpatías políticas.
El problema de la justicia social es una materia pendiente en ésta y en muchas otras sociedades contemporáneas; pero a esto, en Venezuela, tenemos que agregarle un nefasto estilo de hacer política, donde el insulto, la descalificación o discriminación por diferencia ideológica están a la orden del día. En este momento podemos apreciar al igual que en otras ocasiones que, la contienda electoral más que un debate de ideas es un torneo de insultos; el que se lance al ruedo político tiene que “preparar el cuero” para lo que le viene encima: burlas, sobrenombres u ofensas.
El oficialismo justifica este “estilo” diciendo que la oposición hace lo mismo. El problema está en que, quien ejercer el poder tiene obligaciones morales más elevadas que las de los demás ciudadanos: al Presidente se le debe respeto, pero él es el primero que debe respetar para dar el ejemplo. No basta que la ley ampare al funcionario público, sancionando a quien le falta el respeto, porque el verdadero respeto se gana con honestidad y buen comportamiento.
Vuelvo a la pregunta inicial ¿Cómo es nuestra sociedad? Que el lector saque su propia conclusión; pero si queremos que no sea humillante vamos a colaborar todos. Una vieja máxima dice: hay que respetar a los demás en la misma medida en que queremos que nos respeten a nosotros. Si hacemos esto, tendremos una mejor convivencia y contribuiremos en la construcción de un mundo diferente a éste, que va por muy mal camino.

martes, 4 de septiembre de 2012

La tragedia de la verdad

Si nuestros gobernantes de turno piensan que sus estrategias mediáticas son suficientes para convencer a los venezolanos de todo lo que dicen, están equivocados; y digo gobernantes de turno, porque me refiero tanto a los de la oposición como a los del oficialismo, aunque debo reconocer que hablo principalmente de estos últimos. La noticia indiscutible del momento es la tragedia de la refinería de Amuay, un lamentable suceso donde perdieron la vida muchas personas. Por la información recibida a través de los medios de comunicación, pareciera que la acción de las instituciones encargadas de atender estas contingencias fue la adecuada en este caso; no soy experto en seguridad industrial y creo que sería irresponsable hacerse eco de noticias o rumores que no estén apoyados en pruebas que los sustenten.

El problema de la crítica apresurada pudieran entenderse -aunque no justificarse- en los que odian ciegamente al gobierno, lo que es imperdonable, es que la información oficial incurra en el mismo nivel de ligereza cuando trata de explicar lo ocurrido. A primeras horas del día sábado, cuando comienzan a trasmitirse las noticias sobre el suceso, los profesionales y técnicos que estaban a cargo del problema empezaron a dar información sobre el accidente, lo malo fue cuando intervinieron los políticos: todavía no se sabía a ciencia cierta la magnitud de la tragedia y mucho menos sus causas, cuando ya estaban tratando de justificar lo que a esas alturas todavía no estaba claro; inclusive, algunos llegaron a hablar de sabotaje. En un asunto tan delicado como este hay que tener mucho cuidado; no fue que se cayó un árbol en una vía pública o se fue la luz por un rato: estamos ante la muerte de muchas personas, un elevado número de heridos y mucho dolor y daño psicológico a la comunidad. Por lo tanto, antes de echar culpas o excusarse irresponsablemente hay que hacer una investigación a fondo para conocer la verdad.

Esta costumbre de rechazar las responsabilidades a priori, sin aceptar el grado de culpa que se puede tener en un hecho, se está convirtiendo en una enfermedad de la sociedad venezolana (creo que ya lo dije en otra oportunidad). Es cierto que a veces ocurren cosas que no pueden imputarse a la conducta de las personas, pero es imposible que para todo haya una excusa: si un estudiante falta a clase o pierde un examen, siempre aparece una constancia médica u otro documento que lo justifica; si falla el agua potable o la energía eléctrica se debe a fenómenos naturales, si escasean los alimentos es por la manipulación de los especuladores… No quiero decir que todo esto siempre sea una disculpa mentirosa, pero extraña mucho que la honestidad de reconocer las culpas y asumir las responsabilidades sea algo que prácticamente ha desaparecido de nuestra sociedad.

Hay una frase que se ha puesto de moda nuevamente con motivo del caso Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Me atrevería a decir que, en términos generales, en el quehacer político la verdad vive la misma tragedia, porque siempre termina siendo una víctima que, solo tiene posibilidad de sobrevivir cuando es rentable para el que la debe. Por eso, más allá de esa intención de querer convertir en verdad todo lo que se dice, lo cierto es que, la credibilidad política se recuperará, cuando por encima de todo esté la verdad. Y esto es lo que esperan los venezolanos en el caso de Amuay, que la verdad no sea una víctima más. 

Sobre el fútbol y la esperanza en los años sesenta

Los que crecimos en esta ciudad y vemos la situación en que se encuentra actualmente, no podemos evitar las comparaciones entre el pasado y el presente, principalmente, entre el espíritu que animaba a sus pioneros y el desaliento de quienes la habitan en la actualidad. La semana pasada, al regresar de un paseo por la isla de Margarita, me encontré con que la atención de la ciudadanía estaba centrada en la visita de Chávez y los anuncios que haría para el rescate de las empresas de Guayana. Paralelamente me enteré del fallecimiento del amigo Gerardo Izzo, conocido comentaristas de fútbol en la región, que fue fundador del equipo Mineros de Guayana y gerente en la época en que quedó campeón nacional.

Aunque pueda parecer extraña la relación entre una cosa y otra, como las emociones a veces son incomprensibles, estas dos noticias me hicieron recordar el ambiente de nuestra ciudad en los años 60, cuando el fútbol se jugaba en lo que hoy es el estadio de Ferrominera Orinoco y los habitantes eran trabajadores esperanzados que, llegaban de todas partes del país, con fe en su capacidad de trabajo y la oportunidad de progreso que ofrecían las riquezas de la zona.

Los medios de comunicación se encargaron de hacerle un merecido homenaje a Gerardo Izzo, destacando, como es lógico, su importante participación en la fundación de Mineros de Guayana y su trayectoria como locutor y comentarista del fútbol nacional e internacional. Pero hay algo que quiero recordar, y es que, antes de que Ciudad Guayana tuviera un equipo de fútbol profesional, ya en los años 60, se disputaba un campeonato amateur, muy seguido por la afición local, al extremo de que los partidos del domingo en el “estadio de la Orinoco” competían con el cine, que era el otro entretenimiento importante de la ciudad. En ese ambiente conocí a Gerardo Izzo, Paolo Bufalino y muchos otros personajes del fútbol de aquellos años que luego se convirtieron en piezas fundamentales de nuestro fútbol profesional.

Aquellos domingos de fútbol comenzaban a las 3:00 de la tarde, porque los equipos competían en tres categorías: infantil, juvenil y primera. Recuerdo que el Italo Venezolano, la Hermandad Gallega, El Guayanés, el Canaima, El Callao, El Pao, Altamira de Ciudad Piar y Angostura de Ciudad Bolívar, eran los equipos que “arrastraban” más gente; el campo no tenía tribuna y los espectadores miraban los juegos desde la cerca que lo rodeaba, o estacionaban sus vehículos en la parte alta que está ubicada hacia la redoma de la Cantv; se puede decir que era un “fútbol carro” improvisado. Al caer la tarde, el personal de “la Orinoco” encendía las luces para que se jugara el partido final del intercambio que era el de primera categoría. Gerardo era uno de tantos que no se perdían un buen partido; luego lo comentaba en su barbería, e inclusive, bromeaba con algunos jugadores que iban a cortarse el pelo. 

Eran buenos tiempos, de vida sencilla, gente que se entretenía con poco, muy trabajadora y que veía el futuro con ilusión. Hoy en medio de los sentimientos que produce la visita del presidente a la zona, el fallecimiento del amigo me hizo recordar aquellos momentos, en que no teníamos equipo de fútbol profesional, ni polideportivo Cachamay, ni internet, ni celulares, ¡ni televisión!, solo un pequeño campo de béisbol con dos porterías, donde se escribieron las primeras páginas del fútbol en la ciudad; pero la gente tenía una energía especial que parece que hoy se ha perdido, una fuerza interior que nace de la fe y la esperanza en alcanzar una vida digna trabajando honestamente, y participando en la construcción de una gran ciudad. Si queremos “rescatar a Guayana” hay que exigir buenas políticas de sus dirigentes, pero esto no será suficiente si no se rescata el espíritu de su gente. 

martes, 21 de agosto de 2012

La izquierda aturdida

Hay momentos en que se hace difícil dar definiciones precisas o llamar a las cosas por su nombre; eso de poner todo en “blanco y negro” como se decía antes, no posible porque pareciera que la realidad es gris. Lo mismo sucede cuando se trata de definir las posturas políticas, especialmente la de algunas personas que se autoproclaman como “gente de izquierda”. Las tradicionales ideas marxistas o socialdemócratas que, entre otras cosas, pregonaban la igualdad, la austeridad, la solidaridad y la preeminencia del bienestar social por encima de la renta o el capital no son suficientes para elaborar el perfil del izquierdista de este tiempo. Podemos observar a más de uno que dice una cosa y hace otra; personajes vacacionales que con ropa de marca cuidadosamente escogida y bebiendo licor escocés de 18 años en lujosos clubes playeros te dicen, “yo siempre he sido un hombre de izquierda”.

Pero esto no es solo un problema de la política nacional. El título de este artículo lo tomé prestado de un capítulo del libro de la escritora española Irene Lozano, que se titula, Lecciones para el inconformista aturdido en tres horas y cuarto por un ensayista inexperto y sin papeles. En el mencionado trabajo se analiza la situación de la izquierda ante la crisis actual, y en la parte a que hago referencia dice: “En la izquierda aturdida confluyen ricos y pobres, acomodados e incomodados, obreros y directivos; se da en ella el capaz sibarita, el alto funcionario, el intendente exquisito y el propietario de fincas urbanas, con su vida muelle y un estupor semejante al de su huésped de manos agrietadas. A la derecha le desconcierta este hecho y tiende a censurar a los izquierdistas con elevado estatus porque no ha comprendido que el dinero es compatible con cualquier idea, siempre y cuando no se haya obtenido mediante la vulneración de dichas ideas”.

Creo que la propuesta anterior es verdaderamente desconcertante para la izquierda tradicional, porque esta idea de “izquierda aturdida” se presenta completamente atomizada. En ella coinciden los combatientes de los valores burgueses con los que disfrutan de las “mieles del capitalismo”. Como dice la citada autora: “Esta izquierda ha dejado de tener creencias, principios o ideas y se ha resignado a manejar un puñado de sentimientos”. 

Aterrizando nuevamente en nuestra realidad política, un amigo que se considera izquierdista puro dice que lo peor que le puede pasar al país es que regrese la derecha. Y aquí viene la pregunta: ¿Quién gobierna en Venezuela? ¿El gobierno actual es de izquierda? ¿Qué clase de izquierda? Esto es importante aclararlo, porque entre la derecha y la izquierda aturdida las diferencias son tan pequeñas que es casi imposible distinguirlas.

Al margen de esa controversia tradicional entre “izquierdas y derechas” están las necesidades del hombre de nuestro tiempo. De nada vale adherirse automática y emocionalmente a una postura política si esta no ofrece soluciones efectivas a los grandes males sociales que estamos padeciendo. El día en que se consolide una ciudadanía reflexiva que sepa escoger lo más conveniente sin dejarse llevar por la propaganda que solo manipula para alcanzar el poder, las cosas cambiarán y no será necesario estar discutiendo si somos de derecha o de izquierda.