Entre las frases célebres que más se
repiten, podemos destacar las que se refieren a la verdad y la justicia: “La
verdad nos hace libres” o “La justicia es la reina de todas las virtudes” no solo se encuentran
en libros o murales de calle, sino que se repiten constantemente en los
discursos oficiales, discusiones políticas o conversaciones domésticas. No
tengo dudas sobre la validez de estas afirmaciones, pero estoy convencido de
que no siempre se dicen con sinceridad. Carlos Fisas en su libro Historias
de la historia se refiere de manera irónica a la actitud hipócrita del
hombre ante la verdad y la justicia: “Vinieron la verdad y la justicia a la
tierra: La una no halló comodidad por desnuda y la otra por rigurosa.
Anduvieron mucho tiempo así, hasta que la verdad, de puro necesitada, consiguió
hospedaje con los mudos. La justicia, desacomodada, anduvo por la tierra
rogando a todos, y, viendo que no hacían caso de ella y que le usurpaban su nombre para
honrar tiranías, decidió volverse huyendo al cielo”
Lo anterior
no es solo una fábula simpática, pues lo que quiere enseñar está muy
cerca de la realidad. Los políticos pontifican constantemente diciendo que su
bandera es la verdad, y que con la verdad ni ofenden ni dañan; pero lo cierto
es que siempre actúan de acuerdo a lo que les conviene, y el “costo político”
es lo que decide lo que dicen y hacen. Por otro lado, con los ciudadanos
comunes pasa casi siempre lo mismo: para
el hombre de hoy la imagen está por encima de todo; lo importante no es “el ser”
sino “el parecer”; todo se maquilla. Dice una canción de Sabina que se vive de
mentiras que valen la pena.
En el artículo de la semana pasada decía que
una de las tareas pendientes de la democracia venezolana era la justicia. Esto
no es una opinión personal, sino que se basa en hechos objetivos: Venezuela es
un país donde se puede cerrar un tribunal por varios meses, y, ni el Estado se preocupa ni los ciudadanos
protestan; cada vez que un juez renuncia, lo destituyen o suspenden, los
tribunales pasan un tiempo considerable sin atender al público. Por otro lado,
el juez es el trabajador que tiene menos estabilidad en el país, ya que puede
ser “botado” (destituido) de
inmediato con un simple oficio que dice “Se deja sin efecto su
nombramiento”. Estas cosas reducen al mínimo la eficacia del sistema de
justicia y erosionan gravemente la necesaria autonomía del Poder Judicial. Y al igual que con la verdad, los ciudadanos
de a pie tampoco ayudan, porque como dice Alf Ross, la justicia -para muchos-
no es más que un sentimiento, la satisfacción de su interés personal:
“Justicia, no por mi casa, a mí que me den lo que quiero”
Si la verdad y la justica son importantes
para la vida, es más, si se consideran
como fundamentales para orientar el
destino del hombre, es evidente que el
futuro no pinta muy bien si se tratan de
esta manera. En este tiempo se ha puesto
de moda un optimismo ingenuo y carente de acción: Pensar que todo se arregla
con “mente positiva” y soluciones
mágicas que caen del cielo sin intervención humana. Esto no puede seguir así. Si no hay un verdadero compromiso
personal con la verdad y la justicia,
pasará lo que metafóricamente dice Carlos Fisas: No podrán encontrarse en la
tierra porque se van al cielo decepcionadas de los hombres. Twitter @zaqueoo