martes, 29 de mayo de 2012

Fatalismo o realismo


Tenemos la idea equivocada de que estar bien informado políticamente es suficiente para la formación de los ciudadanos. Esto no es así: es indiscutible que la información ayuda a la construcción de la personalidad política, pero por sí sola, no es suficiente, si no va acompañada de una acción tendiente a la participación en la construcción de una sociedad democrática.

No se puede negar que en Venezuela el tema político está en el ambiente. Es difícil no verse involucrado en conversaciones sobre la salud del Presidente, las encuestas, la corrupción, la crisis de los servicios públicos, etc. No hay espacio público que se libre del debate político, cualquier escenario es bueno, inclusive hasta en las caminatas mañaneras por los parques de nuestra ciudad se presentan disertaciones sobre el destino del país.

En más de una ocasión, al encontrarme con personas conocidas en los caminos del Parque Cachamay o La Llovizna, después del saludo de cortesía, inmediatamente salta la pregunta ¿Cómo ves la situación del país? Allí termina el encanto del ambiente natural y vuelve el problema de la realidad nacional. Pero hay algo contradictorio: si bien es cierto que la mayoría está pendiente de la política, muchos lo hacen como espectadores o “analistas”, pero no se involucran activamente. Entre estas personas, he observado dos actitudes que asumen una posición conformista ante problemas cuya solución requiere de la participación de todos; las he denominado “fatalistas y realistas”.

El “fatalista” no pierde oportunidad para expresar su pesimismo: si le preguntamos ¿Cómo están las cosas? responde: “Cómo van a estar, mal, esto tiene remedio; ¿Cómo es posible que el país se está cayendo y Chávez todavía tiene el 50% de apoyo? No hay que ser ingenuo, con esta gente vamos ‘palo abajo’, de este barranco no nos saca nadie. Esto se perdió mi hermano”.

El “realista”, en tono irónico, ve las cosas de otra manera: ante la pregunta ¿Cómo está todo? responde: “normal; la gente no quiere entender que, con lo que tenemos no podemos esperar otra cosa. Por ejemplo: qué más le vamos a pedir a una red de distribución eléctrica que tiene más de cuarenta años sin mantenimiento; demasiado buena ha salido. Y a los políticos, ¿qué se le puede pedir?, que estén a la altura de Winston Churchill; no vale, más bien hay que alegrarse porque de vez en cuando ‘pegan una’; estamos gobernados por un grupo de improvisados. Por eso, para no amargarse la vida hay que ser realista, y convencerse de que, las cosas salen mal, porque, con lo que se tiene, eso es normal”.

En mi opinión, estas actitudes son más preocupantes que la de los llamados “ni-ni”, porque desde una posición de aparente “intelectualidad política”, trasmiten la idea descorazonadora de que el destino del país está escrito y nadie lo puede cambiar, ya que es producto de una realidad que, guste o no guste, es inalterable.

Cuando escucho estos argumentos recuerdo una frase de Leonardo Boff en su libro Tiempo de trascendencia: “El desafío más secreto del ser humano, es que se niega a aceptar la realidad en la que está sumido porque se siente mayor de todo cuanto le rodea”. Esa es la grandeza del hombre, no hay fatalidad ni realidad que le obligue a renunciar a sus sueños. Por eso, por mal que pinten las cosas, hay que asumir actitudes diferentes; para superar la situación se necesita mucho más que simples diagnósticos fatalistas sobre el panorama político nacional.

Twitter @zaqueoo

martes, 22 de mayo de 2012

Una visión socialista de la Fórmula 1

El triunfo de Pastor Maldonado se ha convertido en el tema de la semana pasada, por la variedad de reacciones que ha producido: unos se emocionan ante el éxito de un venezolano en una competencia de alto nivel; otros, de acuerdo a la posición política que ocupan, lo celebran o rechazan, por el beneficio que le reporta a la imagen del presidente Chávez, y otros, desde una postura más neutral, cuestionan el gasto exagerado que está haciendo el Estado en algo que -a su juicio- no se justifica.

Pero al margen del caso Pastor Maldonado y las circunstancias que lo rodean, nos hacemos la pregunta ¿La construcción de una sociedad socialista es compatible con el campeonato mundial de Fórmula 1? Si hay una actividad que ha sido duramente cuestionada por la gente de izquierda, es el deporte de los motores, porque lo ven como un entretenimiento lujoso de la derecha capitalista.

El 7 de octubre de 2007, en la página web Rebelión, Marcelo Colussi publicó un artículo tituladoFórmula 1 ¿Deporte? (Un espejo del mundo capitalista). Allí, entre otras cosas, se dice: “Y si nos colocamos, justamente, en una lectura socialista, lo único que nos queda de este monumental circo moderno, glamoroso y rebosante de dinero, es su inservibilidad para un verdadero y equilibrado desarrollo humano. La Fórmula 1 Internacional es el escaparate vistoso de la industria automovilística mundial, con todas las ramas industriales conexas… En su estructura se repite a cabalidad la estructura misma del mundo capitalista al que pertenece, por otro lado, no podría ser de otra forma. ¿Acaso sería lógico pedirle espíritu crítico a la misma Fórmula 1? Todo el circo está armado conforme a la más rigurosa clave capitalista que ha regido el mundo en estos últimos dos siglos, que dio lugar a la industria destructora del medio ambiente, que se basa en el ‘triunfo’ de unos pocos sobre las grandes mayorías (‘los mejores son los que reciben más dinero’), que ve en la victoria individual a cualquier costo la llave maestra de la vida” … En realidad la Fórmula 1 no es, en sí misma, el problema; ella no es más que el reflejo de un mundo desequilibrado e injusto (hptt//:www.rebelion.org/noticia.php). 

He citado de manera extensa el comentario de Colussi, porque quiero destacar que, en medio de las reacciones que ha desatado el triunfo de Pastor Maldonado, producto de la polarización política que vive el país, hay personas que desde hace mucho tiempo y antes de que Chávez y Maldonado aparecieran en escena, rechazaban abiertamente las competencias de Fórmula 1, porque consideran que es un deporte de ricos, que derrocha injustificadamente grandes cantidades de dinero en un mundo lleno de pobreza y miseria. Por lo tanto, no se puede meter a todos en el mismo saco, ni tildar de antipatriota a quienes por las razones ideológicas antes expuestas, no están de acuerdo con la participación del corredor venezolano en la Fórmula 1.

En conclusión: me parece mezquino negar los méritos que merece Pastor Maldonado por su destacada actuación; es emocionante ver la bandera de Venezuela en lo más alto de pódium y oír el Himno Nacional. Pero, cuando las emociones pasan y la razón vuelve a enfrentarnos con la realidad, inevitablemente tenemos que preguntarnos ¿Qué entendemos por socialismo? ¿Se justifica dentro de una ética socialista que el Estado invierta 250 millones de dólares en las competencias de Fórmula 1? 

Twitter @zaqueoo

martes, 15 de mayo de 2012

¿Cómo hablar de moral a los jóvenes?


Uno de los principales problemas que tiene la familia o la escuela contemporánea, es enseñar a los jóvenes los principios morales que tradicionalmente la sostienen: cada vez que el padre o el maestro se acerca al joven para hablarle del bien o el mal, pretendiendo educarlos éticamente, es visto como un ser anticuado, desfasado y fastidioso que insiste en sermonear sobre cosas que no sirven para nada. Esto no es una opinión personal, existen serios estudios que lo demuestran. El profesor Massimo Desiato, en un ensayo titulado ¿Cómo hacer efectiva nuestra moral?, dice: “…este hombre cotidiano del cual el alumnado es una muestra importante, considera que los verdaderos problemas, los ‘problemas reales’, son aquellos relacionados con sus necesidades materiales más o menos inmediatas; también piensa que el problema moral no es un asunto que les incumba y que, en el mejor de los casos, es tarea de académicos y de aquellos singulares individuos que se dedican a la vida espiritual”.

Puedo dar fe de que lo afirmado por el profesor Desiato es verdad: para un sector importante de la juventud universitaria el tema de la ética es asunto de religiosos o profesores de filosofía. ¿Por qué ocurre esto? La repuesta más sencilla, la que está más a la mano, es echarle la culpa a “esta juventud pervertida y extraviada, hedonista y egoísta, que solo piensa en rumbear”. Pero el problema real está en que no entendemos la vida de la juventud actual, y no tenemos herramientas adecuadas para acercarnos a ella.

La semana pasada, las redes sociales publicaron un video titulado Caracas ciudad de despedidas. Allí unos jóvenes expresan su descontento hacia nuestro país y manifiestan su intención de emigrar a otros lugares. El video me pareció malo desde el punto de vista artístico, con un mensaje superficial, de escaso contenido y expresado en el lenguaje soez que caracteriza la cotidianidad juvenil. Pero las desproporcionadas reacciones que produjo son dignas de un comentario especial: los protagonistas fueron insultados, amenazados, tildados de sifrinos, burguesitos de la ultraderecha, hijos de papá, etc. Se debe reconocer que el video no representa a la totalidad de la juventud venezolana, pero no se puede negar que un sector importante de ella está de acuerdo con la “idea” que allí se pretende expresar: buscar un destino diferente en otro país. Si queremos que esos jóvenes cambien de opinión, hay que hacerlo en tono moderado y con razones convincentes, no a patadas, insultos o descalificaciones. Hay que saber “llegarle” a los jóvenes.

Una de las causas por las que se hace difícil hablarle de moral a la juventud contemporánea es el estilo dogmático de algunos padres y profesores. De manera muy general se ha dicho que un dogma es una afirmación que se resiste a las críticas racionales: hay que aceptarlo a ciegas; los dogmas no se analizan ni se discuten, y mucho menos los dogmas morales. Hoy, aunque muchos no estén de acuerdo, hay que revisar los viejos dogmas, hay que explicar la utilidad de la moral: convencer a los jóvenes de que “portarse bien es rentable”; que “la buena conducta es buena para todos”. Dicho en lenguaje juvenil: es muy difícil tener una buena vida y alcanzar el éxito si no se es “buena gente”.

Para hablarles de moral a los chamos hay que acercarse a ellos y entender sus “códigos de vida”, que no son iguales a los que estaban vigentes en nuestra juventud. En resumen, hablarle de moral a los jóvenes, no es trasmitir un conjunto de principios dogmáticos, es asumir la elevada tarea de instruir en el arte de vivir como un ser humano.

Twitter @zaqueoo

martes, 8 de mayo de 2012

Juzgar o enjuiciar

Leyendo la historia del ex magistrado Eladio Aponte Aponte, un militar que fue miembro de la Corte Marcial y que luego ocupó el cargo de magistrado del Tribunal Supremo, me acuerdo que Miguel de Unamuno decía, palabras más palabras menos, que quien está educado para mandar y obedecer como se hace en la milicia, es fácil que al enjuiciar a alguien, utilice métodos que no son los más adecuados para obtener la verdad de los hechos. A esta tesis no se le puede dar el valor de verdad absoluta, pero al analizar los argumentos que la sostienen, nos encontramos con una idea que es fundamental para la administración de justicia, la diferencia entre juzgar y enjuiciar.

En un artículo publicado en 1906, titulado La Patria y el Ejército, Don Miguel de Unamuno, ilustre filósofo español que he citado en más de una ocasión, dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Tan absurdo me parece que los militares constituyan tribunales y se metan a juzgar, como que los magistrados, jueces o fiscales civiles se organicen en milicia para ir a la guerra. Pues si la función de guerrear exige una preparación técnica, no menor la exige la función de juzgar, con el agravante de que ambas preparaciones se excluye… Hay, además, algo más delicado que jugar, y es enjuiciar. Para enjuiciar hace falta más práctica, más tino, más inteligencia especial, más tradición técnica que para juzgar. Lo difícil no es fallar un proceso, sino llevarlo a cabo”.

La cita del párrafo anterior pone el acento en lo que constituye la piedra angular de un estado de justicia: el derecho de cada ciudadano a que su vida, su libertad o sus bienes, no se vean afectados si antes no se realiza un juicio, donde se le garantice la posibilidad de defenderse y de controlar la legalidad de todas las actuaciones que en él se vayan realizando. Esto todavía no lo hemos conseguido plenamente: se juzga, muchas veces estigmatizando a priori, otras a la ligera, y hay innumerables procesos que se convierten en ejemplos palpables del interminable juicio kafkiano.

Hay otra cosa que se debe destacar, y es que, como dice el artículo 12 del Código de Procedimiento Civil, el juez debe tener por norte de sus actos la verdad. Solo cuando la verdad está por encima de todo se puede hablar de justicia, porque las dos cosas son inseparables. 

Quiero aclarar que no pretendo insinuar que Aponte Aponte se comportó indebidamente en su cargo de magistrado por ser militar; nada de eso. La deshonestidad puede estar presente en cualquier oficio. Lo que quiero resaltar al citar las ideas de Unamuno, es que, el arte de la guerra no es semejante al arte de la justicia: el guerrero se prepara para vencer al adversario utilizando las armas, el juez se debe preparar para hacer justicia instruyendo un procedimiento, es decir, enjuiciando; en la milicia se habla de los enemigos, y los tribunales de los justiciables. Son paradigmas distintos.

Unamuno cita al periodista portugués Juan Chagas que decía: “Los militares juzgan no en virtud de la necesidad de juzgar, sino de castigar”. Nosotros los civiles debemos tener claro que antes de juzgar hay que enjuiciar, es decir instruir un juicio, porque como reza una famosa frase: “Solo Dios puede juzgar sin un procedimiento”. 

Twitter @zaqueoo

martes, 1 de mayo de 2012

La irresponsabilidad


Un viejo amigo que se ha caracterizado durante toda su vida por actuar con humildad y cumplir cabalmente con sus deberes, me dice que el principal problema que tenemos en Venezuela es que nadie responde por nada: se cometen fallos que ocasionan daños y el responsable no los repara, y esto se observa tanto en la actuación del ciudadano común como en el ejercicio de las más elevadas funciones públicas; no hay sentido de la responsabilidad y pareciera que ser responsable no es una virtud apreciada socialmente.

No falta razones para respaldar la idea de que la responsabilidad no es la característica más común de las conductas sociales: se ejercen de manera equivocada las funciones públicas, se despilfarra el dinero del Estado y salvo contadísimas excepciones no se exige responsabilidad; fallan los servicios públicos y se dañan los bienes de los particulares y nadie responde; ni hablar del trasporte aéreo, hay que acostumbrarse a salir a cualquier hora y sufrir las consecuencias sin posibilidad de exigir que se reparen los daños que esto ocasiona.

Pero el problema no se refiere solo a las actividades o servicios públicos, en la rutina de lo cotidiano y doméstico también lo vemos: contratamos a un técnico para una reparación en el hogar y es posible que sin previo aviso falte a la cita; llamamos a un taxi para que nos haga un trasporte y más de una vez nos deja esperando. Y así podría seguir enumerando ejemplos que demuestran que el comportamiento irresponsable se ha convertido en algo normal.

Las causas de este problema son variadas, pero una de las que resalta y se hace visible está en la educación: hace años dejar de hacer una tarea era un verdadero problema para el alumno; hoy la cosa pasa con justificaciones que a veces son incomprensibles o banales. Los malos estudiantes sabían de antemano que no iban a aprobar los exámenes, ahora siempre habrá una oportunidad que remedie la flojera; por lo tanto, estudiar no es tan importante. Sin pretender ahondar el análisis de este punto, simplemente destaco que si no se le enseña a los muchachos a asumir las consecuencias del incumplimiento de los deberes, difícilmente se podrán formar como ciudadanos responsables.

Antes de seguir adelante hay que aclarar que gracias a Dios hay ciudadanos responsables que sirven de ejemplo porque cumplen cabalmente con sus obligaciones, pero no sabría decir si son minoría o mayoría. También hay que destacar que en ocasiones el incumplimiento de los deberes está justificado por razones de fuerza mayor o causa no imputables al obligado; no me refiero a esto: el artículo está dedicado al problema de que se generalice lo que coloquialmente se denomina la costumbre de “echar el carro impunemente”.

Es bueno advertir que hasta las sociedades en su conjunto pueden comportarse de manera irresponsable, cuando la expresión de la voluntad general no es producto de una acción ciudadana prudente y reflexiva: la historia nos enseña que los pueblos en numerosa ocasiones se han comportado de manera inmadura e irresponsable entregando su destino a políticos aventureros que los han llevado al desastre.

Hoy, cuando el tema de la ciudadanía está en el tapete, hay que recalcar puntualmente que es imposible ser buen ciudadano si no hay un comportamiento responsable. Las grandes obras se construyen a partir de los pequeños detalles. Si logramos entender que con cumplimiento de nuestros deberes individuales realizamos un gran aporte para el desarrollo social, la construcción de la Venezuela deseada no será un sueño irrealizable. La solución está en nuestras manos: vamos a tratar de rescatar el valor de la responsabilidad.
Twitter @zaqueoo