martes, 25 de septiembre de 2012

El voto: un derecho y un deber moral


Los canales de televisión, en sus campañas de sensibilización ciudadana, repiten constantemente que el voto es un derecho y un deber; no obstante, muchas personas no lo ven así. La semana pasada presencié una discusión donde uno de los circunstantes le decía a otro que, “el voto es un derecho y por la tanto es renunciable; cada quien decide libremente si lo ejerce o no lo ejerce: a nadie van a meter preso por no ir a votar”.

En relación a este debate sobre la naturaleza del voto, hay que destacar que efectivamente la Constitución Nacional establece que el sufragio es un derecho que se ejerce en forma libre y secreta; por lo tanto -con algunas excepciones- no es una obligación que se impone bajo amenaza de sanción. Esto, en cuanto a la legalidad, pero en el terreno de la ética ciudadana la cosa cambia: todo ciudadano miembro de una sociedad democrática tiene el derecho de participar en la elección de sus gobernantes, pero además, tiene el deber de hacerlo. ¿Qué tipo de deber? Algunos dicen que es un deber ciudadano inherente a los miembros de ese tipo de sociedades: no hay verdadera democracia si los miembros de la sociedad no participan en la elección de las personas encargadas de gobernar. Pero voy más allá: votar es un deber moral, porque la moral exige mucho más de lo que la ley prohíbe o permite; aunque nadie nos sancione, debemos hacer lo que beneficie a la sociedad y evitar lo que le haga daño.

Como decía anteriormente, en democracia debe gobernar el candidato que resulte elegido por la mayoría; pero por la mayoría del país, no por la mayoría de los que votan, aunque legalmente sea así. Si analizamos las elecciones de los últimos años, la abstención siempre ha sido elevada, y el ganador, en muchas ocasiones, ni siquiera obtuvo el voto favorable de la tercera parte de los electores. Si se tratara de elecciones sin trascendencia, donde lo importante es elegir de cualquier manera, esto puede justificarse, pero en comicios donde se decide el tipo de sociedad o la forma de vida de sus habitantes, no ir a votar es una irresponsabilidad ciudadana gravísima.

El 7 de octubre todos estamos invitados a votar libremente por el candidato de nuestra preferencia; pero hay que ir a votar, solo así se consolida la democracia y se evitan situaciones desagradables. Si la mayoría del país quiere que continúe gobernando Chávez, o por el contrario, quiere cambiar de presidente, que exprese su voluntad en las urnas de manera inequívoca, para que todos entiendan y asuman que ese es el destino escogido por el pueblo venezolano. Ese día no es para quedarse viendo los acontecimientos por televisión, porque tenemos un compromiso muy grande: el que se quede en su casa deja su destino en manos de otros y le hace un gran daño al país.

martes, 18 de septiembre de 2012

La ingenuidad política y la cultura democrática

A quien se le ocurra decir en estos días que, el 7 de octubre no se va a acabar el mundo y la vida va a continuar, será inmediatamente tildado de tonto, ingenuo, o “comeflor”, por decir lo menos. Muchos actores o analistas políticos se han dado a la tarea de sembrar un sentimiento de “angustia electoral” en la colectividad, trasmitiendo reiteradamente la idea de que no estamos ante unas simples elecciones, sino ante una “batalla final”, donde todos, de una u otra manera, nos jugamos “la vida”. Para muchos, solo pensar en ese día les produce una gran tensión e inquietud, ni siquiera pueden dormir tranquilos y hasta en las oraciones de diferentes religiones se ruega para que en ese temido acontecimiento todo se desarrolle en “sana paz”.
Pero si queremos ser justos con la opinión de los moderados -prefiero llamarlos así- debemos aclarar que una cosa es la importancia que tiene un evento electoral en particular y otra lo que representan las elecciones en una cultura democrática. No hay duda que estamos ante una elección diferente a las anteriores, no solo por las circunstancias personales de los principales candidatos, sino por el efecto que va a producir en el futuro del país. Las ofertas electorales plantean importantes cambios: por un lado la profundización del modelo socialista que adelanta el gobierno y por el otro la sustitución de ese modelo por otra forma gobierno; en fin, no es cualquier cosa y no se debe banalizar el evento. Pero al lado de esto, hay que reconocer que, en una verdadera cultura democrática, las elecciones sustituyen a la violencia: no son batallas, ni nada que se les parezca, sino formas pacíficas de elegir y sustituir a los gobernantes. Aunque a muchos les parezca ridículo, la lealtad política, el respeto por el adversario y los resultados de los comicios es lo que determina el talante democrático de un pueblo.
En estos días se habla reiteradamente de los escenarios electorales y abiertamente se especula sobre la diferencia de votos que debe obtener el ganador para que el derrotado reconozca el triunfo del su adversario, e inclusive para que no se produzcan situaciones violentas. Ante esto hay que preguntarse: ¿Una sociedad democrática puede aceptar esto que a muchos les parece normal? ¿Tenemos una verdadera cultura democrática? ¿Por qué el 7 de octubre se juega el futuro del país si hay una Constitución que señala el rumbo que debe seguir? ¿Será que, en este tiempo ser demócrata es sinónimo de ingenuo?
Hace algún tiempo, Ibsen Martínez escribió un artículo que tituló El moderado no tiene quien le escriba, allí hablaba de que los historiadores le dedican más atención a los radicales o revolucionarios, que a los prudentes que promueven más la paz que los conflictos. Por eso, en medio de esta turbulencia electoral he querido dedicar unas líneas a quienes están esperanzados en que al final la razón y el buen juicio se impondrán por encima de las desbordadas pasiones políticas, y envían mensajes de sensatez, fe y esperanza en Venezuela; porque grandeza del país debe estar por encima de cualquier elección presidencial, por muy importante que esta sea.

martes, 11 de septiembre de 2012

Sociedades humillantes


Joaquín García Roca, en su libro, El mito de la seguridad, dice que, “una sociedad es segura cuando las personas que la forman no son despreciadas por nadie, pero sobre todo cuando no son humilladas por las instituciones que la conforman”. Se pregunta el citado autor: ¿Acaso hay situaciones de instituciones humillantes? Y responde a esta pregunta diciendo que, en la actualidad hay muchos comportamientos de instituciones y personas que resultan degradantes, indecentes y humillantes, en la medida en que incumplen los mínimos de dignidad humana aceptados en un determinado momento.
Leyendo las reflexiones de García Roca, nos preguntamos ¿Vivimos en una sociedad humillante? Es indudable que, la pobreza y las desigualdades sociales son factores de humillación y esto no lo hemos superado; pero además, hay otras cosas que también humillan al ser humano y son imputables a la actuación de los gobiernos o de quienes detentan el poder; el citado autor menciona como ejemplos: la dependencia, el paternalismo y la discriminación. Hablemos un poco de esto para ver si se encuentra en nuestra realidad.
La dependencia es algo que produce humillación, porque no le permite al ciudadano actuar libremente: sus actos siempre estarán sometidos a una autoridad superior que decidirá lo que puede hacer; por lo tanto, humilla porque reduce la libertad.
El paternalismo considera que los individuos son personas inmaduras que necesitan “un papá” que decida cuáles son sus verdaderos intereses, sin tomar en cuenta su voluntad; la humillación se manifiesta en el menosprecio de la inteligencia de los ciudadanos.
La discriminación es la peor forma de humillación porque priva a las personas de cosas que le pertenecen como miembros de una sociedad, y se manifiesta principalmente en la injusta distribución de los bienes, pero se produce igualmente cuando se desprecia a un grupo degradándolo moralmente, porque no comparte las mismas ideas o simpatías políticas.
El problema de la justicia social es una materia pendiente en ésta y en muchas otras sociedades contemporáneas; pero a esto, en Venezuela, tenemos que agregarle un nefasto estilo de hacer política, donde el insulto, la descalificación o discriminación por diferencia ideológica están a la orden del día. En este momento podemos apreciar al igual que en otras ocasiones que, la contienda electoral más que un debate de ideas es un torneo de insultos; el que se lance al ruedo político tiene que “preparar el cuero” para lo que le viene encima: burlas, sobrenombres u ofensas.
El oficialismo justifica este “estilo” diciendo que la oposición hace lo mismo. El problema está en que, quien ejercer el poder tiene obligaciones morales más elevadas que las de los demás ciudadanos: al Presidente se le debe respeto, pero él es el primero que debe respetar para dar el ejemplo. No basta que la ley ampare al funcionario público, sancionando a quien le falta el respeto, porque el verdadero respeto se gana con honestidad y buen comportamiento.
Vuelvo a la pregunta inicial ¿Cómo es nuestra sociedad? Que el lector saque su propia conclusión; pero si queremos que no sea humillante vamos a colaborar todos. Una vieja máxima dice: hay que respetar a los demás en la misma medida en que queremos que nos respeten a nosotros. Si hacemos esto, tendremos una mejor convivencia y contribuiremos en la construcción de un mundo diferente a éste, que va por muy mal camino.

martes, 4 de septiembre de 2012

La tragedia de la verdad

Si nuestros gobernantes de turno piensan que sus estrategias mediáticas son suficientes para convencer a los venezolanos de todo lo que dicen, están equivocados; y digo gobernantes de turno, porque me refiero tanto a los de la oposición como a los del oficialismo, aunque debo reconocer que hablo principalmente de estos últimos. La noticia indiscutible del momento es la tragedia de la refinería de Amuay, un lamentable suceso donde perdieron la vida muchas personas. Por la información recibida a través de los medios de comunicación, pareciera que la acción de las instituciones encargadas de atender estas contingencias fue la adecuada en este caso; no soy experto en seguridad industrial y creo que sería irresponsable hacerse eco de noticias o rumores que no estén apoyados en pruebas que los sustenten.

El problema de la crítica apresurada pudieran entenderse -aunque no justificarse- en los que odian ciegamente al gobierno, lo que es imperdonable, es que la información oficial incurra en el mismo nivel de ligereza cuando trata de explicar lo ocurrido. A primeras horas del día sábado, cuando comienzan a trasmitirse las noticias sobre el suceso, los profesionales y técnicos que estaban a cargo del problema empezaron a dar información sobre el accidente, lo malo fue cuando intervinieron los políticos: todavía no se sabía a ciencia cierta la magnitud de la tragedia y mucho menos sus causas, cuando ya estaban tratando de justificar lo que a esas alturas todavía no estaba claro; inclusive, algunos llegaron a hablar de sabotaje. En un asunto tan delicado como este hay que tener mucho cuidado; no fue que se cayó un árbol en una vía pública o se fue la luz por un rato: estamos ante la muerte de muchas personas, un elevado número de heridos y mucho dolor y daño psicológico a la comunidad. Por lo tanto, antes de echar culpas o excusarse irresponsablemente hay que hacer una investigación a fondo para conocer la verdad.

Esta costumbre de rechazar las responsabilidades a priori, sin aceptar el grado de culpa que se puede tener en un hecho, se está convirtiendo en una enfermedad de la sociedad venezolana (creo que ya lo dije en otra oportunidad). Es cierto que a veces ocurren cosas que no pueden imputarse a la conducta de las personas, pero es imposible que para todo haya una excusa: si un estudiante falta a clase o pierde un examen, siempre aparece una constancia médica u otro documento que lo justifica; si falla el agua potable o la energía eléctrica se debe a fenómenos naturales, si escasean los alimentos es por la manipulación de los especuladores… No quiero decir que todo esto siempre sea una disculpa mentirosa, pero extraña mucho que la honestidad de reconocer las culpas y asumir las responsabilidades sea algo que prácticamente ha desaparecido de nuestra sociedad.

Hay una frase que se ha puesto de moda nuevamente con motivo del caso Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Me atrevería a decir que, en términos generales, en el quehacer político la verdad vive la misma tragedia, porque siempre termina siendo una víctima que, solo tiene posibilidad de sobrevivir cuando es rentable para el que la debe. Por eso, más allá de esa intención de querer convertir en verdad todo lo que se dice, lo cierto es que, la credibilidad política se recuperará, cuando por encima de todo esté la verdad. Y esto es lo que esperan los venezolanos en el caso de Amuay, que la verdad no sea una víctima más. 

Sobre el fútbol y la esperanza en los años sesenta

Los que crecimos en esta ciudad y vemos la situación en que se encuentra actualmente, no podemos evitar las comparaciones entre el pasado y el presente, principalmente, entre el espíritu que animaba a sus pioneros y el desaliento de quienes la habitan en la actualidad. La semana pasada, al regresar de un paseo por la isla de Margarita, me encontré con que la atención de la ciudadanía estaba centrada en la visita de Chávez y los anuncios que haría para el rescate de las empresas de Guayana. Paralelamente me enteré del fallecimiento del amigo Gerardo Izzo, conocido comentaristas de fútbol en la región, que fue fundador del equipo Mineros de Guayana y gerente en la época en que quedó campeón nacional.

Aunque pueda parecer extraña la relación entre una cosa y otra, como las emociones a veces son incomprensibles, estas dos noticias me hicieron recordar el ambiente de nuestra ciudad en los años 60, cuando el fútbol se jugaba en lo que hoy es el estadio de Ferrominera Orinoco y los habitantes eran trabajadores esperanzados que, llegaban de todas partes del país, con fe en su capacidad de trabajo y la oportunidad de progreso que ofrecían las riquezas de la zona.

Los medios de comunicación se encargaron de hacerle un merecido homenaje a Gerardo Izzo, destacando, como es lógico, su importante participación en la fundación de Mineros de Guayana y su trayectoria como locutor y comentarista del fútbol nacional e internacional. Pero hay algo que quiero recordar, y es que, antes de que Ciudad Guayana tuviera un equipo de fútbol profesional, ya en los años 60, se disputaba un campeonato amateur, muy seguido por la afición local, al extremo de que los partidos del domingo en el “estadio de la Orinoco” competían con el cine, que era el otro entretenimiento importante de la ciudad. En ese ambiente conocí a Gerardo Izzo, Paolo Bufalino y muchos otros personajes del fútbol de aquellos años que luego se convirtieron en piezas fundamentales de nuestro fútbol profesional.

Aquellos domingos de fútbol comenzaban a las 3:00 de la tarde, porque los equipos competían en tres categorías: infantil, juvenil y primera. Recuerdo que el Italo Venezolano, la Hermandad Gallega, El Guayanés, el Canaima, El Callao, El Pao, Altamira de Ciudad Piar y Angostura de Ciudad Bolívar, eran los equipos que “arrastraban” más gente; el campo no tenía tribuna y los espectadores miraban los juegos desde la cerca que lo rodeaba, o estacionaban sus vehículos en la parte alta que está ubicada hacia la redoma de la Cantv; se puede decir que era un “fútbol carro” improvisado. Al caer la tarde, el personal de “la Orinoco” encendía las luces para que se jugara el partido final del intercambio que era el de primera categoría. Gerardo era uno de tantos que no se perdían un buen partido; luego lo comentaba en su barbería, e inclusive, bromeaba con algunos jugadores que iban a cortarse el pelo. 

Eran buenos tiempos, de vida sencilla, gente que se entretenía con poco, muy trabajadora y que veía el futuro con ilusión. Hoy en medio de los sentimientos que produce la visita del presidente a la zona, el fallecimiento del amigo me hizo recordar aquellos momentos, en que no teníamos equipo de fútbol profesional, ni polideportivo Cachamay, ni internet, ni celulares, ¡ni televisión!, solo un pequeño campo de béisbol con dos porterías, donde se escribieron las primeras páginas del fútbol en la ciudad; pero la gente tenía una energía especial que parece que hoy se ha perdido, una fuerza interior que nace de la fe y la esperanza en alcanzar una vida digna trabajando honestamente, y participando en la construcción de una gran ciudad. Si queremos “rescatar a Guayana” hay que exigir buenas políticas de sus dirigentes, pero esto no será suficiente si no se rescata el espíritu de su gente.