sábado, 30 de noviembre de 2013

Bibliotecas vs parrilleras

El pasado miércoles, en una tertulia entre amigos, uno de ellos soltó esta frase:“Los venezolanos cambiaron los libros por la parrilla; cada vez hay menos bibliotecas en las casas, pero no faltan las parrilleras”. Esto es una realidad incuestionable, porque los libros y la lectura están desapareciendo de los hábitos hogareños. En mi infancia, además de las novelas o libros de poemas que siempre compraba mi padre, se invertía en adquirir enciclopedias o colecciones  de autores famosos. Ayer una buena biblioteca daba prestigio a la casa, ahora no es así, la vida del hogar gira alrededor del televisor, y el ocio se inclina principalmente hacia la parrilla.
El abandono de la lectura producto de la eclosión del sonido y de la imagen es un problema serio para el hombre. Si hay algo que libera de las esclavitudes de este tiempo es la lectura; al que lee no lo engañan ni seducen tan fácilmente. Cuando le preguntaron a Arturo Pérez Reverte, ¿Cuál era su ideología? Contestó: “Yo no tengo ideología porque tengo biblioteca”
Ayer visité una librería que está ubicada en un conocido centro comercial y encontré un ambiente anormal y desconcertante: numerosas personas hacían colas a las puertas de las tiendas de ropa o electrodomésticos, mientras que grupos de guardias y funcionarios públicos entraban y salían de los locales para inspeccionar las ventas, con tanto ímpetu que parecía que estuvieran persiguiendo a alguien. Donde la cosa estaba normal era en la librería, allí no había aglomeraciones de gente, ni anuncios de rebajas, ni fiscales de precios; parecía un mundo aparte. Y es que ciertamente, la lectura y los lectores se están convirtiendo en una especie de isla que solo visitan los que en su tiempo libre prefieren un buen libro antes que una parrilla. Y quiero aclara que no tengo nada en contra de las parrillas, las disfruto, pero la vida es mucho más que andar de parrilla en parrilla.  

viernes, 25 de octubre de 2013

Recuerdos de la UCAB



En medio de las emociones que produce el cumpleaños de la Universidad Católica Andrés Bello, es inevitable que quienes estudiaron allí recuerden aquellos años de juventud ilusionada que vivieron en sus aulas. Cómo no recordar el primer día de clases y la vieja costumbre de recibir a los nuevos con “bautizos” no muy agradables cortándoles el pelo en el cafetín, los partidos de fútbol en la cancha de tierra que estaba donde hoy está postgrado, y aquellas campañas políticas entre El bloque y Ucab Libre. En fin,  un mar de anécdotas que nos lleva la conclusión que cada quien tiene “su Ucab” de acuerdo como la vivió y ahora la recuerda.
Pero la universidad sembró en sus estudiantes mucho más que recuerdos de una época; me atrevería a decir que, dejó más que conocimientos: enseñó una manera distinta de entender la vida, a jóvenes que crecían en medio del paradigma del individualismo posesivo de la sociedad. De mi experiencia personal no puedo olvidar las clases de Introducción al Derecho del Padre Olaso, donde además de enseñar las diferencias entre los órdenes normativos de la conducta humana, los fines del derecho o la estructura de la norma jurídica, nos hablaba de las grandes encíclicas de la doctrina social de la iglesia o del pensamiento de Elder Cámara. Todavía recuerdo como si fuera ayer, cuando nos leyó  el famoso párrafo de El desierto es fértil que cita en el tomo primero de su Introducción al Derecho
“Las cosas cuando están bien dichas hay que repetirlas, no importa quién las esté diciendo, Escuchen esto: “Especialízate  en el arte de descubrir en todas y cada una de las criaturas el lado bueno con que cuentan: no hay nadie que solo sea maldad. Especialízate en el arte de descubrir en todas las ideologías el fondo de verdad que guardan en su seno: la inteligencia es incapaz de adherirse a un error absoluto”
Así era el Padre Olaso en sus recordadas clases, sencillo y fiel a su compromiso con la verdad. Una persona que necesariamente tienen que ser recordada en estos momentos especiales llenos de recuerdos, porque los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos nos sentimos comprometidos de la misma manera que él lo hace en la ofrenda de su obra:
“En comunión con los hombres sinceros de buena voluntad, de cualquier ideología o religión; especialmente con aquellos –los más pobres y oprimidos- para quienes, de hecho ni apenas existe el derecho, ni saben ni pueden defender sus derechos. Unido, en abrazo fraternal, con los esforzados que, en el mundo estropeado que vivimos, trabajan, luchan, sufren o mueren por un orden más justo y más humano, en la esperanza doliente y gozosa de que, al final –tal vez sobre un fracaso personal aparente- por encima del derecho de la fuerza triunfará “la fuerza del Derecho” (Luis María Olaso, Introducción al Derecho)
Palabras para la posteridad y para una historia que verdaderamente compromete.
 

martes, 16 de julio de 2013

José María korta Lasarte:homenaje y despedida

El hermano Korta, como popularmente se le conoció, falleció el pasado jueves dejando un gran ejemplo y un inmenso vacío. Un gran ejemplo, porque es muy difícil encontrar en estos tiempos personas que dediquen su vida intensa y exclusivamente a luchar por los derechos de los oprimidos, y un gran vacío porque los quijotes de este tiempo son especies en extinción.

Korta perteneció a la Compañía de Jesús. Era, de manera muy especial, profundamente cristiano, pero respetaba los caminos escogidos por los demás para llegar a Dios. La sencillez y el amor de Jesús le sirvieron de inspiración para su modo de vivir. Su franqueza y frontalidad al decir las cosas lo hacía en ocasiones incómodo al estilo de vida hipócrita de este tiempo.

Su vida fue una historia de lucha sin importar los riesgos. Sus años de trabajo en el alto Ventuari, la conocida huelga de hambre por los derechos de Sabino Romero, cacique de los yukpas, o la creación de la Universidad Indígena de Venezuela (UIV) son sólo un ejemplo de lo que fue su obra.

La última vez que nos reunimos para tomar un café, estuvimos hablando del problema de la cultura y el territorio indígena, y para profundizar mejor en este tema, me prestó el libro Territorialidades y lucha por el territorio en América Latina, donde se dice algo que cada vez me convence más: vivimos en una sociedad insostenible. Una sociedad que no es ni por asomo la del hermano Korta; que se declara cristiana pero Cristo no vive en ella, donde el consumo ilimitado, el interés material, el odio y los malos sentimientos son los motores de la vida; una sociedad en decadencia donde la desesperación hace que sus miembros se coman unos a otros.

Korta falleció en un accidente en la carretera que tantas veces transitó hacia la universidad indígena; laborioso como siempre, la edad no envejeció su ánimo. Como decía anteriormente, en la última conversación me prestó un libro que tiene una dedicatoria que es especial para este momento. “Para usted hermano Korta, a quien amo profundamente por su humanidad: inmensa como la mar, infinita como el universo, presente como el aire, fuerte como la tierra, rebelde como el fuego. Gracias por su vida inspiradora... María de Los Angeles”.

Dice Javier Marías en su novela Los enamoramientos que, “cuando alguien muere nos enfrentamos a una realidad incomprensible, porque supone la certidumbre de que no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso más para acercarse, ni mirarnos o desviar la mirada”. Así es lo incomprensible de la muerte. Pero cuando las vidas son inspiradoras la muerte no acaba definitivamente con ellas. La imagen de Korta siempre estará presente en la lucha por los derechos de los pueblos originarios.

Con este artículo de homenaje al amigo, quiero despedirme de este espacio que gentilmente se me ha brindado para comunicarme con los lectores; es el número 150, meta que me había trazado para hacer un alto en el compromiso semanal de escribir unas líneas sobre lo divino y lo humano. Me hubiera gustado que las circunstancias fueran otras. Los indígenas llamaban a Korta, Ajishäma: “La Garza que conduce a la salvación”. Que el Dios de la bondad nos guíe a todos por esa senda.

martes, 9 de julio de 2013

Personajes invisibles

En el tema de la notoriedad social hay destinos adversos y destinos afortunados: hay quien sin esforzarse mucho adquiere fama y fortuna y quien a pesar de su esfuerzo y trabajo pasa desapercibido y a veces se vuelve invisible; la historia está llena de estos casos porque no es el mérito el factor que en todo momento determina la importancia del acontecimiento social. En el pasado, los guerreros y los políticos copaban la escena, ahora se le añaden los artistas y esas personas que se preocupan por no desaparecer nunca de las páginas sociales. Pero por encima de todos ellos está la gente que forma el conglomerado humano, y entre esa gente hay personas humildes que han sido valiosas porque han aportado algo en la vida común y merecen ser recordadas a pesar de que sus oficios parezcan insignificantes. De uno de esos oficios quiero escribir hoy, específicamente, de los viejos bodegueros que detrás del mostrador de una “tienducha” que no daba para hacerse rico, sobrevivían despachando y conversando con los vecinos que la frecuentaban.

Cuando lo que hoy se conoce como avenida Manuel Piar, no era más que la carretera de Upata, al lado de un negocio de mi padre había una bodega que no era más grande que los kioscos que se instalan para la venta de cerveza. No tenía equipos industriales: una vieja nevera doméstica servía para enfriar los refrescos que vendía. En unos estantes de madera se podían ver en forma desordenada los más variados productos: al lado de la harina PAN se exhibían unos frascos de “Brelcream”, famoso fijador que según decían usaba Elvis para peinar su copete; los paquetes de pasta estaban mezclados con plátanos, yuca y grandes frascos de vidrios llenos de caraotas; a veces había una que otra torta de casabe pellizcada por las orillas y no podía faltar la bolsa de caramelos que no estaban a la venta pero servía para dar vueltos o ñapas.

Pero lo importante no era la bodega sino el bodeguero: el hombre combinaba el ejercicio del comercio con la práctica de la medicina natural, la filosofía o la narración de historias populares. En una oportunidad que a mi cuñado le aparecieron unas erupciones en la piel, le recetó unas hierbas que crecen a la orilla del camino que va a los castillos de Guayana e increíblemente el hombre se curó; siempre que alguien llegaba con una preocupación le soltaba una frase reflexiva sobre el drama de la vida que podría servir de consuelo, “somos víctimas del tiempo”. Además, nadie se iba liso sin enterarse de alguna historia oculta sobre los orígenes de San Félix que los especialistas nunca llegaron a conocer. Todo un personaje querido por su entorno que desapareció con su bodega, cuando el progreso necesitó más espacio para la velocidad de la vida.

Cuando la semana pasada se planteó la necesidad de contar a los jóvenes de este tiempo cómo vivía la gente que fundó la ciudad, comencé a recordar a muchas personas que nunca aparecieron en los periódicos, ni están en los libros de pioneros, ni en la lista de los constructores de la urbe. Para la historia oficial son seres invisibles, porque no son considerados como personas importantes; pero son vidas que de una u otra manera también forjaron esta ciudad y deben ser tomadas en cuenta.
Por eso, para no seguir siendo cómplice de las injusticias de la historia, decidí dedicarle este artículo al viejo bodeguero de la carretera de Upata, que por echarle la culpa al tiempo, no se dio cuenta que la maldad y la injusticia son productos humanos. Porque quien hace invisible al prójimo es el hombre.

Ciudad Guayana, el milagro de los rios

Cuando el historiador Heródoto recorrió Egipto en el año V antes de Cristo, dijo que esa región era un don del Nilo. Inclusive, algunos historiadores posteriores sostienen que para los antiguos egipcios el rio Nilo decidía la vida y la muerte: era un verdadero milagro. De igual forma la historia de muchas ciudades está estrechamente ligada a sus ríos. En este mismo orden de ideas, hoy 2 de julio, fecha escogida oficialmente para celebrar la fundación de Ciudad Guayana, podríamos decir que debe su existencia al soberbio Orinoco y al caudaloso Caroní.

He observado con agrado que en los últimos años se ha despertado un gran interés por contar la historia de la ciudad. Las anécdotas de sus fundadores, las crónicas populares o los enjundiosos estudios realizados por los historiadores, han hecho que la historia regional cobre importancia. Pero además de los actos producidos por la voluntad de los hombres, hay tres hechos naturales sin los cuales no hubiera nacido Ciudad Guayana: la riqueza minera del cerro La Parida (hoy cerro Bolívar), la presencia del Orinoco como opción de navegación hacia el mar y el potencial hidroeléctrico del río Caroní.

Hay un acontecimiento en nuestra historia que no se le está dando la importancia que merece. Cuando se estudió la forma de sacar el hierro desde el cerro Bolívar hacia el exterior, se analizaron dos posibilidades: construir una vía férrea desde el cerro hacia el puerto de Guanta en Anzoátegui y desde allí embarcar el mineral, o construir un puerto en la desembocadura del Caroní en el Orinoco y sacarlo por el río hacia el mar. Si se hubiera optado por la primera opción hoy Ciudad Guayana no existiría, pero como se escogió la segunda, estamos contando su historia. En este sentido coincido con quienes sostienen que, en una galería de personajes célebres de la región no debe faltar el nombre de Luis Felipe Lloverá Páez, porque independientemente de la posición política que ocupó, fue factor importante en esta decisión.

Posteriormente vino el descubrimiento y explotación del potencial hidroeléctrico del Caroní, factor importante en el desarrollo de la región. Y de allí en adelante, la historia está estrechamente ligada a esos dos grandes ríos que son parte inseparable de la ciudad. No sé si es una exageración decir que Ciudad Guayana es un milagro de sus ríos, pero sin ellos no existiría.

El cumpleaños de la ciudad llega en un momento difícil. De todos es conocida la magnitud de la crisis; hay optimismo y pesimismo pero este último sentimiento se está generalizando rápidamente y muchas personas creen que aquí no hay salida ni esperanza. Es increíble que el absurdo humano haya desperdiciado en poco tiempo la riqueza que la naturaleza ofrece generosamente. Pero los ríos siempre están allí, con su corriente y sus ciclos, indicándonos que en la vida siempre hay nuevas oportunidades. Desde Heráclito hasta Herman Hesse, los ríos han servido de inspiración y reflexión; este último, en la novela Siddharta dice: “El río me enseñó a escuchar, me enseñó que nada permanece igual. Que todo se trasforma y todo regresa. El río está en todas partes, en su origen, en su desembocadura, en los rápidos en el mar. Para él solo existe el presente sin la menor sombra de pasado o de futuro… El río es el mejor maestro… hay que dejar de buscar y preocuparse, para aprender a ayudar y amar”.

Para superar las dificultades hay que tener fe en el trabajo y en la voluntad creadora del hombre, sin desaprovechar las ventajas que nos brinda la naturaleza, especialmente el poder milagroso de los ríos.

martes, 25 de junio de 2013

Los abogados no tienen quien les escriba

El pasado domingo se celebró el Día Nacional del Abogado; una fecha que poco a poco va desapareciendo como celebración importante, de la misma manera en que “la autoestima” de esos profesionales va disminuyendo por la incomprensión social que hay hacia ellos. Hace algunos años, el Día del Abogado era todo un acontecimiento en el gremio, inclusive, en más de una ocasión la celebración duró toda una semana, realizándose en ella jornadas de mejoramiento profesional, eventos deportivos e intercambios culturales, para cerrar con la sesión solemne del día 23 y la gran fiesta donde los colegios “botaban la casa por la ventana”. Hoy todo eso parece que está destinado a quedar guardado en el álbum de los recuerdos nostálgicos de la abogacía de ayer.

A través de los años, la profesión del abogado ha sido objeto de una comprensible crítica en virtud de su complejidad y los conflictos que tiene que manejar. Hasta el arte se ha ocupado de ella y más de una poesía se ha dedicado a expresar sentimientos de frustración por la conducta de algunos “letrados”. Uno de los ejemplos más palpables de esto lo tenemos en San Ivo, patrono de los abogados, conocido por el dicho: San Ivo era bretón. Era abogado y no era ladrón. Santo Dios: qué admiración.

Pero más allá de lo anteriormente comentado, la abogacía es la profesión que tiene como objetivo el mayor anhelo del hombre: la construcción de una sociedad justa: puede haber mucha salud, con el progreso de la medicina, o hermosas ciudades con los avances de la ingeniería, y ni se diga de la informática o las telecomunicaciones, pero si no hay justicia todo lo demás es insuficiente: un insigne luchador por la conquista de los derechos civiles, Martin Luther King, dijo en una oportunidad, palabras más, palabras menos: “El hombre ha aprendido a viajar por el espacio y llegar a la luna, pero no ha aprendido a vivir en paz con su hermano”.

Es muy difícil hablar de las conquistas morales alcanzadas por el hombre en la lucha por su dignidad sin hablar de los abogados: Tomás Moro, Gandhi, o más recientemente, Nelson Mandela, entre otros, son solo un ejemplo de ello.

El día del abogado no es una fecha más de las tantas que se inventan hoy para justificar todo tipo de celebraciones. Es el momento adecuado para reflexionar sobre un oficio que pretende establecer en la sociedad un orden jurídico que propicie una convivencia armoniosa. El problema es que, que en estos tiempos de tecnicismo y velocidad postmoderna, los gremios y las universidades se ocupan de los detalles, pero se olvidan de la esencia de las cosas; transmiten la idea de que la abogacía es simplemente una forma de ganarse la vida cuando realmente es mucho más que eso.

Me decía un amigo que, “los buenos abogados y la justicia tienen mala prensa: el ejercicio honrado de la abogacía o la sentencia justa no salen en los diarios porque no son noticia. Esta sociedad hipócrita habla mucho del bien, pero realmente lo que le gusta es el mal”. No voy a suscribir totalmente esa idea, pero estoy de acuerdo en que hay que prestar mayor atención a la labor que cumplen hombres y mujeres que han convertido la profesión de abogado en un apostolado que sueña con la justicia. Por eso, en este momento especial, ante el temor de que sean injustamente ignorados, les dedico estas líneas de agradecimiento y admiración, deseando a todos mis colegas que pasen un feliz día y que nunca disminuya en ellos el orgullo de ser abogados.
 

martes, 18 de junio de 2013

Borges, el fútbol y la Vinotinto

La semana pasada vivimos un día de emociones y sentimientos contradictorios: nos levantamos contentos e ilusionados y nos acostamos tristes. En el CTE Cachamay la Vinotinto recibía a la selección de Uruguay con la esperanza de alcanzar una victoria que la colocaría a un paso del Mundial de Brasil. La ciudad prácticamente se paralizó, todo era alegría, y desde tempranas horas de la tarde la gente comenzó a llegar al estadio: un día de júbilo y unidad deportiva que hacía falta en medio de tanta confrontación y amargura; “todos éramos Vinotinto”.

Personalmente no fui al estadio, pero viví intensamente el encuentro en una amena reunión familiar que disfrutó del juego hasta el minuto 27 del primer tiempo, cuando el gol de Cavani comenzó a oscurecer las esperanzas; a las 9:00 de la noche se consumó la derrota y la ilusión se esfumó: perdimos otra vez en el momento preciso.

Para “pasar la amargura” al llegar a casa busqué a esos autores que tratan de dar explicación al absurdo del sufrimiento por la derrota deportiva: Juan Nuño y Jorge Luis Borges; este último enemigo declarado del fútbol, famoso por decir frases como “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”... “Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”… “La idea de que uno gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”.

Además de lo anterior Borges consideraba que el fútbol no le interesaba a nadie: “Nunca la gente dice, qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi, claro perdió mi equipo”. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego. Aquí parece que el maestro tiene razón porque la Vinotinto no jugó mal, pero la gente no se contenta con eso, quería verla ganar.

Pero a pesar de todos los razonamientos anteriores, es muy difícil que quien se ha criado en la práctica y la afición por el fútbol abandone esa adicción de la noche a la mañana y al otro día comencé a hacer cálculos sobre las posibilidades de ir al Mundial. Tengo una ventaja por encima de mis amigos en materia de frustraciones deportivas, ser fanático de los Tiburones de La Guaira, Deportivo La Coruña o de la misma Vinotinto, me ha convertido en un experto en derrotas, y en consecuencia, lo que me va a suceder puede ser igual o mejor pero nunca peor.

Le dije a una amiga que hoy iba a escribir sobre este tema y me pidió que no fuera pesimista, y dijera algo que ayudara a levantar el ánimo de los fanáticos, cosa difícil en virtud de las circunstancias. No obstante, recordé otra anécdota de Borges y su idea del fútbol: cuando se iba a jugar la final entre Argentina y Holanda en 1978, le preguntaron: ¿Usted cree que Argentina es mejor que Holanda? Y contestó, “Argentina será mejor que Holanda cuando tenga a un Erasmo de Rotterdam”. No sé si esto sirve de consuelo, pero aunque Venezuela nunca haya ido a un Mundial de fútbol es la cuna de Bolívar y de Andrés Bello.

viernes, 14 de junio de 2013

Música en vivo

Las cosas buenas de la vida se van perdiendo poco a poco. Y se pierden porque perdemos el interés en ellas. Si hacemos una lista de lo que hasta ayer era atractivo para nuestra vida y hoy ya no nos importa nos vamos a asombrar. Entre las víctimas de ese olvido o indiferencia contemporánea está la interpretación musical en vivo: en el pasado, la presencia de un artista entonando una melodía no tenía precio, ahora prácticamente no se le hace caso: da lo mismo un músico que un equipo de sonido.

Hay que ser músico para saber lo que se siente cuando el público te ignora. He observado y vivido en forma repetida cómo en esos locales donde se anuncia música en vivo, durante las interpretaciones los presentes siguen hablando como si nada y, al terminar, alguien tiene que pedir que aplaudan para advertir que no se trata de un equipo de sonido, sino de un ser humano que con su talento trata de amenizar el momento.

Salvo los ídolos comerciales que siempre están al tapate o los destacados virtuosos de la música culta que forman una élite artística exclusiva, el músico que ameniza fiestas o reuniones es poco considerado, e inclusive irrespetado. He observado cómo, en más de una reunión, aparecen personas que llevan un artista frustrado por dentro y cuando están alegres le quitan el micrófono al cantante, para convertirse en intérpretes espontáneos que “asesinan la melodía”, ganándose el aplauso de los presentes que ignoran las virtudes musicales de los artistas pero elogian la osadía sin importar la calidad.

Un amigo que interpreta de manera magistral las canciones de Alberto Cortez y Facundo Cabral me dijo que “tiró la toalla”; no canta más porque no hay público para sus melodías. Los tiempos cambian y si no surge un movimiento protector de las costumbres en extinción, la música en vivo pronto será un recuerdo del pasado.

Esto no es una cosa sin importancia. Forma parte de una peligrosa tendencia que malinterpretando el progreso, está enviando al archivo muerto el valor de la persona humana. Y el problema no se vive solo en la música: en días pasados presenciaba una conferencia, donde, como es costumbre en este tiempo, un ponente presentaba un tema con ayuda de una proyección de video beam; como la imagen no era muy nítida, apagaron la luz presentándose una escena curiosa: desapareció la persona, sólo se oía su voz mientras los presentes veían cómo pasaban las láminas. Hay que poner las cosas en su justa medida: aprovechar la tecnología, pero tener cuidado, porque la persona humana siempre debe estar en el centro; si no se han dado cuenta, los oradores o expositores están siendo sustituidos por lectores de presentaciones. Y si la cosa sigue así, dentro de poco, estos últimos tampoco serán necesarios.

Hay gente que cree que la humanidad va a ser destruida por guerras o catástrofes naturales tal y como lo interpretan algunos teólogos en el Armagedón apocalíptico. No necesariamente tiene que ocurrir así, porque poco a poco va desaparecer, si el hombre no se preocupa por conservarla, empezando por esas pequeñas cosas que nos parecen irrelevantes, pero que en su conjunto son determinantes.

Luces en la oscuridad

El sábado, en los espacios de la Plaza del Agua y parque La Llovizna se corrió la carrera nocturna Guayana 2013: un evento digno de comentar. Fue una carrera diferente porque obviamente, no es lo mismo correr de día que hacerlo en la oscuridad. En la competencia participaron corredores de todo el país, ataviados con los utensilios que entregaban los organizadores del evento: franela, una linterna para colocarse en la cabeza, pulsera y collar de colores fosforescentes, que daban un colorido especial a la competencia, tomando en consideración que se realizaba de noche. Por iniciativa familiar y con cierta desconfianza me animé a participar.

La partida se dio en la Plaza del Agua; desde allí, hasta entrar al parque, la visibilidad era bastante buena, pero en el bosque nos encontramos con esa oscuridad que caracteriza las noches sin luna. De repente, nos tropezamos con un espectáculo impresionante: las luces de los corredores formaban una especie de sendero multicolor que marcaba el camino. Parecían que todos íbamos en una procesión de luciérnagas que serpenteaba un mundo de tinieblas. Vivir esa experiencia hacía que por momentos nos olvidáramos de la carrera, porque en la oscuridad es donde se aprecia más intensamente la luz, más aun cuando sus rayos son orientadores.

La ruta no era fácil, 9 kilómetros por los senderos quebrados de La Llovizna. Como de costumbre, participé en esa categoría imaginaria que forman los que no van ganar, sino a llegar; no a vencer a los demás, sino a luchar contra las flaquezas y debilidades personales. He llegado a la conclusión de que ésta es la parte más entretenida de la carrera: paradójicamente, los que compiten por ganar van muy serios, pero los que sufren por llegar, van burlándose de ellos mismos o echándole bromas a los demás. Una competidora cargadita de años y de kilos, iba muerta de la risa porque no podía con su alma. Dice un viejo refrán: “Quien puede reírse de la adversidad tiene garantizada la felicidad”.

Y llegamos al Teatro de Piedra: fin de la carrera. Allí todo era alegría; más de quinientas personas compartían la satisfacción de alcanzar la meta. No había diferencias; todos eran participantes y acompañantes que celebraban y compartían el momento. Parecía que estuviéramos en otro país: un lugar donde lo importante era aprovechar la oportunidad de ser feliz, aunque solo sean un instante.

En estos días se ha repetido bastante la anécdota de Jorge Luis Borges, cuando unos jóvenes le dicen que ellos también eran escritores, porque escribían canciones de protesta, y él les contesta: “Huy che, eso debe ser muy difícil, tener que estar todo el día enojado”. Bueno, guardando las distancias, con la anécdota, en nuestra querida Venezuela lo que leemos y vemos a diario son protestas, denuncias y controversias: pareciera que en la vida no hay otra cosa. La gente se marchita como observadores de una confrontación política que ocupa todos los espacios de la vida. Pareciera que estamos condenados a que una elite política que solo piensa en el poder, nos obligue a vivir permanentemente amargados.

Ante esta situación, la ciudadanía de a pie debe rebelarse y del mismo modo que organiza carreras nocturnas tiene que prepararse para sobrevivir en medio de la oscuridad que produce el panorama político del país.

Cementerio de esperanzas

La semana pasada, después de un agitado día de trabajo en Caracas, quise disfrutar de un agradable restaurante que frecuentaba desde hace años: un lugar ubicado en el último piso de un conocido centro comercial donde, además de comer, se puede contemplar la ciudad. Pero al llegar al sitio, me encontré con la desagradable sorpresa de que el local estaba cerrado; ignoro las razones, lo cierto es que no pude disfrutar de ese espacio para cenar mirando las luces de la noche caraqueña.


Recorriendo el centro comercial comencé recordar la cantidad de tiendas que existían y ya no están: ventas de discos, casas de magia y perfumerías, supermercados, relojerías, etc. Parece que la permanencia no es una característica de los negocios de este tiempo, porque cuando menos te lo esperas, te encuentras con un local cerrado y un letreo en la puerta: se alquila o se traspasa: “la imagen de una esperanza enterrada”, como oí decir recientemente.


Lo más triste, es que la mayoría de estas empresas fracasadas eran negocios de familias, que tratando de buscar mejor destino económico se embarcaron en un viaje que terminó en “naufragio”. Como hijo de comerciante sé lo que es fundar, mantener y sufrir una empresa. Quienes no tienen idea de esto, muchas veces satanizan el oficio tildando a todo empresario de especulador o delincuente, que se quiere lucrar ilícitamente con el dinero de la gente; la verdad es otra. Fundar una empresa en este tiempo es un acto verdaderamente heroico: hay que estar preparado para soportar la implacable fiscalización de los entes del Estado; garantizar o afianzar los compromisos asumidos con instituciones financieras o acreedores con todo el patrimonio, inclusive con el inmueble que sirve de hogar a la familia; sobrevivir a las duras exigencias de la legislación laboral, etc. En conclusión, hay que ser muy valiente y arriesgado para ser un emprendedor en estos días.
 
No escribo esto por la frustración que me produjo el no poder cenar y tomarme una copa de vino en el lugar acostumbrado; me preocupa otra cosa: el fracaso cada vez más reiterado de la iniciativa empresarial. Esto no es algo normal en el devenir económico cuando prácticamente se convierte en una regla. No es posible que todas estas “quiebras” sean producto de la torpeza gerencial, el problema está en las condiciones que brinda el Estado para desarrollar esas actividades.


De regreso a Guayana en un vuelo al atardecer con cielo despejado, en vez de leer, me dediqué a ver el paisaje desde el aire. Al acercarnos al aeropuerto el avión giró sobre el puente Orinoquia y sobrevoló las empresas básicas. Un pasajero al ver lo que ayer fue un emporio industrial, orgullo de los guayaneses, murmuró: “qué lástima”. En ese momento comparé el restaurante cerrado con el paisaje industrial de Guayana, y entendí la verdadera magnitud del problema: si no se corrige el rumbo, en un futuro cercano, vamos a vivir en medio de un cementerio de esperanzas.
Twitter @zaqueoo

martes, 28 de mayo de 2013

La humanidad y el ambiente

La semana pasada, en el marco del Foro Guayana Sustentable, que realiza anualmente UCAB Guayana, se hizo un justo reconocimiento al amigo Antonio Seijas: un profesor que por su humildad y sencillez se ha ganado el aprecio de sus alumnos y de los amantes del ambiente. Seijas es uno de esos quijotes de este tiempo que se preocupan por el daño que los humanos causamos al ambiente; disfruta paseando por nuestros parques observando las plantas y las aves, y realiza extraños experimentos con sus alumnos para concienciarlos sobre el valor del ambiente. Como ocurre a menudo, en el marco del evento escuché una afirmación que me hizo recordar una vieja polémica, ¿Por qué hay que preservar el ambiente?

Normalmente se nos ha enseñado que debemos cuidar el ambiente porque es necesario para la vida del hombre -cosa que no pongo en duda- pero no todos están de acuerdo con esta visión “instrumental”, porque los animales y las plantas tienen “derecho a existir” independientemente del beneficio que puedan reportar al hombre, y sin tener que pagar el precio del absurdo humano.

En el 2000, el escritor español Arturo Pérez Reverte escribió un artículo titulado El francotirador y la cabra. Cuenta allí que una niña que veía en la tele una película donde un francotirador apuntaba a un pastor que pasaba con una cabra preguntó alarmada ¿No irá a matar a la cabra? A cualquiera puede escandalizar que la muchacha se preocupe más por la cabra que por el hombre, pero Pérez Reverte la justifica con un análisis que siempre termina en la raíz de todos los males: puestos a escoger entre el pastor y la cabra ¿quién debe pagar el precio de la maldad humana? ¿Quién tiene más derecho a existir en esa situación, el hombre o el animal? Dice el polémico escritor: “Una vez dije en esta misma página que la humanidad entera podría desaparecer y no tendría más que lo que se merece, pero en cambio el planeta ganaría en tranquilidad y en futuro. Sin embargo cada vez que muere un bosque o un mar, cada vez que desaparece un animal o una especie es amenazada, el mundo se hace más sombrío y siniestro. A fin de cuentas al animal nadie le pregunta su opinión. No vota ni dispara en la nuca. Nosotros en cambio tenemos el mundo de mierda que nos hemos ganado a pulso” (citado textualmente).

Hay que entender a Pérez Reverte: pasó nueve años presenciando horrores al cubrir conflictos armados como reportero de guerra, y de allí su opinión sobre “la humanidad”. Pero volviendo al tema del ambiente: para protegerlo hay que conocerlo y para eso lo importante es saber llegar a su alma, cosa que no enseñan esos ambientalistas de academia que se preocupan más por números que por la vida. Wenceslao Fernández Florez en su libro El bosque animado dice, palabras más, palabras menos: para mirar un bosque hay que tener un alma atenta y vertida hacia afuera; no hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con la ternura y la curiosidad que hay en el espíritu de los niños; porque los hombres llevan un alma rayada, como un disco de superficie endurecida que no escucha ni trasmite más que lo que tiene grabado. Este es el gran problema, no solo del ambiente, sino de la humanidad.

Al lado del camino

Ante la crispación política que vivimos en la actualidad, diferentes sectores de la sociedad hacen un llamado al diálogo y el reencuentro nacional. Un diálogo que muchos creen necesario, otros invocan por conveniencia y muchos otros rechazan. Se dice que según las encuestas más del 70% de la población quiere el diálogo y el fin de la confrontación. No estoy seguro de que eso sea totalmente cierto. No se puede negar que muchas personas están cansadas de esta eterna pelea que tiene paralizado el país y la vida de los ciudadanos, pero muchos otros, solo creen en la confrontación y la derrota del adversario.

El presidente Maduro se dedica sistemáticamente a insultar y amenazar a sus adversarios, y estos le responden descalificándolo y ridiculizándolo. Lo que se reparten chavistas y caprilistas no son besos y abrazos precisamente, sino golpes, cohetazos o cacerolazos. Entonces, ¿cómo se puede pensar en el diálogo? si la condición indispensable para que exista es el respeto, y en este momento en Venezuela no es fácil encontrar ambientes respetuosos para el ejercicio de la política.
Por otro lado y en gran medida, el ciudadano de a pie se ha acostumbrado a una vida de intriga, competencia, acusación y denuncia permanente. Venezuela vive una especie de maniqueísmo político y social: todo se divide entre “buenos” que siempre son víctima de los “malos” y una polarización donde los grupos enfrentados, considerándose superiores éticamente, solo saben atacar o descalificar a quienes no comparten su posición política.

Para huir momentáneamente de este escenario, me fui a ese santuario natural guayanés que es el parque La Llovizna. Mientras caminaba, encendí el iPad y aleatoriamente comenzó a sonar la famosa canción de Fito Páez Al lado del camino que en una de sus estrofas hace referencia al momento que vivimos diciendo: “En tiempos donde nadie escucha a nadie”, “en tiempos donde todos contra todos”, “en tiempos egoístas y mezquinos”, “en tiempos donde siempre estamos solos”. Hay que ser muy ingenuo para no reconocer que en gran medida estos son nuestros tiempos y que las aspiraciones de paz y tolerancia parecen esperanzas inalcanzables.

Cuando escribo sobre estas cosas, me tilda de pesimista y amargado, porque lo recomendable es sonreír al futuro con esperanza. Es posible que así sea, pero hay un viejo dicho que reza, “la esperanza es como la sal: da sabor pero no alimenta”. Personalmente, creo y trabajo por la paz y el diálogo; pero como dijo un sacerdote amigo hace unos días, para dialogar hacen falta corazones de carne, no de piedra. Y en este tiempo, estos corazones no son fáciles de encontrar. Ante estas circunstancias y en una sociedad que marca una senda de odio y competencia como opción de vida, provoca hacer lo que dice Fito, “estar al lado del camino viendo cómo todo pasa”.

martes, 7 de mayo de 2013

La esclavitud de este tiempo


Una de las conquistas morales más importantes de la historia del hombre es la abolición de la esclavitud; es decir, la situación en que se encuentra una persona que está dominada por otra, y por lo tanto, carece de libertad. En tiempos pasados la esclavitud era aceptada moral y jurídicamente; inclusive, ilustres pensadores como Aristóteles la consideraban como algo natural. Precisamente, esa esclavitud “legal” fue rechaza y abolida por las sociedades modernas, pero hay otras formas de esclavitud que están presentes en nosotros.

La semana pasada, los cursantes del Postgrado de Derecho Procesal Civil, específicamente de la materia Técnica Probatoria Avanzada, me presentaron una investigación sobre casos difíciles de probar: se trata de situaciones en que, de manera oculta se cometen atropellos contra las personas y, como no hay pruebas, muchas veces quedan impunes. Me llamó la atención que las falsificaciones y los negocios jurídicos simulados ya no son los ilícitos “ocultos” más comunes, ahora se están generalizando una serie de actuaciones que no atentan contra la fe pública, sino contra la dignidad de las personas.

Entre los casos presentados en el curso antes mencionado se generalizan situaciones de acoso sexual laboral, hostigamiento sicológico a los trabajadores para obligarlos a retirarse de las empresas, chantajes emocionales para obtener el consentimiento en negocios jurídicos y muchas otras situaciones en que personas inescrupulosas se aprovechan de las necesidades de la gente para obligarlas a hacer lo que no quieren hacer. Antes, estos eran casos aislados, pero parece que ahora se están generalizando, y que la condición de empleado subordinado hace perder el derecho a ser tratado como una persona digna.

Relaciono esta situación con la esclavitud de antaño, porque normalmente quienes las padecen son personas que se encuentran en un estado de precariedad económica que las obliga a soportar vejámenes para no perder el sustento de la familia. Leer los casos presentados produce verdadera indignación ¿Cómo es posible que en una sociedad donde nos jactamos de nuestros avances éticos y científicos y esgrimimos orgullosamente nuestra Constitución se estén cometiendo estos atropellos? Es evidente que los nombres de los expedientes presentados no son reales y algunos alumnos dicen que son casos inventados, pero el nivel de detalle me hace concluir que son situaciones de la vida real, ligeramente “editadas”.

Lo peor es que la cosa no termina aquí. Al lado de estos atropellos clandestinos que se cometen contra la libertad de las personas, en los últimos tiempos han aparecido otros que se manifiestan de manera pública y evidente: el despido por disidencia política. Los medios de comunicación han presentado declaraciones de gerentes y funcionarios de empresas públicas que amenaza con ignorar las leyes laborales y despedir a trabajadores que simpaticen con la oposición. El gobierno garantiza que eso no va a ocurrir. Ojalá que así sea, porque como decía al principio, una de las conquistas más importantes de nuestra cultura jurídica occidental es la abolición de la esclavitud y la construcción de un mundo de hombres libres. Porque sin libertad no hay dignidad humana, ni Estado de Derecho y mucho menos de justicia.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La institucionalización de las groserías


Hace algunos años, en la familia y en la escuela se preocupaban porque los niños no dijeran groserías, para que cuando fueran hombres hablaran bien. Decir groserías era algo tan mal visto que cuando alguien las repetía constantemente se decía que no era de buena familia. Pero los tiempos han cambiando y lo que ayer era inaceptable hoy es normal. En el pasado las groserías se decían en privado, hoy se pueden oír en reuniones de gerentes de empresas públicas, programas de televisión, en las redes sociales, campañas políticas y de manera más intensa en la confrontación verbal entre Maduro y Capriles, los dos políticos que copan la escena nacional en este momento. Pareciera que las groserías, o dicho de otra forma, el lenguaje soez se ha convertido en algo socialmente aceptado e inclusive institucionalizado.

Cuando converso sobre este tema, debo reconocer que la mayoría coincide en que esta generalización de la vulgaridad verbal es algo inaceptable, pero siempre hay quien se empeña en justificar lo injustificable: se dice que eso de “hablar bien” es algo de la más rancia burguesía; que las groserías forman parte del lenguaje popular y para llegarle al pueblo hay que hablar así. Estos argumentos me parecen verdaderamente insostenibles: el tema del decoro en el lenguaje no se puede sectorizar políticamente, porque la elegancia y la vulgaridad están en todas partes; por otro lado, decir que para llegarle al pueblo hay que ser vulgar es tener una opinión muy pobre del ciudadano venezolano.

Este problema del uso del lenguaje va mucho más allá de una simple cuestión de elegancia y estilo: las palabras son la expresión de nuestro pensamiento. Voy a citar brevemente lo que dice Grace Stuart Nutley en su libro Conversar para Convencer: “siendo las palabras los instrumentos del pensar, no podéis pensar más allá del alcance de vuestro vocabulario. El rápido progreso de la civilización durante los últimos milenios precedentes no es debido a un accidente ni a un súbito incremento de la inteligencia del hombre. Es debido a un vocabulario enriquecido que permite una mejor y comprensión y comunicación”... “Si las palabras profanas y vulgares, frases hechas o burdas exageraciones dan la medida de vuestro vocabulario, son también la medida de vuestra mente”(Las negrillas son mías).

Creo que a la cita anterior poco se le puede añadir. No se trata de llegar al puritanismo exagerado de pretender que nadie diga una grosería, porque a todos, más o menos, se nos escapa alguna mala palabra, lo malo es usarlas como forma de comunicación normal e inclusive institucional, porque eso poco aporta y a la larga embrutece a la gente. Si queremos construir una verdadera ciudadanía vamos a cuidar los detalles y empezar por las cosas pequeñas: hablar bien es una muestra de respeto, no solo a los demás, sino a nosotros mismos.

martes, 23 de abril de 2013

Dialogar o negociar el poder



Después de las elecciones presidenciales nos encontramos ante una realidad indiscutible: el país está dividido en dos partes iguales que tienen que sentarse a dialogar para poder enfrentar los problemas que se avecinan. Así lo han expresado experimentados políticos de ambos bandos que, interpretando de manera prudente las circunstancias del momento, consideran que sin diálogo y acuerdo político la gobernabilidad va a ser muy difícil.

Pero la propuesta del diálogo no es bien acogida por los sectores radicales. Hay una serie de máximas que se defienden como si fuera una religión: el poder no se negocia; el que vence y pacta con el vencido no sabe administrar su triunfo; el poder no necesita justificarse, se ejerce; la moderación es signo de debilidad, etc. Esto es el resultado de una “cultura” que considera que lo más importante en la arena política es vencer, derrotar al adversario, porque esa es la única forma de someterlo y gobernarlo.

Esa apología del poder citada en el párrafo anterior, que pareciera tomada de algunas ideas sofistas, no tiene mucho futuro en las sociedades democráticas de nuestro tiempo. Para poder gobernar una sociedad democrática hay que tener poder político, y este se obtiene cuando el ganador de una elección cuenta con el respaldo de sus incondicionales y el reconocimiento de sus adversarios. Si alguien duda de esto, le invito a que lea el libro de John Carlin El factor humano, donde se narra cómo Nelson Mandela consiguió unir a negros y blancos, evitando una guerra civil en Sudáfrica. La virtud de los grandes políticos no es solo sumar adeptos a su causa, sino lograr la aprobación de sus antagonistas; y con eso no está negociando el poder, todo lo contrario. Si analizamos el primer discurso de quien gana una elección, veremos que siempre le tiende la mano a los derrotados.

Otra idea equivocada que le hace mucho daño a la convivencia social es la que considera que la democracia es, por encima de todo, el gobierno de las mayorías. El profesor Marcos Román en su libro Ética para jóvenes plantea ¿Será democrática una sociedad de diez personas en las que nueve deciden vivir explotando a la décima? Evidentemente que no, porque una característica fundamental de la democracia es el respeto a los derechos de las minorías.

Después de las elecciones hemos vivido días de mucha alteración. La Iglesia y las universidades han llamado a la calma, e invitan a las partes a que resuelvan sus diferencias mediante el diálogo. La mayor parte de la población espera que esto se produzca. En política es perfectamente posible hacer pactos de unidad sin renunciar a las diferencias. Un ejemplo lo tenemos en la historia reciente de España, cuando en 1982 Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, por encima de sus grandes discrepancias colocaron los intereses del país orientándolo por la senda de la democracia. Eso es lo que espera Venezuela de sus líderes en este momento. Ojalá que estén a la altura de las circunstancias.

Rumbo político



Venezuela es un país donde el rumbo político es difícil de predecir y eso lo demuestran los resultados electorales del pasado domingo. En apariencia, el oficialismo obtuvo una victoria más, pero la realidad es que sufrió la derrota política más grave de su historia.

El chavismo enfrentaba una prueba difícil: ir a elecciones sin su líder Hugo Chávez; es decir, era la primera prueba del chavismo sin Chávez. ¿Qué pasó? la respuesta se puede obtener comparando los resultados del 7 de octubre del año pasado con los del domingo: para un mismo período presidencial, Chávez gana de manera indiscutible y, al no poder asumir, su heredero va a nuevas elecciones contando con los mismos recursos y gana, pero de manera angustiosa en un discutido final de fotografía.

Diosdado Cabello, líder del PSUV, al conocer los resultados dijo que tenían que hacer una autocrítica. Eso es evidente, lo importante es saber hacia dónde la van a orientar y cómo leen el mensaje que les envió un número importante de personas que antes votaron por ellos. A pocas horas del evento electoral es muy temprano para los análisis conclusivos, pero al hablar con la gente en la calle, o con los votantes el día de la elección, se puede apreciar que, a la mayoría no le interesa la discusión sobre la izquierda o la derecha, el socialismo o el capitalismo, lo que quieren es que le ofrezcan garantías de una vida mejor, y en eso exigen hechos y resultados, no palabras.

Uno de los problemas más graves de Maduro en su campaña era que, ante las dificultades, no ofrecía alternativas de cambio y si hay algo que quiere la gente es que las cosas cambien, y que cambien para mejorar. Hace varios años, un taxista que se declaraba abiertamente chavista me decía que él antes era adeco, pero que aquel proyecto se agotó, y se incorporó al chavismo porque ofrecía algo diferente. Hoy los tiempos políticos son más rápidos, no es necesario que pasen 40 años para comprender lo que la gente quiere y exige. Ojalá que los políticos de hoy, y sobre todo los que están en el poder se den cuenta de esto y aprendan la lección del domingo.

Como decía antes, este lunes, cuando escribo este artículo, es muy temprano y hay cansancio para analizar en detalle el evento de ayer. Pero lo indiscutible es que el 14 de abril se hizo evidente lo que hemos venido repitiendo en varias oportunidades: por encima de las diferencias, que siempre existirán, el país tiene que reconciliarse, porque más allá de las victorias o las derrotas electorales, solo la unidad nacional es garantía de progreso y superación de las dificultades. Ese debe ser el norte en el nuevo rumbo político del país.

miércoles, 10 de abril de 2013

Dura de matar

El pasado fin de semana viajé al estado Falcón para cumplir compromisos académicos, en medio de las incomodidades que produce desplazarse por el país, sobre todo, cuando estamos en una agitada y acelerada campaña electoral. El sábado por la mañana, cuando estaba desayunando en un céntrico hotel de la ciudad de Coro, observé por la ventana del restaurante cómo pasaba la gente con franelas y gorras del candidato Henrique Capriles, que tenía previsto en su programa visitar la ciudad en horas del medio día. Un comensal que estaba en una mesa cercana dijo en voz alta “esta oposición es dura: no gana una y siempre está ahí”. Eso es verdad, la oposición venezolana carga con un rosario de derrotas electorales y esperanzas frustradas, y sin embargo está ahí, otra vez en la pelea.

Del mismo modo que el chavismo como fenómeno político debe ser estudiado, la perseverancia de la oposición venezolana, que a pesar de las derrotas no disminuye sino que aumenta tiene que ser analizada. Un amigo militante de la oposición, cada vez que escuchaba el anuncio de un resultado electoral adverso decía: “Más nunca me verán por aquí haciendo una cola”. Y en las próximas elecciones siempre estaba entre los primeros de la fila. Y así, hay muchos ejemplos de esta “dura” oposición.

Hay una máxima, muy explotada en este tiempo que dice: los que tienen madera de luchadores pueden ser vencidos circunstancialmente, pero no derrotados definitivamente. Hay ocasiones en que la actitud del que pierde lo convierte en ganador. Una metáfora de esto es la película Rocky I, que narra cómo un boxeador mediocre reta al campeón mundial, que es muy superior a él. En el combate, el retador es derribado repetidamente pero siempre se levanta y el campeón no logra noquearlo. Al final, la sensación es que el vencido es vencedor, porque “los que caen y se levantan son más grandes que los que nunca se han caído”.

Hay una explicación muy lógica a esta actitud de la oposición: el ejercicio del poder siempre genera rechazo; no hay comunidad humana que siga ciegamente las órdenes una persona o un grupo sin decir nada; siempre habrá disidentes que no estén de acuerdo con la forma cómo se hacen las cosas. Inclusive, hay opositores naturales: en una oportunidad, al comandante Marcos le ofrecieron un cargo público y lo rechazó alegando que él no podía estar del lado del poder. Así es la oposición, tan natural y tan fuerte como el calor que en estos días agobia a los guayaneses.

Este domingo son las elecciones. Por disposición legal no se puede hablar de encuestas o tendencias. Lo que se puede afirmar con toda seguridad es que, quien a estas alturas no esté seguro de que tienen que votar ya está derrotado.

domingo, 7 de abril de 2013

Duelo compartido


Antes de conocerse la noticia del fallecimiento del presidente Chávez había mucha inquietud por lo que podía pasar. Muchos pronosticaban escenarios de violencia por el enfrentamiento entre el dolor y la alegría que se iba a manifestar, pero eso no sucedió. Es verdad que al saberse la noticia hubo nerviosísimo, la gente se “recogió” temprano y, algunas acciones aisladas pretendieron alterar el orden, pero nada más, el país no reaccionó como muchos temían.

La muerte de un personaje importante, como lo fue Hugo Chávez para Venezuela, se vivió de manera muy diferente: unos expresaron amor, otros, agradecimiento, respeto, y muchos, simplemente guardaron silencio. Venezuela vivió 10 días de duelo que, de una u otra manera todos compartimos.
La forma como el país vivió el duelo por el presidente demuestra que en situaciones difíciles podemos ponernos de acuerdo, dejar de lado los intereses y pasiones personales y trabajar por el bien del colectivo. La idea de que Venezuela está dividida en dos partes irreconciliables no es del todo cierta; es verdad que hay una división real causada por la pobreza y la injusticia social, y una división artificial creada por la manipulación política del odio, pero esto no es irreversible, personalmente creo que esta situación es superable.

Uno de los logros más importantes que se le atribuyen al presidente Chávez es su preocupación por la pobreza. Indiscutiblemente que este es el gran tema de la humanidad: no puede haber paz mientras un gran número de seres humanos no tengan posibilidades de vida digna. Este problema que desde hace mucho tiempo viene denunciando la Iglesia católica, no se resuelve con las recetas que ofrecen las ideologías políticas, es necesario un compromiso personal e institucional y, lo más importante, un gran acuerdo nacional para disminuir gradualmente este trauma social.

De igual forma que se reconoce el valor de las misiones sociales creadas por Chávez, también se le critica que ha sido promotor de una división que ocasiones llega hasta el odio irracional. Esto puede superarse si se revierte la estrategia política que busca capitalizar los sentimientos que producen las desigualdades sociales, y en vez de promover odio se siembren virtudes ciudadanas, como la solidaridad social, por ejemplo.

Me cuentan que en las colas que se formaron para ver al presidente en la Academia Militar coincidieron chavistas y opositores que compartieron sin odios ese momento. Claro, no hay que ser ingenuo, allí no estaba en juego el poder: se puede compartir el duelo pacíficamente, pero la lucha por el poder es otra cosa. Ya empieza el torneo de “insultos electorales”; allí está la raíz del problema en que estamos metidos. Creo que no hacen falta en más explicaciones porque, como reza el refrán, a buen entendedor pocas palabras bastan.

Hacerse el loco


Los amantes del cine pueden recordar aquella película que catapultó a la fama a Jack Nicholson, presentada en nuestro país con el título Atrapado sin salida. Cuenta la historia de un condenado a prisión que, para no ir a la cárcel finge tener trastornos mentales, y así consigue su propósito y es recluido en un hospital psiquiátrico. La cosa no resulta como el protagonista esperaba, pues sus relaciones con los demás internos y el personal del hospital se tornan problemáticas produciéndose un trágico desenlace. Del argumento de la obra se pueden extraer varias conclusiones, entre ellas que, a veces, “hacerse el loco” para evadir la realidad no es un buen negocio.

Traigo lo anterior a colación porque no puedo evitar referirme a la situación nacional generada -entre otras cosas- por la salud del Presidente. La semana pasada escribí sobre el peligro de acostumbrarse a las circunstancias y no actuar para cambiarlas cuando estas se vuelven perjudiciales, ahora me refiero a otra actitud que puede resulta sumamente peligrosa: “Hacerse el loco”.
Escuchaba una conversación sobre la dificultad para resolver los problemas que tenemos como sociedad, por los odios políticos y las posturas irreconciliables, cuando uno de los circunstante soltó la perla: hay que “hacerse el loco” para evitar problemas; “que se maten los políticos o los que tienen intereses en juego de lado y lado”; yo le “echo pichón” trabajando y “toreo los problemas”. Lo anteriormente expuesto es compartido y practicado por más de uno. Y no se trata de la resignación comentada la semana pasada, porque el resignado acepta la realidad, es algo peor, es fingir, que no se sabe lo que está pasando o no se entiende la magnitud del problema, para evitar las consecuencias de fijar posición y tener que actuar.

A quienes cultivan estas ideas les recomiendo la película de Nicholson, para que vean los riesgos que pueden correr los que se “hacen los locos” para provecharse: que tengan que vivir como locos; que los traten como a unos locos y, que en definitiva, “paren” en locos de verdad.

Para terminar debo aclarar que, tengo el mayor respeto por las personas que sufren trastornos mentales; creo que el lector entiende perfectamente que no me refiero a ellos sino a otro tipo de personas y otra forma de locura. Diariamente podemos escuchar interesantes disertaciones de los especialistas en política o psicología social que tratan de encontrar la causa raíz de este drama incomprensible ¿Por qué un país con tantos recursos materiales y humanos está tan mal y vive en una eterna peleadera? Hay varias razones pero la principal es la actitud de la gente. Me perdonan el coloquialismo empleado en este artículo pero con los “echaos” y los que se “hacen los locos” no vamos a ninguna parte.

Como el guaraguao


Hay una voz popular poco conocida que dice, “está como el Guaraguao: fregao pero acostumbrao”. Se refiere a la situación de algunas personas que a pesar de estar en dificultades no hacen nada por mejorar, más bien se adaptan a las circunstancias. Algo parecido está pasándole a la mayoría de la población que se acostumbra a cosas que son verdaderamente insólitas. Voy a hablar brevemente de algunas de ellas.

Hace más de 2 meses que no vemos al Presidente de la República, sólo recibimos explicaciones poco convincentes de algunos voceros del gobierno; digo poco convincentes, porque conociendo a Chávez, es poco creíble que esté trabajando con los ministros, sin haberse dirigido directamente al país. Pero lo insólito es que nos estamos acostumbrando a esa situación y cada vez hablamos menos de ella en vez de exigir que se aclare.

Por otro lado, la inseguridad ha crecido de tal manera que es difícil salir a la calle y encontrar lugares donde se pueda estar seguro. Los espacios públicos casi han desaparecido para la ciudadanía convirtiéndose en territorio de malandros. Pero la gente se acostumbró a eso, y en vez de tratar de recuperarlos opta por la solución más sencilla, no ir a ellos.

Lo de los alimentos de la cesta básica es increíble, la gente se acostumbró a que desaparezcan de repente sin saber cuándo estarán nuevamente a la venta; y después, cuando aparecen sorpresivamente, hacen largas colas durante horas para poder comprarlos como si se tratara de algo normal.El colmo de todo lo anterior fue la reacción del ciudadano común ante la devaluación, perdió el 40% del poder adquisitivo de su sueldo como si no hubiera pasado nada.

Sé que las cosas no están como para tomarlas en broma, pero a veces hay que apelar a la ironía para tratar de despertar a la gente. No es posible que se acepte como algo normal vivir en medio de esta incertidumbre. Y no estoy refriéndome a parcialidades políticas porque lo que he comentado anteriormente le interesa por igual a todos los venezolanos. Los ciudadanos tienen que reaccionar y exigir a los gobernantes acciones diferentes. No podemos pedir garantías absolutas, pero tenemos que exigir un mínimo de certeza sobre aspectos esenciales de la vida pública y privada: saber qué pasa con el Presidente; poder caminar las calles sin correr peligro; encontrar los alimentos básicos sin hacer actos heroicos y que el sueldo nos alcance para vivir. Si no queremos ser como el Guaraguao, vamos a reaccionar ante esas cosas que nos “friegan”; es decir, las que no nos permiten vivir con tranquilidad. Porque más allá de las posturas políticas, eso es lo que quiere todo el mundo.

Ética, conciencia y talanquera


El caso del diputado Hernán Núñez coloca nuevamente sobre el tapete el debate del “fraude a los electores”, o lo que coloquialmente se denomina “el salto de la talanquera”, que para muchos es un comportamiento poco ético de algunos diputados que traicionan la confianza de las personas que votaron por ellos.

La cosa no es tan sencilla como parece, porque si bien es cierto que los diputados que tienen que ser fieles a quienes lo eligieron, esto no puede llegar al extremo de obligarlos a tomar decisiones que vayan en contra de lo que les dicte su conciencia. Para no correr riesgos políticos, en el 2010 la mayoría oficialista aprobó una reforma a la ley de partidos políticos, donde se establecen sanciones para los diputados que se “pasen para el otro bando”. Según el texto de la ley, “constituye fraude a los electores toda conducta que se aparte de las orientaciones y posiciones políticas presentadas en el programa de gestión de oferta electoral”, y si esto se produce, puede acarrear hasta la destitución del cargo.

Si me preguntan por la constitucionalidad de la ley, considero que en los términos en que está redactada es evidentemente inconstitucional, porque no se puede someter de manera tan radical la libertad que deben tener las personas de asumir posiciones políticas o decidir de acuerdo con su conciencia; por ejemplo: si un diputado es católico y no está de acuerdo con el aborto, el hecho de que su bancada apoye su aprobación, no puede obligarlo a que cambie de opinión y respalde esa propuesta.

Pero el problema del salto de la talanquera no se refiere a la situación anterior, lo que se cuestiona es la traición a los ideales de los electores por conveniencia “política”: si en la oferta electoral se presentó un programa que atrajo muchas personas, y eso ayudó a alcanzar el cargo, actuar de manera diferente por interés personal y sin justificación razonable, perjudicando a quienes lo eligieron es algo verdaderamente inmoral.

Para concluir y aunque parezca una ingenuidad, no se puede obligar a nadie a actuar en contra de su conciencia ni a asumir posiciones políticas que no se comparten, pero si el diputado se decepciona de su bancada, lo que debe hacer éticamente es asumir una posición independiente o renunciar al cargo, no cambiar de bando y de la noche a la mañana transformarse en lo que ayer se combatía y criticaba. Y si lo que está en juego es una votación trascendental para los destinos del país y su voto es decisivo, si no quiere despertar sospechas, lo mejor es que se abstenga de votar porque el pueblo no es tonto.

La anticultura judicial del político y la anticultura política del Juez


El 24 de octubre de 1992, Pedro Miguel Reyes, presidente del Consejo de la Judicatura, entregaba el cargo y en discurso preparado para la ocasión, entre otras cosas, advertía sobre algunas actitudes minoritarias de políticos y jueces que ponían en peligro el funcionamiento del Poder Judicial: la anticultura judicial del político y la anticultura política del juez.

Consideraba el nombrado magistrado que algunos “políticos” veían la función del juez como una actividad residual, ocupada de ordinario, según su estrecho criterio, por quienes han fracasado en otras áreas profesionales. Entendían que un tribunal puede emerger en cualquier momento como factor de poder que les permitía obtener una ganancia o ventaja; de allí, la pretensión de dominarlo, controlando a su titular. Lo más repugnante de esta forma de ser era el doble lenguaje: por una parte, clamaban por un Poder Judicial independiente y autónomo, pero en paralelo, de manera silente y en las sombras, procuraban y reclamaban una tajada de la estructura tribunalicia, para ofrecer y vender sus favores judiciales a cambio de apoyos electorales.

Por otro lado, hablaba el doctor Reyes de la actitud de algunos jueces que se relacionaban con los políticos para buscar apoyo y alcanzar la posición de juez, haciéndole ofertas de fidelidad y permanente agradecimiento. Y cuando llegaban al cargo no procuraban su independencia y autonomía, por el contrario, siempre estaban dispuestos a pagar lo que no debían al político benefactor, dictando sentencias complacientes, negadoras de la verdad y la justicia que transformaban al juez en un mercader de los conflictos, de las ilusiones y las esperanzas humanas.

Este espacio no me permite extenderme más en el análisis de aquella advertencia lanzada al país hace 20 años, y en consecuencia termino con estas inquietudes ¿Qué ha pasado en todo este tiempo? ¿Hemos erradicado la anticultura judicial del político o la anticultura política del juez, o se han acentuado? Creo que el ciudadano venezolano del tercer milenio es lo suficientemente inteligente para formarse un criterio sobre las respuestas a estas preguntas. Por mi parte, quiero añadir que a las “anticulturas” antes mencionadas hay que agregarle una nueva: la anticultura jurídica de la ciudadanía; en efecto, hay personas que se muestran indiferentes ante la forma como se maneja la justicia, permitiendo que los factores de poder la manipulen a capricho. Esto solo puede ocurrir en un país sin cultura jurídica, porque con verdaderos ciudadanos que les exijan a los jueces que actúen conforme a derecho, no existiría la anticultura judicial del político ni la anticultura política del juez.

martes, 29 de enero de 2013

Tiempos de Trasímaco

El tema político de la semana pasada fue la conmemoración del 23 de enero: un día que brindó la oportunidad para la reflexión y que fue celebrado por el oficialismo y la oposición interpretándolo de manera diferente. En medio de las opiniones que recibimos por los medios de comunicación, me llamó la atención que al relacionar el tema del día con las críticas que se hacen a la actuación del Tribunal Supremo de Justica, un vocero del oficialismo dijo: “La oposición no entiende que estamos en un nuevo proceso; ahora las cosas no son como en la cuarta república; antes mandaban ellos, ahora mandamos nosotros”.

Esta forma de entender la política y el Derecho me recuerda a Trasímaco, personaje de los diálogos de Platón que se hizo célebre por la frase: “Lo justo, es en realidad, una imposición de los gobernantes en vista a su propia conveniencia”.

La polémica frase ha sido objeto de reflexión por ilustres pensadores de todos los tiempos, desde San Agustín hasta Hans Kelsen: unos la comparten, otros la rechazan, e inclusive, hay quien considera que es una forma irónica de decir que la verdadera justicia es una aspiración difícil de alcanzar. Hasta la democracia se ha visto cuestionada en medio de ese debate, afirmándose que el solo hecho de ser mayoría no da derecho a imponer a las minorías una forma de gobierno que no comparten.

Este viernes en la Universidad Católica Andrés Bello se realizará un foro para analizar posibles soluciones a la crisis constitucional; cosa complicada de acuerdo con las circunstancias, porque hay sectores de la oposición que afirman que no hay Estado de Derecho y vivimos en dictadura, mientras que el gobierno insiste en que estamos en plena democracia, solo que los poderes están comprometidos con la revolución que sigue la voluntad del pueblo. ¿Qué solución puede haber ante dos posiciones tan distanciadas? Tenemos que releer La República de Platón, porque el problema no está en la forma como se cumplen las leyes, sino en entender el verdadero sentido del Derecho.

La cosa es más grave de lo que parece. No solo estamos ante una crisis política e institucional; el mal está afectando lo que se ha llamado la “cultura jurídica del pueblo”: una forma de vivir de acuerdo a los dictados de las leyes, que caracteriza a las sociedades mejor organizadas. Aunque me tilden de pesimista debo decir que, cuando escucho esas intervenciones donde, palabras más palabras menos, se dice de la manera más impune que el Derecho debe estar comprometido con el proyecto de quien gobierna, no veo luz al final del túnel. Y nos guste o no nos guste, vivimos en tiempos de Trasímaco.