martes, 16 de julio de 2013

José María korta Lasarte:homenaje y despedida

El hermano Korta, como popularmente se le conoció, falleció el pasado jueves dejando un gran ejemplo y un inmenso vacío. Un gran ejemplo, porque es muy difícil encontrar en estos tiempos personas que dediquen su vida intensa y exclusivamente a luchar por los derechos de los oprimidos, y un gran vacío porque los quijotes de este tiempo son especies en extinción.

Korta perteneció a la Compañía de Jesús. Era, de manera muy especial, profundamente cristiano, pero respetaba los caminos escogidos por los demás para llegar a Dios. La sencillez y el amor de Jesús le sirvieron de inspiración para su modo de vivir. Su franqueza y frontalidad al decir las cosas lo hacía en ocasiones incómodo al estilo de vida hipócrita de este tiempo.

Su vida fue una historia de lucha sin importar los riesgos. Sus años de trabajo en el alto Ventuari, la conocida huelga de hambre por los derechos de Sabino Romero, cacique de los yukpas, o la creación de la Universidad Indígena de Venezuela (UIV) son sólo un ejemplo de lo que fue su obra.

La última vez que nos reunimos para tomar un café, estuvimos hablando del problema de la cultura y el territorio indígena, y para profundizar mejor en este tema, me prestó el libro Territorialidades y lucha por el territorio en América Latina, donde se dice algo que cada vez me convence más: vivimos en una sociedad insostenible. Una sociedad que no es ni por asomo la del hermano Korta; que se declara cristiana pero Cristo no vive en ella, donde el consumo ilimitado, el interés material, el odio y los malos sentimientos son los motores de la vida; una sociedad en decadencia donde la desesperación hace que sus miembros se coman unos a otros.

Korta falleció en un accidente en la carretera que tantas veces transitó hacia la universidad indígena; laborioso como siempre, la edad no envejeció su ánimo. Como decía anteriormente, en la última conversación me prestó un libro que tiene una dedicatoria que es especial para este momento. “Para usted hermano Korta, a quien amo profundamente por su humanidad: inmensa como la mar, infinita como el universo, presente como el aire, fuerte como la tierra, rebelde como el fuego. Gracias por su vida inspiradora... María de Los Angeles”.

Dice Javier Marías en su novela Los enamoramientos que, “cuando alguien muere nos enfrentamos a una realidad incomprensible, porque supone la certidumbre de que no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso más para acercarse, ni mirarnos o desviar la mirada”. Así es lo incomprensible de la muerte. Pero cuando las vidas son inspiradoras la muerte no acaba definitivamente con ellas. La imagen de Korta siempre estará presente en la lucha por los derechos de los pueblos originarios.

Con este artículo de homenaje al amigo, quiero despedirme de este espacio que gentilmente se me ha brindado para comunicarme con los lectores; es el número 150, meta que me había trazado para hacer un alto en el compromiso semanal de escribir unas líneas sobre lo divino y lo humano. Me hubiera gustado que las circunstancias fueran otras. Los indígenas llamaban a Korta, Ajishäma: “La Garza que conduce a la salvación”. Que el Dios de la bondad nos guíe a todos por esa senda.

martes, 9 de julio de 2013

Personajes invisibles

En el tema de la notoriedad social hay destinos adversos y destinos afortunados: hay quien sin esforzarse mucho adquiere fama y fortuna y quien a pesar de su esfuerzo y trabajo pasa desapercibido y a veces se vuelve invisible; la historia está llena de estos casos porque no es el mérito el factor que en todo momento determina la importancia del acontecimiento social. En el pasado, los guerreros y los políticos copaban la escena, ahora se le añaden los artistas y esas personas que se preocupan por no desaparecer nunca de las páginas sociales. Pero por encima de todos ellos está la gente que forma el conglomerado humano, y entre esa gente hay personas humildes que han sido valiosas porque han aportado algo en la vida común y merecen ser recordadas a pesar de que sus oficios parezcan insignificantes. De uno de esos oficios quiero escribir hoy, específicamente, de los viejos bodegueros que detrás del mostrador de una “tienducha” que no daba para hacerse rico, sobrevivían despachando y conversando con los vecinos que la frecuentaban.

Cuando lo que hoy se conoce como avenida Manuel Piar, no era más que la carretera de Upata, al lado de un negocio de mi padre había una bodega que no era más grande que los kioscos que se instalan para la venta de cerveza. No tenía equipos industriales: una vieja nevera doméstica servía para enfriar los refrescos que vendía. En unos estantes de madera se podían ver en forma desordenada los más variados productos: al lado de la harina PAN se exhibían unos frascos de “Brelcream”, famoso fijador que según decían usaba Elvis para peinar su copete; los paquetes de pasta estaban mezclados con plátanos, yuca y grandes frascos de vidrios llenos de caraotas; a veces había una que otra torta de casabe pellizcada por las orillas y no podía faltar la bolsa de caramelos que no estaban a la venta pero servía para dar vueltos o ñapas.

Pero lo importante no era la bodega sino el bodeguero: el hombre combinaba el ejercicio del comercio con la práctica de la medicina natural, la filosofía o la narración de historias populares. En una oportunidad que a mi cuñado le aparecieron unas erupciones en la piel, le recetó unas hierbas que crecen a la orilla del camino que va a los castillos de Guayana e increíblemente el hombre se curó; siempre que alguien llegaba con una preocupación le soltaba una frase reflexiva sobre el drama de la vida que podría servir de consuelo, “somos víctimas del tiempo”. Además, nadie se iba liso sin enterarse de alguna historia oculta sobre los orígenes de San Félix que los especialistas nunca llegaron a conocer. Todo un personaje querido por su entorno que desapareció con su bodega, cuando el progreso necesitó más espacio para la velocidad de la vida.

Cuando la semana pasada se planteó la necesidad de contar a los jóvenes de este tiempo cómo vivía la gente que fundó la ciudad, comencé a recordar a muchas personas que nunca aparecieron en los periódicos, ni están en los libros de pioneros, ni en la lista de los constructores de la urbe. Para la historia oficial son seres invisibles, porque no son considerados como personas importantes; pero son vidas que de una u otra manera también forjaron esta ciudad y deben ser tomadas en cuenta.
Por eso, para no seguir siendo cómplice de las injusticias de la historia, decidí dedicarle este artículo al viejo bodeguero de la carretera de Upata, que por echarle la culpa al tiempo, no se dio cuenta que la maldad y la injusticia son productos humanos. Porque quien hace invisible al prójimo es el hombre.

Ciudad Guayana, el milagro de los rios

Cuando el historiador Heródoto recorrió Egipto en el año V antes de Cristo, dijo que esa región era un don del Nilo. Inclusive, algunos historiadores posteriores sostienen que para los antiguos egipcios el rio Nilo decidía la vida y la muerte: era un verdadero milagro. De igual forma la historia de muchas ciudades está estrechamente ligada a sus ríos. En este mismo orden de ideas, hoy 2 de julio, fecha escogida oficialmente para celebrar la fundación de Ciudad Guayana, podríamos decir que debe su existencia al soberbio Orinoco y al caudaloso Caroní.

He observado con agrado que en los últimos años se ha despertado un gran interés por contar la historia de la ciudad. Las anécdotas de sus fundadores, las crónicas populares o los enjundiosos estudios realizados por los historiadores, han hecho que la historia regional cobre importancia. Pero además de los actos producidos por la voluntad de los hombres, hay tres hechos naturales sin los cuales no hubiera nacido Ciudad Guayana: la riqueza minera del cerro La Parida (hoy cerro Bolívar), la presencia del Orinoco como opción de navegación hacia el mar y el potencial hidroeléctrico del río Caroní.

Hay un acontecimiento en nuestra historia que no se le está dando la importancia que merece. Cuando se estudió la forma de sacar el hierro desde el cerro Bolívar hacia el exterior, se analizaron dos posibilidades: construir una vía férrea desde el cerro hacia el puerto de Guanta en Anzoátegui y desde allí embarcar el mineral, o construir un puerto en la desembocadura del Caroní en el Orinoco y sacarlo por el río hacia el mar. Si se hubiera optado por la primera opción hoy Ciudad Guayana no existiría, pero como se escogió la segunda, estamos contando su historia. En este sentido coincido con quienes sostienen que, en una galería de personajes célebres de la región no debe faltar el nombre de Luis Felipe Lloverá Páez, porque independientemente de la posición política que ocupó, fue factor importante en esta decisión.

Posteriormente vino el descubrimiento y explotación del potencial hidroeléctrico del Caroní, factor importante en el desarrollo de la región. Y de allí en adelante, la historia está estrechamente ligada a esos dos grandes ríos que son parte inseparable de la ciudad. No sé si es una exageración decir que Ciudad Guayana es un milagro de sus ríos, pero sin ellos no existiría.

El cumpleaños de la ciudad llega en un momento difícil. De todos es conocida la magnitud de la crisis; hay optimismo y pesimismo pero este último sentimiento se está generalizando rápidamente y muchas personas creen que aquí no hay salida ni esperanza. Es increíble que el absurdo humano haya desperdiciado en poco tiempo la riqueza que la naturaleza ofrece generosamente. Pero los ríos siempre están allí, con su corriente y sus ciclos, indicándonos que en la vida siempre hay nuevas oportunidades. Desde Heráclito hasta Herman Hesse, los ríos han servido de inspiración y reflexión; este último, en la novela Siddharta dice: “El río me enseñó a escuchar, me enseñó que nada permanece igual. Que todo se trasforma y todo regresa. El río está en todas partes, en su origen, en su desembocadura, en los rápidos en el mar. Para él solo existe el presente sin la menor sombra de pasado o de futuro… El río es el mejor maestro… hay que dejar de buscar y preocuparse, para aprender a ayudar y amar”.

Para superar las dificultades hay que tener fe en el trabajo y en la voluntad creadora del hombre, sin desaprovechar las ventajas que nos brinda la naturaleza, especialmente el poder milagroso de los ríos.