domingo, 6 de diciembre de 2015

Reflexiones sobre el voto, la dignidad y la democracia



Votar es mucho más que simplemente elegir a un candidato: es una forma de ejercer el derecho a ser protagonistas de nuestro propio destino. Muchos ven en las elecciones el remedio a los problemas políticos o la forma de acabar con los malos gobiernos sustituyéndolos por otros. Por otro lado, hay quienes las consideran el medio de defender una ideología o posición política, o, simplemente acceder al poder. Y lo peor, hay quienes no les dan importancia las relegan a un segundo plano e inclusive las ignoran. Pero más allá de estas opiniones, el voto es una conquista que ha costado mucho a la humanidad: un derecho que permite al hombre ejercer la libertad individual y ponerle límites al ejercicio arbitrario del poder.

Durante siglos, lo que hoy se conoce como el ciudadano común, vivió gobernado por quienes detentaban el poder, sin poder decir nada sobre su destino. En esa situación, la dignidad personal, elemento fundamental de la naturaleza humana prácticamente no existía. El hombre vivía sumido en el miedo y la superstición ante lo desconocido; víctima de la incertidumbre y la constante dependencia de un amo que ordenaba su vida y, se le presentaba como el único sustento de su existencia. Poco a poco se evoluciona en progreso moral y político y esos estados de esclavitud van desapareciendo con el surgiendo nuevos escenarios de libertad.

José Antonio Marina y María de la Válgona escriben la Lucha por la Dignidad, un libro que recoge la historia de la aventura del hombre en busca de un mejor destino. Destacan, entre otras, cosas que “cuando los seres humanos se liberan de la miseria, la ignorancia, el miedo y el dogmatismo tienden hacia la democracia... El hombre quiere estar en las mejores condiciones para asegurar su ámbito privado de libertad”.

El pasado lunes, apliqué una pequeña encuesta a los alumnos de filosofía del derecho preguntando qué significa el voto para ellos, y tratándose de estudiantes muy jóvenes, en las respuestas observé más madurez que en los discursos de los líderes políticos. La mayoría no dudo en responder que, votar es una forma de ejercer la libertad individual.

Hoy se realiza otro proceso electoral: la propaganda política ha fijado posiciones; la campaña terminó y las ofertas están sobre la mesa. Ahora las conciencias individuales tiene la palabra. Apreciado lector, si al leer esto usted ya votó, no solo cumplió con el país, sino que ejerció el sagrado derecho la libertad individual; Si no lo ha hecho, y la elección no ha terminado, está a tiempo de evitar el “suicido político” de dejar en manos de otros su destino; si el proceso terminó y se conocen los resultados, no solo debe respetarlos, sino continuar la vida en democracia, que exige mucho más que simplemente votar.
Sobre los valores que caracterizan a una vida democrática se ha escrito mucho y hay diferentes y valiosas opiniones; por brevedad del espacio me voy a referirme solo a cuatro: respeto, libertad, tolerancia y justicia.
Lo primero que hay que respetar en la vida democrática, es la dignidad de cada persona independientemente de su posición política, económica o religiosa etc. Igualmente, y ya en el plano político, se debe respetar la voluntad de las mayorías y, estas deben respetar y reconocer los derechos de las minorías. No actúa democráticamente quien ignora o aplasta al débil.
No se puede hablar de democracia sin ciudadanos libres. La libertad es un valor esencial que no debe ser mal interpretado porque tiene un límite: la ley
La pluralidad y la tolerancia es la máxima expresión de la vida democrática. Las sociedades democráticas no son sociedades de iguales, todo lo contrario: se caracterizan por la convivencia pacífica y compresiva de personas con ideas y formas de vida diferentes. La tolerancia es muchos que aceptar las diferencias, es comprender y reconocerle a otros el derecho a ser diferentes
Por último no puede haber democracia sin justica: las desigualdades sociales, la impunidad, o la inoperancia de los sistemas de justicia atentan contra la vida democrática.
Lo anterior es, en forma apretada y exageradamente resumida, un perfil de la vida democrática: hoy se celebra una elección y mañana continúa la vida democrática que debe ejercerse todos los días.
En conclusión de todo lo anterior, el voto es una manifestación de ese apetito de libertad, que nos presenta como ideal la vida democrática, una vida digna y humana para todos. twitter @zaqueoo
 

sábado, 5 de diciembre de 2015

Kafka, un aullido nocturno en el Postgrado de la Ucab


El pasado jueves 3 de diciembre puede ser recordado como un “día kafkiano” en la historia del postgrado de la Ucab Guayana. Por la tarde, los estudiantes que forma el grupo de lectura Grito Escrito,  realizaron su primer conversatorio literario sobre autores famosos, al cual fui invitado para compartir con los amigos Roger Vilaín y Robinson Lizano,
Roger deleitó explicando cómo Cortázar reinventa el mito del Minotauro. Robinson  nos trajo a Charles Bukowski, ¿Un escritor maldito? Y al final, lejos de la calidad de mis antecesores, me tocó hablar de Kafka. Tuve que confesar, apoyándome en la autoridad de Sartre y Juan Nuño, que  Kafka es demasiado grande  e incomprensible, como lo es la realidad de la turbulencia humana.
Mi breve exposición se basó en el Proceso, especialmente en metáfora  sobre el guardián de la ley, que  no deja al hombre común traspasar la puerta de la ley para conocerla. Esa metáfora me recuerda a los guardianes de la verdad, esos que  pretende que nadie entre en ella,  o solo puedan hacerlo cuando ellos se lo permiten.
Por noche, cuando todavía saboreaba las sensaciones del evento, una llamada urgente me alertó sobre la realidad de la turbulencia humana: estaban atracando en los salones del postgrado II. Al llegar,  me encontré que el apacible recinto de la tarde estaba trasformado: el miedo, la prisa, la incertidumbre y la confusión pintaban el cuadro  del momento.
Los circunstantes trataban de narrar lo que habían vivido: un inesperado atraco, en un lugar inesperado y en un momento inesperado. Una situación kafkiana, que manifestaban por  la angustia ante lo absurdo
Traté de ubicar a José K entre los presentes pero fue muy difícil: había muchas personas con características similares en ese momento. No obstante,  pude ver a muchos guardianes de la verdad tratando de ejercer su oficio
Una muchacha que compartió con nosotros la tertulia de la tarde, sintió la frialdad de un arma en su frente. Tal vez, esta lamentable situación,  pueda darle una idea del significado de lo “kafkiano” que tanto se discutió en la tarde. Muchas  veces buscamos a Kafka en letras muertas,  sin darnos cuenta que vive al lado de nosotros.
Recordando el grito escrito de la tarde, pienso que lo vivido en la noche fue un “aullido kafkiano”. A lo mejor esto que escribo es estúpido o absurdo, pero la grandeza de Kafka y su comprensión humana da licencias para esto.  Puesto a escoger, prefiero ejercer la estupidez antes que la pretendida "vigilancia de la verdad”.

 

lunes, 2 de febrero de 2015

El poder de las palabras: arma mortal




 
El debate planteado sobre la resolución 008610 emanada  del  Ministerio del Poder Popular para la Defensa  es un claro ejemplo de que una sola palabra puede acabar con la mejor argumentación. La noticia de que la fuerza pública puede utilizar armas mortales para controlar situaciones de orden público, ha producido un verdadero escándalo que, los simpatizantes del gobierno tratan de aplacar explicando las bondades de la resolución.



Especialistas en derechos humanos han levantado la voz denunciando que se está violando la constitución y los tratados internacionales, cosa que niegan los que defienden el texto normativo. Pero al margen del debate especializado está el sentir de la gente: la palabra mortal no gusta, es más, causa terror. La sola hipótesis de que en una manifestación se pueda llegar al extremo de que la gente tenga que matarse, es rechazada de manera contundente por el ciudadano de a pie, que no sabe mucho de leyes ni de tratados internacionales, pero sabe lo que es la vida.



En momentos en que se trabaja en favor de la cultura de la no violencia, hablar del uso de  armas mortales es un evidente retroceso en humanismo, porque, como dice  Stéphane  Hessel, “El recurso de la violencia para contrarrestar la violencia corre el riesgo de perpetuarla”, y  eso no es lo que quiere la gente.  Si como reza la frase: “La voz del pueblo es la voz de Dios”  un pueblo que  está cansado de violencia, y la rechaza, venga de donde venga, no ve con agrado una resolución ministerial que plantee  hipótesis de “violencia mortal”.


lunes, 12 de enero de 2015

El problema no es Dios



El recordado premio Nobel de literatura José Saramago,  en el año 2008, publica en su blog un pequeño artículo titulado Dios como problema. Dice allí que, en muchas ocasiones la fe religiosa ha servido de terreno abonado para el nacimiento de odios radicales capaces de cometer las mayores atrocidades. Concluye que, "Se quiera o no se quiera, Dios como problema, Dios como piedra en el camino, Dios como pretexto para el odio, es  agente de desunión".



Los atentados terroristas de los últimos días, parecen dar la razón a Saramago porque "los fanáticos religiosos se consideran con derecho a eliminar a quienes consideran infieles" Pero en el interminable conflicto humano hay mucho más que eso. Uno  de los sentimientos que produce mayor placer al hombre es el odio, y este se alimenta principalmente de la intolerancia ante las diferencias: no se acepta que haya personas que piensen distinto y quieran vivir de manera diferente: “el otro solo se acepta si se comporta a mi imagen y semejanza”



Así, hay un eterno conflicto entre cristianos y musulmanes, entre católicos y protestantes, entre marxistas y capitalistas, entre gobierno y oposición, e inclusive, entre los miembros de una empresa o  familia hay conflicto cuando hay diferencias, porque disentir es motivo inmediato para ser odiado. Por lo tanto,  el problema no es Dios porque Él promueve otra cosa. El problema es ese ser incomprensible llamado hombre, que predica el amor,  pero practica la intolerancia, la soberbia, la vanidad, el egoísmo, la envidia y muchos  otros demonios que siempre brotan inesperadamente del corazón humano.