Votar es mucho más que simplemente elegir a un candidato: es una forma de ejercer el derecho a ser protagonistas de nuestro propio destino. Muchos ven en las elecciones el remedio a los problemas políticos o la forma de acabar con los malos gobiernos sustituyéndolos por otros. Por otro lado, hay quienes las consideran el medio de defender una ideología o posición política, o, simplemente acceder al poder. Y lo peor, hay quienes no les dan importancia las relegan a un segundo plano e inclusive las ignoran. Pero más allá de estas opiniones, el voto es una conquista que ha costado mucho a la humanidad: un derecho que permite al hombre ejercer la libertad individual y ponerle límites al ejercicio arbitrario del poder.
Durante siglos, lo que hoy se conoce como el ciudadano común, vivió gobernado por quienes detentaban el poder, sin poder decir nada sobre su destino. En esa situación, la dignidad personal, elemento fundamental de la naturaleza humana prácticamente no existía. El hombre vivía sumido en el miedo y la superstición ante lo desconocido; víctima de la incertidumbre y la constante dependencia de un amo que ordenaba su vida y, se le presentaba como el único sustento de su existencia. Poco a poco se evoluciona en progreso moral y político y esos estados de esclavitud van desapareciendo con el surgiendo nuevos escenarios de libertad.
José Antonio Marina y María de la Válgona escriben la Lucha por la Dignidad,
un libro que recoge la historia de la aventura del hombre en busca de un mejor
destino. Destacan, entre otras, cosas que “cuando los seres humanos se liberan de la
miseria, la ignorancia, el miedo y el dogmatismo tienden hacia la democracia...
El hombre quiere estar en las mejores condiciones para asegurar su ámbito
privado de libertad”.
El pasado lunes, apliqué una pequeña encuesta a los alumnos de filosofía del derecho preguntando qué significa el voto para ellos, y tratándose de estudiantes muy jóvenes, en las respuestas observé más madurez que en los discursos de los líderes políticos. La mayoría no dudo en responder que, votar es una forma de ejercer la libertad individual.
El pasado lunes, apliqué una pequeña encuesta a los alumnos de filosofía del derecho preguntando qué significa el voto para ellos, y tratándose de estudiantes muy jóvenes, en las respuestas observé más madurez que en los discursos de los líderes políticos. La mayoría no dudo en responder que, votar es una forma de ejercer la libertad individual.
Hoy se realiza otro proceso electoral: la propaganda política ha
fijado posiciones; la campaña terminó y las ofertas están sobre la mesa. Ahora
las conciencias individuales tiene la palabra. Apreciado lector, si al leer
esto usted ya votó, no solo cumplió con el país, sino que ejerció el sagrado
derecho la libertad individual; Si no lo ha hecho, y la elección no ha
terminado, está a tiempo de evitar el “suicido político” de dejar en manos de
otros su destino; si el proceso terminó y se conocen los resultados, no solo
debe respetarlos, sino continuar la vida en democracia, que exige mucho más que
simplemente votar.
Sobre los valores que caracterizan a una vida democrática se ha
escrito mucho y hay diferentes y valiosas opiniones; por brevedad del espacio
me voy a referirme solo a cuatro: respeto, libertad, tolerancia y justicia.
Lo primero que hay que respetar en la vida democrática, es la
dignidad de cada persona independientemente de su posición política, económica
o religiosa etc. Igualmente, y ya en el plano político, se debe respetar la
voluntad de las mayorías y, estas deben respetar y reconocer los derechos de
las minorías. No actúa democráticamente quien ignora o aplasta al débil.
No se puede hablar de democracia sin ciudadanos libres. La
libertad es un valor esencial que no debe ser mal interpretado porque tiene un
límite: la ley
La pluralidad y la tolerancia es la máxima expresión de la vida
democrática. Las sociedades democráticas no son sociedades de iguales, todo lo
contrario: se caracterizan por la convivencia pacífica y compresiva de personas
con ideas y formas de vida diferentes. La tolerancia es muchos que aceptar las
diferencias, es comprender y reconocerle a otros el derecho a ser diferentes
Por último no puede haber democracia sin justica: las
desigualdades sociales, la impunidad, o la inoperancia de los sistemas de
justicia atentan contra la vida democrática.
Lo anterior es, en forma apretada y exageradamente resumida, un
perfil de la vida democrática: hoy se celebra una elección y mañana continúa la
vida democrática que debe ejercerse todos los días.
En conclusión de todo lo anterior, el voto es una manifestación de
ese apetito de libertad, que nos presenta como ideal la vida democrática, una
vida digna y humana para todos. twitter @zaqueoo