Saliendo de la misa dominical del bautismo de Jesús, y ante el resultado del juego donde
Magallanes elimina al Caracas, los conocidos hacían una encuesta para pulsar
emociones ¿Tu que eres caraquista o magallanero? Tenían el convencimiento
de que las únicas opciones de alegrías o tristezas domingueras eran esas
aficiones y pasiones. Inmediatamente reivindiqué mi derecho a la
disidencia, manifestando que formo parte
de la ilustración beisbolera de los años 70: los Tiburones de la Guaira.
Mi simpatía hacia la Guaira comenzó cuando estudiaba
primaria en Fe y Alegría de Castillito, con los éxitos de Luis Aparicio. En secundaria, cuando tuve que elegir entre la soberbia de caraquistas y
magallaneros, y la alegría guaireña de
Musiú Lacavalerie y compañía, me quedé
con estos últimos.
Ya en mis años universitarios la afición beisbolera tenía
relaciones políticas: Magallanes era el equipo de los adecos, Caracas de los
copeyanos y la Guaira (una tercera vía) se relacionaba con el MAS. Porque revolucionario
que se respetara no podía se r caraquista y mucho menos magallanero; cosa que
siempre me pareció una contradicción en el presidente Chávez.
Juan Villoro, en su libro, Espejo retrovisor, cita la novela
de Bioy Casares Diario de la guerra del cerdo, donde sugiere que la mejor forma
de adquirí un temple ante la adversidad es ser hincha de un club perdedor. Esto
hace tiempo que lo aprendí con el estoicismo guaireño. Somos el único equipo que no necesita del
éxito para la felicidad de sus fanáticos. Mientras que Caracas y Magallanes
tienen que alimentarse de la victoria para vivir de las fantasías de la gloria,
nosotros tenemos una lealtad granítica que se manifiesta con nuestra permanente
alegría.
Pero ahora hay algo que me preocupa: el destino del Beisbol
venezolano. Se ha convertido en un torneo de segunda: las estrellas solo pueden
jugar un ratico, porque los equipos de grandes ligas no les permiten
sacrificarse. Las novenas cambian tanto
durante el torneo, que lo único que mantienen es el nombre; los que comienzan no
son los mismos que terminan, porque sus contratos no le permiten la dedicación
exclusiva. Y para colmo, el nuevo formato, diseñado para producir más, conduce
al absurdo de que el que más gana no necesariamente es el que clasifica. En
fin, el negocio le está quitando calidad y emoción al beisbol.
De todas formas, seguiremos disfrutando del sufrimiento
guaireño, cosa que este año escasea igual que la comida, porque extrañamente
estamos ganando. Esto no me preocupa, si llega el éxito, bienvenido; y si no, como siempre y en ritmo de samba
“Tiburones Pá encima”