El jesuita Anthony de
Mello, fallecido el 1 de junio de 1987, se hizo famoso por sus anécdotas y
enseñanzas espirituales. En su obra póstuma, Un Minuto Para el Absurdo,
utilizando su pluma tan peculiar,
advierte sobre los peligros de la tecnología para el hombre.
Cuenta que: “Le
preguntaron al maestro, qué pensaba él de los avances de la tecnología moderna.
Y esta fue su respuesta: un profesor bastante distraído llegaba tarde a dar
clase. Saltó dentro de un taxi y gritó: ¡De prisa!, ¡A toda velocidad! Mientras
el taxista cumplía la orden, el profesor
cayó en la cuenta de que no le había dicho adónde tenía que ir. De modo que
volvió a gritarle ¿Sabe usted adonde quiero ir? No señor, dijo el taxista, pero
conduzco lo más rápido que puedo”.
La reflexión de
Anthony de Mello se produce hace 30 años.
No conoció, por tanto, los avances de la tecnología actual, ni los
efectos que produce en el hombre de hoy. Sería absurdo negar los beneficios del
progreso, pero al igual que ayer, ahora también surgen voces autorizadas que
nos advierten sobre los problemas del uso incontrolado de la tecnología.
Dice Mario Vargas
Llosa, “No es verdad que el internet es solo una herramienta. Es un utensilio
que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio
cerebro, el que, también de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a
ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando a las funciones que
ese sistema hace por él”.
Otro estudioso de lo
que se ha considerado el mal uso de la tecnología, Erik van Nimwegen, dedujo
luego de uno de sus experimentos que confiar a los ordenadores la solución de
todos los problemas cognitivos “reduce la capacidad de nuestros cerebros para
construir estructuras estables de conocimientos”.
A pesar de las
críticas que puedan hacerse, nuestra cotidianidad está invadida por la tecnología
que se ha convertido en una especie de extensión corporal, que permite ver u oír sin límites y obtener
respuestas inmediatas a cualquier
pregunta: Google no titubea cuando responde.
Los sistemas y la
planificación pretenden minimizar los riesgos de la incertidumbre.
Operativamente estamos muy bien, pero se
corre el peligro de que la inteligencia humana sea sustituida por la
inteligencia artificial; hay que saber usar la tecnología, porque como decía el citado Nimwegen, si nos entregamos ciegamente
en manos de ella, “cuanto más inteligentes sean nuestros ordenadores más tontos
seremos nosotros”.
Estamos comenzando un
nuevo año que se presenta complicado. Vamos a necesitar que la luz del
entendimiento nos oriente en medio de la oscuridad del camino. Pero hay que
evitar que la tecnología nos narcotice. Visitando el mundo virtual de las redes
sociales, me da la impresión de que estamos igual que el taxista de Anthony de
Mello: manejamos bien y vamos muy rápido, pero no sabemos adónde vamos, ni cual
será nuestro destino.