Esta
es una recopilación de artículos escritos entre el mes de marzo de 2017 y el
mes de agosto de este mismo año. Un periodo de tiempo importante en la historia
reciente de nuestro país: el gobierno lo bautiza como “tiempo de guarimbas” y
la oposición como “tiempo de resistencia”. Se puede considerar que se trata de
una especie de crónica que domingo a domingo recogía el sentimiento de lo que se vivía en aquellos momentos; eso
es lo que le puede dar algún valor, porque se convierte en una especie de
diario sobre lo vivido en medio de una crisis que parece ser interminable.
Después
de lo ocurrido el 30 de julio y 15 de octubre queda un sabor amargo en la boca.
Pareciera que fue un tiempo perdido con elevado costo de vidas humanas que poco
importan a los intereses y ambiciones individuales. El tiempo dirá, porque todo pasa muy rápido.
Los
artículos que aquí se recogen tratan del sentimiento de desaliento que invade a
los venezolanos, la forma como los ciudadanos no son tomados en cuenta, la
apología de la violencia, el problema de “las dos Venezuela”, la rebeldía
juvenil, la política y el hambre y la forma como estamos perdiendo la
democracia, entre otras cosas.
El
artículo que recuerdo con más agrado se titula Las Fresas de la Amargura, allí me remonté a la rebeldía juvenil de
los años sesenta comparándola con la de los muchachos de hoy. Para ellos, que tanto sacrificaron en este tiempo, van dedicadas
estas líneas.
El
compromiso con la esperanza
en
medio del desaliento (26/03/17)
La
sociedad venezolana está seriamente afectada por la desesperanza. Cada día
aumenta el número de personas convencidas de que todo está perdido
irremediablemente. A pesar de los esfuerzo por levantar el ánimo y ser optimista, hay una frase que se escucha
por todos los rincones “Esto no tiene remedio”. Y más allá de las opiniones,
hay hechos que revelan una realidad: la gente, no solo se va del país, sino que
se desentiende del destino de Venezuela, porque no cree que existan razones
para esperar su recuperación.
Reflexionando
sobre el valor de la esperanza en tiempos de crisis, estuve releyendo la segunda Encíclica del Papa Benedicto XVI Salvados por la esperanza (Spe
Salvi). Un texto, que viniendo de quien en aquel momento ocupaba el cargo de
máxima autoridad en la Iglesia Católica, tiene una elevada carga teológica,
pero además, hace una profunda reflexión
histórica, antropológica y política, con la que se puede estar de acuerdo o
desacuerdo total o parcialmente, pero nos sirve para reflexionar sobre las
dificultades de la vida del hombre en la actualidad.
Sin
pretender hacer una interpretación
profunda de la Encíclica, me llama la atención, que en medio de un contexto tan
materialista como el actual, presenta a
la esperanza cristiana como la única que puede dar sentido a la vida del
hombre, que se encuentra descorazonado y desorientado ante el fracaso de las
grandes utopías.
En
efecto, el progreso científico, que ha ofrecido indiscutibles ventajas al
bienestar humano, no ha sido suficiente para garantizar al hombre una
existencia digna. Las ofertas políticas como el neoliberalismo o el socialismo
han fracasado y se empeñan tercamente en no reconocerlo, insistiendo en imponer
una forma de vivir que produce mucho sufrimiento. Ante esto, vemos como el hombre
busca consuelo en la espiritualidad, y parece que se cumple la profecía de André Malraux: “El siglo XXI
será el siglo de la religión o no será en absoluto”.
Benedicto
XVI está consciente de la importancia del progreso de la ciencia, o los
análisis de Marx sobre los problemas económicos, pero considera que eso no es
suficiente, porque “las estructuras son necesarias, pero no son capaces
resolver los complejos problemas humanos”
La
esperanza cristiana no es una fantasía que cree que las dificultades de este mundo se van a
resolver por arte de magia, y no hay que preocuparse por esta vida, porque lo
importante es ganar el cielo; no: la esperanza
es el motor del esfuerzo humano, todo proyecto, empresa o trabajo, solo
es posible si va acompañado con la fuerza que da la ilusión de alcanzar el
éxito.
Pero
a donde quiero llegar, al referirme a la Encíclica, es que el Papa exhorta a
que los apóstoles de la Iglesia estén comprometidos con la esperanza y sean sus
promotores, porque no se puede ser generador de lo que no se tiene. Y estamos
observando con preocupación que hay muchos padres y maestros que no educan para
la esperanza.
En
los muchos centros educativos, especialmente en las universidades, hay
profesores que afectados por la situación que viven, se convierten en
promotores de desaliento. En efecto, expresa o tácitamente pregonan una especie de nihilismo, y le
trasmiten a sus alumnos la idea de que nada tiene sentido, y cualquier tarea
que se quiera emprender, en este momento y en este país, está condenada al
fracaso.
Esto
es muy grave, porque la pasión por la docencia se está perdiendo y eso se
aprecia en las aulas de clase. El
análisis de la situación social, se queda solo en el diagnóstico del mal
sin invitar a buscarle soluciones. Y
poco a poco nos encontramos que además de los problemas comunes, se está formando a una generación que no cree en
el país, y busca su futuro fuera de todo lo que se conoce como la
venezolanidad. Si no se ataja esto, a
corto plazo Venezuela perderá a toda una generación.
No
se puede pretender una dictadura de las ideas, y que la gente no piense
libremente, pero hay cargos donde el compromiso con la esperanza es
obligatorio. El director técnico de un
equipo, ante la dificulta de enfrentar a un adversario que es superior, no
puede decir a sus jugadores que se olviden de ganar y de antemano se conformen con la derrota. Si hace esto no
sirven como Director. Los equipos pequeños, cuando salen a jugar con los
grandes están conscientes de sus limitaciones, pero no descartan que la
victoria es una opción. Y en eso es muy importante el mensaje de su Director.
En
este momento, los maestros, más que transmitir conocimiento tienen que educar
para la esperanza. Cada vez que entren a una clase deben estar conscientes del
elevado compromiso que tienen con sus
estudiantes: hay que convencerlos de que la vida siempre ofrece la posibilidad
de vencer los obstáculos.
Hoy
estamos en un momento en que cobra gran importancia lo que dice el Concilio Vaticano II en la
Encíclica Gaudium et spe: “Se puede pensar con toda razón que el futuro de la
humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras
razones para vivir y razones para esperar”.
De
eso se trata. Y estoy convencido de que
los jóvenes entenderán perfectamente el mensaje. El pasado lunes terminaba las clases de
Filosofía del Derecho hablando de este tema, y se me acercó un alumno para
recordarme la frase de Cortázar: “La
esperanza pertenece a la vida; es la vida defendiéndose”
La
gente no es noticia
(23/04/17)
El
pasado miércoles 19 fue un día muy noticioso
porque la oposición y el oficialismo se “enfrentaban” en la calle
convocando a sus seguidores a realizar marchas de apoyo a sus posiciones
políticas. La historia es conocida y todo el país sabe lo que pasó, las
manifestaciones pacíficas terminaron en lamentables episodios de violencia.
Pero los que estuvimos en esos eventos,
pudimos apreciar que lo más importante, la multitudinaria manifestación
ciudadana, pidiendo, más que un cambio político, un mejor destino para el país,
no fue suficientemente reseñada por los medios de comunicación.
En
compañía de mis cuñados asistí a la marcha que salía desde La Churuata hasta la Plaza Monumental. El “río de gente”
era impresionante. Allí estaban los partidos políticos, pero había mucho más,
miles de personas que salieron a la calle por diferentes motivos, desde el rechazo a la política del gobierno
hasta la desesperación por el empobrecimiento y la perdida de la calidad de
vida. No se puede negar la importancia
de las toldas políticas tradicionales en la organización y conducción de estos
eventos, pero una multitud que llenó casi tres kilómetros era mucho más grande
que lo que se conoce como “oposición
partidista”.
La
marcha era digna de un análisis político y sociológico: gente de todas las
edades y diferentes formas de expresarse que se evidenciaron durante
todo el trayecto, desde el lenguaje mitinesco, pasando por el baile, la consigna
o la conversación entre caminantes. Había de todo, pero -repito- destacaba como factor
común, la insatisfacción por lo que se
está viviendo y la esperanza en un
futuro mejor. Así iban las cosas, hasta
que la marcha llegó a su destino final. Allí empezaron a caer bombas
lacrimógenas y reinó el caos con las consecuencias que todos conocemos: la
violencia se hizo presente e impuso su ley.
Las
horas siguientes repitieron lamentables episodios de una historia que parece no
tener fin: heridos, destrozos, detenidos
y hasta muertos. La violencia física era
acompañada de una fuerte violencia verbal
por las redes, con imágenes que ilustraban lo que las palabras no podían
expresar. Y así, al día siguiente, los medios, tratando de mantener un
equilibrio informativo, describieron lo
que fueron las marchas del gobierno y la oposición, pero se les olvido algo,
dejaron por fuera a la gente, que ese día salió masivamente a la calle, para enviar un mensaje que se perdió entre la
discusión absurda y maniquea sobre los buenos o los malos, o quien ganó y quien
perdió.
No
es la primera vez que lo aparentemente importante oculta las voces de la gente,
que tienen mucho que decir y, duélale a
quien le duela, es la verdadera mayoría.
Con el permiso del lector y del formato, voy a cita textualmente la letra de
una canción de Serrat que puede explicar mejor
lo que quiero decir.
“Detrás
de los héroes y de los titanes, detrás de las gestas de la humanidad, y de las medallas de los generales, detrás de
la estatua de la libertad. Detrás de los himnos y de las banderas, detrás de la
hoguera de la inquisición, detrás de la cifras y de los rascacielos.
Detrás de los anuncios de neón. Detrás
está la gente, con sus pequeños temas,
sus pequeños problemas sus pequeños amores. Con sus pequeños sueldos, sus
pequeñas campañas, sus pequeñas hazañas
y sus pequeños errores”.
“Detrás
del Quijote y de Corín Tellado, de Miss Universo y del Escorial. Detrás de
Hiroshima y del Vaticano, detrás de la víctima y del criminal. Detrás de la
mafia y de la policía, detrás del Mesías
y de Wall Street. Detrás del Columbia y de la heroína, detrás de Goliat
y de David. Cada uno a su manera, cada quien con sus modos, detrás estamos todos, usted, yo y el de
enfrente. Detrás de cada fecha, detrás de
cada cosa, con su espina y su rosa,
detrás, está la gente”
¡Grande
Serrat! Y particularmente pienso que, en
este momento, detrás de Maduro y de
Julio Borges, detrás del gobierno y de la oposición, detrás de la izquierda o
de la derecha, del capitalismo o de la revolución, detrás está
la gente de Venezuela, con sus
penas y alegrías, ilusiones y
esperanzas, pero parece que no tiene quien la escuche ni quien le escriba.
La
paz en las civilizaciones mortíferas
(30/04/17)
El
pasado jueves 27 de abril, se realizó en la plaza de la biblioteca de Ucab
Guayana una vigilia por los fallecidos en las protestas: una bandera de
Venezuela en colores gris y negro, un
atril que sostenía una Biblia y unas
velas encendidas que portaban los
asistentes, indicaban a las claras cual
era el sentido del acto. Las intervenciones estuvieron marcadas por el dolor,
la rabia y la angustia. El silencio se impuso por encima de las palabras,
porque es difícil hablar de lo incomprensible e injustificable
¿Cómo
es posible que en una sociedad civilizada se esté viviendo lo que se vive en
Venezuela? ¿Cómo entender que “en
tiempos de paz” el derecho a la vida esté permanentemente amenazado, y los mecanismos constitucionales para las
protestas sean actividades de alto
riesgo? La respuesta a estas
preguntas la podemos encontrar en una
lectura honesta de la historia, donde se puede ver que la construcción de la
paz es un proceso inacabado, porque la
realidad es que no hemos superado el
trauman de las llamadas “civilizaciones mortíferas”
El
análisis sobre las civilizaciones mortíferas
lo encontré libro de Jean –Marie Muller, El coraje de la no violencia,
donde se demuestra que la “civilización humana” es una maquina productora de muerte, que se
construye con el sacrificio de millones
de personas, y especialmente de los jóvenes.
Se
destaca en el prólogo de la citada obra
que, en 1914 Romain Rollan, intelectual
europeo que se oponía a la guerra,
advertía sobre la gran cantidad de jóvenes soldados que iba a
enfrentarse a la muerte en los campo de batalla de Europa. “Cuando la masacre finalizó, nadie se atrevió
a reconocer que aquella guerra había sido un crimen contra la humanidad. Todos
los sufrimientos acumulados durante aquellos años fueron ocultados por los
discursos oficiales, que conmemoraba la
guerra como una epopeya gloriosa: las víctimas se convirtieron en héroes”.
Esto
es una verdad indiscutible. Cuando abrimos un libro de historia nos encontramos
que de las batallas solo se habla de
las glorias y de los héroes, pero no de
las muertes y el sufrimiento que producen. La muerte en una necesidad que se
justifica por la grandeza de las
epopeyas. “Asi-subraya amargamente Jean
Guéhenno – todo horror sufrido se torna en gloria, y la mentira de generación
en generación, adquirió una grandeza mítica- ¡Que química tan singular! La
historia se vuelve tanto más gloriosa cuanto más sangrienta ha sido. Nuestra
memoria es mentirosa. Así se miente el hombre a sí mismo para no reconocer sus
crímenes”
Ante
esto, concluye Paul Valeri en 1919, que
el hombre descubrió que sus civilizaciones son mortales, porque las heridas no
se las producen otros sino que se las causan ellas mismas. Desde entonces se lucha por la paz y la
dignidad de los hombres, con avances y retrocesos sin alcanzar el sueño del
mundo feliz deseado. Los proyectos de
Jesús, Mahatma Gandhi, Albert Luthuli ,
Martin Luther King, Cesar Chávez, y
muchos otros que pretenden construir la civilización de la no violencia hasta ahora han fracasado.
Al
observar a un grupo de muchachos que con velas en la mano expresan su dolor por
las víctimas de las protestas, me vienen
a la memoria las palabras de
Shakespeare en la escena V de Macbeth:
“La vida es un cuento absurdo contado por un idiota sin gracia, lleno de ruido
y de furia”.
Y
a esto, añade José
Antonio Marina en su libro La lucha por la dignidad: “El hombre es
un animal, desdichado por comprender que es un animal, y que aspira a dejar de
serlo. Esta es la patética y parricida historia de la humanización. El hombre
nuevo quiere matar al hombre viejo. Esa es nuestra historia común, en la que
todos podemos buscar nuestra identidad,
Creemos que la humanidad navega por un mar azaroso con rumbo pero sin
mapas. Su historia es la crónica de múltiples naufragios. Pero como escribió el
sentencioso Seneca: “El buen piloto, aun con la vela rota y desarmada, repara las reliquias de su nave
para seguir la ruta”
Eso
es lo importante, no perder el rumbo, y
no abandonar esa lucha, que no debe buscar la vitoria sobre
los adversarios, sino triunfar sobre las
injusticias. Porque no hay nada más injusto que vivir en una civilización
mortífera.-
El
país, la gente y la Constituyente
(14/05/17)
El
tema del momento es la polémica convocatoria del presidente de la
República a una Asamblea Nacional
Constituyente. Inmediatamente han surgido voces de rechazo o aprobación desde
diferentes posiciones políticas o jurídicas. La controversia
política analiza su conveniencia o inconveniencia y la jurídica su
constitucionalidad o inconstitucionalidad.
Inmediatamente
se activaron los mecanismos de propaganda política que pretenden “vender” y
convencer de que su propuesta es lo mejor. Y así, para unos,
la Constituyente es la paz y el progreso, y para otros,
la consolidación de la primera dictadura del siglo XXI.
Ahora
bien, ¿Qué piensa el ciudadano común de
todo esto? Es difícil saberlo, porque
cada cabeza es un mundo y, como dijo un
político español, en lenguaje no apto
para los espacios mediáticos
venezolanos, “Las opiniones son
como los…”traseros”: cada uno tiene uno” y por lo tanto, solo se puede hablar
de las opiniones que se conocen.
Conversando
con un contertulio de caminata sobre los aspectos jurídicos de la
Constituyente, me soltó la siguiente reflexión: Yo no sé nada de derecho, lo
que sé, es que hace algunos años, cuando
las cosas no estaban bien, me enseñaron una caja llamada Constituyente,
diciéndome que allí estaba la solución de los problemas del país, pero nunca me
dijeron que había dentro de esa caja, y
cuando la abrieron, saltó un… “rollo”
que tiene más de 17 años y no termina. Ahora me enseñan otra vez la caja diciéndome que es una maravilla, pero tampoco me dicen lo que hay dentro de
ella. Lo único que sé, es que tengo tiempo esperando que salgan las maravillas
prometidas. Mientras tanto, voy a llegar a los setenta años peor que nunca: a
pie, casi no consigo comida y para comprarme una camisa y un par de zapatos
paso trabajo” Eso dijo el caminante.
Sobre
la pregunta ¿Para qué sirve la Constituyente? quiero comentar que, el primer
foro que se realizó en la Universidad Católica
Andrés Bello de Guayana en octubre de 1998, se tituló La
Constituyente: ¿solución o ilusión? Su escenario fue el Teatro del
Colegio Loyola y participaron como panelistas, el sacerdote jesuita Arturo
Peraza, los abogados Eliecer Calzadilla y Luis Antonio Anaya; yo me encargué de moderar el evento.
El
debate de aquel momento se centró más en lo político que en lo jurídico. La
gran duda era si se podían resolver los
problemas sociales mediante la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente. Todos sabemos lo que pasó después: en diciembre de 1998, Hugo
Chávez ganó la presidencia de la República, e impulsó el proceso constituyente
que contó con la aprobación de la gran mayoría de los venezolanos.
¿Fue
exitosa la experiencia de la Constituyente de 1999? Creo que la mejor respuesta
está en los hechos. Si lo que se buscaba era
garantizar un futuro de paz, eso no se logró, porque hemos vivido en conflicto permanente.
Y si lo que se quería era el bienestar y la felicidad del pueblo, parecer que tampoco hay buenos resultados.
Por lo tanto, la lógica no aconseja
repetir experiencias que no han alcanzado los objetivos deseados.
Por
otro lado ¿ Es posible una Constituyente en este momento?. Lo veo difícil. La
Constituyente del 99 fue impulsada por uno de los líderes políticos más
carismáticos de la historia nacional, que contó con un amplio respaldo popular,
y culminó con una Constitución aceptada por todos, para ser aplicada en
un periodo de altos ingresos económicos producto del petróleo. Hoy las cosas
son muy diferentes: El liderazgo individual de antaño no existe, el momento
económico es malo y la sociedad está dividida de manera irreconciliable.
Pero
hay otra cosa. La propuesta se presenta en forma engañosa, porque muchas
personas considera que la Constituyente es para buscar un dialogo pacificador reformando la
Constitución Bolivariana y eso no es
así. Hay que hablar claro y decirle a la gente lo significa convocar a una
Constituyente Originaria de acuerdo al artículo 347 que acarrea la
extinción de la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Quien tenga dudas sobre esto, que lea el
artículo 347 de la Constitución:“El pueblo de
Venezuela es el depositario del poder constituyente originario. En ejercicio de
dicho poder, puede convocar una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto
de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una
nueva Constitución”. Para que no digan que estoy utilizando argumentos
de la oposición, voy a citar al insigne maestro de la filosofía del Derecho
Luis Recasens Siches : “Se invoca el poder constituyente originario cuando se funda por primera
vez una comunidad estatal o cuando el sistema de derecho positivo vigente ha
dejado de ser eficaz y debe ser sustituido por otro”. Creo que al buen
entendedor no le hacen falta más palabras.
Por
eso, hay voces disidentes dentro del chavismo que no apoyan la convocatoria a
una nueva Asamblea Nacional
Constituyente, y se inclinan por defender y exigir la
aplicación de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela. Cosa que considero lo más lógico y prudente ante las
circunstancias en que nos encontramos.
En
conclusión, no creo que la Constituyente sea una solución, y mucho menos,
cuando una parte del país pretende imponérsela a la otra. Esto ya la condena al
fracaso.
Pero
más allá de lo jurídico o lo político hay que poner los pies en la tierra y
reconocer el problema en que nos encontramos, porque estamos
a punto de perder la esencia de la vida social que es vivir
armoniosamente como pueblo. El pelotero Miguel Cabrera dijo en días pasados: “Alguien tiene que tener el poder de
ponerse en pie y decir ‘¡Basta ya, se terminó, esto se acabó!’. Porque la gente
se está muriendo en Venezuela”. Yo añadiría, el país entero se está muriendo.
Decía José Ingenieros, palabras más palabras
menos, que “las fuerzas vitales de los
pueblos siempre se solidarizan en torno al concepto de humanidad y vida común
y los pueblos ajenos a esa vida común no
se consideran civilizados, y no lo son”. Hemos perdido temporalmente la armonía
de la vida común y el gran reto es poder recuperarla. Tengo la esperanza de que
la fuerza vital de Venezuela vencerá a la ebriedad de orgullo y poder.-
El odio y el miedo en el suicidio
de los pueblos (21/05/17)
Cuando un pueblo está dividido porque no se pone de acuerdo sobre la forma
en que debe desarrollarse la vida en
común, y no sabe controlar las
diferencias para que estas no se conviertan en odio y
violencia permanente, está condenado al
suicidio colectivo.
Si queremos caer en la cuenta del peligro que estamos corriendo por el
rumbo que toman los acontecimientos, deberíamos revisar la historia de la
guerra civil española, para evitar que
nos pase lo que sufrió esa nación en los años 30 del siglo pasado, cuando la
ceguera de una generación la envolvió en un conflicto que costó más de
un millón de muertos y muchas heridas sociales difíciles de curar.
Hay una cita de Manuel Azaña que
explica lo que fue aquel conflicto: “Los impulsos ciegos que han desencadenado
sobre España tantos horrores, han sido el odio y el miedo. Odio destilado,
lentamente, durante años en el corazón de los desposeídos. Odio de los
soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia' de los humildes. Odio a
las ideologías contrapuestas, especie de odio teológico, con que pretenden
justificarse la intolerancia y el fanatismo. Una parte del país odiaba a la
otra y la temía. Miedo de ser devorado por un enemigo en acecho: el alzamiento
militar y la guerra han sido, oficialmente, preventivos para cortarle el paso a
una revolución comunista. Las atrocidades suscitadas por la guerra en toda
España han sido el desquite monstruoso del odio y del pavor. La humillación de
haber tenido miedo y el ansia de no tenerlo más atizaban la furia”
Si analizamos detenidamente la cita
anterior, podemos encontrar muchas semejanzas con lo que estamos viviendo en el
país, y podríamos concluir que el odio y
el miedo son causa importante de nuestros males.
Lo primero que hay que destacar es que
las partes en conflicto tiene miedo de ser devoradas por el adversario: el
gobierno se aferra al poder como tabla de salvación, porque el costo de
perderlo es incalculable, y por eso las locuras que está cometiendo; por otro
lado, la protesta de diferentes sectores de la oposición se radicaliza y torna
violenta por el miedo a que se instale una dictadura que los elimine de manera
definitiva. En conclusión, no hay opciones
para los grupos enfrentados que, metafóricamente hablando, consideran
que la derrota es la muerte.
Por otra parte, al lado del miedo está el odio. Un
sentimiento que ha ido creciendo en estos 18 años por un conflicto que comenzó
con un discurso oficial agresivo, pasado a los insultos y últimamente a una
peligrosa escalada de violencia con los resultados que todos conocemos.
A pesar de los esfuerzos para alcanzar una
reconciliación, el miedo y el odio tienen el juego trancado. Algo similar a lo que pasó en a la España de
1936 que Unamuno describía de la siguiente manera: “No son unos contra otros,
es España contra sí misma, es un suicidio colectivo… En casi todos se enciende
el odio y en casi nadie la compasión, da asco ser hombre”
La violencia irracional que estamos
presenciando producto de la represión
brutal que desencadena en los
enfrentamientos que se producen a diario, hace que los demonios del odio se
suelten en forma incontrolable. En días pasados una persona fue agredida por
ser confundida con un miembro del gobierno; se ha desatado una cacería contra
familiares de chavistas en el exterior,
produciendo una especie de asesinatos morales que a veces arrastran a personas
que nada tienen que ver con los hechos que les imputan. Esto puede ser comprensible ante lo ocurrido en las
protestas, pero es absolutamente
injustificable desde el punto de vista humano e inconveniente para alcanzar una
solución pacífica.
A lo anterior, hay que sumarle un
sentimiento de abandono y falta de fe
en el futuro que se está apoderando de gran parte de la población, porque creen
que el país padece una especie de
enfermedad terminal, causada por el odio
que se insertó en el tejido social destrozando poco a poco la vida en común.
Así están las cosas lamentablemente ¿Estaremos presenciando el
suicidio colectivo del pueblo venezolano, que no puede superar sus miedos y sus
odios? Es pero que no. Y por eso escribo
estas líneas tratando de poner un grano de arena para que la ceguera política
no lleve el país al abismo.
En este momento, la opinión
mayoritaria considera que un llamado a
elecciones, contaría con el visto bueno de una parte importante del oficialismo y de la oposición. Esa es la única solución factible. La
propuesta de la Constituyente es un
grave error, que no va a resolver el problema y le va a echar
más leña al fuego.
Hay que parar esta barbarie que parece
querer instalarse definitivamente en
nuestras vidas. Recomiendo al lector que lea con detenimiento la cita de Manuel
Azaña sobre la guerra civil española. Nos puede servir de mucho, porque en este
momento el país tiene que superar los impulsos
ciegos que nacen del odio y el miedo y producen los horrores que estamos
viviendo.-
Las
fresas de la amargura
(04/06/17)
Viendo
como la Guardia Nacional reprime a los estudiantes en los alrededores de la
Universidad Católica Andrés Bello de Guayana, recordé la película de Stuart
Hagman Las fresas de la amargura, que trata de la rebelión
universitaria norteamericana en los años sesenta. Lo que allí se desarrolla
tiene elementos coincidentes con lo que estamos viviendo en estos días:
rebeldía juvenil, indiferencia y apatía
de un sector ante los problemas sociales, espectáculo noticioso que ahora
alimenta las redes, arrestos, y sobre
todo represión, mucha represión.
La
película no se refiere a una protesta
política como la que hoy estamos viviendo, pero al escuchar las intervenciones
de los jóvenes en las asambleas que organizan
en la Plaza de la biblioteca de la Universidad, concluyo en que las
fresas de la amargura todavía estas presentes.
En
el año 2014 en pleno apogeo de la protesta juvenil, encontré un artículo en el
diario El impulso de Barquisimeto, donde se hacía una comparación
entre el tema de Las fresas de la amargura y
lo que se desarrollaba en aquellos momentos: “Veo, leo, escucho, y capto que en la motivación profunda hay
una rabia básica. Un descontento elemental. Los jóvenes se amargan porque no
ven futuro, sienten que las oportunidades se estrechan, que su futuro se va
esfumando en la incertidumbre. Estudiar y graduarse, ¿para qué? Darle duro al
trabajo ¿con qué propósito? La vida mejor que todos tenemos derecho a aspirar
la ven remota y difícil. Si estudian, sienten que el título les valdrá de muy
poco, que tendrán que seguir viviendo arrimados, que lo que ganen no les
servirá para mejorar. Es lo que ven en sus hermanos mayores y en sus primos, ya
graduados y sin capacidad de cambiar sus vidas.
Por esos lados encontraremos la causa de la
protesta. Eso no nació como una conspiración para tumbar al gobierno, y éste se
equivoca si lo reduce a una maniobra política sin asidero. Jamás hubiera durado
tanto si fuera artificial. Tampoco se acabará porque lo pacifiquen unos gestos.
Subirá y bajará la llama del descontento, pero no se apagará completa mientras
sus causas estén allí, ante nuestros sentidos. Protesta la amargura. El futuro
ya no anda por ahí. Ya no parece disponible. Y eso, para un joven, es lo peor
de este mundo. Esas son nuestras fresas
de la amargura”
Cito estas palabras porque me parecen
proféticas: la protesta no terminará hasta que no desaparezca las causas de la
desesperanza juvenil. La protesta del 2014
no se apagó definitivamente porque quedaron brasas del descontento. Y
ante la agudización de la crisis política los estudiantes salieron nuevamente a la calle desafiando todo tipo de
riesgo
Hay una manera muy superficial de analizar la
protesta de los estudiantes. Se habla de
grupos manipulados por sectores políticos; otros los ven como gente inmadura
que cae fácilmente en la trampa del vandalismo y otros los considera héroes que
salvarán la patria. Pero hay mucho más: desde 1968 los jóvenes se convierte en
un factor político de gran importancia. Su rebeldía surge siempre en momentos
de crisis y grandes problemas sociales, produciendo cambios importantes en la
manera de vivir.
Hoy los jóvenes están en la calle. Es
indiscutible que muchos de ellos forman parte de los partidos políticos, pero
el motor de su acción es la rebeldía de sus corazones, que se levanta
desafiante contra todo lo que los amenaza. Es muy difícil sacarlos de la calle
y creo que estarán allí hasta que desaparezca la amargura.
Me gustaría que los miembros de la fuerza
pública se vean en el espejo de la película, para que se convenzan de que la
represión no elimina la protesta juvenil, todo lo contrario, la potencia, porque su insubordinación es
como el viento que va y viene sin que se pueda
evitar. En los 19 años de historia de Ucab Guayana los rostros de la
protesta en la universidad han cambiado, pero ella siempre está allí y se hace
presente cada vez que la juventud se siente agobiada.
La semana pasada el Presidente de la República
dijo que había dado instrucciones para acabar con las con las manifestaciones
en un lapso de ocho días. Eso es muy difícil, porque como reza un viejo dicho,
se puede reprimir o encarcelar a los hombres, pero no a las ideas. Ojalá que la
luz del entendimiento ilumine a todos los venezolanos y podamos poner fin a este conflicto absurdo
que nos consume poco a poco.
Han pasado 46 años desde que Las fresas de la amargura se estrenó
en el Teatro Altamira de Puerto Ordaz. Debo reconocer que en aquel momento mi
adolescencia intelectual no me permitía mayores profundidades analíticas, y me
quedé con la banda sonora: un repertorio de canciones que marcaron toda una
época. Hoy, al verla nuevamente puedo
hacer otras lecturas, y entender lo difícil que es comprender a los
corazones rebeldes que no aceptan la
sumisión.
El viernes al salir de la Universidad me encontré
que el campus estaba solo, los pupitres
estaban bloqueando las entradas a las aulas y una gran pancarta decía
“basta de indiferencia”. La amargura se respiraba por todas partes. Entonces
recordé la película y la mítica canción de Crosby, Stills & Nash, Long
Time Gone que, palabras más palabras menos, dice “Es un largo tiempo antes del
amanecer”.-
Hambre, política y constituyente
(11/06/17)
El jueves pasado asistí a un conversatorio que se realizó en la Plaza
Chipia de Los Olivos, para disertar sobre la Asamblea Nacional Constituyente.
Fue un evento ameno, sin mayores formalidades, donde los vecinos compartieron
con abogados, líderes políticos, e inclusive, representantes estudiantiles,
terminando la reunión con el lenguaje universal que a todos nos une: la música
Después de presentar mi opinión sobre el tema en discusión, se me acercó
una persona que participó simplemente como oyente y me dijo: “El problema no es
la constituyente, el problema es el
hambre del pueblo; el retroceso más
importante en materia de derechos no es solo electoral, porque no le hayan
preguntado a la gente si quieren la constituyente, el gran problema es que cada
día es más difícil comprar comida”.
El problema del hambre no es nuevo
ni exclusivo de este gobierno; es una tarea pendiente de la humanidad. Al
escuchar este reclamo, recordé algo que leí en una conferencia que dictó
Francisco Gómez del Castillo, en noviembre del 2008 en la Casa de Emaús de
Madrid, sobre las dificultades de la gente para conseguir comida: “El precio de
los alimentos en Haití subió un promedio de más del 40 % en menos de un
año, con los de primera necesidad como
el arroz, duplicándose… En Bangladés (a
Finales d abril de 2008) unos 20000 trabajadores textiles tomaron las calles
para denunciar el aumento de los precios de los alimentos y para demandar
aumento de salarios. El precio del arroz se duplicó en el último año,
amenazando a los trabajadores que ganan solo 25 dólares. En Egipto las
protestas terminaron con dos muertos, cientos de arrestado, policías en las
fábricas…Los alimentos subieron un 40%.
A principios de año en Costa de Marfil, miles de personas marcharon hacia la
casa del presidente Laurent Gbagbo
cantando “Tenemos hambre y la vida es demasiado cara, nos están matando”
Y no se trata solo de países pobres, hasta en las capitales de los países
más desarrollados nos encontramos con protestas por hambre y falta de comida.
El problema es que en Venezuela la cosa se ha agudizado de tal manera que
amenaza con convertirse en un trauma social incontrolable. Sin pretender
invadir materias que no son de mi especialidad y, atendiendo a la información
que me llega por las redes, observo que,
mientras el ingreso mínimo ronda los doscientos mil bolívares, la canasta
básica está por encima del millón de bolívares. Esto, a groso modo, y tomando como ejemplo a
quienes están incorporados al trabajo formal; ni hablar de los desempleados o
excluidos.
A este oscuro escenario económico, hay que sumarle una crisis
institucional, donde la confrontación entre poderes genera el mayor clima de
inseguridad jurídica que puede haber vivido el país. Veamos lo que dice la
gente: “La fiscalía no reconoce a los magistrados del TSJ, los magistrados no reconocen a la Asamblea
Nacional, la Asamblea no reconoce al Presidente, y éste, para remediar la crisis, propone una Asamblea Nacional Constituyente
que es rechazada por la mayor parte del pueblo” Y todo esto en medio de
enfrentamientos y protestas que mantienen en vilo a todos los venezolanos. Es
difícil que así se recupere la economía
Decía Bertrand Russell, palabras más palabras menos, que en las sociedades
humanas, los problemas éticos tienen soluciones éticas, los problemas políticos
soluciones políticas y los problemas técnicos soluciones científicas. El error es
querer solucionar un problema moral científicamente, o un problema científico
políticamente. Y es aquí es donde está el detalle: la economía es una ciencia,
y si bien es cierto que la política puede apoyarla, los científicos no puedes
ser sustituidos por los políticos. Por eso, vemos que los discursos o las
medidas populistas no pueden parar la inflación. Se dice que la Constituyente
va resolver los problemas económicos, pero no se explica cómo, cuándo y con
quién. Por ahora el fracaso económico es evidente.
Esto es lo que le preocupa a la gente, y especialmente al oyente, que
mientas se habla de derecho y de política no se le dice cómo va a hacer para
conseguir comida o medicinas. Y si las consigue como va a pagarlas, si cada día
los precios suben y los sueldos se quedan igual.
Cada vez que me invitan a estas charlas, al final surge la pregunta ¿Qué hay que hacer? La respuesta es sencilla
pero la acción complicada, porque la solución está en que todos los ciudadanos
salgan a la calle a exigir acciones en favor del país, y no de parcialidades
políticas. El problema que vivimos se debe a que la mayoría dejó en manos de
los políticos el manejo de los asuntos públicos.
Voy terminar citando parcialmente A Fernando Savater, que en su libro Ética
de Urgencia, dice al respecto: “Es muy importante abrir los ojos a que somos
una sociedad cuyos asuntos públicos debemos gestionar entre todos. Se llama
sociedad por eso, porque somos socios, y no hay ninguna empresa de la que te
puedas desligar, no es conveniente dejarlo todo en manos de los ejecutivos, no
es practico ni inteligente”… Sobre la
protesta dice: “Sirve para darse cuenta de que la política no es cosa negativa,
un fastidio una pérdida de tiempo. Por un momento se dejaron escuchar frases
como: “Yo no me meto en política” “Que
mala es la política” “No, no, yo no me
quiero poner en la política” Los
ciudadanos descubrieron que si no te metes en política, más tarde o más
temprano la política se meterá contigo, que es lo que está pasando ahora, que
la política se ha metido hasta en el comedor de las personas”
Y hasta aquí, estas reflexiones, producto de una conversación con un
oyente, que quiere que le hablen más de la comida, que de la constituyente.-
¿Se perdió la democracia?
(16/07/17)
El próximo domingo 16, es decir, cuando el amable lector lea lo
que hoy escribo, es posible que se esté realizando un acto inédito en la
historia política del país, porque un importante sector de la sociedad civil
organiza una consulta popular en contra de la voluntad del Consejo Nacional
Electoral. Esto se hace invocando los artículos 333 y 350 de la Constitución
Nacional, como un acto de desobediencia civil organizada contra la actuación
del órgano electoral, que a juicio de los promotores de la consulta, ha cerrado
las salidas democráticas a la crisis que vive el país.
En la acera de enfrente, es decir, el CNE, dice que garantiza el
ejercicio de la democracia con la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente, donde los ciudadanos, según su opinión, podrán ejercer sus derechos.
No voy a repetir las razones que se esgrimen para defender o rechazar la
Convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente, porque creo que ya se ha
disertado bastante sobre esto y, hasta los más legos, conocen los motivos de
las partes. Voy a referirme más bien, a los demócratas y la democracia, porque
en medio de tanto desconcierto político, surge la tesis de que ya no hay
demócratas, y del mismo modo en que se perdió el poder adquisitivo de los
ciudadanos, también se perdió la vida democrática.
Sobre la democracia y sus valores voy a repetir lo que he escrito
en otras ocasiones, considerando que, es una conquista del hombre; una forma de gobierno donde el pueblo
deja de ser una masa que hay que gobernar, para convertirse en un sujeto que gobierna.
La democracia nació para oponerse a los gobiernos monárquicos, aristocráticos u
oligárquicos. Pero hay que aclarar que la
democracia es mucho más que elegir gobiernos, es una manera especial de vivir,
social e individualmente; ser demócrata es una actitud ante la vida.
La democracia no se agota con el acto de
votación realizado al terminar los periodos constitucionales de gobierno; la
democracia se ejerce cada día, viviendo y haciendo respetar los valores que la
sustentan. Un demócrata es un hombre libre, que respeta la igualdad por encima
de todo y practica y promueve la tolerancia.
Uno de los valores más importantes de la
democracia es la libertad; en una sociedad democrática, los ciudadanos tienen
derecho a construir y ser protagonistas de su destino, actuando dentro del
marco de la Constitución y las leyes. La vida democrática de una sociedad es
incompatible con la desigualdad y la discriminación, sea cual sea: no es
demócrata quien desprecia al otro y divide la sociedad. Por último, el demócrata
promueve la paz y la tolerancia en las relaciones de los ciudadanos por encima
del conflicto y la confrontación.
Y siempre hay que volver sobre lo que
debe entenderse por tolerancia. Con bastante acierto se afirma que lo
fundamental para la democracia es la tolerancia, esto es: “El respeto y
consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque sean
diferentes a las nuestras”. Pero hay que tener cuidado con lo que entendemos
por tolerancia. Cito unas palabras de Guillermo Hoyos: “Permanecer en pura
tolerancia puede terminar en indiferencia y frivolidad: tolero tanto al otro
que ni me interesa saber lo que piensa y lo que hace. La tolerancia se supera
en la actitud de comprensión de los puntos de vista del otro, en el pluralismo
razonable, que consiste en reconocer que los otros pueden tener otras
concepciones del bien, de la moral, de la religión y de la vida, que tengan
tanto sentido para ellos como mis propias concepciones para mí”.
Dicho lo anterior cabe preguntarse ¿Cómo
está la salud de nuestra democracia? Lo primero que puede apreciar cualquier
observador imparcial, es que el motor de la “política” no es la tolerancia sino
el odio, un sentimiento que parece arraigarse en el corazón de mucha gente, al
extremo de que consideran que la única solución a los problemas, es la
destrucción del adversario político.
En segundo lugar, y de manera
preocupante, se observa que el ejercicio de la libertad está limitado. Se
pretende que el ciudadano no piense por sí mismo y decida libremente, tiene que
alinearse ciegamente a las diferentes posiciones políticas sin derecho a
disentir, para evitar ser acusado de traición.
Por otro lado, pareciera que vivimos en
tiempos de Calicles, donde la fuerza pretende imponerse por encima de la razón,
y solo los “más poderosos” tienen derecho a gobernar y sobrevivir.
Y para terminar este apretado
diagnóstico, el respeto por el otro ha desaparecido, parece que el único
derecho es el derecho a insultar. El lenguaje político tiene como “virtud
principal” el arte de acusar y ofender.
Así la cosas, en un día como hoy, cuando
la sociedad está dividida, al extremo en que las partes enfrentadas realizan
actos electorales por separado, hay que concluir que nuestra democracia está
enferma y hay que sanarla, y el remedio lo tienen los ciudadanos en sus manos.
Considero que lo más importante de la
consulta que promueve la MUD, no está solo en demostrar quién es mayoría para
vencer, sino enviar un mensaje claro, de que el país quiere recuperar la
democracia para vivir en paz y esto tiene un solo camino, cumplir con lo que
establece la Constitución.
Volviendo a la pregunta inicial ¿Se
perdió la democracia?, el domingo se sabrá: si se impone el respeto y la
tolerancia, podrá decirse que estamos mal, pero recuperamos el camino; de lo contrario,
si la violencia impone su ley, habrá que darle la razón a quienes dicen que se
perdió la democracia.-
La
lucha por el derecho
(25/07/17)
Este
año, el Día del Abogado tuvo un
sabor especialmente amargo: la situación
del país, que reclama urgentemente la
reivindicación del Estado de
Derecho, no permitió que la fecha
se celebrara igual que en años anteriores. Los actos se
limitaron a formalidades protocolares,
donde se destacó la importancia del profesional del derecho en la lucha
por la justicia. En la Ucab, se realizó un foro dedicado a la
reivindicación de la abogacía, allí tuve
la oportunidad de compartir con los
profesores Eligio Rodríguez, Roberto Delgado y Aiskel Andrade , un espacio para
explicar, por qué, en medio de
esta turbulencia general, el derecho sigue siendo el mejor camino para
alcanzar la felicidad Social.
Las
redes sociales se encargaron de trasmitir la idea de que no había nada que
celebrar, porque el derecho, que siempre
se presenta como el sendero a la paz,
irremediablemente ha desaparecido de nuestra vida, siendo sustituido por el odio y la
violencia. Voy a dedicar este espacio
para demostrar el error de esta afirmación.
En
primer lugar, creer que el derecho es solo tarea de abogados es una
equivocación. El derecho nunca desaparecerá,
porque forma parte de la naturaleza humana: hablar de derecho no es otra
cosa que hablar de la dignidad del hombre,
que solo se alcanza cuando es respetado como una persona, es decir, un sujeto de derecho. Por lo
tanto, la lucha por el derecho, que no
es otra cosa que la lucha por la dignidad, nunca desaparecerá mientras exista
la vida humana.
Por
otro lado, creer que el derecho debe ser reino de la paz, donde el sufrimiento
esté ausente, es una ingenuidad. Decía
el Ilustre jurista alemán, Rudolf Von Ihering, que, “El que crea que los derechos se conquistan sin dolor, se
parece al que cree que los niños los trae la cigüeña. Todo lo contrario, al
igual que el parto causa dolor a la madre,
la conquista de los derechos siempre ha sido dolorida”. Lo que hoy
disfrutamos ha sido el producto de arduas luchas de quienes no se conformaron con una vida de humillación y sometimiento. Decía el
ilustre Ihering: “El fin del derecho es la paz, y el medio para logarlo es la
lucha; una lucha donde deben estar involucrados los pueblos, el poder del
Estado, los estamentos o clases y los individuos”
El
célebre jurista Uruguayo Eduardo Juan Couture Etcheverry, dicta los inmortales
mandamientos del abogado, que constituyen su hoja de ruta y lectura obligatoria
en celebraciones como la de hoy. Solo voy a referirme a dos. Dice el cuarto
mandamiento, “Lucha: Tu deber es la lucha por el derecho; pero el día en que
encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia”. Pero esto no se
refiere a la violencia irracional, es
una lucha que debe estar marcada por la lealtad, la paciencia y la tolerancia y, sobre todo, la fe.
En
efecto, dice el octavo mandamiento: “Ten fe en el derecho, como el mejor
instrumento para la convivencia humana; en la justicia, como el destino normal
del derecho; en la paz, como sustituto bondadoso de la justicia; y sobre todo,
ten fe en la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz.
Pero
como decía más arriba, la lucha por el derecho no es solo una labor de
abogados, debe ser tarea de todo ciudadano.
Voy a poner como ejemplo a Rosa Parks, una humilde costurera, que el primero de diciembre de 1955, se negó
a cederle el asiento a un hombre blanco,
y por eso fue arrestada, convirtiéndose en el detonante de un gran movimiento
por los derechos civiles en los Estados Unidos.
Por lo tanto, la lucha por el derecho es un compromiso moral, que debe asumir todo hombre ante las
humillaciones que se producen contra la
dignidad humana.
Hay
que reconocer la mala situación que estamos viviendo, sin caer en la tentación del pesimismo,
porque el verdadero derecho por el cual se lucha, no es algo que tuvimos ayer y
hoy perdimos, no, el anhelado reino de
la justicia está en el futuro y hacia allí tenemos que dirigirnos .
Esta
idea, está perfectamente reseñada en el
Libro de José Antonio Marina y María dela Válgona La Lucha por la
dignidad, donde se afirma que, “La edad
de oro de la humanidad jamás existió; aun al contrario, si en algún lugar del
tiempo fuere posible encontrarla esta se hallaría sin duda en el futuro y no en
un pasado sin nombre. Las sucesivas luchas contra la esclavitud, la discriminación racial o de género o la arbitrariedad
jurídica, demuestran contra la tentación del pesimismo, el progreso moral de
nuestra especie. Aún queda mucho por andar, pero empezamos a conocer los
mecanismos que pueden hacer realidad ese viejo anhelo de justicia Universal”
Creo
que no hay mejores palabras para celebrar el Día Nacional del Abogado en el
tiempo que nos toca vivir: el reino de la justicia está por venir; pero esto no será gratuito ni placentero,
todo lo contrario, para alcanzarlo y merecerlo hay que trabajar y sufrir.
Hay
una frase que se repite en todas las manifestaciones, ¿Quiénes somos?: Venezuela, ¿Que
queremos? Libertad. Esto hace recordara Johann Wolfgang Von
Goethe, “La libertad es como la vida, solo la merece quien sabe conquistarla
todos los días”
El
bar, las regionales y algo más
(20/08/17)
La
última película de Alex de la Iglesia, El Bar, produce opiniones divididas
entre los espectadores: para unos es un filme genial que desnuda las miserias
humanas, para otros, es mediocre y
desagradable, solo apreciable por los ultras fanáticos del director. Creo que,
sin llegar a la excelencia cinematográfica, es una buena película que mantiene
en suspenso al espectador y proyecta de
una manera especial ese pesimismo antropológico que considera que el hombre es
malo por naturaleza.
La
trama se desarrolla en un café-bar del centro de Madrid: a primera hora de la
mañana, un grupo de personas está allí desayunando; de repente, al salir uno de
ellos es asesinado y otro que quiere acercársele corre la misma suerte. Los que
quedan dentro del bar caen en la cuenta de que no pueden salir y deducen que
todos están en peligro de muerte.
El
primer sentimiento que invade a los circunstantes es el miedo por el peligro
inminente; luego aparece el desconcierto
por no entender lo que está pasando, y
posteriormente la desconfianza entre ellos. Empiezan a elucubrar, sospechando que la
tragedia que está viviendo es por culpa de
uno de ellos que arrastra a todos a la muerte.
Aparecen
las discordias, las divisiones y las agresiones, al extremo de que comienza a
eliminarse unos a otros, hasta que los pocos sobrevivientes terminan tratando
de huir por unas cloacas, que se convierten en la metáfora de una vida humana
sin moral, gobernada por la “ética” del sálvese quien pueda y al precio que
sea.
Tal
vez, la más acertada descripción de la película está en esto que dice la
crítica: “el bar es básicamente, la historia de un montón de
imbéciles haciéndose cosas horribles entre sí para escapar de una segura muerte,
muchos de ellos, literalmente, hundiéndose en la mierda”. No quiero decir que
lo anterior sea el fiel reflejo de la realidad venezolana, pero si vemos el
comportamiento de algunas personas, especialmente en la política nacional, pereciera que hay mucho “barcito” en ese
terreno.
El
debate que se desarrolla en la oposición por la participación en las elecciones
regionales, está muy lejos de lo que se conoce como política de altura: hay más
insultos, soberbia e intolerancia que argumentos y prudencia. Ni siquiera las llamadas, primarias entre “aliados” se desenvuelven con el necesario respeto de quienes dicen
formar parte de una unidad. He visto a líderes políticos sentarse juntos
amistosamente mientras no se discuten el poder, pero cuando se enfrenta para
obtener un cargo comienzan a sacarse los trapos sucios. Porque parece que en
nuestro país esa es la única manera de hacer política. ¿O será que la política
enloquece a la gente?
Y
qué decir del gobierno: promueve e instala una
cuestionada Asamblea Nacional Constituyente, promocionándola como la solución pacifica de
los problemas nacionales, y en tres semanas de funcionamiento no hay propuestas ni acciones para combatirlos; sin embargo,
ya hay varios perseguidos y detenidos, y
una pelea permanente con el Parlamento que, como solo tiene poder
formal, se está quedando en terapia intensiva.
Pero el problema no es solo la insensatez
política, la cultura ciudadana de los
habitantes está desapareciendo: no hay norma que se respete; los semáforos de
la ciudad son decorativos, la basura ya forma parte de nuestra vida, el derecho
de propiedad no existe. Y así podría
estar citando numerosos ejemplos que nos colocan en el reino de la anomia.
Estaba
terminando este artículo, cuando las redes sociales trasmitieron la imagen de
una especie de hurto o saqueo en un supermercado de Lecherías en el estado
Anzoátegui. Las escenas son patéticas: entran dos individuos y encañonan a la
propietaria e inmediatamente muchas personas, especialmente mujeres jóvenes y niños
irrumpen a la carrera tomando todo lo que encuentran. Los comentarios no se
hicieron esperan manifestando indignación, tristeza e ironía: “Así está
Venezuela” “Esta es la generación del
futuro” etc.
Sé
que comparar la metáfora de la cloaca de Alex de la Iglesia y su bar, con
nuestra situación puede ser duro e injusto con las personas que heroicamente se
comporta de manera civilizada en medio de esta barbarie. Pero callar no es el
mejor remedio; no podemos acostumbrarnos a una realidad que nos está destruyendo:
la economía se puede recuperar, las instituciones pueden mejorar si se
soluciona la crisis política, pero ¿cómo sanar las heridas que se le han
causado a la moral ciudadana? Esto va a ser mucho más difícil y es posible que
necesitemos más de una generación para lograrlo.
Como
dije al principio, las opiniones sobre El bar están divididas. A mi esposa
le pareció una de las cosas más horribles que ha visto últimamente. Y la verdad
es que la película no es la apología de
la ternura y la belleza, ni puede
considerarse como candidata a los concursos cinematográficos, pero toca lo que
algunos no quieren tocar: las miserias humanas. Que existen y lamentablemente
entre nosotros, se están reproduciendo constantemente a todos los niveles.-
La
política: el reino de las mentiras
(27/08/17)
Al
leer el artículo de Alois Riklin Ética y Política, queda la idea de
que una de las cosas más perversas que ha producido la humanidad es eso que hoy
se conoce como “la política como profesión” Es decir, ejercer la política como
sustento económico de la vida. Y debo aclarar que, constantemente he repetido
la afirmación de Aristóteles de que el hombre es un animal político, porque
estoy de acuerdo en que el ciudadano actual debe involucrarse activamente en
los asuntos públicos, para contribuir al
mejoramiento de la vida social; Eso es una cosa, y otra muy diferente es
pretender dirigir a una sociedad a base de manipulaciones mentirosas y falsas
promesas. A eso se refieren estas
líneas.
La
incursión al pensamiento de Riklin no es producto de la frustración por el
momento que vive el país, sino una reflexión serena sobre la lectura de un
trabajo que pretende iluminar la oscuridad que reina en el mundo político. La
tesis en cuestión, divide el problema en tres temas que denomina, los tesoros
de la ética política en la civilización occidental; estos son: Ética política
orientada a las personas, ética política orientada a las instituciones y ética
política orientada a los resultados.
La
ética personalista parte de la idea de que lo importante son los hombres, como
decía William Penn: si los políticos son buenos, consiguen imponerse aunque las
instituciones sean malas; pero si son malos, tampoco las buenas instituciones
sirven para nada.
La
ética de las instituciones no confía absolutamente el timón del destino social
a la bondad de los hombres, sino que se ocupa de controlar la maldad humana,
sobre todo la que produce los abusos de poder. Y así aparece los grandes
inventos de la humanidad: las leyes, la constitucionalización de la vida
social, la división de los poderes etc.
Por
último se analiza la ética de los resultados, que considera como bondad
política la que produce el mayor beneficio a las personas: “¿De qué sirven los
catálogos de virtudes, y las construcciones institucionales cuando, no
obstante, producen unos resultados cuestionables?” En efecto, de nada vale
tener excelentes líderes y la mejor constitución del mundo si el pueblo vive sumergido en la pobreza.
Lo
ideal sería un equilibrio entre políticos virtuosos, solidas instituciones y
buenos resultados, cosa difícil de encontrar
en la realidad nacional: los políticos están altamente cuestionados y
difícilmente puede ser vistos como hombres virtuosos; las instituciones están
en estado ruinoso: no se cumplen las leyes, ni cree en el funcionamiento de los
órganos de la administración, legislación o jurisdicción; y que decir de los
resultados, la gente está pasando trabajo como se dice coloquialmente.
No
hace falta ser un genio para saber que la gestión política nacional ha
fracasado. Sin embargo, esta realidad no se quiere reconocer y se apela constantemente
a la mentira, tanto por el gobierno como por la oposición. Y eso se debe a la
cuestionada manera de hacer política donde la verdad es constantemente
sacrificada por la conveniencia.
Riklin termina su artículo concluyendo entre
otras cosa lo siguiente: “Cuando más penetramos en los problemas de la ética
política tanto más se convierte nuestra indagación en el cuento de nunca acabar
y nos sorprendemos pensando en la distinción vulgar entre ciencia, filosofía y
política. Ciencia es cuando alguien, con los ojos vendados, busca un gato negro
en una habitación oscura. Filosofía es cuando alguien con los ojos vendados
busca un gato negro en una habitación oscura donde no hay ningún gato. Ética
política es cuando alguien, con los ojos vendados buscan un gato negro en una
habitación donde no hay ningún gato y, sin embargo, exclama ¡lo tengo!”
Ese
es el gran problema, el “gato” no existe. Por eso, cada vez que me acerco a la
ética política, regreso a la filosofía donde se duda pero no se engaña. No queremos
reconocer la tragedia de nuestra civilización occidental, que hipócritamente se
empeña en ocultar que su principal ocupación es el asesinato y el engaño como
acertadamente señala Ambrose Bierce.
Así
están las cosas en nuestro país y en el mundo ¿Qué posibilidades tenemos de
sobrevivir? Sobre este tema escribiré en próximos artículos.
Conclusión
Hasta
aquí la recopilación de las meditaciones. Es posible que algunas ideas se repitan
y se presenten contradicciones, porque he sido fiel al sentimiento del momento.
Hoy las cosas no pintan bien para el país: la realidad parece reírse de lo
absurdo de la conducta humana y especialmente el desacierto político. Venezuela
se ha convertido en un país donde solo impera la lógica de la supervivencia:
solo se piensa en sobrevivir, cuando una política racional podría convertirla
en un país competitivo que nada tendría que envidiarle a los países vecinos que
ahora se lleva a su gente especialmente a sus talentos.