La sociedad venezolana está seriamente afectada por la
desesperanza. Cada día aumenta el número de personas convencidas de que todo
está perdido irremediablemente. A pesar de los esfuerzo por levantar el
ánimo y ser optimista, hay una frase que
se escucha por todos los rincones “Esto no tiene remedio”. Y más allá de las
opiniones, hay hechos que revelan una realidad: la gente, no solo se va del
país, sino que se desentiende del destino de Venezuela, porque no cree que
existan razones para esperar su recuperación.
Reflexionando sobre el valor de la esperanza en tiempos de
crisis, estuve releyendo la segunda Encíclica
del Papa Benedicto XVI Salvados
por la esperanza (Spe Salvi). Un texto, que viniendo de quien en aquel
momento ocupaba el cargo de máxima autoridad en la Iglesia Católica, tiene una
elevada carga teológica, pero además, hace una
profunda reflexión histórica, antropológica y política, con la que se
puede estar de acuerdo o desacuerdo total o parcialmente, pero nos sirve para
reflexionar sobre las dificultades de la vida del hombre en la actualidad.
Sin pretender hacer una
interpretación profunda de la Encíclica, me llama la atención, que en medio de
un contexto tan materialista como el actual,
presenta a la esperanza cristiana como la única que puede dar sentido a
la vida del hombre, que se encuentra descorazonado y desorientado ante el
fracaso de las grandes utopías.
En efecto, el progreso científico, que ha ofrecido
indiscutibles ventajas al bienestar humano, no ha sido suficiente para
garantizar al hombre una existencia digna. Las ofertas políticas como el
neoliberalismo o el socialismo han fracasado y se empeñan tercamente en no reconocerlo,
insistiendo en imponer una forma de vivir que produce mucho sufrimiento. Ante
esto, vemos como el hombre busca consuelo en la espiritualidad, y parece que se
cumple la profecía de André Malraux: “El
siglo XXI será el siglo de la religión o no será en absoluto”.
Benedicto XVI está consciente de la importancia del progreso
de la ciencia, o los análisis de Marx sobre los problemas económicos, pero considera
que eso no es suficiente, porque “las estructuras son necesarias, pero no son capaces
resolver los complejos problemas humanos”
La esperanza cristiana no es una fantasía que cree que las dificultades de este mundo se van a
resolver por arte de magia, y no hay que preocuparse por esta vida, porque lo importante
es ganar el cielo; no: la esperanza es el
motor del esfuerzo humano, todo proyecto, empresa o trabajo, solo es posible si
va acompañado con la fuerza que da la ilusión de alcanzar el éxito.
Pero a donde quiero llegar, al referirme a la Encíclica, es
que el Papa exhorta a que los apóstoles de la Iglesia estén comprometidos con
la esperanza y sean sus promotores, porque no se puede ser generador de lo que
no se tiene. Y estamos observando con preocupación que hay muchos padres y
maestros que no educan para la esperanza.
En los muchos centros educativos, especialmente en las universidades,
hay profesores que afectados por la situación que viven, se convierten en
promotores de desaliento. En efecto, expresa o tácitamente pregonan una especie de nihilismo, y le trasmiten
a sus alumnos la idea de que nada tiene sentido, y cualquier tarea que se
quiera emprender, en este momento y en este país, está condenada al fracaso.
Esto es muy grave, porque la pasión por la docencia se está
perdiendo y eso se aprecia en las aulas de clase. El análisis de la situación social, se queda
solo en el diagnóstico del mal sin invitar a buscarle soluciones. Y poco a poco nos encontramos que además de los
problemas comunes, se está formando a una
generación que no cree en el país, y busca su futuro fuera de todo lo que se
conoce como la venezolanidad. Si no se ataja esto, a corto plazo Venezuela perderá a toda una
generación.
No se puede pretender una dictadura de las ideas, y que la
gente no piense libremente, pero hay cargos donde el compromiso con la
esperanza es obligatorio. El director
técnico de un equipo, ante la dificulta de enfrentar a un adversario que es
superior, no puede decir a sus jugadores que se olviden de ganar y de antemano se conformen con la derrota. Si hace esto no
sirven como Director. Los equipos pequeños, cuando salen a jugar con los
grandes están conscientes de sus limitaciones, pero no descartan que la
victoria es una opción. Y en eso es muy importante el mensaje de su Director.
En este momento, los maestros, más que transmitir
conocimiento tienen que educar para la esperanza. Cada vez que entren a una
clase deben estar conscientes del elevado compromiso que tienen con sus estudiantes: hay que convencerlos de
que la vida siempre ofrece la posibilidad de vencer los obstáculos.
Hoy estamos en un momento en que cobra gran importancia lo que dice el Concilio Vaticano II en la Encíclica
Gaudium et spe: “Se puede pensar con toda razón que el futuro de la humanidad
está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para
vivir y razones para esperar”.
De eso se trata. Y estoy convencido de que los jóvenes entenderán
perfectamente el mensaje. El pasado
lunes terminaba las clases de Filosofía del Derecho hablando de este tema, y se
me acercó un alumno para recordarme la frase
de Cortázar: “La esperanza pertenece a la vida; es la vida
defendiéndose”.