domingo, 7 de mayo de 2017

La biblioteca de mi padre



El pasado viernes fue el cumpleaños de mi padre. Si hubiera estado con nosotros seguramente lo hubiéramos  celebrado en familia, compartiendo con los amigos su amena conversación  y sus interpretaciones musicales, porque que  su guitarra siempre daba un toque especial  al día 5 de mayo. Mis hermanos se encargaron  de que su imagen estuviera presente  en los espacio de  las direcciones electrónicas familiares. Yo, cumplí con el ritual de manosear  nuevamente sus libros, y entre  ellos, específicamente en el tomo X de las Obras Completas e Miguel de  Unamuno,  encontré un artículo publicado el 21 de noviembre de 1920, titulado La biblioteca de mi padre,  allí el ilustre filósofo  rinde culto al lugar donde se formó parte importante de su espíritu.

Al leer el artículo, descubrí algunos elementos comunes  entre aquella biblioteca del padre del autor  y la que nos dejó mi padre, como testimonio de lo que  fue su vida; biblioteca que, a mi manera de ver,  es el centro de la  casa paterna. Por eso me animé a escribir estas líneas.

Debo comenzar diciendo que mi padre no tenía carrera universitaria, porque desde los 14 años tuvo que trabajar para enfrentarse a la vida. No obstante, como amante de la música y la literatura, poco a poco fue formando una biblioteca doméstica, que cuenta con varios centenares de libros comprados a lo largo de su vida, donde se puede ver su itinerario espiritual.

Federico García Lorca, Antonio Machado, Rubén Darío y Andrés Eloy Blanco,  entre otros, ocupan los estantes de la poesía;   en otro lugar está la filosofía, desde los griegos hasta los existencialistas;  también están allí las crónicas históricas o los forjadores del mundo moderno. Y como no, la literatura, con los infaltables  Shakespeare  o Cervantes,  así como como  los Bestsellers  que el comercio editorial publica todos los años. Todos  esos libros son  testigos de largos años de consulta y entretenimiento.

Repito, es una  biblioteca doméstica, que fue formando durante años un hombre que culturalmente se hizo a sí mismo; que no tuvo la oportunidad  de ir a la universidad a estudiar letras, pero tenía una pasión por ellas,  como lo evidencia el hecho que, el nombre sus hijos, Gustavo Adolfo y Andrés  Eloy,   pretende rendir honor a  los grandes poetas que inspiraban sus momentos de lectura. 

Allí está el primer libro que leí en mi vida: una versión resumida de la obra Cazadores Blancos  de Al Junter,  publicada en una recopilación de Selecciones de Rader´s Digest. Así comenzó mi interés por la lectura, que se lo debo indiscutiblemente a mi padre.

Hoy, los maestros se quejan de que los jóvenes no leen. El problema es que no los enseñan a leer.  Una cosa es aprender las letras y el significado de las palabras,  y otra,  muy diferente, hacer que el  joven “se sumerja en el libro”. Para leer hay que tener una disciplina mental y saber concentrarse en un solo objeto: el libro. Esto es muy difícil para el hombre de este tiempo,  que está pendiente de muchas cosas a la vez: el teléfono, la televisión, la  música etc.  La lectura no es fácil  para personas desconcentradas y,  peor aún,  para  los jóvenes que están  acostumbrados desde pequeños a las imágenes y a los videos juegos.

Mi padre tenía una estrategia para inducir a leer: echaba un cuento sobre la trama del libro, dejando siempre una incertidumbre misteriosa que inmediatamente atrapaba. Claro,  debo reconocer,  que en tiempos en que no existía la televisión, la lectura era en muchas ocasiones la única opción de entretenimiento.

Hace algo más de un año, me comentó un amigo, que vino de visita al país un profesor de una universidad madrileña,  y cuando lo invito a cenar a su casa le dijo: es la primera casa donde veo libros.  Es así,  lamentablemente las bibliotecas domesticas están desapareciendo, muchas veces por obra de sedicentes decoradores,  que pretenden borrar la historia familiar para imponer las nuevas reglas ornamentales.

Había pensado escribir un  artículo sobre algo que está en el tapete y parece que no se conoce: el Poder Constituyente. Pero el cumpleaños de mi padre me obligó  a acercarme a su biblioteca y abrir aleatoriamente algunos libros. Allí me encontré  con  los versos de Rubén Darío que sobre la vida y el destino dicen: “Dichoso el Árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Y el espanto seguro de mañana estar muerto. Y sufrir por la vida y por las sombra, y por lo que no  conocemos y apenas sospechamos,  y la carne que tienta con sus frescos racimos y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos. Y no saber a dónde vamos ni de dónde venimos”

Eso me dijo hoy  la biblioteca de mi padre,  a la que  debo parte importante de lo que he aprendido y de lo que he soñado. Gracias papá.  (twitter @zaqueoo)