domingo, 26 de marzo de 2017

El compromiso con la esperanza en tiempos de desaliento



La sociedad venezolana está seriamente afectada por la desesperanza. Cada día aumenta el número de personas convencidas de que todo está perdido irremediablemente. A pesar de los esfuerzo por levantar el ánimo  y ser optimista, hay una frase que se escucha por todos los rincones “Esto no tiene remedio”. Y más allá de las opiniones, hay hechos que revelan una realidad: la gente, no solo se va del país, sino que se desentiende del destino de Venezuela, porque no cree que existan razones para esperar su recuperación. 
Reflexionando sobre el valor de la esperanza en tiempos de crisis, estuve releyendo la  segunda Encíclica del Papa Benedicto XVI  Salvados por la esperanza (Spe Salvi). Un texto, que viniendo de quien en aquel momento ocupaba el cargo de máxima autoridad en la Iglesia Católica, tiene una elevada carga teológica, pero además, hace una  profunda reflexión histórica, antropológica y política, con la que se puede estar de acuerdo o desacuerdo total o parcialmente, pero nos sirve para reflexionar sobre las dificultades de la vida del hombre en la actualidad.
Sin pretender hacer  una interpretación profunda de la Encíclica, me llama la atención, que en medio de un contexto tan materialista como el actual,  presenta a la esperanza cristiana como la única que puede dar sentido a la vida del hombre, que se encuentra descorazonado y desorientado ante el fracaso de las grandes utopías.
En efecto, el progreso científico, que ha ofrecido indiscutibles ventajas al bienestar humano, no ha sido suficiente para garantizar al hombre una existencia digna. Las ofertas políticas como el neoliberalismo o el socialismo han fracasado y se empeñan tercamente en no reconocerlo, insistiendo en imponer una forma de vivir que produce mucho sufrimiento. Ante esto, vemos como el hombre busca consuelo en la espiritualidad, y parece que se cumple  la profecía de André Malraux: “El siglo XXI será el siglo de la religión o no será en absoluto”.
Benedicto XVI está consciente de la importancia del progreso de la ciencia, o los análisis de Marx sobre los problemas económicos, pero considera que eso no es suficiente, porque “las estructuras son necesarias, pero no son capaces resolver los complejos problemas humanos”
La esperanza cristiana no es una fantasía que cree que  las dificultades de este mundo se van a resolver por arte de magia, y no hay que preocuparse por esta vida, porque lo importante es ganar el cielo; no: la esperanza  es el motor del esfuerzo humano, todo proyecto, empresa o trabajo, solo es posible si va acompañado con la fuerza que da la ilusión de alcanzar el éxito.
Pero a donde quiero llegar, al referirme a la Encíclica, es que el Papa exhorta a que los apóstoles de la Iglesia estén comprometidos con la esperanza y sean sus promotores, porque no se puede ser generador de lo que no se tiene. Y estamos observando con preocupación que hay muchos padres y maestros que no educan para la esperanza.
En los muchos centros educativos, especialmente en las universidades, hay profesores que afectados por la situación que viven, se convierten en promotores de desaliento. En efecto, expresa o tácitamente  pregonan una especie de nihilismo, y le trasmiten a sus alumnos la idea de que nada tiene sentido, y cualquier tarea que se quiera emprender, en este momento y en este país, está condenada al fracaso.
Esto es muy grave, porque la pasión por la docencia se está perdiendo y eso se aprecia en las aulas de clase. El  análisis de la situación social, se queda solo en el diagnóstico del mal sin invitar a buscarle soluciones. Y  poco a poco nos encontramos que además de los problemas comunes, se  está formando a una generación que no cree en el país, y busca su futuro fuera de todo lo que se conoce como la venezolanidad. Si no se ataja esto,  a corto plazo Venezuela perderá a toda una generación.
No se puede pretender una dictadura de las ideas, y que la gente no piense libremente, pero hay cargos donde el compromiso con la esperanza es obligatorio.  El director técnico de un equipo, ante la dificulta de enfrentar a un adversario que es superior, no puede decir a sus jugadores que se olviden de ganar y de antemano  se conformen con la derrota. Si hace esto no sirven como Director. Los equipos pequeños, cuando salen a jugar con los grandes están conscientes de sus limitaciones, pero no descartan que la victoria es una opción. Y en eso es muy importante el mensaje de su Director.
En este momento, los maestros, más que transmitir conocimiento tienen que educar para la esperanza. Cada vez que entren a una clase deben estar conscientes del elevado compromiso que tienen  con sus estudiantes: hay que convencerlos de que la vida siempre ofrece la posibilidad de vencer los obstáculos.
Hoy estamos en un momento en que cobra gran importancia  lo que dice el Concilio Vaticano II en la Encíclica Gaudium et spe: “Se puede pensar con toda razón que el futuro de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar”.
De eso se trata. Y  estoy convencido de que los jóvenes entenderán perfectamente el mensaje.  El pasado lunes terminaba las clases de Filosofía del Derecho hablando de este tema, y se me acercó un alumno para recordarme la frase  de Cortázar: “La esperanza pertenece a la vida; es la vida defendiéndose”.