domingo, 28 de enero de 2018

La muerte encefálica y sus problemas (I)


Uno de los problemas que causa insomnio a los estudiosos del derecho, es la situación  jurídica en que se encuentran las personas afectadas por muerte encefálica. Esta, ha sido definida por la ciencia médica, como el cese irreversible de las funciones cerebrales en el hombre. En consecuencia, no tiene conciencia, no piensa, no habla no puede alimentarse; consideran los médicos que en esta situación,  aunque respire y conserve algunas funciones, la persona está irremediablemente muerta, y así debe ser declarado legalmente.   
En Venezuela, el artículo 25 de la Ley Sobre la Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células en Seres Humanos, establece: “Para los efectos de esta Ley, la muerte según criterios neurológicos, podrá ser establecida en alguna de las siguientes formas: 1. La presencia del conjunto de los siguientes signos clínicos: a. Coma o pérdida permanente e irreversible del estado de conciencia. b. Ausencia de respuesta motora y de reflejos a la estimulación externa.  c. Ausencia de reflejos propios del tallo cerebral. d. Apnea. La muerte encefálica, según criterios clínicos neurológicos, se establece legalmente, cuando así conste en declaración certificada por tres médicos o médicas que no formen parte del equipo de trasplante.”

Ahora bien, ¿la muerte  encefálica puede tener el mismo efecto jurídico, que el cese absoluto de funciones vitales, como ocurre con lo que podríamos denominar la muerte pura y simple? Aquí las opiniones están divididas. Hay quienes consideran que si,  y en consecuencia, desde el momento en que se declara la muerte encefálica, los poderes otorgados por la persona cesan, del mismo modo que su condición de parte en los juicios, e inclusive,  debe abrirse el proceso sucesoral. Pero por otro lado,  hay quienes rechazan esta tesis, y consideran que debe aplicársele un régimen jurídico parecido al de los entredichos o inhabilitados, designando  tutores o curadores al “paciente” hasta que muera definitivamente. Pero la cosa no es tan sencilla como parece, y para demostrarlo, voy a citar el caso de la mujer que estaba hospitalizada con un diagnóstico de muerte cerebral y fue embarazada por un camillero del hospital.

De manera resumida y,  sin identificar a las partes,  les cuento que, una mujer que a  consecuencia de un accidente de tránsito quedo “muerta cerebralmente”, sorpresivamente para sus familiares,  “salió en estado” como se dice coloquialmente,  porque un camillero del hospital tuvo un ayuntamiento carnal con ella. Descubierta la situación,  la Fiscalía del Ministerio Público  acusó al camillero de violación,  y en una sentencia absurda e incomprensible para el ciudadano común, pero con cierta lógica, desde el punto de vista jurídico, el tribunal lo absuelve, con el argumento de que no se puede violar a una persona muerta. Voy a citar parcialmente la sentencia
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“En el caso concreto, el delito de violación impropia prevé como bien jurídico la libertad sexual, y la libertad sexual solamente puede tenerla una persona viva…  En el caso se trata de una persona que la Ley General de Salud, en el Artículo 343, precisa que está muerta porque tiene muerte cerebral. Si la persona tiene muerte cerebral, no tiene potencialidad para ejercer su libertad sexual. Y si no tiene potencialidad para ejercitar su libertad, entonces no existe bien jurídico tutelado…  “Este Tribunal, obviamente, no está de acuerdo con la conducta del imputado El señor tuvo ayuntamiento carnal con alguien que jurídicamente se considera muerta. La misma Ley General de Salud, en el Artículo 346 precisa que a los cadáveres se les debe el máximo respeto. En congruencia con esto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en Tesis Visible 236801, ha señalado que estas conductas se tratan de profanación de cadáveres, pero no actualizan una violación. No se pasa por alto que en la Quinta Época se hablaba de que la muerte era la extinción de todas las funciones vitales. Sin embargo, el conocimiento de la ciencia en la actualidad, hoy por hoy, se habla de que la muerte de una persona se considera con la sola extinción de la función cerebral. En consecuencia, por mayoría de votos, se dicta veredicto absolutorio…” (Fin de la Cita)

Esta decisión, que a la luz del legalismo básico puede considerarse acertada, deja muchas dudas al respecto. No voy a discutir los avances de la ciencia médica, y si ella dice que la muerte encefálica o cerebral, equivale a la muerte definitiva, no pienso polemizar en este tema. El problema es que en el derecho hay una diferencia entre la persona física de carne y hueso y el sujeto de derecho a  quien el ordenamiento reconoce la titularidad de derechos y deberes. No pretendo explicar aquí le teoría de la imputación de Kelsen (muy criticado y poco leído) solo colocar el acento en la duda, para llamar a atención sobre la magnitud del problema.

El tribunal considera que el imputado debe ser absuelto, porque no puede ser condenado por violar a un cadáver; de acuerdo, pero los cadáveres no quedan embarazados, por lo tanto,  el argumento no puede ser aplicado con tanta exactitud al caso concreto; tampoco me gusta la explicación de que no se ha violado el bien jurídico tutelado,  que en este caso, es la libertad sexual, porque tener ayuntamiento carnal con una persona que no puede expresar su voluntad, sobre si acepta o rechaza el acto, más que un eximente debería ser un agravante.

No discuto la tesis de que toda representación de una persona a quien se le ha diagnosticado muerte encefálica debe cesar, pero hay funciones que permanecen y son inherentes a la esencia de lo humano, como es, en el caso que nos ocupa, la de procrear. No es posible definir a una persona humana si nos colocamos solamente desde el punto de vista de su realidad física. Como decía Recasens: “… la persona humana no es una cosa, sino que es algo solo comprensible a la luz de una idea ética, o,  mejor dicho, de los valores y su realización, especialmente de los valores éticos”.

La semana pasada,  algunos amigos abogados, me sugirieron en los pasillos de los tribunales, que escribiera más sobre los problemas del derecho. Cumplo con dejar este tema para la reflexión,  y por eso acompañé el titulo con el número (I),  porque la cosa continuará. (twitter @zaqueoo)  




El televisor de la discordia

Los conflictos humanos muchas veces se producen por cosas absurdas. Esto fue lo que le pasó a un vecino de esta querida Ciudad Guayana, por  querer ser el primero en disfrutar de la televisión a color en su barrio. En efecto, cuando se iniciaba la década de los años setenta, en Venezuela no había trasmisiones de televisión a color, teniendo que conformarse los televidentes con ver las cosas en blanco y negro. Más o menos, entre los años 72 y 73,   comienzan a llegar al país los primeros televisores a color que, demás está decir, no estaban al alcance de todo el mundo. Por eso, en 1974, el  entonces presidente de la república Carlos Andrés Pérez, decidió prohibir las trasmisiones  de televisión a color, hasta que todos los venezolanos pudieran tener un  aparato a colores.

Pero como siempre ocurre ante las prohibiciones legales, el ingenio humano se las arregla para evadirlas. Y así los técnicos inventaron unos filtros que permitían ver la televisión  a color, para escapar de aquella orden dictatorial,  que obligaba a todos a ver las cosas en blanco y negro. Esto llegó  a oídos del vecino arriba mencionado, que no escatimó en gastos ni esfuerzos hasta que se compró un “televisor a color con filtro”.

La llegada del televisor a la casa fue un acontecimiento familiar y vecinal: de la noche a la mañana el hombre se convirtió en el personaje más importante del barrio, porque en algunas ocasiones sacaba el mágico aparato al porche de la casa, para que los vecinos disfrutaran  de la pantalla a color.  Así, sus amigos colindantes, vieron  el combate entre George Foreman y Mohamed Alí,  el 30 de octubre de 1974 en Kinsasa (Zaire), y muchos otros eventos míticos de aquella década, en que se pasaba trabajo, pero no se sufría tanto como ahora.

Pero la cosa se complicó cuando la esposa se quejó, diciendo que “ese no podía ser el televisor del pueblo”.  Entonces  se acabaron las “sesiones nocturnas de televisión a color al aire libre” quedando el aparato para el uso exclusivo de la familia en la sala de la casa. Desde ese momento, el apreciado vecino fue visto como un ser  egoísta y desconsiderado,  que no merecía ni el saludo de quienes antes eran sus amigos.

Pero los problemas del televisor no terminaron allí, porque  a pesar de que solo había dos canales, no había acuerdo familiar para que todos vieran el mismo programa al mismo tiempo. Y así empezaron las  peleas entre los hijos, la esposa y su marido, cosa que hizo que este se enojara  y se llevara el televisor a su cuarto para disfrutarlo él solo. Las relaciones se hicieron tan tensas que hasta la abuela un día exclamó: “Bendito televisor, en mala hora lo trajeron a esta casa”

Así siguieron las cosas en una sociedad dividida entre los pocos que tenían estos televisores a color “ilegales” y los ciudadanos honestos que seguían su programación en blanco y negro. La situación llegó a su fin, cuando en 1979 el gobierno de Luis Herrera  levantó la prohibición,  y en los 80 comenzaron las transmisiones de televisión a color. Entonces el mercado se llenó de todo tipo de marcas, que se vendían a los ciudadanos de a pie,  a crédito y con grandes facilidades de pago.

Como puede ver el lector, este domingo cambié el estilo: del artículo de opinión tradicional,  pasé a este articuento, basado en un hecho real,  maquillado con toques de ficción, para reflexionar sobre lo que nos divide y no nos permite vivir en paz. Según la abuela  de la anécdota,  la culpa fue del televisor  que sembró la discordia,  convirtiendo al buen padre y vecino en un ser más despreciable que el avaro de Dickens. Pero la conclusión no es tan fácil: las cosas no son buenas ni males,  lo perverso sale de los corazones de los hombres que siempre buscan excusas para no reconocer su incapacidad para controlar la avaricia, la envidia o el odio,  que es lo que verdaderamente hace daño.

Si los jóvenes de hoy se molestan en leer este  artículo hasta el final,  y están viendo la televisión al mismo tiempo, entérense de que en el pasado las imágenes a color estuvieron prohibidas por motivos sociales, -según dice la historia-  cosa que en aquellos tiempos trajo sus problemas. Hoy todo eso está superado por la revolución tecnológica, que nos regala la posibilidad de poder disfrutar de cientos de canales por cable con alta definición y hasta en tercera dimensión. El problema es que la tecnología no nos ayuda a corregir las bajas pasiones del hombre: llegó la televisión a color pero la discordia permanece, y parece que es para siempre.- (twitter @zaqueoo)




Sobreviviendo

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española,  la palabra sobrevivir significa: 1ª Vivir después de la muerte  o de un determinado suceso o 2ª  Vivir con  escasos medios o en condiciones adversas. Esta palabra se ha convertido el algo común en el saludo de los venezolanos en este comienzo de año. Ante la pregunta o formula de cortesía ¿cómo está usted? la repuesta que se generaliza es “sobreviviendo”. E independientemente de que se conozca en detalle  lo que dice el diccionario, la palabra refleja la realidad, porque ciertamente la gente está viviendo en condiciones  muy dificultosas.

La inflación desbordada y alocada, además de poner en peligro la existencia de muchas personas, que se ven privadas de lo indispensable como es la comida, está acabando con la forma de vida de mucha gente, especialmente de los profesionales. Me decía un contertulio universitario que  en este momento es difícil que el salario de un profesional alcance para cubrir la canasta básica, y eso explica que se vayan a otros países o se dediquen a hacer cosas diferentes a la carrera que han estudiado, generándose un grave problema tanto individual como social.

La profesión es mucho más que una solución para resolver el problema económico. Dice José Francisco Juárez Pérez,  en la presentación a una publicación de la Universidad Católica Andrés Bello, sobre ética profesional que, “la profesión es un modo de vida que busca el perfeccionamiento constante del ser humano a través de la ética y los valores” .Esto es lo que distingue el auténtico desempeño del profesional de la simple rutina de trabajo que busca obtener recursos de cualquier manera para poder sobrevivir.  El ejercicio de la profesión le da sentido a la vida del profesional; sentido que se pierde cuando tiene que dedicarse a otra cosa.

Pero además del problema individual,  los profesionales cumplen una importantísima función social al colocar su experticia al servicio de los problemas de la gente. La sociedad necesita médicos que curen enfermedades, ingenieros que construyan, abogados que legislen y defiendan adecuadamente a los justiciables etc. En consecuencia, cuando la profesionalización está en peligro de desaparecer, como ahora está ocurriendo,  la vida social está en peligro, porque no se garantiza el derecho de acceso a los avances de la ciencia. Esto no es una especulación tremendista, es un problema real que tiene que atenderse de inmediato.

Y lo más grave es que,  en general, más allá de lo profesional,  el trabajo del hombre, que desde tiempos inmemoriales ha sido la forma de “ganarse el pan” ha perdido su valor,  afectando seriamente tanto la economía como la moral social. La mayor tragedia que puede sufrir un pueblo, es que su gente no pueda vivir con  el producto de su trabajo.  Así estamos y no se ven soluciones por ninguna parte; vivimos en un laberinto donde es difícil orientarse para alcanzar la salida.

Por eso, volviendo al principio, todos estamos sobreviviendo, tratando de continuar la vida en medio de dificultades que cada día aprietan más. El peligro es la resignación; acostumbrarse a sufrir sin luchar para salir de la adversidad. Entiendo perfectamente  que hoy se piense primero en el problema personal y después en el social, aunque es difícil separarlos, porque solo en una sociedad que funciona puede haber bienestar individual. Y por aquí puede estar la solución aunque suene utópica: solo el despertar del espíritu del pueblo puede revertir la tragedia.

Independientemente de sus miembros, los pueblos tienen unos rasgos comunes e inmutables que constituyen una característica o espíritu nacional. Venezuela también los tiene, y hay que buscar allí. El despertar del pueblo no tiene nada que ver con guarimbas o saqueos, es una acción colectiva que obligue a colocar los intereses de la gente por encima de todo. Las necesidades están claras y las prioridades también. Hay que cambiar el tiempo de las palabras por el de las soluciones y llegar a acuerdos nacionales sobre lo urgente.

Hoy quiero ser muy parco para no caer en la banalidad o en la demagogia: estamos sobreviviendo y tenemos que remar todos para que la calamidad termine. Ese es el deseo,  cambiar de verbo, porque todos los venezolanos –más que sobrevivir- tenemos derecho a vivir.-  (@zaqueoo)













No es un mundo para viejos



El irrespeto juvenil fue uno de los primeros temas de tertulia en este inicio de año. Tomando un café con el Padre Sabino, comentamos el caso del profesor uruguayo que renunció a su trabajo porque no soportó el irrespeto de los alumnos hacia su persona. El docente cuenta su amarga experiencia por las redes sociales, y el asunto se volvió “viral” cuando otros comienzan a contar experiencias similares difíciles de creer a una mentalidad tradicional,  que ve con asombro que, en las aulas universitarias, se ha instalado la “costumbre” de que los alumnos, en vez de atender al profesor se dediquen a  consultar o enviar mensajes por el celular, en claro irrespeto a la persona del docente  y a la enseñanza académica que parece importar poco o nada.

Pero el problema no es solo que el respeto como valor moral esté desapareciendo de la vida  del hombre de hoy, lo más grave, es que muchas personas, e inclusive un sector de la intelectualidad pretenden justificarlo,  hasta llegan a verlo como algo normal.
En más de una ocasión, ante el lamento de que no se respetan ni las leyes ni a las personas, aparece quien pretende justificar la situación, diciendo que se vive un nuevo tiempo que no se comprende. Dicen que hoy,  la libertad está por encima de la autoridad; por lo tanto, exigirle al hombre contemporáneo que sacrifique su felicidad y su vida,  por respetar un conjunto de valores tradicionales  en los que no cree, es algo absurdo.  Y para defender esta tesis se invocan ideas  tomadas de la Modernidad liquida de Bauman, o la Civilización como Espectáculo de Vargas Llosa

Así las cosas y volviendo al mundo universitario, consideran estos defensores de las “relaciones liquidas”, que a los jóvenes de hoy  hay que enseñarle lo que les interesa,  -y entretenga- , añadiría yo. Y si el profesor los aburre con La Caverna de Platón o la Ética Nicomaquea de Aristóteles, que acepte su fracaso, por no entender, lo que decía Nietzsche en su obra  Así hablaba Zaratustra: “Pobre viejo, no se ha enterado de que Dios ha muerto”
Estas ideas “postmodernistas” me hacen pensar que debería cambiar la enseñanza de la Filosofía o Historia de las ideas jurídicas, por materias como La cultura del rock o La filosofía del Futbol, que no me desagradan y ya he preparado un borrador de programa. El problema es que, sigo siendo un hombre viejo; un hombre que, siguiendo parcialmente a Kant, cree que la libertad sin respeto no existe, porque precisamente, solo hay derechos donde la libertad de unos se armoniza con la libertad de otros, bajo la tutela de una ley universal. Lo demás son inventos para justificar el individualismo anárquico y posesivo.

Cuando regresé a mi casa después tertulia reflexiva que comenté al principio, por la tele estaba pasando la película de los hermanos Coen  No es un país para viejos. La trama se basa en la novela homónima del escritor estadounidense Cormac McCarthy: un autor seco y minimalista, que de manera cruda,  retrata las miserias del drama humano. Al final de la película, después de presentar las  aventuras o desventuras de personajes perversos y sin valores, que no se detienen ante nada por un maletín de dólares, se reúnen dos viejos policías hablando de este desastre, y uno le pregunta al otro -palabras más palabras menos-  ¿Cuándo empezó todo esto? Y El otro contestó: “Cuando los muchachos dejaron de decir, Señor y Señora”.

Creo que la idea está clara: guste o no guste, cuando el respeto pasa de moda, y ante el abuso y la desconsideración, no se dice nada,  o se ríe la gracia, se está abonando el terreno para que crezcan las hierbas de delito que destruyen la vida: la travesura del niño de hoy, es posible que se convierta en el delito del hombre del mañana.Y a quienes dice que no se puede pretender que el niño o el adolescente estén siempre atados a la tiranía de sus mayores, les repito la frase de José Luis Martin Descalzo: “Prefiero la tirana de la familia antes que la tiranía de la moda”.

En fin, arrancamos un nuevo año en medio de muchos problemas. Deseo que la situación de la gente mejore, pero esto solo se logrará si recuperamos el valor de las virtudes ciudadanas, aunque me digan que eso son cosas de viejos y, en este sentido,  pareciera que “este no es un mundo para viejos”; ustedes me entienden.


Por ahora no pienso renunciar como lo hizo el profesor uruguayo, porque como decían los griegos el tiempo es circular, y ante el posible fracaso o agotamiento de las sociedades  liquidas,  vengan nuevamente las sociedades sólidas, donde las personas sean tratadas con el respeto que se merecen. Y creo que este es un buen propósito para comenzar el año: reivindicar lo que nos hace dignos y humanos. - (twitter @zaqueoo)