martes, 6 de diciembre de 2022

Dominique Lapierrre: las letras del drama humano

 


El pasado sábado 4 de diciembre ha muerto a los 91 años Dominique LaPierre, famoso escritor de larga y destacada vida literaria, autor de grandes best seller como, Arde París, Esta noche la libertad, Era medianoche en Bophal, Más grandes que el amor, La Ciudad de la Alegría y otros que ahora no recuerdo. No soy un especialista en la vida del conocido escritor, como para hacer una crónica detallada de su obra, pero sus novelas dejaron huellas que obligan a dedicarle unas líneas en este momento.

Lo primero que leí de Dominique Lapierre fue Esta noche la libertad, novela histórica que relata la caída del imperio Británico y el nacimiento de la india y Pakistán. Pero lo que a mi me llamó la atención fue la figura de Mahatma Gandhi, que además de ser un líder indiscutible en el proceso de independencia, fue abogado y defensor de los derechos humanos de las clases más pobres; famosa e inolvidable es la frase: “No hay camino a la libertad, la libertad es el camino.  Fue promotor de la no violencia y paradójicamente fue asesinado el 30 de enero de 1948 como se narra en la novela

Después leí Más Grandes que el Amor, donde cuenta como en lugares de Calcuta, las voluntarias de la Madre Teresa  atienden a personas que en medio de su miseria padecen enfermedades terminales y, por otro lado, como en laboratorios de los Estados Unidos los científicos trabajan para encontrar la cura esas patologías que agobian a la humanidad y,  muy especialmente a quienes no tiene recursos para conseguir remedios para su salud. Dos maneras diferentes de trabajar sacrificadamente, en favor de la dignidad humana

Pero lo que más me impactó fue la Ciudad de la Alegría que narra las experiencias de un sacerdote católico, un médico, una enfermera y un trabajador que trasportaba personas en un rudimentario carruaje, que conviven en un barrio de extrema pobreza. De las muchas cosas que allí se cuentan, me llama la atención como el autor narra lo que significa compartir la vida del pobre: el sacerdote se instala a vivir en una chabola con la gente del barrio, pero todos los días gente de la iglesia le llevaba la comida, hasta que se le presenta el dilema: si quiere compartir su vida, tiene que comer lo que ellos comen. 

Dominique Lapierre  no solo denuncia con sus obras la gravedad de la miseria en el mundo, también donó parte de los ingresos recibidos por sus derechos de autor a atender a las personas desfavorecidas de la india y otros lugares.

Dominique era periodista, y su manera de trabajar para producir sus obras era admirable. Por ejemplo, cuatro años de intensa investigación tardó en recoger el material, para escribir Esta noche la libertad. De allí  la calidad de sus obras y el profundo contenido humano de las mismas,  que bien puede servir para cátedras de derecho o de comunicación social, e inclusive de educación, porque muchas veces a los jóvenes lectores de este tiempo les resulta muy pesado el rigor de algunos textos históricos, cosa que no pasa con la amena pluma de Dominique Lapierre.


¿De qué hablamos cuando hablamos de Ciudad Guayana



Algunos historiadores locales cuando profundizan sobre la historia de la ciudad sostienen que Ciudad Guayana solo existe en el lenguaje oficial, porque si preguntamos a un lugareño dónde nació, dirá que es de San Félix o de Puerto Ordaz,  e inclusive, de la Grúa, El gallo, Los Olivos o Unare, pero no dirá que  nació en Ciudad Guayana. Esto se explica porque en 1962 se quiso fundar la ciudad uniendo dos centros poblados que ya  existían, con realidades muy diferentes. Entonces ¿De qué hablamos cuando hablamos de Ciudad Guayana?

Para buscar la respuesta a  la pregunta formulada,  Leo  a Tulio Hernández  en su recopilación Ciudad, espacio público y cultura Urbana:  “El ingeniero y urbanista italiano Corrado Beguinot sostenía que toda ciudad  está compuesta de tres ciudades: una ciudad de piedra, una ciudad de relaciones y una ciudad del hombre que, tomándonos la libertad del caso, preferiremos llamar de ahora en adelante, la ciudad simbólica o ciudad subjetiva. … La primera es, la ciudad de piedra, la ciudad construida, aquella formada por viviendas , avenidas, puentes, plazas, bulevares, cuarteles y monumentos, que en su conjunto de forma  y espacialidad sirve de contenedora a las otras dos. La segunda, la de las relaciones, es la ciudad funcional, aquella que se construye en el conjunto de actividades que las personas y los grupos humanos realizan en el contexto de la piedra: alimentarse, aparearse, comprar, vender pasear, delinquir, protestar, flanear, hacer política, enamorarse, estudiar, gobernar elegir, por mencionar solo algunas entre centenares o miles de opciones más. Y la tercera, la simbólica, o subjetiva, es la ciudad representada, la que cada persona y cada población percibe según sus criterios y perspectivas, ya en su individualidad, ya en su pertenencia colectiva”

Traigo todo esto a colación,  porque hoy la ciudad es objeto de atención especial. Podemos ver en las redes, numerosas imágenes de lugares que evocan agradables momentos del  pasado, a veces contrastándolas con el deterioro de la actualidad; aparecen  amenos cronistas populares que asombrando con su memoria narran con lujo de detalles acontecimientos que se le escapan a la investigación académica o al análisis oficial. También  hay una competencia por demostrar quien es el que sabe más del pasado y presente de la ciudad.  Y todo  esto cobra intensidad con la polémica propuesta de división del Municipio Caroní, que revive viejos odios y prejuicios.  Esto es comprensible porque hay que oír a la gente , pero para algo tan delicado que puede afectar a la vida de los ciudadanos, por encima de todo hay que oír a las ciencias 

No dudo en afirmar que,  apelando a la clasificación anterior,  los ingenieros, arquitectos y urbanistas tendrán su opinión  sobre la ciudad de piedra; los sociólogos, políticos y juristas sobre la ciudad de las relaciones,  lo mismo que los antropólogos sobre la  ciudad del hombre, sin dejar de lado a otras disciplinas que también pueden aportar sus conocimientos sobre lo anterior.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Ciudad Guayana? De una idea que intentó fundar una ciudad  uniendo  lo que eran Puerto Ordaz y San Félix en 1962: dos centros poblados con realidades diferentes; idea que por diversos motivos y a pesar de estar muy bien planificada no tuvo en definitiva el resultado esperado.  Hoy, los que se conocen como “suburbios” de aquellos centros poblados son más grandes que ellos y si ahora se quiere reorientar la vida de ésta gran población, hay que partir de dictámenes de expertos, porque la improvisación ha hecho mucho daño a la vida de los guayaneses.

No quiero descalificar los numerosos relatos que se hacen sobre el pasado de nuestra ciudad; participo y disfruto de esa reconstrucción de la historia local que  tanta falta nos hace, pero hay cosas en las que hay que ser muy cauteloso. Por lo que a mi respecta, sobre el espinoso tema de la división del municipio, desde mi profesión de abogado, trataré de referirme a la Cultura Jurídica de Ciudad Guayana, es decir, a los principios, valores, normas e instituciones que gobiernan o pretenden gobernar la vida de la gente.



llamadas inquietantes



El fenómeno del celular da para todo. Y lo digo de manera coloquial, para que me entiendan sin exquisiteces lingüísticas o académicas. El teléfono móvil, como suelen llamarlo en otros lugares ha cambiado la vida de la gente y las opiniones sobre él ocupan al ciudadano común, a las ciencias y a las artes. Se puede apreciar que el cine y la literatura cuentan diferentes historias sobre los celulares, unas mejores que otras. En este sentido, podemos ver en Netflix la adaptación que se hace para el cine de un relato de Stephen  King, El teléfono del señor  Harrigan.

Narra la relación de un joven muchacho contratado por un anciano millonario de gustos extraños que lo contrata para que le lea y comente importantes obras de la literatura. El joven le regala al viejo u celular que despierta la atención de este, y cuando muere,  lel muchacho le coloca el celular en el ataúd para que se lo lleve a la tumba. La imaginación terrorífica de King, se hace presente en el relato cuando, cada vez que el joven enfrenta situaciones difíciles,  empieza a recibir llamadas del celular del señor Harrigan . 

la película no ha sido bien recibida por la crítica, y a mi personalmente, me gustan más las pinceladas literarias, que la trama; especialmente me agrada que se haya seleccionado como tono de las llamadas misteriosas la caución de Tammy Wynette Stand By Your Man. Un tema de aquellos tiempos juveniles en que todavía no se tenía la plena noción de lo que significa la maldad real.

No se puede negar el talento de quien es considerado el genio del terror, aunque que en la vida real, los celulares, que nos traen muchas cosas buenas, también nos perturban con llamadas inquietantes, que no vienen de ultratumba sino de este mundo donde la perversidad no es una ficción  


Ciudades agonizantes



El viejo Puerto Ordaz está muerto. Esto me dicen cada vez que pregunto,  cómo están las cosas en ese querido y recordado lugar,  donde pasé lo más  importante de mi vida y que ahora  no está en su mejor momento. Por circunstancias del destino , estoy viviendo en la capital del país, siempre conectado con esa tierra y su gente, que hace lo imposible por sobrevivir a lo peor que le puede, pasar a un pueblo, que es perder la fe en su futuro. 

No voy  a hurgar en las razones políticas, sociales o económicas causantes de la tragedia Guayanesa, voy a referirme en primera persona, a la experiencia de ver como desapareció la autoestima de una ciudad que en el pasado era orgullo de sus habitantes.  En el año 64 cuando vivíamos en ciudad Bolívar,  mi padre nos dijo un fin de semana, que íbamos a conocer Puerto Ordaz. Bien temprano el domingo, tomamos la carretera vieja (que entonces no era vieja) con tres paradas en el trayecto, Marhuanta, Palma Sola y el  kilómetro 70, para llegar a la pequeña ciudad que se veía a lo lejos desde donde hoy está el Parque La Navidad. La recorrimos en poco tiempo; nos paramos a tomar café en el Centro Cívico y, después, fuimos a almorzar a casa de unos amigos que vivían en la calle principal de Castillito (todavía no era avenida). Allí el anfitrión le dijo a mi padre: “Carlos aquí está el futuro; ésta va a ser la ciudad más importante de Venezuela ¿Donde hay otro lugar con tanta riqueza como aquí?

Y el tiempo le dio la razón. La historia es conocida: en los años 70 y 80  Ciudad Guayana; es decir, la unión  de Puerto Ordaz con San Félix,  se convirtió en la ciudad de Venezuela que creció y progresó de manera más rápida,  transformándose en el ideal de lo que debería ser el país. El viejo Puerto Ordaz  (que en ese momento no era tan viejo) era una de las ciudades del interior del país que exhibía una vida igual a la de otras grandes capitales de estado. La carrera Upata,  que conecta la avenida Monseñor Zabaleta con el Centro Cívico era el centro del entretenimiento y la vida comercial, al igual que los demás lugares cercanos. Pero lamentablemente, las cosas han cambiado. 

El pasado mes de agosto visité el viejo centro de Puerto Ordaz, y pude apreciar porque se dice que está muerto: las edificaciones se ven decoloradas y abandonadas; numerosos locales comerciales cerrados; muy poco tráfico, pocos caminantes  y lo peor, después del medio día, todo queda en soledad y silencio. El lugar, no solo ha envejecido,  sino que ha perdido lo que antes le caracterizaba: la alegría. No obstante, no creo que  esté  muerto de manera definitiva, aunque ciertamente está agonizando y hay que tratar de revivirlo.

La agonía es un período de transición entre la vida y la muerte, que  se caracteriza porque subsisten algunas funciones vitales. Y de allí es donde se aferran las  esperanzas. No solo el viejo Puerto Ordaz está en agonía; en el país hay muchos lugares en igual situación: pueblos que se han arruinado, sus habitantes  los abandonan y sólo quedan allí quienes no tienen otra opción que permanecer soportando el deterioro de su cotidianidad. Hasta en Caracas se puede observar que hay lugares en clara agonía, a diferencia de otros, que parecen tener un destino más afortunado. 

El rescate de la agonía antes descrita requiere de un esfuerzo del sector público principalmente, con la ayuda del privado y de la participación ciudadana. Porque las ciudades no mueren mientras sus ciudadanos no las abandonan. A eso me referiré próximamente, porque no tengo más espacio, y solo me queda agregar que, por mal que pinten las cosas, no creo que el viejo Puerto Ordaz esté definitivamente muerto.