sábado, 8 de julio de 2023

La alegría de La Voz Ucabista

El pasado martes 4 de julio Lali Machado cumplió con la súplica de Fito Páez y  dio alegría a los corazones de los ucabistas de Guayana, en tiempo en que pareciera que eso es algo imposible, al ganar el Festival de canto Universitario La voz Ucabista. Lamenté no estar presente  para vivir el momento, pero Caracas es una ciudad de circunstancias y cuando la distancia se mezcla con la lluvia y el tráfico el destino es inseguro.

Me habían advertido que la opción de triunfo era real por la calidad de la participante de Guayana, cosa que confirmé cuando oí la interpretación transmitida por las redes: todo estaba rigurosamente en su lugar; la imagen, los tonos, el ritmo y los compases de la melodía. Esta muchacha tiene un don natural para la música, que es corazón, talento y oído. Y detrás de todo esto está la mano silenciosa y humilde de quienes han estado a cargo de la preparación de los concursantes desde hace más de 20 años.

Con el apoyo de la inteligencia artificial -exageradamente de moda- se puede decir que, desde hace 8.966 días Antonio Grilli y su esposa Ibelitze  han estado a cargo de la cultura en Ucab Guayana; especialmente en lo que a la música se refiere. Recuerdo el primer concurso de La Voz Ucabista  que se celebró en las aulas del antiguo posgrado, en el Loyola, cuando todavía no existía el campus. El evento era muy pedagógico, porque si el participante desafinaba se le permitía salir al pasillo a ensayar  para intervenir nuevamente; había una muchacha empeñada en alcanzar una tonada de Simón Díaz que estaba muy lejos de sus condiciones y cada vez que desafinaba lloraba amargamente. Después, La Voz Ucabista de Guayana alcanzó un nivel de exigencia tan alto, que los ganadores siempre terminan en los primeros lugares del festival que anualmente se celebra en Caracas.

Lo que le han aportado Ibelitze y Antonio a la historia cultural de  Ucab Guayana y de la Ciudad en general,  no se puede contar en este pequeño espacio: puedo recordar como ejemplo, que hasta el desaparecido Aquiles Báez dio un espectacular concierto a casa llena en el auditorio Constanza Verolini, dejando para el recuerdo no solo su música, sino unas palabras de elogio a la excelente organización del evento.

Por eso y mucho más, en un momento  de especial alegría, quiero felicitar, tanto a la flamante ganadora como a Ibelitze  y Antonio: se lo merecen; porque en tiempos en que el pasado parece “implosionar” sin dejar rastro  de los acontecimientos que echaron las bases del presente, hay que hacer justicia y no quedarse con un aplauso sin destacar el largo camino que tuvieron que recorrer para llegar hasta aquí.  


viernes, 7 de julio de 2023

La guerra de Gerardo


Si se quiere contar la historia del cine en Ciudad Guayana, es obligatorio mencionar el rodaje en estas tierras de la película  La guerra de Murphy. Fue todo un acontecimiento para quienes aquí vivían en 1970 la aparición del afamado actor Peter O´Toole, con otros destacados artistas, dirigidos nada más y nada menos que por el prestigioso director Peter Yates, para la filmación  de un drama bélico en aguas del Orinoco

    La trama de La guerra de Murphy se puede resumir destacando que se desarrolla al final de la Segunda Guerra Mundial: un marinero británico, después de sobrevivir al hundimiento de su barco y la masacre de sus compañeros por un submarino alemán, sobrevive en aguas del Orinoco y  descubre que el sumergible  estaba escondido en el río. A partir de ese momento, la obsesión de venganza se apodera de él, al extremo de iniciar una desigual guerra personal contra sus enemigos, alimentada por un odio que acaba con él  y  con todo lo  que estaba a su lado.

    Cuando  se estrena La guerra de Murphy en el cine Altamira de Puerto Ordaz, me pareció una película más de aventuras con un final infeliz, con la particularidad de que aparecían  personas conocidas, que habían sido contratados como extras para hacer el papel de los marinos alemanes. Entre ese personal local,  se contrató  a Gerardo Hoggestein, uno de los más importantes historiadores  gráficos de la región, porque a lo largo de su vida se ha dedicado a retratar y coleccionar importantes imágenes de la historia de esta ciudad, al extremo de que cuenta con un inmenso e invalorable archivo de imágenes.

    Hace algunos años, en un Cine Foro organizado en los espacios de postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello de Guayana, se presentó la película y Gerardo hizo una detallada explicación de la forma como se había filmado, porque fue contratado como asistente del director y tuvo buenas relaciones con Peter O`Toole  y demás miembros del personal artístico. Me interesó tanto la explicación de Gerardo, que volví a ver la película varias veces.  Y no solo la encontré interesante, sino que me parece excelente en lo que se refiere a su ambientación en la “intensidad telúrica del Orinoco” como califica Rafael Marrón el  paisaje del majestuoso río en su  crónica Los Colores del Río. Al margen de la trama, la película tiene escenas de “colección” como es el  vuelo del protagonista en el hidroavión sobre el Delta, o la de la playa donde quedó varado un torpedo lanzado por el submarino.

    La crítica y la historia han sido injustas con La guerra de Murphy: cuando el 14 de diciembre de 2013 muere Peter O`Toole, se escribieron varias biografías de su dilatada carrera artística donde sobresalen Lawrence de Arabia, El último emperador y muchas otras; pero  La guerra de Murphy queda olvidada o reducida a breves comentarios que le restan importancia. Quien la rescata y la vive es Gerardo Hoggestein,  por eso la llamo “la guerra de Gerardo”. Una guerra contra uno de los enemigos más temibles que tiene la vida de los hombres y de las ciudades: el olvido.




 

 

lunes, 1 de mayo de 2023

Trabajo, Inteligencia Artificial y dignidad humana

Primero de mayo: a las permanentes reflexiones que se hacen en esta fecha, hay que añadir la amenaza real que se cierne sobre el trabajo del hombre por el avance de la tecnología y muy especialmente de la Inteligencia Artificial: José Saramago en su novela La caverna, escrita en el año 2000 relata el drama de Cipriano Algor, alfarero que ve como el oficio de toda su vida desaparece; posteriormente en el año 2018 Andrés Oppenheimer  en su libro Sálvese quien pueda, El futuro del trabajo en la era de la automatización, se pregunta:¿Cómo afectará la llegada de los robots y la inteligencia artificial al trabajo de abogados, contadores, médicos, comunicadores, vendedores, banqueros, maestros,  obreros, restauranteros, analistas, choferes, meseros, trabajadores o estudiantes.?” Recientemente han abundado los artículos sobre este preocupante tema: ¿cómo quedará el trabajo del hombre en la era de los robots?  El análisis que exige el tema no cabe en este espacio, en el que solo me limitaré a hacer breves menciones sobre los oficios de abogado y docente, a los que me he dedicado en la vida; hoy hablaré de los abogados

Hay que distinguir entre el trabajo de los abogados en ejercicio y el de los jueces. También hay que precisar cuál es la idea del derecho que se maneja para analizar el impacto que sobre él tendrá la Inteligencia Artificial. Los normativistas consideran que el derecho es un sistema de normas que determinan el comportamiento humano y la forma en que deben resolverse los conflictos. Desde esta perspectiva, a corto plazo, las plataformas inteligentes pueden responder consultas, aclarar dudas y resolver conflictos, con más rapidez y eficacia que los abogados.  El problema se presenta cuando, abandonando el normativismo,  se sostiene el carácter axiológico del derecho, donde se debe apelar a valoraciones humanas,  para las que no están preparados los sistemas de inteligencia artificial. Así lo reconoció la conocida Inteligencia artificial ChatGPT  cuando se le preguntó sobre un problema ético: “una inteligencia artificial no puede hacer valoraciones morales en el sentido humano de la palabra. Las valoraciones morales implican una comprensión profunda de los valores humanos, la cultura, la historia y la ética, requieren la capacidad de tomar decisiones en función de estos valores. Aunque las inteligencias artificiales pueden ser programadas para seguir ciertas reglas éticas o tomar decisiones basadas en patrones, no tienen la capacidad de comprender el significado profundo de los valores humanos o de tomar decisiones éticas complejas basadas en la comprensión del contexto social y cultural. En resumen, aunque las inteligencias artificiales pueden realizar cálculos y tomar decisiones basadas en patrones y reglas, no tienen la capacidad de hacer valoraciones morales en el sentido humano de la palabra” (El subrayado es mío).

En el caso de los jueces, es casi unánime la idea de que no pasarán muchas generaciones sin que la justicia sea administrada por robots. Leo a Oppenheimer: “Ben Barton profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Tennessee y autor del libro El vaso medio lleno referente al futuro de los abogados pronostica que la plataforma Modria.com remplazará cada vez más a abogados y jueces, y no solo porque ofrece servicios más económicos. Otro motivo es que las cortes en todo el mundo no se dan abasto con los casos pendientes y cada vez menos empresas están dispuestas a esperar meses y años para la solución de sus disputas”. A esto añado que los sistemas inteligentes  pueden hacer subsunciones de hechos en los supuestos de las normas  y ofrecen más garantías de independencia e imparcialidad, ya que es muy difícil que se aparten del “compromiso” con el derecho y la verdad. Sobre esto recibí la noticia de que científicos chinos crearon una inteligencia artificial, que puede presentar acusaciones con una precisión del 97 %. Analizaré este asunto en un próximo artículo con mayores detalles

Hay que dejar de lado el optimismo ingenuo y reconocer que la inteligencia artificial va a  reducir seriamente el trabajo humano; se estima a no muy largo plazo en un 47% más o menos.  Esto nos conducirá a un futuro donde los “derechos humanos” se convertirán en frágiles aspiraciones, porque en un mundo donde todos están en riesgo, que de la noche a la mañana le digan que ya no es útil,  y le pase lo mismo que a Cipriano Algor en la Caverna de Saramago, no me venga con cuentos de Hadas sobre la dignidad humana.

       


 


jueves, 27 de abril de 2023

Cuando el destino nos alcance: la profecía se está cumpliendo

En el año 1974, si la memoria no me falla, se estrenó en el Teatro Altamira del Centro Comercial Caroní de Puerto Ordaz, la película de Richard Fleischer Cuando el destino nos alcance, también titulada Solylent Green. Considerada como una de las distopías  más famosas de la historia del cine, es para algunos, una película de ciencia ficción, que advertía lo que para aquel momento se veía como un futuro apocalíptico de la ciudad de Nueva York, presentándola totalmente arruinada y deshumanizada, donde los pobres  a duras penas luchaban por subsistir, y mueren en las calles, debiendo ser alimentados por el gobierno con unas galletas (Soylent Green) que en definitiva resultaban fabricadas con cadáveres humanos.

Cuando se estrenó la película, hace 49 años, Puerto Ordaz era una de las ciudades más prósperas y hermosas de Venezuela. Y el Centro Comercial Caroní, uno de los lugares de vida moderna más importantes del interior del país, donde destacaba el Teatro Altamira” como una de las mejores salas de cine, donde se podía disfrutar de los mismos estrenos que estaban en cartelera en Caracas.  En aquellos días, o mejor dicho noches, el cine era uno de los eventos sociales más importantes de la ciudad, al extremo de que hay personas que al referirse al pasado guayanés lo relacionan con los momentos en que se proyectaban inolvidables películas, entre las cuales hay que destacar Cuando el destino nos alcance:  una de las cosas que recuerdo de ella, es la cosificación del ser humano, que se manifestaba al no llamar a las personas por su nombre, si no por sobrenombres de cosas, lo que aprovecharon los bromistas del momento, para salir "apodando" a todos los amigos que compartían con ellos aquellas noches.

El cuento es que estaba con el número 94 de la cola de la gasolina renegando de mi suerte, cuando después de varias horas, por esas coincidencias incomprensibles, para empeorar mi situación anímica, recibí por el teléfono el artículo de Alfonso Ortega Mantecón  Soylent Green, el Pan nuestro del Futuro, donde hace un detallado análisis de esta interesante película, destacando, como la vida humana se va deteriorando, de la misma manera que el mundo civilizado se arruina, producto del desacierto humano que lamentablemente es una crónica de fracasos.

Cuando por fin logré milagrosamente “surtir combustible” fui a dar una vuelta por el viejo Puerto Ordaz y visitar el Centro Comercial Caroní, del que solo queda un viejo edificio muy deteriorado; un estacionamiento “embasurado”;  la mayoría de los locales cerrados; solo un supermercado chino abierto a media tarde; el cine, el bowling o las discotecas desaparecieron del lugar hace años, del mismo modo que el ambiente alegre que caracterizaba la vida de aquellos años 70.  

Ortega Mantecón termina su artículo refiriéndose a la película de la manera siguiente: “… se trata de una producción que invita al espectador a reflexionar en torno a la deshumanización y decadencia presentada en este mundo distópico. No obstante, pareciera que este futuro indeseable, otrora ficticio se encuentra realmente alcanzandonos”.

domingo, 26 de marzo de 2023

Vivir en las minas: aventura familiar en Las claritas

Cuando Rómulo Gallegos comienza la novela Canaima, calificando a Guayana como, la de Los aventureros “… un tapete milagroso donde un azar magnífico echaba los dados y todos los hombres audaces querían ser de la partida…”  no exagera: la historia de esta región está llena, de episodios de quienes salieron de la ciudad para internarse en los misteriosos e impredecibles terrenos de la aventura, donde según las leyendas, se puede encontrar la fortuna o la desgracia. Mucho se ha escritos sobre las minas y los mineros a los que se refiere Tomás Eloy Martínez  en su libro Distintas maneras de no hacer nada: “¿Quién podrá vivir en estas desconcertadas casas de Zinc, junto a los hombres que tienen la enfermedad del silencio y la salud de la codicia,  sin apartar los ojos de la arena porque de pronto en algún relámpago del yerto horizonte suelen aparecer los diamantes?”  Puedo presentar la pregunta de otra manera, ¿quien puede vivir en las minas?

    Se equivoca el que crea que en las minas o en los pueblos mineros  se puede encontrar algo parecido al ambiente y relaciones citadinas. Voy a referirme a  la aventura de un matrimonio que, con sus hijos, a finales de los años 70, decidió participar en lo que para aquel entonces era la fundación de Las Claritas, que Américo Fernández define  como “un pueblo eminentemente minero, el segundo pueblo de frontera más importante después de Santa Elena de Uairen ya que está en el kilómetro 85 de  la carretera que conduce desde El Dorado a Santa Elena de Uairen y a 40 kilómetros de la frontera con la Guayana Esequiba”.  Leamos  lo que nos cuenta la esposa de su aventura en aquel lugar.
 
    “A finales de los años 70 a mi marido le ofrecieron un trabajo en una mina que se estaba instalando cerca de Las Claritas.  Nos fuimos a vivir allí con mis dos hijos pequeños de 4 y 6 años.  Era un viaje largo y fastidioso, porque después de El Dorado la carretera era de tierra, llena de huecos y charcos  que la hacían interminable. Había que ir en carros rústicos porque era fácil quedarse pegado en el barro. Después de muchas horas de viaje llegamos de noche. No teníamos donde dormir, pero conocíamos a un capitán indígena de nombre Navarro y allí nos quedamos  viviendo un año en el campamento de los pemones.
 
    En el kilómetro 85, además del campamento indígena estaba la casa del dueño de la mina que contrató a mi esposo; la bodega del señor Santos Cabrera, el negocio de un alemán que criaba peces, llamado la Barquilla de fresa, el negocio del Señor Celestino que vendía pollos y conejos y la casa del gerente de la mina de Caolín, si no recuerdo mal.  En el Kilometro 88 ya estaba la bomba de Gasolina del Señor Manolo Cid, un comedor de una Señora Cubana y el Comando de la Guardia Nacional.  La única mina que estaba trabajando legalmente era la Cristina 4 de Amalfi Grossi y la mina del Caolín que estaba más adelante. Se estaban haciendo los levantamientos topográficos para los permisos de las demás concesiones. Además de los negocios que dije antes, había algunos buhoneros que llegaban a vender algo o los llamados mineros artesanales  o ilegales  que siempre rondaban el lugar. La carretera siempre tenía tráfico porque estaba pendiente la construcción hasta Santa Elena

    En un primer momento, todo era agradable y emocionante: por las mañanas los araguatos escandalizaban y las guacamayas aparecían por todos lados: era selva pura. Todavía no habían llegado las monjas y estaban  construyendo el dispensario médico. El trato era amistoso, porque todos se conocían y ayudaban. Si no se conseguía algo  siempre estaba el que viajaba a Tumeremo o San Félix y se le encargaba lo que se necesitaba. Por las noches se acostumbraba a hacer fogatas, conversar cenar y dormir. El entretenimiento era oír música o leer, después llegó el betamax. En ese tiempo leí muchas novelas. También se bebía y fumaba bastante. Era una vida tranquila, trabajar, comer y dormir. A veces los domingos íbamos hasta la piedra de la virgen o subíamos hasta la Gran Sabana. Creíamos que habíamos encontrado el sitio ideal para vivir, muy diferente a la vida agitada de Puerto Ordaz

    Cuando dieron los permisos y empezaron a trabajar las minas  llegó mucha gente a construir casas o negocios desordenadamente.  Para mi, la vida cambió la noche que mataron a un vecino. Nunca había pasado mayor cosa y ese día el hombre salió a visitar a un amigo y no regresó  a su casa, lo encontraron muerto en la carretera. Empezaron los acontecimientos sospechosos; otro, que era capataz en una mina tuvo un extraño accidente y murió;  había que cuidar bien las cosas porque se perdían, o mejor dicho las robaban.  Llegó el miedo. Se empezó a perder la confianza y a llegar gente rara y mala: los vecinos más antiguos  decían que allí ya no se podía vivir.

    Antes de que llegara el desastre, nosotros compramos unas bienhechurías y unos derechos sobre un terreno que estaba a la entrada del pueblo. Allí construimos con ayuda de los indios una churuata grande que dividimos: una parte para vivir, otra para un restaurante. Limpiamos el terreno y construimos un estacionamiento para vehículos e hicimos un helipuerto. Nos iba bien en ese negocio.  Un fin de semana fuimos a visitar a la familia en Puerto Ordaz y al regresar nos habían invadido la mitad del terreno. Nadie nos ayudó, ni la Guardia Nacional. Nos ganamos de enemigos a unos maleantes que nos amenazaban  constantemente y no nos dejaban  dormir tranquilos.  Entonces decidimos alquilar la churuata y regresar a Puerto Ordaz. El hombre que nos la alquiló nos pagó durante un tiempo, después no nos pagó más y nos olvidamos de todo eso. 

    Las claritas estaba a 3 kilómetros del comando de la Guardia y cuando empezó el desorden no tomó cartas en el asunto. Empezó a llegar gente que invadía terrenos ocupados o desocupados y cuando se ponía la denuncia decían que esos terrenos no eran de nadie. Y  es verdad, allí nada es de nadie. No es lo mismo que se forme un barrio al lado de una ciudad a que se forme en la selva. En la selva no hay ley, y cuando llegan los que viven sin  ley  no hay respeto por nada, todo esta en peligro, tu vida, tus cosas, todo se pierde hasta las esperanzas…”

    La narración es una crónica de la degradación de la convivencia: como un lugar casi paradisiaco, donde en medio de la naturaleza, indígenas, religiosos, campesinos, bohemios y empresarios, compartían un espacio común gobernado por una ética básica, suficiente para poder vivir armoniosamente,  se transforma en una zona de barbarie que hoy ocupa las preocupaciones  de diferentes disciplinas científicas 

  En la irreverente pluma del desaparecido filósofo Juan Nuño, podemos encontrar algunas pistas para buscar respuestas a la pregunta ¿se puede vivir en las minas? Afirma el citado autor en su conferencia  ¿Por qué existen las ciudades? “Es curioso y hasta paradójico: la ciudad es la consecuencia de una agrupación de seres humanos, de la misma manera que la colmena es la agrupación de determinados insectos. Pero hasta ahí llega la comparación: en las ciudades el hombre realiza mejor su libertad que fuera de ellas. Fuera de ellas solo existe  la tribu, la especie, la arrancia, el nomadismo, Es en las ciudades donde aparece por primera vez la noción de individuo, de ser aislado y soberano”

    Dura frase, pero más dura es la realidad de los hombres  que tienen la “enfermedad del silencio, o la salud de la codicia, atrapados en eso que se llama “la mina” difícil de comprender por su crueldad e inhumanidad. Gallegos, Tomas Eloy Martínez  y Nuño tienen puntos de coincidencia con los protagonistas de nuestra historia. El problema está en lo que produce la selva en el alma de quienes se internan en ella. Como decía Conrad en su Corazón de las Tinieblas:  “…Pero su alma estaba desquiciada. A solas en esa selva, había mirado dentro de sí mismo, ¡Y por todos los cielos había enloquecido!”


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domingo, 19 de marzo de 2023

La maldición del queso "rayao"


    Creo que el autor de la tesis es el amigo Rómulo Dalí, abogado y filósofo de la cotidianidad en la ciudad de San Félix: sostiene que en tiempos en que los multivitamínicos  potencian las facultades físicas de los seres humanos, nosotros seguimos disfrutando de las deliciosas arepas con queso blanco "rayao", que quitan el hambre, pero no alimentan. Así, cuando en la historia del deporte venezolano, un destacado nadador pierde en la última brazada, la medalla de oro, dice la voz popular: “le pegó el queso rayao”, lo mismo pasa cuando la Vinotinto juega “como nunca y pierde como siempre”  por incomprensibles infortunios futbolísticos. Y se pueden citar numerosas anécdotas, a las que hay que sumar la de anoche en el clásico mundial de béisbol, cuando llegamos ganando a la orilla de la ilusión, pero un solo lanzamiento equivocado frustró la esperanza de todo un país.
    Un profesor de Filosofía no puede creer en “pavas” o “maldiciones” pero a veces  hay que aceptar que, lo que se conoce popularmente como “mala leche” existe, y prueba de ello es el fatídico octavo inning  del juego de Venezuela contra Estados Unidos. El equipo lucía invencible: jonrones descomunales,  pitcheo dominador,  y un ambiente festivo en las gradas, donde la alegría de la fanaticada criolla opacaba a la de los adversarios; de repente sin hacer gran cosa el equipo norteamericano colocó tres corredores en circulación; base por bolas, un elevadito que cayó detrás de segunda y un pelotazo; así la escena quedó servida para que, teniendo  el pitcher al bateador en cuenta de dos strike sin bolas, le lanzara una recta que fue a parar al segundo piso de las tribunas del left filder. Entonces, las esperanzas se esfumaron dejando mucha tristeza y desilusión
    Cada vez que estas cosas ocurren y nos invade la frustración, recuerdo al desaparecido filósofo Juan Nuño, que en su libro La veneración de las astucias, decía – palabras más palabras menos- que  "los fanáticos de los equipos derrotados, no pierden absolutamente nada, solo ilusiones que son esperanzas sin fundamento real." Lo que digo como consuelo a mis entristecidos familiares y amigos, es que ante estas tragedias deportivas tengo cierta ventaja, porque soy fanático del equipo más “salao” de la pelota venezolana: los Tiburones de la Guaira,  donde la derrota no es una tragedia irremediable, porque la alegría de la samba es imbatible.  Como dice el mexicano Juan Villoro refiriéndose a la selección mexicana de futbol que: “para prepararse contra la adversidad hay que hacerse fanático de un equipo perdedor”; pase lo que pase siempre hay motivos para ver la vida con optimismo. En este sentido, volviendo al juego de ayer, los jugadores  regalaron alegrías y emociones a sus compatriotas  y, sobre todo, los unieron en torno de una sola pasión, que en definitiva es lo importante. 
    De momento,  seguiré desayunando mi arepa con queso rayao, porque el placer que produce es real y la maldición antes descrita una superstición fantasiosa
    

   




lunes, 6 de marzo de 2023

Los amigos de ayer y hoy

    Hay lugares que no pasan  de moda porque los visitantes los mantienen con vida; entre estos, puedo destacar las tradicionales cafeterías donde la tertulia cotidiana siempre está presente. Y si bien, hay famosos sitios que reúnen a gente del arte, el deporte o la política, también son espacio predilecto para las charlas entre amigos; eso pensaba tomándome un café y observando a los circunstantes en una muy concurrida fuente de soda del  Este  capitalino, que en su mayoría estaban bastante entrados en años. En una mesa cercana varias señoras muy locuaces y sonrientes disfrutaban del momento; era un reencuentro de “viejas amigas” según dijo un mesonero. Llamaba la atención que el celular no era protagonista de la reunión, porque la conversación fluía ordenadamente: atendían sin interrumpir a la que hablaba, compartiendo risas y muestras de afecto, mientras un perrito “chiguagua” que estaba en brazos de una elegante contertulia, trataba de pasar la lengua por la espuma que quedaba en los removedores del café. La cosa terminó con emotivos abrazos de despedida y la inevitable "foto grupal" que  inmortaliza momentos especiales 

    Viendo esto, agarré una servilleta y armé el boceto de este texto: ¿Por qué los amigos de la adolescencia son tan especiales? Tal vez porque llegan en momentos en que  todavía no se tiene conciencia de lo que significa la existencia humana y la fantasía está por encima de la realidad; y sobre todo, como decía Unamuno, cuando todavía no se ha caído en la cuenta de lo que significa la muerte como experiencia personal: se sabe que existe, y la sufrimos cuando se van los allegados,  pero no nos planteamos  que también es nuestro destino, aunque digan otra cosa los epicureistas. En este escenario, la imagen y el recuerdo de los amigos  de la adolescencia, e inclusive  de la niñez, quedan inmortalizados, formando parte de un pasado mágico que siempre se recuerda con nostalgia; no se pueden comparar con los que llegan en otro momento a nuestra vida, porque, simplemente son diferentes. Por eso emocionan tanto esos encuentros con los amigos de ayer.

    Entre los numerosos amigos que la vida me regaló en los años mozos, debo mencionar a los de mi bachillerato en el Colegio Loyola de Puerto Ordaz. Estos personajes,  han creado un grupo WhatsApp llamado Familia Loyola 72, al que injustamente me han incorporado, porque no ayudo a alimentar la variadisima tertulia cotidiana que allí se desarrolla.  Los amigos y amigas que “hacen vida en ese espacio” son admirables, ya que  después de compartir cinco años en las aulas del Colegio, varias décadas después, llegan cargados de vivencias, arrastrando lo que significa ver la vida desde los sesenta y sin que  “la vieja amistad haya envejecido”, aunque esta última afirmacion pueda parecer absurda. Nadie se ha ido, todos están en el cariño y el recuerdo; cada mañana se saludan como si estuvieran entrando a los viejos salones del Loyola, cuando no nos dolía nada, ni teníamos que tomar nada para contrarrestar las debilidades del cuerpo; con el mayor desparpajo comparten hasta las cosas más íntimas, y siempre están pendientes de ayudar a aligerar el peso de la existencia, con ese humor juvenil que contrasta con la pretendida mesura de la gente seria.  Como dije antes no aporto mucho, pero recibo bastante, porque cada vez que me asomo al grupo me parece que estoy viendo una representación estética sobre lo que significa la amistad.

    En fin: todo esto se me ocurrió tomando un café que, al preguntarme el mesonero cómo quería, le dije en tono estoico “negro, como el destino” a lo que replicó “tampoco es así”  Y tenía razón, porque siempre hay motivos para ver la vida de una manera diferente.

viernes, 17 de febrero de 2023

Los polémicos ovnis de Los Olivos

    

Las noches de Los Olivos a finales de los 60 y comienzos de los 70 eran muy tranquilas;  para muchos vecinos demasiado tranquilas, sumamente aburridas; sobre todo, antes de la llegada de la televisión,  porque en ese tiempo el único entretenimiento nocturno que se podía destacar era la radio y la lectura. Sobre esto último, recuerdo que había lectores de todo tipo: desde los faranduleros de las revistas del entretenimiento , pasando por los seguidores de los best sellers de moda, hasta los de profundo criterio y conocimiento literario. Sobre esto, recuerdo que hubo dos libros que impactaron la cotidianidad de más de un adulto o joven “oliveño” despertando inquietas fantasías: El retorno  de los brujos de  Louis Pauwels y Jacques Bergier,  que ya en aquellos tiempos destacaba que a  pesar de todos los adelantos científicos, el ser humano sigue siendo un misterio, y Recuerdos del futuro de Eric Von Dániken, que sostenía  que los conocimientos religiosos y tecnológicos de civilizaciones antiguas fueron revelados por visitantes extraterrestres; cosa  que la ciencia niega, pero que mucha gente creyó e inclusive cree. 

    Estos libros hicieron que en un  grupo de amigos y conocidos se empezara a cultivar el denominado realismo fantástico y a sostener que naves extraterrestres visitaban permanentemente el Rio Caroní; específicamente el sector de Los Pedregales, que ahora está bajo las aguas. Decía un amigo, que  por las noches se podían ver luces que atravesaban el cielo viniendo desde el oeste  hacia la represa Macagua; cosa que inmediatamente era justificada con el argumento de que se trataba de aviones que volaban a esas horas. No obstante, fui testigo de un hecho que  causó discusión  sobre el tema: en enero del año 73, más o menos, estando en una reunión familiar, antes de la media noche, observamos  el paso de una luz blanca en el cielo, que a primera vista parecía un avión, pero  repentinamente  se quedó parada varios minutos antes de seguir su camino. Esto produjo asombro y discusión entre los circunstantes: unos insistían en que era un avión; otros un platillo volador; otros guardaban silencio escéptico y los que no lo vieron tomaban la cosa en broma, diciendo que ese era el problema de consumir bebidas alcohólicas de mala calidad. Eso ha ocurrido en más de una oportunidad con el mismo resultado: los que creen, los que no creen y los que se burlan, como puede observarse en el enlace de youtube que copio seguidamente: 

https://www.youtube.com/watch?v=GKViD7HjxiQ

    Verdad o mentira, lo cierto es que mucho se ha dicho y escrito de la presencia extraterrestre en el estado Bolívar: las pernoctas en la Piedra del Elefante,  los viajes a la gran sabana con la intención de vivir la experiencia del “misterio ovni" e inclusive, obras escritas al respecto, son prueba de ello. Y tengo que dejar bien claro que no soy especialista para ahondar en el tema, simplemente recordar que una de las causas por las que en los primeros años de la urbanización Los Olivos apareció la “fiebre de los ovnis”  se debió a algo que ahora se está perdiendo: la pasión por la lectura; que despertaba el interés por misterios que encontraban ambiente especial cuando en aquellas noches silenciosas y solitarias,   inesperadamente aparecían en el cielo “luces voladoras no identificadas” en momentos en que  no existían, ni  drones, ni twitter, ni Facebook ni Instagram, ni nada que pudiera controlar las fantasías  de la mente humana. 


sábado, 11 de febrero de 2023

Cuentos de culebras y caimanes en la historia de Puerto Ordaz

Como es lógico, en una ciudad construida en la Amazonía venezolana, los habitantes de Puerto Ordaz han tenido que compartir su cotidianidad con la fauna que ocupaba esos espacios antes de la llegada del hombre. En este sentido, los reptiles y especialmente las culebras y serpientes han tenido destacada presencia en la vida guayanesa, como lo demuestra  el hecho de que una  importante central hidroeléctrica lleva el nombre de Macagua, serpiente de poderoso veneno, y una urbanización ya desaparecida,  fue bautizada como Mapanare, otro  reptil igualmente temible que abunda por esos lados.

Numerosa son las anécdotas que se pueden contar sobre las culebras en la vida de los guayaneses: en un conocido colegio, una mañana, cuando iba comenzar la clase, la profesora de turno lanzó un grito de terror y tuvo que ser asistida por sufrir una crisis nerviosa; que pasó: un travieso alumno, al llegar, se encontró a en el jardín una falsa coral que ya estaba muerta, pero parecía que estaba viva, y no se le ocurrió otra cosa que meterla en la lista de la asistencia para asustar a la docente, sin pensar que su travesura podría causarle un infarto. Lo mismo le pasó a un jugador  de fútbol, de la liga de veteranos: en pleno partido,  cuando se acercaba a la portería contraria, se tropezó con una “bejuquera” que  serpenteaba por la grama, cosa que alteró de tal manera el ánimo del deportista que no quiso seguir jugando en ese campo. Peor  suerte corrió un ciclista que perdió el control de su bici, cuando  bajaba raudamente por la avenida atlántico y se encontró súbitamente con una “tragavenao” que tomaba el sol en el asfalto; gracias a Dios que no sufrió lesiones de gravedad, pero como dicen coloquialmente "quedó “raspao” hasta en la cédula"

Y si las anécdotas de las culebras pueden parecer curiosas, las de los caimanes no se quedan atrás: Hace algunos años escribí un artículo sobre el caimán de la Hermandad Gallega, un saurio de gran tamaño que apareció  una mañana  en la pista de baile del club que, como bien saben los guayacitanos, está ubicado cerca de la orilla del río Caroní; llamaron a la policía y al llegar al lugar y ver al animal se declararon incompetentes para atender la denuncia, considerando que no era un problema policial sino ambiental; en fin, el caimán, por donde llegó, regresó al río. Otro caso curioso se produjo recién inaugurada la “Laguna de los patos” ubicada en el corazón de la Universidad Católica Andrés  Bello de Guayana: un día, de manera inesperada los animalitos salieron del agua sin querer volver a ella; ¿que había pasado? cuando el personal de mantenimiento hizo la averiguación, se encontró que una  Baba o pequeño caimán,  seguramente procedente del Parque Cachamay se instaló en la poza espantando a las aves, que según la opinión de un alumno, prefirieron  que se dijera “aquí volaron, antes que, aquí quedaron”

Muchas cosas pueden contarse de estos 71 años de la ciudad, donde también viven los bichos que forman tanto la fauna urbana como la silvestre o salvaje, que a veces se acerca demasiado de manera peligrosa, pero nunca tan perversa y maligna como el bípedo implume de Platón, que es el principal responsable de la tragedia humana. 


viernes, 3 de febrero de 2023

Recuerdos del viejo Puerto Ordáz

En momentos en que pareciera que la muerte acelera el paso, y quienes vieron nacer a Puerto Ordaz  se van despidiendo, dejándonos el silencio y los recuerdos de sus amenas anécdotas, la celebración  del aniversario de la ciudad trae más nostalgia que alegrías. Las imágenes de aquellos años en que se comenzaba a vivir como pequeño proyecto de ciudad, y las urbanizaciones construidas por la Orinoco Mining Company pretendían instalar a orillas del Caroní el estilo de vida americano, se  presentaron algunos problemas de “grata” convivencia, para los hombres de provincia que estaban acostumbrados a vivir sin tanto orden ni etiqueta.

Las nuevas urbanizaciones estaban formadas por casas exactamente iguales: del mismo color, con idéntico  jardín y sin cerca que las separara;  cosa que debía respetarse estrictamente, bajo control y vigilancia de las autoridades de la empresa.  Esto llamaba tanto la atención, que los residentes de Ciudad  Bolívar que se acercaban a  recorrer lo que parecía un hermoso pueblito de muñecas; además, se dictaban reglas de convivencia para no generar conflictos entre vecinos por ruidos excesivos o comportamientos reñidos con la llamada “moral y buenas costumbres” de las ciudades modernas: todo parecía perfecto,  pero los viejos vecinos contaban otras cosas.

Lo de las casas iguales representaba un problema: los viernes por la noche, cuando los trabajadores después de cobrar regresaban a su casa con unos tragos de más, no la encontraban fácilmente, y trataban de entrar equivocadamente en la de los vecinos inquietando la tranquilidad de la noche; otros, etilicamente desorientados, se quedaban dormidos dentro del carro lejos de su hogar y por la mañana la familia tenía que salir a buscarlos.  También molestaba, a quienes venían de otros países que su vecino saliera  al jardín en ropa interior, para bañarse con la manguera o el agua de lluvia. Y qué decir de los problemas con las mascotas: perros que hacían sus necesidades en suelo ajeno; cochinos de monte  o culebras  que, para unos eran tiernas mascotas, pero para otros, especies animales inaceptables en la convivencia humana.

Son recuerdos que dejaron los que ya no están, pero que con sus relatos, se aseguraron de que siempre estuviera presente lo que ahora le está faltando a la vida de la ciudad: la alegría