lunes, 6 de marzo de 2023

Los amigos de ayer y hoy

    Hay lugares que no pasan  de moda porque los visitantes los mantienen con vida; entre estos, puedo destacar las tradicionales cafeterías donde la tertulia cotidiana siempre está presente. Y si bien, hay famosos sitios que reúnen a gente del arte, el deporte o la política, también son espacio predilecto para las charlas entre amigos; eso pensaba tomándome un café y observando a los circunstantes en una muy concurrida fuente de soda del  Este  capitalino, que en su mayoría estaban bastante entrados en años. En una mesa cercana varias señoras muy locuaces y sonrientes disfrutaban del momento; era un reencuentro de “viejas amigas” según dijo un mesonero. Llamaba la atención que el celular no era protagonista de la reunión, porque la conversación fluía ordenadamente: atendían sin interrumpir a la que hablaba, compartiendo risas y muestras de afecto, mientras un perrito “chiguagua” que estaba en brazos de una elegante contertulia, trataba de pasar la lengua por la espuma que quedaba en los removedores del café. La cosa terminó con emotivos abrazos de despedida y la inevitable "foto grupal" que  inmortaliza momentos especiales 

    Viendo esto, agarré una servilleta y armé el boceto de este texto: ¿Por qué los amigos de la adolescencia son tan especiales? Tal vez porque llegan en momentos en que  todavía no se tiene conciencia de lo que significa la existencia humana y la fantasía está por encima de la realidad; y sobre todo, como decía Unamuno, cuando todavía no se ha caído en la cuenta de lo que significa la muerte como experiencia personal: se sabe que existe, y la sufrimos cuando se van los allegados,  pero no nos planteamos  que también es nuestro destino, aunque digan otra cosa los epicureistas. En este escenario, la imagen y el recuerdo de los amigos  de la adolescencia, e inclusive  de la niñez, quedan inmortalizados, formando parte de un pasado mágico que siempre se recuerda con nostalgia; no se pueden comparar con los que llegan en otro momento a nuestra vida, porque, simplemente son diferentes. Por eso emocionan tanto esos encuentros con los amigos de ayer.

    Entre los numerosos amigos que la vida me regaló en los años mozos, debo mencionar a los de mi bachillerato en el Colegio Loyola de Puerto Ordaz. Estos personajes,  han creado un grupo WhatsApp llamado Familia Loyola 72, al que injustamente me han incorporado, porque no ayudo a alimentar la variadisima tertulia cotidiana que allí se desarrolla.  Los amigos y amigas que “hacen vida en ese espacio” son admirables, ya que  después de compartir cinco años en las aulas del Colegio, varias décadas después, llegan cargados de vivencias, arrastrando lo que significa ver la vida desde los sesenta y sin que  “la vieja amistad haya envejecido”, aunque esta última afirmacion pueda parecer absurda. Nadie se ha ido, todos están en el cariño y el recuerdo; cada mañana se saludan como si estuvieran entrando a los viejos salones del Loyola, cuando no nos dolía nada, ni teníamos que tomar nada para contrarrestar las debilidades del cuerpo; con el mayor desparpajo comparten hasta las cosas más íntimas, y siempre están pendientes de ayudar a aligerar el peso de la existencia, con ese humor juvenil que contrasta con la pretendida mesura de la gente seria.  Como dije antes no aporto mucho, pero recibo bastante, porque cada vez que me asomo al grupo me parece que estoy viendo una representación estética sobre lo que significa la amistad.

    En fin: todo esto se me ocurrió tomando un café que, al preguntarme el mesonero cómo quería, le dije en tono estoico “negro, como el destino” a lo que replicó “tampoco es así”  Y tenía razón, porque siempre hay motivos para ver la vida de una manera diferente.

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