jueves, 2 de julio de 2020

Diamantes y fantasmas del Cachamay: crónica aniversaria


Cuando todavía no se había construido el primer puente sobre el rio Caroní para unir  Puerto Ordaz con San Félix, y mucho menos la avenida Guayana, “El Cachamay” no era el parque que hoy conocemos: cercado, con caminerías y algunas construcciones que el vandalismo ha destruido; eran unas caídas de agua rodeadas de selva virgen, muy visitadas por los lugareños para admirar su belleza y, a veces, también darse un chapuzón.

 

En los meses de sequía, cuando el rio bajaba considerablemente su caudal, el salto quedaba reducido a uno cuantos chorritos, que formaban entre las piedras unos pozos donde la gente bajaba a bañarse de manera sabrosa, sin el peligro de ser arrastrado por las corrientes de tiempos de invierno. El único riesgo que advertían los mayores, eran los tembladores (peces que dan corriente) que podía quedar atrapados en esos pozos.

 

Además del baño, los niños atrapaban pececitos con botellas llenas de pan y algunos adultos “suruqueban” porque según se decía, el Caroní arrastraba diamantes y muchos de ellos quedaba en esos pozos que eran accesibles a la gente en tiempos de verano. No conozco a nadie que sacara un diamante, pero eso se decía y eso creía.


Entre los personajes domingueros de orilla de rio, recuerdo a uno con desarreglado aspecto bohemio, que con un libro y un cuaderno se sentaba a la sombra de los árboles a observar el ambiente y sus circunstantes. Decía un vecino de Castillito, que el hombre era un poeta que vivía en el bosque, inspirándose en los espíritus de los pueblos indígenas que frecuentaban las orillas de las caídas de agua.


Cuando recordamos el pasado es difícil separar la realidad de la ficción. Lo cierto es que, en una oportunidad, con un amigo de mi padre, recorrimos un camino de tierra que bordeaba el rio, desde lo hoy se conoce como “El Cachamay”, pasando por el parque Loefling, hasta llegar a donde después se construyó la urbanización Los Olivos. Por el camino el hombre iba contando historias de la vida indígena en ese lugar, arboles misteriosos que caminaban y aparecían en sitios diferentes, extraños animales que salían en las noches y luego desaparecían sin dejar rastro. Algo similar a la reciente historia del puma que se escapó cortando el candado de la jaula. En fin, El Cachamay estaba rodeado de una atractiva belleza misteriosa.


Pasó el tiempo y lo demás es historia oficial muy conocida: se construyó El parque Cahamay, El Parque Leofling. Pasaron las épocas de esplendor y llegaron momentos de abandono. El lugar vuelve a estar en manos de la naturaleza. En verano se quema el bosque y en invierno las lluvias lo resucitan. Así es la historia, más de 60 años de sueños, trabajo, esperanzas, éxitos y frustraciones. Ahora la realidad es tan dura que, en tiempos de aniversario, lo más ameno es recordar aquellos años de ingenuidades y fantasías que condimentaba la vida de la gente, esperando encontrar un diamante que les regalara el rio, o librarse los misteriosos fantasmas del bosque.

 

 

 

 

jueves, 30 de abril de 2020

Pandemia e injusticia digital


Esta semana me tocó comenzar a dictar clases a distancia. Acepto que es una necesidad para resolver el problema de comunicación que tenemos en tiempos de pandemia, donde el contacto humano ha quedado muy limitado al extremo de que casi está prohibido. Casualmente en mi primera experiencia a distancia, tenía que hablar de la justicia como valor humano y social, destacando, como dicen la mayor parte de la intelectualidad filosófica, que solo las acciones humanas pueden ser calificadas como justas o injustas. Pero en medio de esa experiencia virtual, algunos oyentes o participantes, decían que no se escuchaba, otros, por otra vía se quejaba de las dificultades de comunicación. Y por los comentarios que hice después de esa experiencia, un amigo me envió por WathsApp la imagen que adjunto, donde un muchacho desde un lugar alejado de la ciudad le dice a un profesor que “allí no se oye”. La escena da a entender lo que denuncia la tesis de la brecha digital, destacando que hay gente que esta excluida del progreso y muy especialmente de este “mundo virtual”

Es indiscutible que el coronavirus ha acentuado las diferencias sociales, e inclusive, las tradicionales injusticias, especialmente las tecnológicas. Y no se trata de que llegue o no llegue la señal del internet, hay mucho más, hay personas que siempre han estado totalmente excluidos del progreso y ahora pueden convertirse en victimas del “analfabetismo o el alejamiento tecnológico”. En medio de estas tertulias, que no se pueden llamar debates, se dice que “el que no se monte en la nueva realidad está fuera del mundo” Y aquí es donde disiento, porque independientemente de la habilidad o torpeza tecnológica, estamos hablando de seres humanos, que tienen todo el derecho a ser tomados en cuenta, y buscar la manera de atender sus necesidades, sensibilizándose con ellos, igual como se hace con los sectores tradicionalmente desfavorecidos 

Estamos claros que nos enfrentamos a una nueva realidad, y tenemos que apelar a los recursos que nos ofrece el sistema de video conferencias para hacer que la educación llegue a todos. Pero, qué cosas, nada es perfecto, no se puede llegar a todos.  Siempre aparece la cara oscura de la injusticia. Y terminé la clase pensando que, además de la conducta humana puede haber otra cosas que produzcan terribles injusticias.  


  

sábado, 28 de marzo de 2020

El tiburón y la pandemia



 En 1975 se estrenó la película Tiburón. Un filme que inmediatamente se convirtió en un éxito de taquilla que recibió un premio de la Academia por la banda sonora, una melodía espeluznante, que acompaña el ataque del escualo y con el tiempo se convierte en referencia no solo de la película sino del terror y el suspenso. Sin ser considerada una obra maestra figura entre las mejores películas de la historia del cine 

Una muchacha que se bañaba en el mar es atacada por un enorme tiburón. El jefe de policía de la localidad le sugiere al alcalde que cierre las playas a los bañistas, pero éste se niega ya que eso significaría la ruina de la temporada veraniega, que es la única fuente de ingresos del lugar. Posteriormente, el tiburón sigue atacando, y se ven obligados a acceder a las peticiones del jefe de policía, cerrándose las playas. En lo sucesivo la trama se desarrolla en la lucha de los protagonistas para eliminar al animal, cosa que logran, en definitiva.

En días pasados escuchando los argumentos de un jefe de Estado para no decretar la cuarentena social ante el coronavirus, me acordé de los argumentos del alcalde de Tiburón, que en la película queda como un personaje maligno, que coloca el valor del dinero, por encima de la seguridad de la vida de la gente. La cosa no es tan sencilla como parece, porque muchas veces el dinero es necesario para la salud y la vida. Un comentarista de la televisión mexicana decía que, en su país el 60% vive del día a día, y si no los mata el virus, los va a matar el hambre. 

Aunque no lo crean así está la cosa de complicada. No hay salida fácil. En la película la solución fue matar al tiburón. Quedarnos en la casa es necesario para evitar el contagio y que se extienda la pandemia, pero a la larga se trasforma en una muerte lenta. La única solución es acabar con la amenaza del COVID 19, para rescatar la normalidad social, asegurando la salud y la economía. De lo contrario, el virus va a acabar con nosotros.  






lunes, 10 de febrero de 2020

Rafael Lezama: el hombre de la vivienda guayanesa


Si se revisan los documentos de propiedad de las casas que fueron compradas con créditos hipotecarios en Ciudad Guayana, en muchos de ellos se verá la firma de Rafael Lezama.  Y es que Lezama, como le dicen los amigos, es una de las personas más importantes de lo que significó el crédito hipotecario en Ciudad Guayana.

El crédito hipotecario, fue un indiscutible recurso social que forma parte del pasado. Sirvió para que mucha gente que no tenían dinero para comprar una casa de contado, tuviera la posibilidad de adquirirla a crédito. Y con una modesta inicial, darle a su familia una vivienda digna. Cosa que hoy lamentablemente no es fácil.

En este sentido, los gobiernos de la época fundaron Asociaciones que facilitaban esos generosos créditos, y aquí en Puerto Ordaz, se fundó la Asociación Guayanesa de Ahorro préstamo AGAP. Allí trabajó Lezama desde sus inicios a finales de los 60. Después vino la fusión con Del Sur EAP y allí continuó prestando sus servicios

Lo que destaca del personaje que nos ocupa, es que su trayectoria profesional siempre se caracterizó por la responsabilidad, el compromiso y algo más, la calidad humana. En más de una oportunidad, cuando veía que había personas que de manera descuidada dejaba de pagar sus créditos hipotecarios, iba a hablar con ellos para que no perdieran su casa.

Mas allá de los títulos, Lezama ascendió en su puesto de trabajo por su ética y eficiencia, llegando a ser representante de Del Sur EAP a nivel nacional, siendo ejemplo vivo de lo que significa crecer con esfuerzo y honestidad.

Además de todo lo anterior, nuestro amigo tiene un don que nunca se coloca en los currículos, el humor.  Es un verdadero artista contando chistes o anécdotas humoristas que siempre alegraban al personal de las Notarías o Registros donde llegaba a firmar documentos

Hoy Rafael Lezama está jubilado en su casa de Los Olivos. La que ocupa junto con su familia desde hace más de 50 años. Por las tardes se sienta tranquilamente en el porche a ver como pasa la vida de esta ciudad Porque aunque él no quiera reconocerlo, es verdadero pionero  y fundador, que llegó  aquí como primer fiscal de tránsito  en los años 50, para después ocupar diferentes oficios donde, siempre destacó por encima de todo su calidad humana.

En pocas palabras, un verdadero ciudadano guayanés que, en tiempos de aniversario, bien merecidas tiene estas líneas que se le escriben

domingo, 9 de febrero de 2020

Crónica de un aniversario: El quiosco de Alexis



Decía don Miguel de Unamuno: Ante todo, los hombres. Siempre me ha interesado más el individuo que la muchedumbre. Las biografías más que las historias generales y psicología más que la sociología. En este sentido, a pesar del cariño que le tengo a esta ciudad, prefiero hablar más de su gente que de sus acontecimientos generales, que no mencionan al individuo de carne y hueso, nombre y apellido. Y en esa línea de pensamiento quiero darle espacio a la gente sencilla, a la que vivió y vive sin pretender ser protagonista o “influencer”.  A esos que la historia nunca menciona, como es el caso de Alexis Hernández, encargado de un quiosco de periódicos que se encuentra frente al Supermercado Pekín en el viejo centro de Puerto Ordaz.

Alexis tiene toda una vida viendo entrar y salir la gente del supermercado.  Presenció el esplendor del Supermercado Cada en los años 70.  Tal vez el mejor del Oriente del país en su época, que marcó una etapa en la cultura urbana guayanesa. Después vio su desaparición y como se instalaba en el mismo local el Supermercado el Diamante, y ahora otro dueño con otro nombre y otro concepto.

Durante muchos años “El quiosco de Alexis” -como le decía la gente- fue uno de los lugares preferidos de los lectores guayaneses.  No solo se encontraba la prensa del día, también podían adquirirse revistas nacionales o internacionales: bohemia, Elite, Resumen, Interviú, Hola e inclusive, hasta la revista oficial del Partido Comunista Cubano Granma. Muchas colecciones de libros que ofrecían como promoción las editoriales nacionales, las conseguí en "El Quiosco de Alexis"

Hoy allí sólo quedan algunos libros viejos y el único periódico que circula en la ciudad. Los quioscos de periódicos o revisteros, son monumentos que recuerdan un pasado que se traga la globalización donde la lectura está desapareciendo. Pero allí esta Alexis “aguantaito” como el mismo dice. Igual que otros que no aceptan el rumbo de un destino que hace desaparecer al hombre de carne y hueso. 

domingo, 26 de enero de 2020

Billy Jack en Puerto Ordaz




El cine tuvo influencia importante en los orígenes de la sociedad guayacitana de los años 70. Aunque hay que reconocer que no existía el mismo nivel de intelectualidad cinematográfica que en la capital, se debe destacar que se formaban las tertulias dedicadas comentar lo que dejaban las películas en una ciudad de pocos movimientos culturales como era Puerto ordaz en aquellos días. Además, las modas del cine también llegaban y se imponían en tiempos en que no había televisión. Todavía hay quienes recuerdan momentos de su vida relacionándolos con los héroes cinematográficos de aquel entonces, y entre tantos, hoy recuerdo la saga de Billy Jack.


Billy Jack es un personaje creado por el director de cine Tom Laughlin. Jack: un mestizo veterano de la guerra de Vietnam que vivía en sintonía con la naturaleza, y luchaba contra el racismo y los abusos de los poderosos contra los más humildes. Fue visto como miembro de la contracultura juvenil, y su forma de vestir con blue jeans y sombrero, impactó de tal manera, que un gran amigo que ya partió, no se quitaba el sombreo al estilo Billy Jack, ganándose inmediatamente el apodo de Billy

La trama de la película era muy básica, dividiendo a los personajes entre buenos y malos; siempre con la expectativa de que estos últimos se trasformaran, porque pareciera que en el fondo de la naturaleza humana siempre está el bien. Llamaba la atención que el hombre, que pregonaba el pacifismo lo defendía a patada limpia, porque un maestro de hapkido y en algunas ocasiones esa era la única manera de hacer entrar en razón a los violentos.

Otra cosa importante para recordar a Billy Jack era el tema musical One Tin soldier, que contaba la historia de un pueblo que creía que en una montaña debajo de una piedra había un tesoro y cuando deciden apropiarse de él de manera violenta  para repartirlo entre la gente, se encuentran que el tesoro era una frase que decía “Paz en la tierra”. Y el coro de la melodía repetía irónicamente: “vaya por delante, y odiaras a tu vecino, Vaya por delante y engaña a un amigo. Lo hacen en nombre del cielo. Se puede justificar…”

Así era Billy Jack, héroe de los setenta, que no se encontraba a gusto ante la crueldad humana e invitaba con sus acciones a luchar contra las injusticias y a compartir la paz.  Porque la paz es el verdadero tesoro de la humanidad
  


sábado, 4 de enero de 2020

La ira del Papa


El manotazo que le dio el Papa Francisco a la feligresa el pasado 31 de diciembre se convirtió en “tendencia” de final e inicio de año. Inmediatamente las redes sociales abrieron un debate y hasta un importante canal de televisión le dedicó espacio estelar para discutir el acontecimiento. El escándalo es lógico, porque -como se dice- las reacciones iracundas, aceptables en las personas normales, son inadmisibles en quien debe ser mensajero de la paz, considerado como una santidad libre de pecado

  Ahora bien, no estoy convencido de que la ira sea un pecado, porque según los especialistas, es una reacción natural del cuerpo humano.  En el libro Los pecados capitales de Fernando Savater se cita al periodista y neurólogo argentino Nelson Castro que sobre la ira hace un análisis que me parece acertado: “La ira es totalmente fisiológica, porque el organismo responde con una carga de adrenalina. ¿Cómo no va a haber ira si el cuerpo humano esta preparado para eso? Psicológicamente es una reacción a algo que afecta, que altera, que causa un daño. El problema es cuando la ira no es una reacción sino una norma de vida. Allí la ira se convierte en pecado; lo otro es algo inmanente a la naturaleza humana que tiene cierto fin”.

El manotazo del Papa ha causado decepción entre los que lo aman y satisfacción entre los que los odian, que por cierto son bastantes. Siempre han existido los religiosos iracundos, el problema es que la actitud del Papa Francisco, en relación a algunos regímenes políticos, le ha generado un inmenso rechazo, que se pone de manifiesto con la reacción que en las redes sociales ha causado su manotazo.

No creo que la reacción del Papa ante la feligresa que lo toma de la mano lo convierta automáticamente en un hombre malo. Lo que demuestra es que no tiene la paciencia necesaria para controlar la ira, como pasa en más de un mortal. Lo verdaderamente malo, es que escándalo demuestra que las “virtudes no venden mediáticamente” como lo hacen los pecados. El ejercicio de la paciencia no se convierte en “tendencia” ni llama la atención, las reacciones iracundas sí.
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Como decían antes, no estoy convencido de que la ira sea un pecado, el odio si lo es. Y más aún, el odio político e irreflexivo que se hace evidente en estos días.