viernes, 3 de febrero de 2023

Recuerdos del viejo Puerto Ordáz

En momentos en que pareciera que la muerte acelera el paso, y quienes vieron nacer a Puerto Ordaz  se van despidiendo, dejándonos el silencio y los recuerdos de sus amenas anécdotas, la celebración  del aniversario de la ciudad trae más nostalgia que alegrías. Las imágenes de aquellos años en que se comenzaba a vivir como pequeño proyecto de ciudad, y las urbanizaciones construidas por la Orinoco Mining Company pretendían instalar a orillas del Caroní el estilo de vida americano, se  presentaron algunos problemas de “grata” convivencia, para los hombres de provincia que estaban acostumbrados a vivir sin tanto orden ni etiqueta.

Las nuevas urbanizaciones estaban formadas por casas exactamente iguales: del mismo color, con idéntico  jardín y sin cerca que las separara;  cosa que debía respetarse estrictamente, bajo control y vigilancia de las autoridades de la empresa.  Esto llamaba tanto la atención, que los residentes de Ciudad  Bolívar que se acercaban a  recorrer lo que parecía un hermoso pueblito de muñecas; además, se dictaban reglas de convivencia para no generar conflictos entre vecinos por ruidos excesivos o comportamientos reñidos con la llamada “moral y buenas costumbres” de las ciudades modernas: todo parecía perfecto,  pero los viejos vecinos contaban otras cosas.

Lo de las casas iguales representaba un problema: los viernes por la noche, cuando los trabajadores después de cobrar regresaban a su casa con unos tragos de más, no la encontraban fácilmente, y trataban de entrar equivocadamente en la de los vecinos inquietando la tranquilidad de la noche; otros, etilicamente desorientados, se quedaban dormidos dentro del carro lejos de su hogar y por la mañana la familia tenía que salir a buscarlos.  También molestaba, a quienes venían de otros países que su vecino saliera  al jardín en ropa interior, para bañarse con la manguera o el agua de lluvia. Y qué decir de los problemas con las mascotas: perros que hacían sus necesidades en suelo ajeno; cochinos de monte  o culebras  que, para unos eran tiernas mascotas, pero para otros, especies animales inaceptables en la convivencia humana.

Son recuerdos que dejaron los que ya no están, pero que con sus relatos, se aseguraron de que siempre estuviera presente lo que ahora le está faltando a la vida de la ciudad: la alegría  




  





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