sábado, 24 de mayo de 2025

Fantasías o estupideces futboleras


He leído que Albert Camus dijo que, cuanto de importante sabía acerca de la moral humana, lo había aprendido en el fútbol. Un deporte del que se han ocupado las plumas de grandes escritores. Javier Marías ha dedicado varios artículos a esta pasión, recogidos en un libro titulado Salvajes y Sentimentales que siempre releo junto con la recopilación que hace Jorge Valdano de Cuentos de Futbol donde ilustres figuras de la literatura fantasean sobre el mencionado deporte. Traigo esto a colación, porque he leído en las redes que algunos comentaristas critican la forma como los futbolistas celebran los goles, recomendando que debería existir una ética deportiva, según la cual,  se pueda expresar la alegría sin burlarse, ni humillar al adversario ni ofender a la grada.

A propósito de esto, en el libro de Marías podemos leer un artículo titulado La celebración,  donde dice que, una de las cosas más reveladoras del carácter y personalidad de un jugador (y de su equipo por extensión) es su forma de gritar y celebrar un gol, Ciertamente, en este sentido, cada día nos podemos encontrar, tanto con la razonable alegría del éxito, como con el absurdo, la vulgaridad, la humillación y la falta de respeto hacia los adversarios o el público en general.

Debo aclarar que desde mi infancia estoy atrapado en la adición futbolera, pero consciente de que un sin número de afamados pensadores, (que no pueden ser recordados precisamente por brutos) han hecho severas críticas a lo que produce este deporte: El escritor cubano Cabrera Infante  detesta el fútbol, considerando que es un juego nefasto que incita a la violencia; el argentino Jorge Luis Borges, cuando le preguntaban, por qué rechazaba algo tan popular como el fútbol, contestaba que la estupidez es popular; de manera más moderada, Miguel de Unamuno, refiriéndose en general a los deportes, decía que él comprendía el placer que podía causar al espectador una buena jugada, lo que le parecía absurdo e incomprensible, era que después se pasen la semana entera hablando de ella; el filósofo hispano venezolano, Juan Nuño, en su libro, La veneración de las astucias,  hace un análisis detallado del balompié, resaltando el efecto psicológico que produce en el aficionado, que independientemente de su formación cultural, cuando entra en contacto con el juego, se convierte en un fanático qué reacciona irracionalmente, porque  ya no piensa, sino que la masa piensa por él. Y qué decir de Miguel Delibes, que en su cuento El campeonato, termina preguntándose ¿Cuántas cosas se podrían hacer en los millones de horas que los españoles pasan viendo el fútbol?

Y podría continuar citando opiniones sobre el tema, sólo para demostrar que a pesar conozco las críticas, siempre me gusta regresar a mi infancia, sentándome a ver un partido; y  por qué no decirlo, esperar las victorias del Real Madrid. Lo que me parece preocupante, son los efectos nocivos que puede producir la adición futbolera, sobre todo en la personalidad de los niños: me cuenta una amiga que su nieto, que juegan en divisiones infantiles, necesitó ayuda psicológica ante el trauma que le producían las derrotas. Aquí le doy la razón a los comentaristas que consideran que hay que educar sobre las reacciones que produce el éxito o el fracaso, y así evitar, que lo que debe ser sana diversión y alegría, se convierta en motivo de tristeza o frustración emocional.

 Dice Marías en el comentado texto que ilustra este artículo, que el jugador más elegante y sobrio a la hora de marcar goles, fue curiosamente un "colchonero" (jugador del Atlético de Madrid) Garate, que no los celebraba: “no, sólo no hacía cortes de manga, ni daba puñetazos al aire, ni corría  como un poseso por todo el campo, sino que ni siquiera alzaba los brazos, que es el gesto mínimo que el contacto del balón con la red pide al que lo ha logrado, como sabe todo el que ha jugado al fútbol.  Garate no humillaba con su exaltación , más bien parecía pedirle disculpas por el disgusto dado y por hacerle perder la prima”.

Pedir esto último puede parecer una ingenuidad: ¿educar para la cortesía y la elegancia en el fútbol?  Es deseable, pero difícil, porque el espectáculo que desea la mayoría parece que se inclina por el bajo placer que produce la estupidez y la vulgaridad. Y quien no este de acuerdo con esto, que no me lo discuta a mí,  sino al maestro Borges.


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