miércoles, 19 de octubre de 2011

Vivir con el miedo


El pasado 11 de septiembre, al cumplirse 10 años de los ataques contra las torres gemelas,  Javier Marías  escribió en su  columna Zona fantasma un artículo titulado Hasta que se agoten las lagrimas. Dice allí, que desde esa fecha  los ciudadanos se han acostumbrado  a convivir con el miedo,  a llevarlo incorporado en todo momento cada vez que viajan, porque ante la posibilidad de un atentado, la seguridad es y será siempre relativa. Nosotros podemos estar contentos de que hasta ahora el riesgo del ataque terrorista no se ha hecho presente, pero hay otras circunstancias que  hacen que el venezolano viva con el temor permanente de que pueda verse envuelto en una tragedia.

La semana pasada fue especialmente “acontecida” en el aeropuerto de ciudad Guayana: tres incidentes aéreos y un conato de incendio en menos de cuatro días pusieron en evidencia los problemas del trasporte aéreo nacional. En ocasiones  los incidentes menores son beneficiosos porque  redoblan las precauciones y mejoran el servicio, pero el impacto mediático de los sucesos han potenciado el miedo a volar a extremos nunca antes vistos

El pasado jueves tenía que trasladarme a la ciudad de Coro, y en medio de los inquietantes rumores me fui al aeropuerto tratando de  ignorar la paranoia reinante. Cuando estaba en la sala de espera,  vía twetter, informaron que en un cercano aeropuerto,  un avión había perdido los dos cauchos.  Una de las cosas que tranquiliza en esas situaciones es la confianza que trasmite la actitud serena de los demás pasajeros, pero en esa oportunidad esto no pintaba muy bien: no había muchas sonrisas, más bien caras largas, que se trasformaron en rostros de preocupación cuando empezó a llover copiosamente;  a mi lado estaba una señora que tenia la vista fija en una revista pero no pasaba las páginas;  otros se levantaban, miraban hacia la pista, se sentaban y repetían  esos movimientos varias veces, como  si fuera un ritual; casi nadie hablaba, algunos dormitaban o fingían hacerlo. De repente, por los parlantes internos ordenaron que desalojáramos inmediatamente el aeropuerto. Se produjo un sobresalto automático y  muchos salieron corriendo del lugar a pesar de los consejos del personal de seguridad. Al final, un corto circuito que se reparó rápidamente, pero un tremendo susto que algunos no olvidarán fácilmente

Pero las cosas  no terminaron allí,  el diario El Nacional, en su  edición del domingo pasado titula así: “Líneas aéreas en jaque por los retrasos de Cadivi. El presidente de la Cámara Venezolana de Trasporte Aéreo Eugenio Molina señala que la tardanza repercute en el mantenimiento y la reparación de aeronaves”. Como puede verse, no necesitamos ataques terroristas para vivir asustados, la ineficiencia ha  producido el mismo efecto. Va a ser más fácil mejorar el servicio aéreo que recuperar la confianza de la gente. Y no  son solo los vuelos: la inseguridad personal por delincuencia desbordada, el irrespeto a la propiedad privada,   el oscuro panorama político y muchos otros problemas  que  se sufren a diario,  parecen refirmar la idea de que,  en nuestro tiempo la seguridad es y será siempre relativa.

Hay que reconocer que es imposible vivir sin miedo, pero no podemos dejar que  el miedo secuestre  nuestras vidas;  los valientes no son los que no tienen miedo, sino los que saben dominarlo.  Sobre esto hay una frase que cita Marías en el artículo que comento al principio: Ignorar los males venideros, y olvidar los males pasados, es una misericordiosa disposición de la naturaleza, por la cual digerimos la mixtura de nuestros escasos y malvados días” jblanco@ucab.edu.ve;   twitter @zaqueoo

No hay comentarios:

Publicar un comentario