El pasado fin de semana estuve en Puerto La Cruz dictando la materia Ética y Acción Política del diplomado de Gobernabilidad y Gerencia Política que ofrece la Universidad Católica Andrés Bello. Fue una experiencia interesante, porque se generó un debate entre persona de ideas diferentes, sobre lo qué es la ética y cómo debe ser la conducta de los ciudadanos y los gobernantes. En medio de la discusión, se me pidió opinión sobre las causas de la inseguridad en Venezuela. Siguiendo la lógica abogadil, mencioné en primer lugar a la impunidad, porque la ausencia de castigo es uno de los principales motivos de la proliferación de delitos.
Mientras se desarrollaba la clase caía un diluvio sobre la ciudad, y al salir, las calles estaban inundadas; era difícil conducir en medio de las “lagunas” y la nocturnidad. Pero ocurrió algo que me pareció sorprendente: la mayoría de los conductores empezaron a desplazarse de manera veloz e imprudente; parecía una escena de la película 2012, cuando el protagonista conduce el vehículo de manera desesperada para escapar del terremoto que destruye la ciudad. No sé que habrá pasado allí cuando llueve, pero lo cierto es que se desató una especie de canibalismo vial; un “sálvese quien pueda sin importa los demás”. En dos ocasiones tuve que detenerme o desviarme para evitar que me chocaran; los vehículos pasaban por los charcos empapando todo a su alrededor, e inclusive, más de un “toque “se dieron y siguieron como si nada.
Al día siguiente, pasada la lluvia y el ambiente atemorizante, regresé a Puerto Ordaz y en la carretera me encontré permanentemente con el peligro de la imprudencia vial, hasta que lamentablemente, antes de llegar a El Tigre observé un gravísimo accidente que vino a confirmar una vez más lo peligroso que es transitar por nuestras calles y carreteras.,
Terminé el viaje volviendo a reflexionar sobre las causas de la inseguridad; no cambio de opinión en el sentido de que la impunidad es determinante, pero hay algo que no se puede negar: la raíz de la inseguridad es el absurdo humano. Es verdad que sin castigo siempre habrá delito, pero si el hombre no se comporta de acuerdo con una “lógica ciudadana” y de manera repetida comete actos peligrosamente absurdos, constantemente estaremos en riesgo. Hace más de un año, escribí un artículo donde destacaba que, hasta las personas más prudentes se vuelven irracionales al frente de un volante. Y no solo me refiero al tránsito, sino a la conducta del hombre en general. Rosa Montero escribió acertadamente, sobre el lado oscuro del corazón humano, de donde en forma inesperada aparecen monstruos que cometen las atrocidades más insospechadas.
Tal vez estemos viviendo un momento de esplendor en lo que al estudio de la ética se refiere. Casi todos hablan de ética y muchos pretenden dar lecciones de moral. Pero como se ha dicho repetidamente, la ética no es un conocimiento que se adquiere para criticar a otros, sino para mejorar la conducta personal: “la ética no es para tirar piedras al techo del vecino, sino para mejorar las goteras que tenemos en el nuestro”. Es muy difícil alcanzar la seguridad, pero si queremos trabajar para lograrlo, vamos a empezar por tratar de controlar los demonios que todos llevamos por dentro y que a veces se nos escapan. jblanco@ucab.edu.ve
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