Epicteto, famoso filósofo estoico que nació esclavo en el
año 55 d.C, decía que, una de las mejores maneras de elevar el carácter
consiste en encontrar personajes ejemplares que valga la pena emular: “Todos
llevamos dentro las semillas de la grandeza pero necesitamos una imagen como
punto de referencia que pueda hacerla brotar”
En este inicio de año, si tomamos por bueno el consejo de
Epicteto, tendríamos que identificar a
esos personajes que nos pueden “potenciar” como personas. La cosa no es
difícil, en las bibliotecas tradicionales o en la “red”, sobran las bibliografías
de grandes hombres que se han convertido en incuestionables ejemplos para la
posteridad. Pero no es necesario consultar esas fuentes, porque a nuestro lado hay muchas personas que han
llevado una vida que perfectamente puede servir de modelo. Voy a referirme a
dos casos concretos; dos sacerdotes: Ricardo Benedetti y Santiago Ollaquindia.
A Ricardo Benedetti no lo conocí personalmente. Me enteré después
de su muerte que era párroco de Tumermo, pero su sacrificio en la tragedia del
Aponwuao, siempre me ha impresionado. En compañía de la maestra Cruz Basanta y sus seis hijos, tripulaba una canoa por el
rio Aponwuao, para observar la
impresionante cascada del mismo nombre que
se ha convertido en un destino turístico obligatorio. Cuando regresaban, el motor
de la embarcación falló y la corriente la
arrastró hacia la gigantesca catarata. Ante el peligro inminente, todos se
lanzaron al agua y nadaron hacia la orilla; todos, menos el padre Benedetti, la
maestra y el indígena que operaba el
motor; la razón: los niños no sabían nadar y no
podían abandonar la curiara. Antonio López Ortega, en la página web,
wwwcomunidadandina, narra el episodio de manera impactante “Carlos le pide entonces al párroco que salte, que salve su vida, pero
Benedetti ya ha juntado sus palmas a
modo de plegaria para encomendarse al Supremo.“No nadan –alcanza a balbucear–;
los niños no nadan. Salte usted que mi salvación está con ellos”. Al día
siguiente los periódicos reflejaron el hecho como una lamentable tragedia, pero
la grandeza del sacrificio humano no ha sido sufrientemente destacada. Hoy, que
tanto se pregona el valor de la solidaridad y el compromiso con los que sufren,
es bueno recordar el ejemplo de estas personas que, no abandonaron a quienes
estaban condenados a morir y compartieron su trágico destino.
Con el padre Santiago Ollaquindia tuve una relación más
cercana. Fue mi maestro en bachillerato, brillante director del Cine Foro del
Loyola y últimamente párroco de Nuestra señora de Cormoto en los Olivos. Una
persona que, además un carácter fuerte, tenía
el don de la palabra, que siempre destacaba en sus clases y homilías. Pero con
el tiempo se vio afectado por una penosa
enfermedad que mermaba considerablemente sus facultades físicas: comenzó a
perder la vista, sus piernas se vieron seriamente afectadas y posteriormente
tuvieron que amputárselas. A pesar de que su cuerpo no le respondía, su
voluntad no se debilitó nunca y celebró misa hasta el último momento, sin
atender a quienes le aconsejaban que se retirara a descansar. Asistí una de sus últimas homilías y creo que ni la pluma de Hemingway hubiera podido crear una escena donde se evidenciara de tal forma la lucha de la voluntad y la fortaleza del espíritu contra el
deterioro del cuerpo y la debilidad humana:
no podía leer, casi no podía hablar, pero aun así celebró la misa. La
semana pasada se le hizo un justo homenaje. En este tiempo que en que estamos
tan acostumbrados a la comodidad y nos derrumbamos ante cualquier problema, el
ejemplo de Ollaquindia nos recuerda esa vieja máxima: “No hay nada más poderoso
–ni más grande-que una voluntad inquebrantable”.
Como dice la cita inicial, todos llevamos dentro semillas de grandeza ¿Cuál es la que quieres
hacer germinar? Si quieres crecer en solidaridad o fuerza de voluntad, acércate a estos sencillos personajes que con
su vida nos han dejado un gran ejemplo. twitter @zaqueoo
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