martes, 7 de agosto de 2012

La política y el resentimiento


La cercanía de las elecciones agudiza las discusiones sobre el destino político del país: artículos de opinión, programas de radio o televisión, tertulias de bar o café, intercambios por redes sociales, etc. tratan de predecir lo que va a ocurrir el 7 de octubre; lógicamente es el tema del momento. En medio de este ambiente cobra fuerza la idea de que, salvo contadas excepciones, es imposible pronosticar racionalmente lo que puede ocurrir en unas elecciones, porque está demostrado que al momento de depositar el voto, el ciudadano decide más con el corazón que con la cabeza; los sentimientos se imponen, y la simpatía, el odio o el resentimiento son los que pesan al momento de decidir. Participando de esta opinión, hay quienes consideran que la desgracia de nuestro país es que el resentimiento es el sentimiento que marca la pauta al momento de escoger a los gobernantes.

La relación entre el resentimiento y la política no es cosa nueva. José Ortega y Gasset a comienzos del siglo pasado escribe un artículo titulado Democracia morbosa, donde analiza este problema con la agudeza que siempre le caracterizó: “A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia pública degenerada: le llamó ressentiment. Cuando un hombre se siente así mismo inferior por carecer de ciertas calidades -inteligencia o valor o elegancia- procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades... El resentido odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su lugar triunfa lo inferior”.

Hay que hacer una aclaratoria importante: la envidia no es igual que el resentimiento: el envidioso valora “lo bueno” y se entristece porque él no lo tiene y otros sí; el resentido desprecia “lo bueno” porque cree que no tiene capacidad para alcanzarlo, llegando al extremo de desear que no lo tenga nadie. Por otro lado, es un grave error generalizar diciendo que todas las personas pobres en el fondo son unos resentidos; puede haber algunos pero la mayoría está consciente de su situación y quiere salir de ella: quiere “vivir bien”, aprecia “lo bueno”, inclusive el lujo. En el artículo que cito en el párrafo anterior se cuenta una anécdota que ilustra muy bien esto. “En los comienzos de la revolución francesa una carbonera decía a una marquesa: señora, ahora las cosas van a andar al revés, yo iré en silla de manos y la señora llevará el carbón. Un abogadete resentido de los que hostigaban al pueblo hacia la revolución hubiera corregido: ‘No ciudadana: ahora vamos a ser todos carboneros”.

Creo que el análisis anterior demuestra lo perjudicial que es el resentimiento en la acción política: el resentido no se estima así mismo y como se considera condenado fatalmente al fracaso personal, apuesta permanentemente por el fracaso social, formando lo que Ortega y Gasset llamó conciencia pública degenerada. Por eso hay que ponerle atención al resentimiento y convencer al que lo padece que, ninguna vida es un proyecto fracasado de antemano, y lo importante es luchar constantemente para mejorar las condiciones personales y sociales en pro del buen vivir de todos los ciudadanos. Ni “marquesas” ni “carboneras”, los extremos son malos: personas dignas que respeten a los demás y exijan respeto para ellas. Ojalá que al momento de votar los sentimientos no nublen el entendimiento. 

1 comentario:

  1. Vaya. Pues mi próximo artículo en Filosofando en Guayana trata casi de lo mismo. Se intitula "Pathos y logos por los siglos de los siglos", y justamente es sentimiento versus entendimiento. De todas formas, aún sabiendo que el voto es "visceral", el elector tiene bastante tiempo para racionalizarlo, para reflexionarlo bien y pensarlo. El 7O medirá qué tan racional es el pueblo venezolano o que tan irracional es. Amanecerá y veremos.

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