martes, 28 de mayo de 2013

Al lado del camino

Ante la crispación política que vivimos en la actualidad, diferentes sectores de la sociedad hacen un llamado al diálogo y el reencuentro nacional. Un diálogo que muchos creen necesario, otros invocan por conveniencia y muchos otros rechazan. Se dice que según las encuestas más del 70% de la población quiere el diálogo y el fin de la confrontación. No estoy seguro de que eso sea totalmente cierto. No se puede negar que muchas personas están cansadas de esta eterna pelea que tiene paralizado el país y la vida de los ciudadanos, pero muchos otros, solo creen en la confrontación y la derrota del adversario.

El presidente Maduro se dedica sistemáticamente a insultar y amenazar a sus adversarios, y estos le responden descalificándolo y ridiculizándolo. Lo que se reparten chavistas y caprilistas no son besos y abrazos precisamente, sino golpes, cohetazos o cacerolazos. Entonces, ¿cómo se puede pensar en el diálogo? si la condición indispensable para que exista es el respeto, y en este momento en Venezuela no es fácil encontrar ambientes respetuosos para el ejercicio de la política.
Por otro lado y en gran medida, el ciudadano de a pie se ha acostumbrado a una vida de intriga, competencia, acusación y denuncia permanente. Venezuela vive una especie de maniqueísmo político y social: todo se divide entre “buenos” que siempre son víctima de los “malos” y una polarización donde los grupos enfrentados, considerándose superiores éticamente, solo saben atacar o descalificar a quienes no comparten su posición política.

Para huir momentáneamente de este escenario, me fui a ese santuario natural guayanés que es el parque La Llovizna. Mientras caminaba, encendí el iPad y aleatoriamente comenzó a sonar la famosa canción de Fito Páez Al lado del camino que en una de sus estrofas hace referencia al momento que vivimos diciendo: “En tiempos donde nadie escucha a nadie”, “en tiempos donde todos contra todos”, “en tiempos egoístas y mezquinos”, “en tiempos donde siempre estamos solos”. Hay que ser muy ingenuo para no reconocer que en gran medida estos son nuestros tiempos y que las aspiraciones de paz y tolerancia parecen esperanzas inalcanzables.

Cuando escribo sobre estas cosas, me tilda de pesimista y amargado, porque lo recomendable es sonreír al futuro con esperanza. Es posible que así sea, pero hay un viejo dicho que reza, “la esperanza es como la sal: da sabor pero no alimenta”. Personalmente, creo y trabajo por la paz y el diálogo; pero como dijo un sacerdote amigo hace unos días, para dialogar hacen falta corazones de carne, no de piedra. Y en este tiempo, estos corazones no son fáciles de encontrar. Ante estas circunstancias y en una sociedad que marca una senda de odio y competencia como opción de vida, provoca hacer lo que dice Fito, “estar al lado del camino viendo cómo todo pasa”.

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