miércoles, 1 de mayo de 2013

La institucionalización de las groserías


Hace algunos años, en la familia y en la escuela se preocupaban porque los niños no dijeran groserías, para que cuando fueran hombres hablaran bien. Decir groserías era algo tan mal visto que cuando alguien las repetía constantemente se decía que no era de buena familia. Pero los tiempos han cambiando y lo que ayer era inaceptable hoy es normal. En el pasado las groserías se decían en privado, hoy se pueden oír en reuniones de gerentes de empresas públicas, programas de televisión, en las redes sociales, campañas políticas y de manera más intensa en la confrontación verbal entre Maduro y Capriles, los dos políticos que copan la escena nacional en este momento. Pareciera que las groserías, o dicho de otra forma, el lenguaje soez se ha convertido en algo socialmente aceptado e inclusive institucionalizado.

Cuando converso sobre este tema, debo reconocer que la mayoría coincide en que esta generalización de la vulgaridad verbal es algo inaceptable, pero siempre hay quien se empeña en justificar lo injustificable: se dice que eso de “hablar bien” es algo de la más rancia burguesía; que las groserías forman parte del lenguaje popular y para llegarle al pueblo hay que hablar así. Estos argumentos me parecen verdaderamente insostenibles: el tema del decoro en el lenguaje no se puede sectorizar políticamente, porque la elegancia y la vulgaridad están en todas partes; por otro lado, decir que para llegarle al pueblo hay que ser vulgar es tener una opinión muy pobre del ciudadano venezolano.

Este problema del uso del lenguaje va mucho más allá de una simple cuestión de elegancia y estilo: las palabras son la expresión de nuestro pensamiento. Voy a citar brevemente lo que dice Grace Stuart Nutley en su libro Conversar para Convencer: “siendo las palabras los instrumentos del pensar, no podéis pensar más allá del alcance de vuestro vocabulario. El rápido progreso de la civilización durante los últimos milenios precedentes no es debido a un accidente ni a un súbito incremento de la inteligencia del hombre. Es debido a un vocabulario enriquecido que permite una mejor y comprensión y comunicación”... “Si las palabras profanas y vulgares, frases hechas o burdas exageraciones dan la medida de vuestro vocabulario, son también la medida de vuestra mente”(Las negrillas son mías).

Creo que a la cita anterior poco se le puede añadir. No se trata de llegar al puritanismo exagerado de pretender que nadie diga una grosería, porque a todos, más o menos, se nos escapa alguna mala palabra, lo malo es usarlas como forma de comunicación normal e inclusive institucional, porque eso poco aporta y a la larga embrutece a la gente. Si queremos construir una verdadera ciudadanía vamos a cuidar los detalles y empezar por las cosas pequeñas: hablar bien es una muestra de respeto, no solo a los demás, sino a nosotros mismos.

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