martes, 23 de abril de 2013

Dialogar o negociar el poder



Después de las elecciones presidenciales nos encontramos ante una realidad indiscutible: el país está dividido en dos partes iguales que tienen que sentarse a dialogar para poder enfrentar los problemas que se avecinan. Así lo han expresado experimentados políticos de ambos bandos que, interpretando de manera prudente las circunstancias del momento, consideran que sin diálogo y acuerdo político la gobernabilidad va a ser muy difícil.

Pero la propuesta del diálogo no es bien acogida por los sectores radicales. Hay una serie de máximas que se defienden como si fuera una religión: el poder no se negocia; el que vence y pacta con el vencido no sabe administrar su triunfo; el poder no necesita justificarse, se ejerce; la moderación es signo de debilidad, etc. Esto es el resultado de una “cultura” que considera que lo más importante en la arena política es vencer, derrotar al adversario, porque esa es la única forma de someterlo y gobernarlo.

Esa apología del poder citada en el párrafo anterior, que pareciera tomada de algunas ideas sofistas, no tiene mucho futuro en las sociedades democráticas de nuestro tiempo. Para poder gobernar una sociedad democrática hay que tener poder político, y este se obtiene cuando el ganador de una elección cuenta con el respaldo de sus incondicionales y el reconocimiento de sus adversarios. Si alguien duda de esto, le invito a que lea el libro de John Carlin El factor humano, donde se narra cómo Nelson Mandela consiguió unir a negros y blancos, evitando una guerra civil en Sudáfrica. La virtud de los grandes políticos no es solo sumar adeptos a su causa, sino lograr la aprobación de sus antagonistas; y con eso no está negociando el poder, todo lo contrario. Si analizamos el primer discurso de quien gana una elección, veremos que siempre le tiende la mano a los derrotados.

Otra idea equivocada que le hace mucho daño a la convivencia social es la que considera que la democracia es, por encima de todo, el gobierno de las mayorías. El profesor Marcos Román en su libro Ética para jóvenes plantea ¿Será democrática una sociedad de diez personas en las que nueve deciden vivir explotando a la décima? Evidentemente que no, porque una característica fundamental de la democracia es el respeto a los derechos de las minorías.

Después de las elecciones hemos vivido días de mucha alteración. La Iglesia y las universidades han llamado a la calma, e invitan a las partes a que resuelvan sus diferencias mediante el diálogo. La mayor parte de la población espera que esto se produzca. En política es perfectamente posible hacer pactos de unidad sin renunciar a las diferencias. Un ejemplo lo tenemos en la historia reciente de España, cuando en 1982 Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, por encima de sus grandes discrepancias colocaron los intereses del país orientándolo por la senda de la democracia. Eso es lo que espera Venezuela de sus líderes en este momento. Ojalá que estén a la altura de las circunstancias.

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