El hermano Korta, como popularmente se le conoció, falleció el pasado
jueves dejando un gran ejemplo y un inmenso vacío. Un gran ejemplo,
porque es muy difícil encontrar en estos tiempos personas que dediquen
su vida intensa y exclusivamente a luchar por los derechos de los
oprimidos, y un gran vacío porque los quijotes de este tiempo son
especies en extinción.
Korta perteneció a la Compañía de Jesús. Era, de manera muy especial,
profundamente cristiano, pero respetaba los caminos escogidos por los
demás para llegar a Dios. La sencillez y el amor de Jesús le sirvieron
de inspiración para su modo de vivir. Su franqueza y frontalidad al
decir las cosas lo hacía en ocasiones incómodo al estilo de vida
hipócrita de este tiempo.
Su vida fue una historia de lucha sin importar los riesgos. Sus años
de trabajo en el alto Ventuari, la conocida huelga de hambre por los
derechos de Sabino Romero, cacique de los yukpas, o la creación de la
Universidad Indígena de Venezuela (UIV) son sólo un ejemplo de lo que
fue su obra.
La última vez que nos reunimos para tomar un café, estuvimos hablando
del problema de la cultura y el territorio indígena, y para profundizar
mejor en este tema, me prestó el libro Territorialidades y lucha por el territorio en América Latina,
donde se dice algo que cada vez me convence más: vivimos en una
sociedad insostenible. Una sociedad que no es ni por asomo la del
hermano Korta; que se declara cristiana pero Cristo no vive en ella,
donde el consumo ilimitado, el interés material, el odio y los malos
sentimientos son los motores de la vida; una sociedad en decadencia
donde la desesperación hace que sus miembros se coman unos a otros.
Korta falleció en un accidente en la carretera que tantas veces
transitó hacia la universidad indígena; laborioso como siempre, la edad
no envejeció su ánimo. Como decía anteriormente, en la última
conversación me prestó un libro que tiene una dedicatoria que es
especial para este momento. “Para usted hermano Korta, a quien amo
profundamente por su humanidad: inmensa como la mar, infinita como el
universo, presente como el aire, fuerte como la tierra, rebelde como el
fuego. Gracias por su vida inspiradora... María de Los Angeles”.
Dice Javier Marías en su novela Los enamoramientos que,
“cuando alguien muere nos enfrentamos a una realidad incomprensible,
porque supone la certidumbre de que no va a venir más, ni a decir más,
ni a dar un paso más para acercarse, ni mirarnos o desviar la mirada”.
Así es lo incomprensible de la muerte. Pero cuando las vidas son
inspiradoras la muerte no acaba definitivamente con ellas. La imagen de
Korta siempre estará presente en la lucha por los derechos de los
pueblos originarios.
Con este artículo de homenaje al amigo, quiero despedirme de este
espacio que gentilmente se me ha brindado para comunicarme con los
lectores; es el número 150, meta que me había trazado para hacer un alto
en el compromiso semanal de escribir unas líneas sobre lo divino y lo
humano. Me hubiera gustado que las circunstancias fueran otras. Los
indígenas llamaban a Korta, Ajishäma: “La Garza que conduce a la salvación”. Que el Dios de la bondad nos guíe a todos por esa senda.
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