lunes, 16 de julio de 2018

Vida y mujeres de Castillito en los años sesenta




 Allá por los años 60, vivía yo en Ciudad Bolívar y vine a pasar unas vacaciones a casa de unos amigos que habitaban en la calle principal de Castillito. En aquel momento, esa calle, que todavía no era avenida,  era una vía importante porque conducía al “paso de la Chalana” que llevaba a San Félix.  Mis anfitriones eran los padres de un amigo de la infancia, tiempo en que se comparten los juegos y las fantasías y, obviamente, para eso era las vacaciones. De las cosas que siempre recuerdo de aquellos días, era que la madre de mi amigo nos decía “Niños puede salir a jugar a la calle,  pero si ven mujeres métanse para adentro”.

Al pasar los años, y compartiendo anécdotas con los pioneros de ese sector de la ciudad, entendí la razón del “consejo”, producto de moralidades  que hoy nos puede parecer absurdas. El cuento es que,  en los años cincuenta, cuando empezaban a construirse las instalaciones de la Orinoco Mining Company  y el urbanismo de Puerto Ordaz, hacia el sector que hoy se conoce como “Los Monos”,  empezó a llegar gente que, esperado conseguir trabajo se instaló allí, fundándose lo que hoy se denomina “Castillito”. Para atender las necesidades de aquellas personas, llegan comerciantes de todo tipo, entre ellos, los dedicados a las ofertas del placer. Por eso, en la década de los 50, aquel lugar estaba lleno de bares: desde el simple restaurante hasta el más sofisticado burdel.

Pero en los años 60 la situación cambia,  y esa especie de campamento improvisado se convierte en lugar de residencia de muchas familias, e inclusive, clubes sociales como La Hermandad Gallega. Ante esa realidad, el gobierno decide sacar los “bares”,  trasladándolos a las afueras de la ciudad, convirtiéndose Castillito en un sector comercial y residencial. El problema es que, a pesar de esa medida gubernamental de “ordenamiento”, siempre quedó la sospecha de que muchas  meretrices se quedaron a vivir por allí. Por eso se veía con ojos  de duda a las mujeres que caminaban por la calle;  un prejuicio absurdo que pronto desapareció.

Puedo dar fe,  de que en aquellas vacaciones que estoy comentando, la calle principal de Castillito tenía una vida sencilla, sin mayores problemas,  e inclusive, más agradable que ahora. El tráfico era constante por los vehículos que iban y venían de San Félix; por la mañana el comercio ponía en movimiento al sector;  por la tarde llegaban los trabajadores a refrescarse y tertuliar;  al anochecer salía la gente a pasear un rato -  porque se podía pasear por allí- y después a dormir. Así más o menos era un día en Castillito.

El entretenimiento principal era el Cine Lorena, propiedad de la familia Blasco, donde proyectaban diariamente películas mejicanas de humor y aventuras, además de los famosos dramas de Libertad Lamarque. Para nosotros era lo máximo, y siempre estábamos pendientes, de la cartelera para pedir que nos llevaran al cine, lo que se lograba siempre con condiciones previas: hacer caso a los mayores, cortarse el pelo en barbería Roma, -creo que así se llamaba- ayudar a restrillar el patio etc.  En los meses de julio y agosto,  cuando llegaban las lluvias a la ciudad y el rio crecía, no podíamos ir  a bañarnos a los pozos del  Cachamay, solo pasear por la orilla y sacar pececitos de los remansos  con unas botellas vacías llenas de pan.

Estos  son recuerdos escritos al regresar de un evento organizado  por Evelio Lucero para rendir homenaje a Rafael Mendoza,  en el día en que se conmemora la fundación de Ciudad Guayana: un acto de justicia para el “arquitecto de la Llovizna” –como le dicen algunos-  que entregó su vida a la conservación de nuestros parques. Además, una manifestación de cariño hacia esta urbe y una prueba más de que la ciudad está viva, porque  a pesar de que le han quitado muchas cosas y ha perdido la alegría,  permanece intacta en los corazones de quienes la quieren y no la dejan morir.

El año pasado, por estas fechas,  escribí un artículo que titulé   Puerto Ordaz era una fiesta, después escribí sobre Villa Colombia, Villa Brasil y ahora Castillito, su vida y sus muchachas.  Hay lectores  que preguntan, ¿Por qué escribir de esta ciudad? ¿Por qué quererla?. Para responder, voy a citar a mi amigo, el poeta Francisco Arévalo que, con motivo de los cincuenta años de Ciudad Guayana,  escribió un artículo titulado  Palabras de Sollado, que termina así: “Como no querer este trozo de tierra contradictorio, donde unos llegan con la relación prostibularia en la frente y otros se dedican silenciosamente a darle forma y contenido a una ciudad de características atípicas, entre lo señorial y lo herrumbroso, entre la duda y lo certero. Un lado sometido a la cosmetología urbanística y otro que sobrevive al olvido…Para terminar yo amo esta ciudad porque me da la gana… como olvidar los panas disímiles que frecuento y las mujeres que me han habitado en estos parajes de hormigón”.

¿Por qué escribir de esta ciudad? Lisa y llanamente, porque escribir de esta tierra es escribir de nuestra vida, del cariño hacia ella, y también, como dijo el poeta,  porque me da la gana de hacerlo.- (twitter @zaqueoo).-



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