No hay nada más peligroso para una sociedad que, estar dirigida por personas que ignoran los principios básicos de la convivencia. Quienes utilizamos estos espacios para expresar opinión, tenemos que llamar a las cosas por su nombre y denunciar los disparates que se trasmiten al colectivo, perturbando notablemente las relaciones entre los ciudadanos. Tanto en el debate político como en la conducción del país, se está observando una superficialidad inaceptable: hay pocas ideas y casi todo se resuelve con “frases célebres” apotegmas o refranes. En efecto, cuando escuchamos las declaraciones de políticos o ciudadanos que intervienen en las discusiones sobre los asuntos públicos, encontramos más adagios populares que argumentos. En medio de este panorama, en un noticiero de la semana pasada, declaraban unas personas que se disputan el uso de un terreno, y uno de ellos en tono grandilocuente decía: “Aquí todo es de todos y nada es de nadie”. Ignoro los detalles del caso, y por lo tanto, no puedo juzgar la intención del declarante, lo que quiero destacar es la magnitud de lo que significa esta frase, aparentemente inofensiva.
Javier Hervada catedrático de filosofía del derecho en la Universidad de Navarra (España) en su libro ¿Qué es el Derecho? dice lo siguiente: “Supongamos que todo es de todos. Si esto ocurriese, el dinero que uno tiene para sus gastos le podría ser arrebatado por otro, pues tanto sería de uno como sería de otro. Si el propio cuerpo perteneciese a todos, ante un enfermo de los riñones se podría coger al primer hombre sano que se encontrase y sacarle un riñón y trasplantárselo al enfermo. Si las viviendas no estuviesen atribuidas cada cual podría invadir la que se le antojase etc. etc. La vida humana sería un infierno; el normal desarrollo de la vida del hombre pide que exista alguna atribución de cosas, a menos en el sentido de respetar el pacífico uso de las cosas. Aunque sea esa mínima atribución que supone que si un ciudadano se sienta en un banco público otro ciudadano no puede echarle para sentarse él. El hombre tiene, al menos, que poder decir que, mientras está sentado en un banco público, el estar sentado es algo suyo, que se le atribuye y por lo tanto es derecho suyo” ¿Qué pensaría el autor de este párrafo si conociera lo que está pasando en nuestro país?
La arenga en contra de la propiedad privada y esa idea ingenua de que “Todo es de todos” está acabando con el precario orden social que existe. La invasiones, están a la orden del día y de ellas no se salvan nadie, ni los ricos terratenientes, ni los humildes campesinos, ni los dueños de lujosas mansiones, ni los habitantes de las barriadas. La idea del derecho ajeno ha desaparecido: no se respeta ningún tipo de acuerdo ni contrato; ni siquiera lo más elemental de las relaciones, como es el puesto preferente o el orden de llegada es tomado en cuenta; las páginas de los diarios son verdaderas crónicas de abusos y atropellos contra los derechos individuales. El infierno del que habla Javier Hervada en la cita anterior, ya lo estamos viviendo, producto de una errada conducción política que cree más en la fantasía que en la realidad.
En una sociedad moderna y ordenada, el uso pacífico de los espacios públicos y el disfrute de los derechos privados tiene que estar perfectamente regulado y garantizado. Sin derechos no hay orden social ni comunidades civilizadas. Lo importante es que las cosas estén justamente repartidas individualmente y que cada quien pueda disfrutar de lo suyo. Porque para el hombre de hoy, no hay artículo de primera necesidad que sea más importante que el respeto a “su derecho”. jblanco@ucab.edu.ve; twitter @zaqueoo
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