jueves, 11 de agosto de 2011

Mirar los parques


La gobernación del estado Bolívar  ha decidido ocuparse de la recuperación  y mantenimiento del parque La Llovizna. Es una buena decisión por lo que representa este parque, que se ha convertido en un ícono de la ciudad. Ojalá que se realice una buena labor y no se politice el servicio; principalmente que se respete la obra de la naturaleza y no se empiecen a pintar los árboles o a sembrar plantas que nada tienen que ver con el entorno, como ha ocurrido en otros lugares, donde hermosas playas se han convertido en grotescas caricaturas de lo que eran originalmente.

Pero no quiero dedicar este artículo a la gestión pública,  que cuando es buena debe ser reconocida. Quiero referirme a la actitud de los ciudadanos hacia sus parques. Voy a tratar de ser muy cuidadoso, para no ser malinterpretado. Los parques son espacios naturales que pueden ser usados por sus visitantes para diferentes actividades: paseos, contemplación de la naturaleza, practicar deportes, yoga, lectura etc. Cada quien puede aprovecharlos y disfrutarlos a su manera. Lo que me preocupa es que, en los últimos días he observado que para muchas personas los parques son solo lugares de entrenamiento físico, cosa que está muy bien, pero que si se reducen solo a  eso, disminuye notablemente lo que la grandiosidad de la naturaleza le puede aportar al espíritu humano.

En días pasados, observando algunas fotografías de la ciudad, un amiga que trota todas las mañanas en La Llovizna, al ver la imagen de un paisaje donde las flores de los árboles alfombraban una vereda exclamó ¡Donde es esto! En La Llovizna -le dije-. Todos los días pasaba por ese mismo lugar y nunca se había percatado de su belleza. Pero esto no ocurre solo aquí en Guayana: recientemente fui a trotar a la playa La Caracola en Porlamar, y  al amanecer,  el sol produjo un efecto visual sobre el mar que, unido al ruido de las olas presentaba un espectáculo impresionante; solo un grupo reducido de mujeres observaba la escena, algunas con los brazos abiertos en actitud reverencial; la mayoría solo  estaba pendiente del pulsómetro o cronómetro, mientras que sus oídos estaban  “conectados” a los audífonos de esos equipos de sonido portátiles que tanto utilizan los corredores y trotadores.  En conclusión mucha gente usa los parques pero no ha aprendido a “mirar y vivir los parques”

Repito, no critico el derecho que tienen cada ciudadano de usar los espacios públicos en la forma que considere conveniente, siempre que lo haga dentro del marco de la ley. Lo malo es que  no se enseñe a la gente a apreciar y valorar lo que la naturaleza nos ha regalado. Aunque sea duro reconocerlo, vivimos a orilla de río dándole la espalda al río.

Me gustaría recomendar  a algunas  personas que consuetudinariamente amanecen en La Llovizna, que observen el despertar del parque: Antes de ponerse los lentes de sol, miren como van cambiando los colores de los arboles con las primeras luces de la mañana;  antes de conectarse con los noticieros por el “Ipod” escuchen los sonidos del bosque producidos por el agua que corre o los pájaros que despiertan. El parque es un “ser animado”  que vive y cambia cada  día, y que si lo observamos con detenimiento siempre nos regala algo nuevo. Hacer ejercicio es fundamental para la salud corporal, pero el espíritu también necesita ejercitarse. Por eso, antes de arrancar,  vamos a dedicarle  aunque sea unos minutos a mirar el parque.

Bienvenida la idea de la gobernación de rescatar  el parque, pero hace falta algo más de parte de los ciudadanos: el parque no es solo una cosa que requieren mantenimiento; es un espacio animado por la vida de un sinnúmero de seres que requieren cariño y atención. Si queremos rescatar el espíritu guayacitano, vamos a empezar por tomar conciencia del valor de nuestros parques.  Y  comencemos por lo más sencillo: mirarlos como se merecen.
Jblanco@ucab.edu.ve;  twitter @zaqueoo

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