No hay nada más peligroso en política
que la interpretación errada de las ideas. Eso lo podemos observar entre
nosotros cuando escuchamos a algunos políticos decir que Venezuela es una
verdadera democracia porque aquí manda el pueblo. Sin entrar en las
profundidades de la teoría política y de manera sencilla se puede decir que, la
democracia en su acepción tradicional, está concebida como el gobierno donde el
poder lo tienen el pueblo, que es quien toma las decisiones en forma directa o
indirecta y las ejecuta a través de sus representantes. Esto está muy bien, lo
malo es la forma como entienden ciertos personeros del gobierno la frase “Aquí
manda el pueblo”.
En estas vacaciones, un día domingo, visité una conocida playa del Oriente del
país. Había tanta gente que era imposible conseguir un lugar donde estacionar,
o un sitio en la arena a la orilla del mar;
los servicios estaban colapsados;
el ruido de los equipos de sonido era ensordecedor; el desorden y la
anarquía había convertido de la noche a
la mañana una hermosa playa en un
ambiente sumamente desagradable: un verdadero desastre. Les sugerí a las autoridades que, para evitar
lo que estaba sucediendo no permitieran la entrada de personas por encima de la
capacidad física del lugar. Cual fue la repuesta: “Eso no se puede hacer,
porque las playas son del pueblo y además ahora manda el pueblo” Tanto la respuesta, como la actitud pasiva
ante la anarquía, no son más que formas
de evadir la obligación de poner orden,
para prestarle un buen servicio al pueblo. Con esa lógica, el pueblo no
puede disfrutar de buenas playas, pues
el desgobierno permite que las conviertan en un chiquero.
Esta forma fraudulenta de evadir la
responsabilidad no es nueva. José Antonio Marina, en su libro La pasión del poder, al analizar la
teoría del caudillaje, cita un discurso
pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en el año 1935 donde decía: “Ser jefe, triunfar y decir al día
siguiente a la masa. “ Se tú la que mande estoy para obedecerte” es evadir de
un modo cobarde la gloriosa pesadumbre del mando. El jefe no debe obedecer al
pueblo; debe servirle que es cosa distinta; servirle es ordenar el ejercicio
del mando hacia el bien del pueblo (…) Se puede
disentir de esta afirmación pero plantea una interrogante interesante
¿qué debe hacer un gobernante: obedecer al pueblo o servir al pueblo? Para responder esta pregunta hay que recordar
que, cada vez que un funcionario público asume un cargo, jura: “Cumplir y hacer
cumplir la Constitución y las leyes”. En un Estado de Derecho y de
Justicia, los gobernantes deben obedecer lo establecido en las leyes y hacer
que estas se cumplan; ese es el mejor servicio que pueden prestarle al pueblo.
Gobernar no es nada fácil. Hay que tener
conocimiento, sabiduría y fortaleza; sobre todo fortaleza. Porque para
el aplauso y el halago todos estamos preparados, pero para tomar esas decisiones impopulares
que muchas veces son necesarias para el bienestar del colectivo, pereciera que
no hay tanta gente. No se puede generalizar: hay gobernantes que ejercen sus
funciones con mística y responsabilidad;
pero también abundan los que con la “excusa” de que aquí manda el pueblo
permiten la acción de grupos de abusadores que, sin legitimidad alguna y en
contra de la voluntad popular, siembra
el desorden y la anarquía en perjuicio de ese pueblo que dicen representar. jblanco@ucab.edu.ve; twitter@zaqueoo
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