El viernes pasado fue un
día de incertidumbre para muchas personas: día 11 del mes 11 del año 11.
Quienes sembraron la mayor inquietud fueron los numerólogos, afirmando que, nuestras vidas están regidas por los
números y en esa fecha había algo especial: “Si las personas suman los dos
últimos números de su año de nacimiento
a la edad que tienen el resultado siempre será 111”. Entonces ¿Qué iba a pasar el viernes? o ¿Qué
puede pasar este año el 21 de diciembre?,
cuando según las profecías Mayas llega el fin de los tiempos. Debo
aclarar que no soy especialista en estos temas y siempre los he visto con
lejanía y desconfianza; por lo tanto, no
voy a ahondar en ellos, sino que me quiero referir a lo que se debe entender
como el fin del mundo.
Más allá de las especulaciones anteriores, no se puede negar
que los días 11 traen recuerdos poco gratos a la humanidad. El reconocido
filosofo europeo André Glucksmann en su libro Dostoievski en Manhattan, dice que “Una hora fue suficiente para
cambiar el mundo. La destrucción de las torres gemelas el 11 de septiembre de
2001 no nos llevo al fin de la historia ni al choque de civilizaciones, sino
que marco el inicio del nihilismo mundial”
El libro comienza con una cita de Leo Strauss “Permítanme intentar
definir el nihilismo como el deseo de aniquilar el mundo presente y sus
posibilidades; deseo que no acompaña ninguna idea clara de con que
sustituirlo”.
En la mente nos ha
quedado gravada la escena de los dos Boeing
estrellándose contra las torres gemelas. Pero hay cosas que no se quieren
contar. Narra Glucksmann: “Cuando Mattew Cornelius que trabajaba en el piso 65
logró llegar a la calle, un bombero le gritó: “Corre hacia Brodway y no
mires a la izquierda”. Mattew
corrió, pero como la mujer de Lot, miró a su izquierda y desde entonces su vida
cambió “Nunca conseguiré olvidar los restos
humanos frente a los edificios, las manos, los pies, una cabeza…” Esta
escena refleja de manera más clara el verdadero horror de aquel 11 de
septiembre: Es el triunfo de la cultura de la muerte y la destrucción; “El impulso frio de unos seres humanos que
mezclan su suicido con el asesinato colectivo”; Un trágico cambio de paradigma:
Del placer de vivir, al placer de matar.
En algunas ocasiones, cuando por las mañanas despertamos a la realidad escuchando las
noticias, dice mi esposa: Creo que este
mundo se va acabar. Recientemente, una amiga que desde hace años se dedica a la
docencia en tono desesperanzado me dijo “Esto se acabó, los valores de nuestras vidas desaparecieron; no hay
espacio para nosotros aquí” No se puede ser ingenuo ni tildar de pesimistas
derrotados a quienes así se expresan.
Diariamente observamos en nuestro entorno, verdaderos atentados contra lo que
durante años ha servido de soporte a nuestra manera de vivir: Abundan los maltratos -e inclusive asesinatos- de los hijos a los
padres, se generaliza el irrespeto a los
maestros, se traiciona a los amigos, nada se agradece a nadie, la infidelidad es algo normal y común, y cada vez hay más corrupción, crímenes, terror, destrucción… Y ante esta situación, algunos pretenden que se haga lo mismo que hizo CNN el 11 de septiembre, enseñar imágenes espectaculares sin mostrar la
verdadera cara de la maldad. “Hay que conservar la calma” “Todo es comprensible y normal”
Para quienes se preocupan por lo que le pueda pasar al mundo, por la influencia del desplazamiento de los
astros, hay que advertirles que el fin del mundo ya llegó. Porque como dice
Glucksmann: “Cuando se han derribado los
límites de lo posible es muy difícil levantarlos nuevamente” Las tradicionales
barreras que contenían el mal se han desmoronado. Hoy la ferocidad no tiene
límites y no sabemos hasta donde esto nos puede llevar. Lo importante es hacer
resistencia, que cada uno desde su
trinchera asuma el compromiso de defender los valores de las sociedades humanas y civilizadas. El
fin del mundo ha comenzado pero hay que detenerlo. Twitter @zaqueoo
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