El debate realizado el pasado lunes 14 en la Universidad
Católica Andrés Bello de Caracas ha sido objeto de todo tipo de comentarios; hay diferentes opiniones sobre quién
lo gano, quién trasmitió el mejor mensaje, quién tiene la mejor imagen, quién
es el mejor candidato para enfrentar a Chávez etc. Pero además de lo
anterior, el evento le subió el tono a
un tema polémico: la reconciliación nacional.
El precandidato Diego Arria, ofreció -entre otras cosas- hacer justicia, llevando a los tribunales
a los políticos que hayan cometido
delitos durante esta gestión, empezando por presidente Chávez. Esto fue aplaudido
jubilosamente por el público que asistió al acto, cosa que le cayó muy mal a más de uno,
especialmente a Miguel Salazar que, en
su semanario Las verdades de Miguel, cuestiona duramente la autoridad moral del
precandidato y además dice: “Flaco servicio le hace usted a la oposición cuando
espanta con su arenga irresponsable no a Chávez, sino a quienes le siguen a
tientas en el seno del pueblo…”
Digo que esto revivió la polémica sobre la reconciliación
nacional, porque mientras un sector de
la sociedad propone hacer “borrón y
cuenta nueva” para lograr un gran acuerdo nacional, otros se oponen enérgicamente, pues consideran que cuando un
nuevo gobierno llegue al poder tiene que hacer justica, y castigar los abusos
cometidos por este régimen. No es un
tema fácil, porque si bien es cierto que hacer justicia es necesario para que
las sociedades puedan subsistir, cuando la convivencia está rota y las sociedades
divididas por los traumas políticos, a veces es necesario renunciar a la
justicia para alcanzar la paz social. Y
si no, pregúntenselo a Mandela, que después
de pasar 27 años en prisión llegó a la presidencia de su país, no a “cobrar
facturas”, sino a reconciliar a una nación profundamente dividida.
No se puede negar que el país está profundamente dividido y en estas condiciones
no puede salir adelante. O se produce un gran acuerdo nacional para superar la
crisis o esta irá agravándose hasta alcanzar niveles incontrolables. En esta
encrucijada la reconciliación es una necesidad. Pero esta no se alcanza por
decreto, hay que crear las condiciones para que
se desarrolle un sentimiento
nacional a favor de la unidad y la convivencia:
Que todos entienda el valor de la paz y la tolerancia; cosa que es difícil conseguir con el discurso
incendiario del presidente, o con las promesa revanchistas de algún candidato
de oposición.
Recientemente en España, el grupo terrorista ETA, ofreció el fin de la
violencia. Ante esto, el Superior
Provincial de los jesuitas del país vasco Juan José Etxeberría dijo: "Tenemos perdón
que ofrecer, heridas que sanar, dolores que aliviar, odios que apartar,
rencores que olvidar". Las reacciones iracundas no se hicieron esperar:
¿Perdonar a esos criminales? El problema es que muchos no entienden que el perdón puede ser el “arma” que acabe de una
vez por todas con la muerte y el terror. El
teólogo José Mª Castillo escribió en su blog. “Y si es que
Caín sigue ahí, "irritado" y "cabizbajo", como cuenta el
relato mítico del Génesis (4, 5-6), en tal caso, ya podemos poner policías
eficaces, jueces severos y políticos inteligentes. De poco servirá todo eso. A
terroristas y delincuentes se les pude meter en la cárcel. Pero, si en la calle
dejamos campando a sus anchas a nuestros sentimientos más cainitas, en tal caso
y por mucho que invoquemos a las víctimas, en esta sociedad nuestra nos
sentiremos todos como se sentía Caín: "teniendo que ocultarnos de la
presencia (del Bien), y andando errantes vagando por el mundo" (Gen 4, 14)”
Termino esta reflexión aclarando que,
como abogado estoy convencido de que la
espada de la justicia es necesaria para mantener el orden social, pero no dejo de valorar los argumentos de
quienes sostienen que la vida humana no puede regirse solo por la espada. Twitter
@zaqueoo
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