En los últimos años se ha incrementado la participación de
los estudiantes en los asuntos políticos: La muerte de los hermanos Faddoul o el
cierre de RCTV, entre otras cosas, fue
una especie de detonante que activó las protestas estudiantiles y colocó a sus líderes en la primera plana
del debate político nacional. Muchos ven en los estudiantes una esperanza,
otros consideran que son títeres que los
poderosos de siempre manipulan a su antojo. Lo cierto es que, el movimiento estudiantil ha cobrado
fuerza especial, y prueba de ello es el interés del gobierno que da atención
especial a los jóvenes que lo siguen y los insta unirse a las milicias.
En las universidades guayanesas los muchachos no se han
quedado atrás y siempre están activos
ante el acontecer político nacional. Actualmente están organizando un debate
entre los diferentes precandidatos a la gobernación del estado Bolívar
para que estos hagan públicas sus propuestas. Como
siempre, hay diferentes reacciones: Unos lo ven con agrado y otros lo rechazan con la
repetida frase “Los estudiantes deberían dedicarse a estudiar y no meterse en
la política”. Es más, les reclaman a los profesores y autoridades
universitarias por permitir que los estudiantes realicen actividades políticas
en los recintos académicos.
Ante esta discusión sobre el rol de los estudiantes en la política, me parece conveniente citar
las ideas de Mario Briceño Iragorry en un ensayo producido en 1953, titulado, Problemas
de la juventud Venezolana, donde al referirse a los estudiantes y muy
especialmente al rol de las universidades, afirma: “La Universidad y el liceo están
obligados, por el contrario, a propender que los jóvenes aprendan a hablar de política.
En el orden de la Cultura, la política es el puente por donde la Sociología
pasa a ser Historia. En general, los gobiernos deberían crear un clima de
confianza y de seguridad que diese a los debates estudiantiles un mero aspecto
circunstancial en la vida de la sociedad. Antes de llegar a los sistemas de
silencio y de la amenaza, bien podrían las autoridades darse cuenta de que no
son los estudiantes por sí quienes provocan las posibles alteraciones del
orden, sino el sistema que oprime la conciencia general de los hombres”.
Hay que recordar que cuando Mario Briceño Iragorry escribe el ensayo que estoy citando, el aire
de la democracia no se respiraba a plenitud. Inclusive destaca el insigne
historiador que, en un acto celebrado en la Universidad de los Andes, un
diplomático invitado, pretendió erigir la superioridad de la instrucción
militar sobre la educación civil. Hoy, gracias a Dios las cosas han cambiado. Pero
siempre hay algunos riesgos. Cada vez que una protesta estudiantil molesta,
aparecen algunos especialistas en educación superior que, con el argumento de que hay que sacar la política de universidad pretenden
silenciar la “incomoda” voz de los estudiantes.
Por eso me ha parecido conveniente citar el viejo ensayo de
Mario Briceño Iragorry que en este sentido se pronuncia da manera tajante: “La Universidad
sin palabra para protestar siquiera de un mal profesor, impone a los jóvenes el
tremendo deber de darle mayor volumen a la voz que se intenta silenciar. Sobre
el interés de la mera docencia que forma a los profesionales, está el interés
de crear las grandes ideas de donde deriva la vida un sentido que rebase su
mero fin material”
En tiempos en que se pretende trasformar la Universidad, y cuando la cercanía de las elecciones coloca nuevamente
en el ojo del huracán al movimiento estudiantil, es muy importante destacar que la Universidad
no es solo un centro de formación de profesionales exitosos, ni una academia de
instrucción militar. La Universidad es un espacio para la formación de la
ciudadanía, la búsqueda de la esencia del hombre y la construcción y
consolidación de los valores sociales. Y esto no se puede lograr si se les
impone a los estudiantes la “ley del silencio”. Twitter @zaqueoo
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