martes, 4 de septiembre de 2012

La tragedia de la verdad

Si nuestros gobernantes de turno piensan que sus estrategias mediáticas son suficientes para convencer a los venezolanos de todo lo que dicen, están equivocados; y digo gobernantes de turno, porque me refiero tanto a los de la oposición como a los del oficialismo, aunque debo reconocer que hablo principalmente de estos últimos. La noticia indiscutible del momento es la tragedia de la refinería de Amuay, un lamentable suceso donde perdieron la vida muchas personas. Por la información recibida a través de los medios de comunicación, pareciera que la acción de las instituciones encargadas de atender estas contingencias fue la adecuada en este caso; no soy experto en seguridad industrial y creo que sería irresponsable hacerse eco de noticias o rumores que no estén apoyados en pruebas que los sustenten.

El problema de la crítica apresurada pudieran entenderse -aunque no justificarse- en los que odian ciegamente al gobierno, lo que es imperdonable, es que la información oficial incurra en el mismo nivel de ligereza cuando trata de explicar lo ocurrido. A primeras horas del día sábado, cuando comienzan a trasmitirse las noticias sobre el suceso, los profesionales y técnicos que estaban a cargo del problema empezaron a dar información sobre el accidente, lo malo fue cuando intervinieron los políticos: todavía no se sabía a ciencia cierta la magnitud de la tragedia y mucho menos sus causas, cuando ya estaban tratando de justificar lo que a esas alturas todavía no estaba claro; inclusive, algunos llegaron a hablar de sabotaje. En un asunto tan delicado como este hay que tener mucho cuidado; no fue que se cayó un árbol en una vía pública o se fue la luz por un rato: estamos ante la muerte de muchas personas, un elevado número de heridos y mucho dolor y daño psicológico a la comunidad. Por lo tanto, antes de echar culpas o excusarse irresponsablemente hay que hacer una investigación a fondo para conocer la verdad.

Esta costumbre de rechazar las responsabilidades a priori, sin aceptar el grado de culpa que se puede tener en un hecho, se está convirtiendo en una enfermedad de la sociedad venezolana (creo que ya lo dije en otra oportunidad). Es cierto que a veces ocurren cosas que no pueden imputarse a la conducta de las personas, pero es imposible que para todo haya una excusa: si un estudiante falta a clase o pierde un examen, siempre aparece una constancia médica u otro documento que lo justifica; si falla el agua potable o la energía eléctrica se debe a fenómenos naturales, si escasean los alimentos es por la manipulación de los especuladores… No quiero decir que todo esto siempre sea una disculpa mentirosa, pero extraña mucho que la honestidad de reconocer las culpas y asumir las responsabilidades sea algo que prácticamente ha desaparecido de nuestra sociedad.

Hay una frase que se ha puesto de moda nuevamente con motivo del caso Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Me atrevería a decir que, en términos generales, en el quehacer político la verdad vive la misma tragedia, porque siempre termina siendo una víctima que, solo tiene posibilidad de sobrevivir cuando es rentable para el que la debe. Por eso, más allá de esa intención de querer convertir en verdad todo lo que se dice, lo cierto es que, la credibilidad política se recuperará, cuando por encima de todo esté la verdad. Y esto es lo que esperan los venezolanos en el caso de Amuay, que la verdad no sea una víctima más. 

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