martes, 11 de septiembre de 2012

Sociedades humillantes


Joaquín García Roca, en su libro, El mito de la seguridad, dice que, “una sociedad es segura cuando las personas que la forman no son despreciadas por nadie, pero sobre todo cuando no son humilladas por las instituciones que la conforman”. Se pregunta el citado autor: ¿Acaso hay situaciones de instituciones humillantes? Y responde a esta pregunta diciendo que, en la actualidad hay muchos comportamientos de instituciones y personas que resultan degradantes, indecentes y humillantes, en la medida en que incumplen los mínimos de dignidad humana aceptados en un determinado momento.
Leyendo las reflexiones de García Roca, nos preguntamos ¿Vivimos en una sociedad humillante? Es indudable que, la pobreza y las desigualdades sociales son factores de humillación y esto no lo hemos superado; pero además, hay otras cosas que también humillan al ser humano y son imputables a la actuación de los gobiernos o de quienes detentan el poder; el citado autor menciona como ejemplos: la dependencia, el paternalismo y la discriminación. Hablemos un poco de esto para ver si se encuentra en nuestra realidad.
La dependencia es algo que produce humillación, porque no le permite al ciudadano actuar libremente: sus actos siempre estarán sometidos a una autoridad superior que decidirá lo que puede hacer; por lo tanto, humilla porque reduce la libertad.
El paternalismo considera que los individuos son personas inmaduras que necesitan “un papá” que decida cuáles son sus verdaderos intereses, sin tomar en cuenta su voluntad; la humillación se manifiesta en el menosprecio de la inteligencia de los ciudadanos.
La discriminación es la peor forma de humillación porque priva a las personas de cosas que le pertenecen como miembros de una sociedad, y se manifiesta principalmente en la injusta distribución de los bienes, pero se produce igualmente cuando se desprecia a un grupo degradándolo moralmente, porque no comparte las mismas ideas o simpatías políticas.
El problema de la justicia social es una materia pendiente en ésta y en muchas otras sociedades contemporáneas; pero a esto, en Venezuela, tenemos que agregarle un nefasto estilo de hacer política, donde el insulto, la descalificación o discriminación por diferencia ideológica están a la orden del día. En este momento podemos apreciar al igual que en otras ocasiones que, la contienda electoral más que un debate de ideas es un torneo de insultos; el que se lance al ruedo político tiene que “preparar el cuero” para lo que le viene encima: burlas, sobrenombres u ofensas.
El oficialismo justifica este “estilo” diciendo que la oposición hace lo mismo. El problema está en que, quien ejercer el poder tiene obligaciones morales más elevadas que las de los demás ciudadanos: al Presidente se le debe respeto, pero él es el primero que debe respetar para dar el ejemplo. No basta que la ley ampare al funcionario público, sancionando a quien le falta el respeto, porque el verdadero respeto se gana con honestidad y buen comportamiento.
Vuelvo a la pregunta inicial ¿Cómo es nuestra sociedad? Que el lector saque su propia conclusión; pero si queremos que no sea humillante vamos a colaborar todos. Una vieja máxima dice: hay que respetar a los demás en la misma medida en que queremos que nos respeten a nosotros. Si hacemos esto, tendremos una mejor convivencia y contribuiremos en la construcción de un mundo diferente a éste, que va por muy mal camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario