martes, 23 de octubre de 2012

La ambición


El evangelio del pasado domingo se refiere a uno de los problemas más graves que tiene que enfrentar el hombre: la ambición; “el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. Los discípulos le dicen a Jesús: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. El les dijo: “¿Qué es lo que desean?”. Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. José Antonio Pagola, al referirse a este pasaje dice que Jesús se da cuenta que la ambición los está dividiendo y duramente les reprende: la iglesia no es para triunfar sino para servir; para ayudar a los demás y no para alcanzar el poder.

Si analizamos fríamente las crisis actuales, los problemas sociales, o los conflictos individuales, debemos reconocer que detrás de la mayoría de ellos está la ambición desmedida de poder, fama o riqueza. La obsesión por el dinero está por encima de la amistad y el respeto a los demás; las competencias por cargos importantes o el ascenso profesional en las empresas o instituciones fomentan la envidia y la intriga, e inclusive en la arena política, donde acabamos de vivir un importante proceso electoral, se evidencia que, se pelea más por mantener o alcanzar el poder del líder o del partido que por servir al país.

Pero hay que hacer una precisión. Se enseña repetidamente que sin ambición no se progresa en la vida; que los conformistas están condenados al fracaso; que hay que ser altamente competitivo y buscar la excelencia. Ojo: no hay que confundir el afán de superación que ayuda crecer, con la ambición obsesiva que condena al sufrimiento. Se puede progresar sin dañar a los demás, estudiar y trabajar para ser cada día mejor sin pasarle por encima a nadie.

En estos días de “ratón moral” por fracasos políticos, incertidumbres o crisis económicas, en que el panorama se presenta muy oscuro, los cristianos deben releer el evangelio, no sólo como texto religioso, sino como una guía orientadora que trasmite los valores que sustentan nuestra convivencia. Allí se insiste en que, servir es más importante que recibir; el que se preocupa más por lo que puede aportar, que por lo que le puedan dar, seguramente crecerá y ayudará a crecer a la sociedad.

Al hablar de la polarización política, la división del país, y la necesidad del reencuentro nacional, debemos preguntarnos ¿Qué nos divide? ¿Cuál es la causa de los problemas que nos amargan la vida? Es posible que la respuesta no la tengan las elites intelectuales de este tiempo, ni los numerosos analistas políticos que siempre descubren el remedio cuando el mal ya está consumado, sino un viejo libro que, palabras más, palabras menos, nos dice que Jesús no enseña a triunfar individualmente, sino a servir al proyecto del reino de Dios, ayudando a los más débiles y necesitados… “el que quiera ser importante que se ponga a trabajar y colaborar”.

Moraleja: para trabajar por la reconciliación, lo primero que hay que dejar de lado es la ambición.

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