Hace algunos días leí en clase un
artículo de Jacques Bidet sobre la injusta distribución de la riqueza en el
mundo y, al finalizar, una joven
estudiante me preguntó ¿Profe, usted es comunista? No, le contesté: ni
comunista ni capitalista; quiero ser
humanista en sentido cristiano; me preocupa el
drama del hombre que, alcanza grandes conquistas científicas, pero su
vida es cada vez más triste e infeliz.
Dice Albert Jacquar que la miseria del
mundo posee una actualidad que es mucho más candente que la rivalidad entre el
comunismo y el capitalismo. Hay una
actitud reduccionista que considera como izquierdistas a quienes se preocupan
por los pobres y derechistas a los que se preocupan por la riqueza; esto no es así.
Innumerables personas trabajan por los desfavorecidos sin asumir las posturas
políticas antes mencionadas. Ejemplo de
lo anterior fue el famoso sacerdote católico Hélder Cámara, luchador incansable
por la justicia social y los derechos de los pobres en Brasil. Cuando sus
detractores lo tildaban de comunista decía: “Si le
doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué
los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”.
El drama humano le ha quedado
grande a las ideologías. Ni el liberalismo ni el marxismo han podido solucionar
los traumas sociales y la humanidad ha entrado en una peligrosa situación. Da
la impresión que, dramáticamente, y a pesar de los cuentos de hadas que nos
quieren contar, esto que conocemos como
humanismo es un proyecto fracasado.
Y digo que es un proyecto
fracasado, porque hasta los que se declaran abiertamente humanistas, hacen todo
lo contrario a lo que dicen y no ven a las personas como seres dignos sino como
objetos manipulables. Voy a poner como ejemplo unas cercanas afirmaciones
políticas. Algunos sectores de oposición repiten constantemente que “hay que
trabajar el voto de los sectores populares”. Caramba, a los sectores populares
hay que acercarse para ayudar a resolver los problemas que viven, y no pensar
solo en la rentabilidad política. Hay que respetar a la gente y no ser tan
descarados. En el mismo orden de ideas, el presidente Chávez hace algún tiempo,
comentaba en una de sus acostumbradas cadenas domingueras que, antes del
referendo revocatorio del 2004 estaba un poco bajo en las encuestas y Fidel le
recomendó que implementara las misiones sociales para elevar su popularidad. Yo
no si el presidente estaba consciente de lo que decía, pero si eso es verdad,
no me vengan ahora con historias de amor.
No podemos esconder la cabeza
bajo la tierra como el avestruz, y dedicarnos a vivir lo mejor posible mientras
se pueda, porque estamos ante un gravísimo problema. La pobreza crece en todas
partes; los jóvenes no le ven sentido a la vida y son presa fácil del ruido y
la droga; cada vez es más difícil conseguir trabajo para mantener o formar una
familia; la tercera edad es un calvario de carencias, preocupaciones y
decepciones. Pareciera que en el horizonte solo se vislumbra una cosa:
miseria. Todo esto lo profetizaba el
citado Albert Jacquar en 1996 cuando decía: “Es urgente que todos los
habitantes de la tierra tomen conciencia del drama humano que se avecina y se
conviertan en hombres políticos, es decir, en personas comprometidas con la
única guerra justa: la guerra contra la miseria”.
Por eso repito, cuando hablo de este tema, no
me mal interpreten, porque no busco arrimarme a ningún sector político: ni comunista
ni capitalista, más bien preocupado por el drama humano. Twitter @zaqueoo
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