martes, 13 de noviembre de 2012

Un mundo superficial


El destacado humorista y articulista Laureano Márquez, en su artículo del pasado viernes, titulado El país de Rosita, hace referencia a que esta artista, muy nombrada en estos días por estar involucrada en problemas judiciales, tiene más seguidores en la web que Arturo Uslar Pietri. En otro momento esto podría escandalizar a cualquiera, pero ahora no debe asombrarnos: Jacinto Convit, ilustre venezolano que ha desarrollado la vacuna contra la lepra y es autor de importantes estudios para curar el cáncer, es menos conocido que Diosa Canales. Lamentablemente, hay que reconocer que en este tiempo la intelectualidad no atrae, y no debe extrañarnos que la farándula o el deporte tengan más seguidores que las ciencias o las artes. Este es uno de los temas que trata Mario Vargas Llosa en su último libro La civilización del espectáculo, donde afirma que: “la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer… Las pasarelas se confunden dentro de las coordenadas culturales de la época con los libros, los conciertos, los laboratorios y las óperas, así como las estrellas de televisión y los grandes futbolistas ejercen sobre las costumbres, los gustos y las modas la influencia que tenían los profesores, los pensadores y los teólogos”.

Lo anterior guarda relación con lo que el sacerdote jesuita Adolfo Nicolás denomina La globalización de la superficialidad, un fenómeno que se produce por el abuso de las bondades de la web, que ofrece al hombre de hoy la posibilidad de obtener toda la información que requiera, al extremo que prácticamente no necesita pensar: “Se pueEl de cortar y pegar sin necesidad de pensar críticamente o escribir con precisión, o llegar con seriedad a las propias conclusiones. Cuando bellísimas imágenes de mercaderes de sueños consumistas invaden las pantallas de nuestros ordenadores, o el sonido estridente o desagradable del mundo se puede suprimir con nuestro reproductor MP3, entonces nuestra visión, nuestra percepción de la realidad, nuestros propios deseos pueden también ser superficiales”. Esta es la gran paradoja, en la medida en que avanzamos tecnológicamente, y nuestras computadoras o teléfonos móviles puedan dar respuesta a todas las inquietudes de la vida, corremos el riesgo de convertirnos en seres superficiales que viven en un mundo superficial.

No quiero desacreditar a nadie; si se trabaja con honestidad todo oficio es meritorio. Las personas que han escogido la actuación, la música o el deporte como profesión son tan respetables como los médicos, ingenieros o maestros, aunque indudablemente, estos últimos son más útiles para la sociedad. Tampoco voy a ignorar lo que representa el avance tecnológico de internet. Lo que me preocupa es el impacto que todo esto tiene en el hombre. Somos seres humanos de carne y hueso: personas reales, no entes virtuales. Personas que, como decía Unamuno, nacen, sufren y mueren, y se caracterizan por algo que es más importante que la web: el pensamiento humano. Si a muchos compatriotas les parece más placentero observar las curvas de las modelos o los goles de Cristiano Ronaldo que leer a Cervantes o escuchar las sinfonías de Beethoven, es un asunto privado en el cual no me voy a meter porque los gustos siempre son subjetivos y relativos. El problema es que por el camino que vamos, el “oficio de pensar” va desaparecer de la actividad humana, y eso sí es una tragedia.


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