viernes, 14 de junio de 2013

Cementerio de esperanzas

La semana pasada, después de un agitado día de trabajo en Caracas, quise disfrutar de un agradable restaurante que frecuentaba desde hace años: un lugar ubicado en el último piso de un conocido centro comercial donde, además de comer, se puede contemplar la ciudad. Pero al llegar al sitio, me encontré con la desagradable sorpresa de que el local estaba cerrado; ignoro las razones, lo cierto es que no pude disfrutar de ese espacio para cenar mirando las luces de la noche caraqueña.


Recorriendo el centro comercial comencé recordar la cantidad de tiendas que existían y ya no están: ventas de discos, casas de magia y perfumerías, supermercados, relojerías, etc. Parece que la permanencia no es una característica de los negocios de este tiempo, porque cuando menos te lo esperas, te encuentras con un local cerrado y un letreo en la puerta: se alquila o se traspasa: “la imagen de una esperanza enterrada”, como oí decir recientemente.


Lo más triste, es que la mayoría de estas empresas fracasadas eran negocios de familias, que tratando de buscar mejor destino económico se embarcaron en un viaje que terminó en “naufragio”. Como hijo de comerciante sé lo que es fundar, mantener y sufrir una empresa. Quienes no tienen idea de esto, muchas veces satanizan el oficio tildando a todo empresario de especulador o delincuente, que se quiere lucrar ilícitamente con el dinero de la gente; la verdad es otra. Fundar una empresa en este tiempo es un acto verdaderamente heroico: hay que estar preparado para soportar la implacable fiscalización de los entes del Estado; garantizar o afianzar los compromisos asumidos con instituciones financieras o acreedores con todo el patrimonio, inclusive con el inmueble que sirve de hogar a la familia; sobrevivir a las duras exigencias de la legislación laboral, etc. En conclusión, hay que ser muy valiente y arriesgado para ser un emprendedor en estos días.
 
No escribo esto por la frustración que me produjo el no poder cenar y tomarme una copa de vino en el lugar acostumbrado; me preocupa otra cosa: el fracaso cada vez más reiterado de la iniciativa empresarial. Esto no es algo normal en el devenir económico cuando prácticamente se convierte en una regla. No es posible que todas estas “quiebras” sean producto de la torpeza gerencial, el problema está en las condiciones que brinda el Estado para desarrollar esas actividades.


De regreso a Guayana en un vuelo al atardecer con cielo despejado, en vez de leer, me dediqué a ver el paisaje desde el aire. Al acercarnos al aeropuerto el avión giró sobre el puente Orinoquia y sobrevoló las empresas básicas. Un pasajero al ver lo que ayer fue un emporio industrial, orgullo de los guayaneses, murmuró: “qué lástima”. En ese momento comparé el restaurante cerrado con el paisaje industrial de Guayana, y entendí la verdadera magnitud del problema: si no se corrige el rumbo, en un futuro cercano, vamos a vivir en medio de un cementerio de esperanzas.
Twitter @zaqueoo

No hay comentarios:

Publicar un comentario