viernes, 14 de junio de 2013

Luces en la oscuridad

El sábado, en los espacios de la Plaza del Agua y parque La Llovizna se corrió la carrera nocturna Guayana 2013: un evento digno de comentar. Fue una carrera diferente porque obviamente, no es lo mismo correr de día que hacerlo en la oscuridad. En la competencia participaron corredores de todo el país, ataviados con los utensilios que entregaban los organizadores del evento: franela, una linterna para colocarse en la cabeza, pulsera y collar de colores fosforescentes, que daban un colorido especial a la competencia, tomando en consideración que se realizaba de noche. Por iniciativa familiar y con cierta desconfianza me animé a participar.

La partida se dio en la Plaza del Agua; desde allí, hasta entrar al parque, la visibilidad era bastante buena, pero en el bosque nos encontramos con esa oscuridad que caracteriza las noches sin luna. De repente, nos tropezamos con un espectáculo impresionante: las luces de los corredores formaban una especie de sendero multicolor que marcaba el camino. Parecían que todos íbamos en una procesión de luciérnagas que serpenteaba un mundo de tinieblas. Vivir esa experiencia hacía que por momentos nos olvidáramos de la carrera, porque en la oscuridad es donde se aprecia más intensamente la luz, más aun cuando sus rayos son orientadores.

La ruta no era fácil, 9 kilómetros por los senderos quebrados de La Llovizna. Como de costumbre, participé en esa categoría imaginaria que forman los que no van ganar, sino a llegar; no a vencer a los demás, sino a luchar contra las flaquezas y debilidades personales. He llegado a la conclusión de que ésta es la parte más entretenida de la carrera: paradójicamente, los que compiten por ganar van muy serios, pero los que sufren por llegar, van burlándose de ellos mismos o echándole bromas a los demás. Una competidora cargadita de años y de kilos, iba muerta de la risa porque no podía con su alma. Dice un viejo refrán: “Quien puede reírse de la adversidad tiene garantizada la felicidad”.

Y llegamos al Teatro de Piedra: fin de la carrera. Allí todo era alegría; más de quinientas personas compartían la satisfacción de alcanzar la meta. No había diferencias; todos eran participantes y acompañantes que celebraban y compartían el momento. Parecía que estuviéramos en otro país: un lugar donde lo importante era aprovechar la oportunidad de ser feliz, aunque solo sean un instante.

En estos días se ha repetido bastante la anécdota de Jorge Luis Borges, cuando unos jóvenes le dicen que ellos también eran escritores, porque escribían canciones de protesta, y él les contesta: “Huy che, eso debe ser muy difícil, tener que estar todo el día enojado”. Bueno, guardando las distancias, con la anécdota, en nuestra querida Venezuela lo que leemos y vemos a diario son protestas, denuncias y controversias: pareciera que en la vida no hay otra cosa. La gente se marchita como observadores de una confrontación política que ocupa todos los espacios de la vida. Pareciera que estamos condenados a que una elite política que solo piensa en el poder, nos obligue a vivir permanentemente amargados.

Ante esta situación, la ciudadanía de a pie debe rebelarse y del mismo modo que organiza carreras nocturnas tiene que prepararse para sobrevivir en medio de la oscuridad que produce el panorama político del país.

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