viernes, 14 de junio de 2013

Música en vivo

Las cosas buenas de la vida se van perdiendo poco a poco. Y se pierden porque perdemos el interés en ellas. Si hacemos una lista de lo que hasta ayer era atractivo para nuestra vida y hoy ya no nos importa nos vamos a asombrar. Entre las víctimas de ese olvido o indiferencia contemporánea está la interpretación musical en vivo: en el pasado, la presencia de un artista entonando una melodía no tenía precio, ahora prácticamente no se le hace caso: da lo mismo un músico que un equipo de sonido.

Hay que ser músico para saber lo que se siente cuando el público te ignora. He observado y vivido en forma repetida cómo en esos locales donde se anuncia música en vivo, durante las interpretaciones los presentes siguen hablando como si nada y, al terminar, alguien tiene que pedir que aplaudan para advertir que no se trata de un equipo de sonido, sino de un ser humano que con su talento trata de amenizar el momento.

Salvo los ídolos comerciales que siempre están al tapate o los destacados virtuosos de la música culta que forman una élite artística exclusiva, el músico que ameniza fiestas o reuniones es poco considerado, e inclusive irrespetado. He observado cómo, en más de una reunión, aparecen personas que llevan un artista frustrado por dentro y cuando están alegres le quitan el micrófono al cantante, para convertirse en intérpretes espontáneos que “asesinan la melodía”, ganándose el aplauso de los presentes que ignoran las virtudes musicales de los artistas pero elogian la osadía sin importar la calidad.

Un amigo que interpreta de manera magistral las canciones de Alberto Cortez y Facundo Cabral me dijo que “tiró la toalla”; no canta más porque no hay público para sus melodías. Los tiempos cambian y si no surge un movimiento protector de las costumbres en extinción, la música en vivo pronto será un recuerdo del pasado.

Esto no es una cosa sin importancia. Forma parte de una peligrosa tendencia que malinterpretando el progreso, está enviando al archivo muerto el valor de la persona humana. Y el problema no se vive solo en la música: en días pasados presenciaba una conferencia, donde, como es costumbre en este tiempo, un ponente presentaba un tema con ayuda de una proyección de video beam; como la imagen no era muy nítida, apagaron la luz presentándose una escena curiosa: desapareció la persona, sólo se oía su voz mientras los presentes veían cómo pasaban las láminas. Hay que poner las cosas en su justa medida: aprovechar la tecnología, pero tener cuidado, porque la persona humana siempre debe estar en el centro; si no se han dado cuenta, los oradores o expositores están siendo sustituidos por lectores de presentaciones. Y si la cosa sigue así, dentro de poco, estos últimos tampoco serán necesarios.

Hay gente que cree que la humanidad va a ser destruida por guerras o catástrofes naturales tal y como lo interpretan algunos teólogos en el Armagedón apocalíptico. No necesariamente tiene que ocurrir así, porque poco a poco va desaparecer, si el hombre no se preocupa por conservarla, empezando por esas pequeñas cosas que nos parecen irrelevantes, pero que en su conjunto son determinantes.

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